Yankee love © - 20
La pequeña Saki creció sus primeros cinco años en la misma ciudad natal de sus padres. La familia nunca tuvo la necesidad de trasladarse a la capital. La madre, de nombre Yuri, era una talentosa arquitecta recién recibida, cuya carrera se vio interrumpida por el temprano embarazo, sin embargo gracias al apoyo incondicional de su sompañero, Hiroshi, pudo graduarse con las mejores calificaciones. Su promedio la habilitó a trabajar para una importante empresa de construcción. Invertía más del tiempo que deseaba en el trabajo, razón por la cual se perdía muchos de los momentos de la infancia de su querida hija.
Hiroshi se ocupaba de Saki la mayoría del día. Era el encargado de alistarla para el colegio, de llevarla y traerla de regreso a casa, de cocinar, limpiar, juntar el desorden de la alborotada niña, ayudarla a completar los deberes que solían quedar sin terminar.
—Papi, papi. Juega conmigo —le insistió jalándolo del delantal mientras el hombre preparaba la cena.
—Es muy tarde, espera a mami en la puerta —le respondió con rostro cansado, pero siempre manteniendo una tranquila sonrisa.
—¡No quiero esperar, quiero jugar! —exclamó.
Inesperadamente el timbre se escuchó por toda la casa.
—¿Quién será a esta hora? —El padre atendió, encontrándose con un niño con una máscara de un monstruo.
—¡AAAAhhhaaa! —Se asustó tras visualizar la verde carne de una especie de gorila deformado.
—¡Feliz Halloween señor! —le deseó el niño levantando los brazos.
—Qué susto me diste. Eres muy pequeño, pero muy aterrador.
—¿Quién es, papi? —Saki se asomó pudiendo ver la razón de los gritos de su padre—. ¡Wooooh! ¡Es la máscara más horrible que he visto!… —Avanzó para verla mejor—. ¡Me encanta!
—¿Te encanta? —preguntó Hiroshi confundido. Creyó que esa clase de disfraz asustaría a una niña.
—¡Ja, ja, ja! ¡Ves lo horrible que es! —Se emocionó el infante quitándosela—. A mi madre le asustó… aunque no pasó con mi padre —dijo con una gran sonrisa carente de un diente delantero.
—¿Ah? ¿A tu padre no lo asustó? —intervino Hiroshi un tanto avergonzado.
—¿Quieres salir a jugar? Todos los niños en la calle se han transformado en monstruos —la convenció, adaptando la voz ronca de una criatura.
—¿Puedo ir, papi? ¿Puedo, puedo, puedo? —pidió Saki saltando del entusiasmo.
—Es de noche, no es conveniente que los niños… —Fue interrumpido por el padre del niño, sorprendiéndolo con otra máscara, esa de una momia cubierta de sangre—. ¡AAAh! ¡¿Qué es eso?!
—Hola, vecino. Feliz Halloween —lo saludó levantando la mano—. Veo que conociste a mi hijastro, Oma. Se mudó hoy con nosotros. Estaba quedándose en casa de sus abuelos hasta que su madre ganara la custodia total.
—Ya-ya veo. Es un placer conocerte, Oma.
—¿Por qué no dejas que Oma juegue con tu Saki? Guardo unas cervezas en mi despensa, vamos a festejar a nuestro modo —planeó el vecino.
Con solo mirar la apariencia, se podía deducir su preferencia por aprovechar cualquier motivo para beber. Sobresalía la panza arriba del cinturón ajustado.
—No creo que pueda… tengo mucho trabajo en la casa y todavía no he terminado de hacer la cena —intentó rechazar la invitación sonando lo más amablemente posible.
—¿Escuchaste, Oma? Vamos a comer con los vecinos. Ve a jugar con tu nueva amiguita, los adultos nos encargaremos de la cena.
—E-espera yo no dije que… —se desesperó queriendo aclarar el malentendido, pero el hombre, superándolo en estatura y peso, ingresó a la casa llevándoselo consigo—. Sa-saki ten cuidado, no bajes hacia la calle —ordenó Hiroshi resignado.
—¡Sí, sí! —aceptó corriendo a la acera detrás de Oma.
El pequeño vecino notando que Saki no contaba con un disfraz, buscó unas ramas y se las ató sobre la cabeza con la cuerda que sujetaba su máscara.
—¿Qué haces? —preguntó sintiendo lástima por la idea de romper su máscara.
—Estoy creándote unos cuernos, como los de los demonios —contestó sacando la lengua al finalizar, señalando su concentración.
—¿Demonios? ¿Como los de las películas?
—Sí, como esos… ¡Listo! Ahora eres un demonio. —No era la mejor imitación de unos cuernos, pero para Oma fue suficiente. Él sí veía unos majestuosos cuernos elevarse desde el cabello oscuro de Saki—. ¡He perdido mi forma humana y me atacará un demonio! —Tiró la máscara rota y siguió—. ¡Oh, no! ¡¿Qué será de mí?! ¡Deberé enfrentarme a este demonio por mi cuenta! —actuó inventándose una historia para jugar.
Saki sorprendida por la actuación, quiso intentar seguirle el juego.
—¡Wuahaha! —Extendió los brazos, provocando que uno de los cuernos cayera al piso.
—¡Ja, ja, ja, ja! —Oma liberó una carcajada.
—¿Q-qué pasa? ¿Lo hice mal? —preguntó preocupada recogiendo la rama.
—Te he quitado un cuerno. Si no mejoras terminaré derrotándote. —Le arrebató la rama y corrió.
—¡Espera! —Lo persiguió sin lograr atraparlo.
—¡Eres lento demonio!
—¡Espera, Omaaa!
La Saki adolescente abrió los ojos acostada sobre la arena. Las olas llegaron a mojarle los pies descalzos. Levantó una rama que había encontrado en el agua y la observó.
—Tienes el cuerno, pero aún no me has derrotado. —Arrojó la rama al agua y volvió a apoyar la cabeza en la arena procurando dormir.
Los niños entablaron una amistad. Pasaban la mayoría del día juntos, ya sea en la escuela como en sus casas, turnándose los lugares de juegos. Unidos eran como un huracán para los adultos, generaban desorden donde pisaran. Construían fortalezas con muebles, cajas, hasta disfrazaban a sus mascotas. Perros y gatos formaron parte de su mundo mágico de dragones, monstruos, caballeros y demonios.
Transcurrieron dos años muy significativos, principalmente para Oma. No solo por haber encontrado una amiga especial, sino también a causa de su salud. Durante ese tiempo, su cuerpo fue creciendo aceleradamente, tanto, que preocupó a sus padres. Fue detectado a la edad de ocho años, casi nueve, lo que el médico resumió como una “pubertad precoz”. Un trastorno hormonal provocó que destacara del resto y al contrario de ser aislado por resultar diferente, se hizo más popular. Saki quedó desdibujada al lado de él, viéndose igual a la pequeña que conoció, sin embargo nada arruinó su amistad.
El fin del curso se avecinaba y con ello, los preparativos para la fiesta. Todos los maestros, familiares de los estudiantes, estaban pendientes de los arreglos. Era una época de mucho nerviosismo, en aquella ciudad los eventos se realizaban a lo grande.
—Mira, Saki —la llamó Oma terminando de limpiar una parte del salón con una escoba—. Tengo una espada y no dudaré en usarla. —Maniobró torpemente el palo de la escoba.
—No vas a derrotarme. Enviaré un rayo hacia ti —respondió arrollándole un crayón del cesto de útiles escolares.
—¿Qué sucede aquí? ¿No terminaron de limpiar? —Ingresó el hermano mayor de otro alumno. Tenía once años, pero ya se catalogaba como un bravucón.
—Estamos jugando —habló Saki sin encontrar ningún inconveniente con eso.
—¿Jugando? ¡No deben estar jugando, tontos! —Avanzó y la empujó. Apenas un poco de fuerza fue suficiente para hacerla caer.
—¡Duele! —se lamentó.
—¡¿Por qué hiciste eso?! ¡Es una niña! —Se interpuso Oma.
A pesar de la corta edad, contaba con una moral impuesta por sus padres que reforzaba en sus actos justicieros. Lo enfrentó, confiándose en poder combatir con alguien mayor.
—No me interesa que sea una niña. Y tú, regresa a limpiar o te haré fregar el suelo con la lengua. —Esta vez empujó a Oma no logrando tirarlo al suelo, sino provocándole una mirada feroz—. Eres un mocoso resistente.
—Volvamos a limpiar. —Saki tomó la escoba. Temía que la situación empeorara. Escuchó rumores acerca de ese abusivo, nada bueno resultaba de desafiarlo.
—No obedeceré a un gordo feo como tú —Oma sacó la lengua insultándolo.
—¡Te lo buscaste! —Formó el puño como lo hacían sus amigos adolescentes, no obstante antes de golpearlo, Saki interfirió abalanzándose sobre el agresor.
—¿Qué quieres, mocosa? —No imaginó que la mandíbula de Saki se aferraría a su brazo, apretando con una potencia sorprendente.
—¡GAAHhhaaaaaAAA! —gritó sacudiéndolo, haciendo imposible zafarse de los dientes empecinados en dañarlo.
—¿Saki? —Oma retrocedió asustado. Creía que su amiga era incapaz de agredir a alguien.
Un maestro acudió a la escena al oír el grito. Tomó a la descontrolada niña, quien pataleaba rabiosa enseñando los dientes como un animal.
La gravedad del episodio dejó sanciones. La estricta directora de la institución manifestó que un hecho así no podía permitirse. Saki, como la única miembro del grupo que reaccionó de ese modo, en comparación con Oma que no atentó contra el abusivo, sufrió las consecuencias. Se adjuntó un documento en su historial estudiantil de mala conducta y se la suspendió por dos semanas.
Tanto Hiroshi como Yuri, decidieron no sumar más regaños a su pobre hija, se encontraba lo bastante triste para cargarla con más sermones. Ambos estaban inquietos con el comportamiento, preocupados por su futuro. Vivían en un país donde la educación no era tomada a la ligera.
En la noche, agotada después del largo día de trabajo, la madre se quitó los zapatos en la entrada de la casa.
—Bienvenida —dijo Hiroshi recibiéndola con una sonrisa.
—¿Cómo está nuestra hija? —preguntó sentándose sobre el escalón.
—Quiere ver a Oma. No se han visto desde hace días. —Apenado, se sentó a su lado.
—¿Hablaste con el padrastro?
—No quiere que su hijo se involucre con ella. No puedo creer que Saki haya herido a ese niño, lo hizo sangrar con la mordida.
—Lo sé… ¿Qué hemos hecho mal?… —se culpó la mujer tocándose la frente—… Tal vez necesite ayuda profesional.
Ninguno quería considerar que se tratara de un síntoma de alguna enfermedad mental, ya que la familia de la madre contaba con pacientes psiquiátricos. A Yuri le aterraba la idea de que su pequeña terminara como ellos.
—Todo estará bien… saldremos de esto juntos. —El hombre la abrazó previendo el llanto de su mujer.
—Mi Saki… mi dulce Saki.
La niña escuchó la conversación escondida. Las lágrimas de su madre, eran sus lágrimas.
Antes de concluir la suspensión de la escuela, arribó el cumpleaños de Oma. Desgraciadamente a causa del incidente, no fue invitada. Desde la ventana de la habitación en el segundo piso, Saki observó a los afortunados en asistir. Logró ver a Oma en la distancia, parado junto a su madre recibiendo a los compañeros y parientes en el patio trasero.
—¿Por qué no estás feliz? —preguntó apoyando el mentón sobre una almohada—. Te construyeron un castillo gigante y tenebroso como te gusta… hasta hay un adulto disfrazado de vampiro como te gusta. —La fiesta se asemejaba a la celebración de Halloween, donde se conocieron.
Entristecida, más por el motivo de presenciar que no disfrutaba del cumpleaños, corrió las cortinas, sin embargo antes de perderse detrás del color rojo de la tela, notó la mirada de Oma. Fue durante un instante, él sonrió, habiendo logrado verla.
Las mejillas de Saki se enrojecieron, abrazó la almohada contra su pecho y se escondió debajo de la cama. También estaba contenta de que sus miradas se encontraran, pero sentía que la regañarían por ello.
Oculta en la oscuridad, cerró los ojos, si se dormía la tentación de volver a verlo desaparecería.
—¿Qué estás haciendo ahí? —La voz de un hombre la despertó en la playa. Las nubes habían cubierto la luz de la luna, proporcionando un ambiente peligroso para una adolescente perdida a mitad de la noche. Saki estaba agitada. Un anciano la sorprendió en la orilla, donde recogía restos de comida para un perro callejero que lo acompañaba—. ¿Dónde están tus padres? —Confundida, entre el sueño y la realidad, miró el cielo, una tormenta se aproximaba en dirección al norte. Necesitaba un lugar para refugiarse y dormir mejor. Ignorando la preocupación del anciano, revisó sus bolsillos buscando dinero, sin hallar nada—. ¿Estás perdida?
—Sí y no tengo dinero para pagar una habitación. —No pretendía que le ofreciera una solución, simplemente respondió como parte de una rutina de conversación. Su mente quedó en el pasado, rememorando la sonrisa de Oma que le llegó al corazón.
—Toma, te daré un poco. Sé que no es mucho, pero podrás comprarte algo para comer y reflexionar sobre regresar a casa. —Le entregó tres billetes.
La oferta era tentadora, pero las tentaciones la habían llevado hasta allí, lejos de Oma.
—No, gracias. —Volteó y subió un bajo relieve de arena que dividía la costa pesquera de la ciudad.
Recorrió dos calles, los truenos comenzaron a escucharse. Las personas ingresaban a sus vehículos escapando de la futura lluvia, a su vez Saki continuó vagando en las calles.
—Te traje comida, mi niña —la llamó Yuri ingresando a la habitación. Saki salió debajo de la cama olfateando el atrayente aroma de su platillo favorito—. Allí estás. Come. —La niña lo tomó hambrienta—. ¿Por qué últimamente tu habitación luce tan oscura? —La madre se dirigió a la ventana, corrió las cortinas, comprobando el motivo por el cual permanecía a oscuras—. Es una fiesta muy grande —comentó. Los vecinos eran presumidos cuando se trataba de celebraciones—. Lo siento, mami tiene que irse a trabajar. Te prometo que mañana iremos al parque —dijo acariciándole el cabello negro.
—Mmmmh. —Movió la cabeza haciéndole entender que estaba de acuerdo con la idea.
Cuando Yuri abandonó la habitación, Saki dio el último bocado y miró atrás. Los rayos del sol ingresaban a través de la ventana, incentivándola a asomarse de nuevo para contemplar a Oma a lo lejos. Caminó en una sola dirección, los rayos desaparecieron repentinamente, el sonido de un trueno la hizo retroceder antes de alcanzar su objetivo.
Lo siguiente en oírse, fueron los gritos de los niños invitados del cumpleaños, escapando de la intensa lluvia que estropeó la fiesta.
—¡Esto es malo, esto es malo! —Apresurado, Hiroshi, como todo buen amo de casa alerta a las inclemencias del clima, entró y cerró la ventana impidiendo que el agua mojara el interior del cuarto.
Suspiró, ya que en la mañana tuvo el arduo trabajo de limpiar.
—Papi, ¿crees que la fiesta de Oma se arruinó? —preguntó viéndolo caminar de un lado para otro, recogiendo los juguetes del suelo mojado.
—Probablemente sí —lamentó.
—La fiesta parecía divertida —manifestó ayudándolo a recoger el último juguete, una horrenda quimera conformada por el cuerpo de un ogro verde musculoso y la cabeza de una muñeca rubia. Espantado con la modificación, Hiroshi se lo arrebató y lo guardó rápidamente—. Papi, estoy triste por Oma, no por su fiesta… Oma se veía triste antes de la lluvia.
Hiroshi se enterneció con la expresión de Saki. Él más que nadie deseaba que asistiera, viviera momentos felices e inolvidables. Comprobó nuevamente el corazón puro, bondadoso y sincero de su pequeña, descartando toda posibilidad de que estuviera transitando el inicio de una enfermedad mental.
Se agachó a su altura y le tocó la cabeza.
—Eres buena. No importa lo que digan los demás, papi siempre te creerá. —Le besó la frente.
Sintió cosquillas y rio, las demostraciones de afecto siempre la alegraban.
Tres horas después, la tormenta siguió liberando un aguacero poco frecuente en el lugar donde vivían. Saki jugó con sus muñecas en ese tiempo. Luego, aburrida por la falta de compañía de otro jugador, verificó si el castillo construido para la fiesta, había terminado de desmontarse. En ese momento, lo que captó su atención, fue la luz del cuarto de Oma encendida. La ventana estaba ubicada frente a la de ella, por allí solían hablarse en las noches de insomnio.
De repente la imagen de un monstruo apareció.
—¡Ah! —Asombrada, descubrió la máscara de Oma—. ¡Eres tú!
—Ji, ji, ji —rio quitándosela—. Nunca podré espantarte. ¿No le temes a nada? —Sonrió.
La niña, impacientada con tal de obtener una respuesta, se apresuró a decir:
—¿Por qué no estabas feliz? No me digas que comiste muchos dulces y te dolía el estómago. Eres un glotón.
Oma bajó la mirada, se rascó la nuca y balbuceó sin ser entendible:
—Era porque no estabas contigo.
—¿Qué dijiste? —Se impulsó hacia adelante, permitiendo que las gotas de lluvia le mojaran la cabeza.
—¡Estás empapándote, tonta! ¡Vas a enfermarte! —la regañó.
—¡No respondiste mi pregunta, tonto! —exclamó enfadada, teniendo su primera discusión como amigos.
—¡¿Por qué tengo que responder esa tonta pregunta, toonta?! —Le enseñó la lengua.
—¡Tú eres el más tonto de los tontos, toonto! —lo imitó.
Los dos se dieron las espaldas. Saki limpió su cara, acomodó su cabello, planteándose el objetivo de no voltear por nada del mundo. Hacerlo, significaría una derrota.
No necesitó perder frente al deseo de disculparse o comprobar que Oma también quería lo mismo, un sonido en su ventana la alertó. Se trataba de una tabla de madera que Oma ubicó entre cada casa. La había robado de la construcción del castillo entre tanto alboroto.
—¡¿Qué es eso?! —Oma se aventuró y pisó con el pie derecho la tabla saliendo al exterior. El cabello amarronado le cubría los ojos, comenzando a ondularse al ser mojado—. ¡¿Qué estás haciendo?! —Acudió preocupada.
—Yo… —Tenía las manos astilladas de acarrear la tabla desde el patio, subir las escaleras para finalmente usarla como puente para cruzar—… ¡Quería estar contigo! —Pisó firmemente con el pie restante. La tabla se tambaleó, Saki la sostuvo del otro lado, evitando que siguiera moviéndose.
—¡No vengas, es peligroso! ¡Si caes te lastimarás!
—¡No me digas lo que tengo que hacer, tonta!
—…
La última exclamación de Oma desbordó determinación, una inusual en un niño de esa edad.
—Quiero jugar contigo, quiero estar para ti cuando los demás te ataquen o te regañen… cuando estés sola o rodeada de personas. ¡No importa dónde, ni en qué momento, quiero estar contigo siempre! —Avanzó, haciendo equilibro en la inestable plataforma que lo mantenía lejos del suelo.
—¡Harás enojar a tus padres! ¡No soy buena, no merezco tener amigos!
Las palabras hirientes de Saki lo motivaron a desmentirlas, a alcanzarla, cambiar lo que tuviera que cambiar para borrar la reputación que comenzaba a formarse al haber agredido de ese modo a otro niño.
—Perdón por jugar contigo a los demonios… por poner esas ramas en tu cabeza, tú no eres una demonio… tú eres… eres… —Miró abajo, estaba asustado, aunque intentara convencerse de que no tenía miedo.
—¡Sujétate! —Saki estiró la mano, estaba cerca de llegar, de que el temor por la seguridad de su amigo terminara. Oma estiró la mano, sus dedos se tocaron débilmente.
—… Saki… eres un ángel. —Sonrió.
—¡!
La tabla se rompió, la estructura mojada provocó que el material cediera. Oma cayó dos pisos abajo, golpeándose la cabeza con el agresivo asfalto.
Saki adolescente tropezó en la calle, raspándose las rodillas. Los ciudadanos continuaban corriendo, apurados, ignorando a alguien que requería ayuda. Solo una mujer cargando unas bolsas del supermercado, protegida por un gran paraguas, se detuvo a auxiliarla.
—¿Estás bien?
—Sí. —La joven se tambaleó al reincorporarse.
—Permíteme ayudarte a cruzar la calle. —La tomó del brazo y la cubrió con su paraguas. Una vez en la acera, la mujer se agachó a revisar la herida—. ¿Te duele? —Apartó la media rasgada, la sangre brotaba, pero no era nada grave, a pesar de la velocidad con la que Saki corrió antes de caer.
—No duele, gracias.
—¿Por qué sigues vistiendo tu traje escolar? Ya son las once de la noche, ¿no deberías estar en casa? —indagó, el rostro de Saki le indicaba lo perdida que estaba.
—Sí, es que… —Rememorar el accidente de Oma le afectó terriblemente. Como consecuencia del golpe que recibió Kimura, la desgracia del pasado retornó para atormentarla.
—Escapaste, ¿verdad? —Esa particular mujer sabía lo que significaba escapar de sus padres. En su adolescencia lo hizo reiteradas veces después de discutir con ellos.
Saki no contestó con palabras, sino con una simple mirada al suelo—. No te preocupes, conozco un lugar donde podrás quedarte —la invitó. No podía dejar a una chica indefensa en la calle, corriendo sin ningún rumbo.
Los grupos de búsqueda se reunieron, la tormenta les impidió seguir. Los adultos decidieron acudir a la policía. Rina no abandonó la esperanza de encontrarla, permaneció siempre fiel a su amiga. Desistió de regresar a terminar sus tareas para el día siguiente.
En la comisaria, revisó su celular esperando que Saki la hubiese llamado, pero nada. Lagrimeó, quería desahogar su tristeza con alguien más que no fueran sus padres, no pretendía preocuparlos más de lo que ya estaban. Se le ocurrió escribirle un mensaje a Manami, pero la idea de también preocuparla no le gustaba.
—Todas las miembros del club somos amigas… sería egoísta si no supieran que Saki está en problemas —susurró indecisa—. Manami se encontraba muy alterada cuando descubrió a Saki con Yamato, y Anzu salió desesperada al enterarse… Yo, no quiero que se angustien… ¿Qué voy a hacer? —Las lágrimas se deslizaron por su rostro, cayendo hacia la pantalla del celular—. No puedo llorar, no en este momento. —Secó las lágrimas y pensó en su mejor ejemplo, en el hombre que superaba los obstáculos demostrando una fuerza que no dejaba de impresionarla—. Kimura senpai. —Sin esperar más, dejando de lado la timidez con el chico que le gustaba, lo llamó.
El yankee atendió el llamado a la puerta.
—¿Listo para convertirte en la bella del baile? —dijo Tai entusiasmado en ayudarlo en sus estudios.
—A veces me pregunto por qué seguimos siendo amigos —gruñó dándole paso.
Habían acordado que estudiarían para una prueba destinada a los estudiantes con bajo rendimiento como Kimura. Los exámenes de mitad de año se llevaron a cabo y aquellos que sacaron las peores calificaciones, o en el caso de él, que ni siquiera los realizaron, contaron con una segunda oportunidad, debido a que el número de estudiantes en esa situación era elevado.
—Empezaremos con matemáticas. Saca tu libro. —Tai se instaló desplegando un campamento nerd.
—¿De qué estás hablando? Nunca tuve libros.
—Lo sabía, no te preocupes traje los míos. —Extrajo de una gran mochila una pila de libros, los cuales hicieron peso en su débil espalda todo el camino hacia el hotel, retrasándolo veinte minutos de la hora establecida.
—No pienses que voy a leerlos.
—Descuida, no confió en que lo hagas. Es por si tu madre decide entrar a corroborar que estés estudiando, vas a impresionarla si te ve rodeado de libros. Ahora, comenzaremos con lo más básico de la secundaria, ¡hoy serán ecuaciones! —exclamó emocionado.
—¿Existen humanos que se exciten con las matemáticas? —Kimura colaboró sentándose en el suelo sobre la alfombra, desganado, pero resignado a aprender.
—¡No estoy excitado! —Tai negó enojado.
—Eso explica por qué nunca tuviste una cita.
—¡Tú tampoco nunca tuviste una cita!
—¡Podría tener si lo intentara! —contestó sin conservar la menor idea de cómo sería tener una cita con una chica.
—En el caso que lo intentaras solo para tener la razón, ¿Cómo lo harías? —lo probó, esperando una respuesta poco creíble. Kimura no era un adolescente que le interesara conquistar al sexo opuesto, incluso de niño espantaba a las chicas con los moretones e inflamaciones en el rostro.
—Es sencillo, le diré “¿quieres salir conmigo?”.
—¿Y lo harás antes de que te golpeen? Espera… es imposible, los pandilleros te golpean todo el tiempo, las asustarás como siempre lo haces.
—Entonces le escribiré antes de clases —expuso sus argumentos totalmente convincentes.
—Me gustaría verlo. Escríbele a una chica de la escuela ahora mismo —lo desafió poniéndose de pie sobre la pila de libros, contrarrestando su falta de estatura, y así parecerse a un enemigo sobre la cima de una montaña con la luna rojiza de fondo.
Al terminar, el celular de Kimura sonó. Miró quién llamaba y dijo:
—¿Rita?
—¡Qué oportuno, te ha llamado una chica! ¡Invítala a salir! —reaccionó Tai acercándose a escuchar la conversación.
—Es la primera vez que me llama, es extraño. Su familia es del tipo de “no te acuestes después de las nueve”.
—¿Qué esperas para averiguarlo?
Atendió, las palabras de Rina viajaron hacia su oído, oyéndose ahogada por las lágrimas.
—Espera. No logro entenderte, sé más clara… —Los ojos del joven se abrieron como platos. Tai percibió la preocupación en su compañero, la cual desapareció rápidamente.
—¿Qué sucedió?
Kimura apartó el celular de su oreja, lo miró con una expresión decidida y dijo:
—Discúlpame un momento, tengo un asunto que resolver.
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