Yankee love © - 21
Recibió la llamada de Rina por la noche, antes de ponerse a estudiar para los exámenes. Kimura le explicó la situación a Tai y se ausentó rápidamente. La desaparición de Saki lo alarmó, se adjudicó un tanto de culpa a causa de la última discusión que tuvieron. No pensaba ser tan importante para ella, como para ser el principal motivo, pero las señales que le dio construyeron esa idea en su cabeza.
—Karin, me llevaré tu motocicleta —le dijo encontrándola en la recepción, leyendo una revista.
—¿Mi motocicleta? ¿Conducirás con este clima? —Miró a través del vidrio de la puerta de la entrada, la tormenta continuaba desplegando un aguacero.
—Saldré a buscar algo. Si me tardo no te comas lo que dejé en el refrigerador. —Tomó el casco y se dirigió al estacionamiento.
—¿Buscar algo? ¿Si no es comida qué será? —A esas alturas no le sorprendía lo que hacía Kimura. Se atrevía a enfrentar sus propias limitaciones cada día y superarlas. De a poco comprendía que ya no era el pequeño que consentía, sino un hombre dispuesto a todo por sus objetivos.
Kimura montó la motocicleta y se adentró en la tormenta. Apenas visualizaba el camino delante, las gotas de lluvia formaban una especie de cortina gris imposible de apartar. Reunió en su mente la información que tenía sobre Saki. Las palabras “jamás podrás entenderme” seguían intactas, dándole la razón a la chica. Por más que lo intentara, sus acciones eran confusas.
Las primeras impresiones acerca de ella, la mostraban como una persona transparente, la cual podía leer fácilmente, una víctima de discriminación oculta en una fantasía aparentemente interminable.
«Chuunibyou, ¿en qué estás pensando para escapar así?». Aceleró por el largo trecho de la autopista.
La adolescente desaparecida ingresó a la habitación, apagando las luces que amablemente la mujer que la auxilió en la calle encendió. Ahora el ambiente se asimilaba a aquel día, cuando los gritos de la madre de Oma la llamaron “asesina”. Sintió que el tiempo no había pasado, se acercó a la ventana, llovía igual que aquella trágica noche. Únicamente las luces de la ciudad la ayudaban a desplazarse entre la oscuridad. Tenía qué pensar cómo enfrentaría a las personas que dejó atrás escapándose y que haría en su futuro, uno en el que se imaginaba en soledad.
—Soy una inmadura.
La inmadurez atribuida por sí misma, fue el resultado esperable de una atormentada niñez. Después del accidente de Oma, Yuri y Hiroshi respondieron a las acusaciones hacia su hija, pagando una gran suma de dinero a la familia afectada. El mundo parecía conspirar contra los jóvenes padres, quedaron en banca rota y tuvieron que mudarse meses después a otra ciudad cerca de la capital.
Nadie comprendió a la pobre niña, el dolor fue demasiado para aceptar el hecho de ser una pequeña la principal causante. Saki creció con una gran culpa, acarreando las desgracias de sus padres como una carga más en su consciencia.
Comenzaron desde cero en un nuevo lugar, pero las secuelas del tremendo golpe en sus vidas, permanecieron. Yuri no podía concentrarse en los diseños de nuevos edificios, la creatividad que la caracterizaba se esfumó. Hiroshi trató de apoyarla, también a Saki y el comportamiento violento que desarrolló con los compañeros que se burlaban de ella. Continuaba considerándose un demonio, a pesar de que Oma le dejara en claro que para él, era un ángel.
Años duros transcurrieron, hasta que la última expulsión de Saki los derrumbó. Decidieron mudarse a la capital, allí, con el número importante de habitantes, serían capaces de instalarse y pasar desapercibidos de los rumores del accidente de Oma.
Los adultos firmaron un contrato con una nueva escuela. Tenían una oferta educativa interesante y aceptaban estudiantes con un historial conflictivo. El director del establecimiento los recibió comprometido a ayudarlos. La comisión de padres adinerados apoyaba a los miembros más vulnerables, facilitándoles la incorporación al ámbito laboral. De este modo, Saki fue incluida en la institución repleta de yankees, un nuevo estereotipo que diferenció al conocer a Kimura.
Pudo vivir una realidad diferente a la habitual, no solo por haber conocido a un chico que poco le interesaba que padeciera de chuunibyou, o de esa inmadurez de niña pequeña, sino por las nuevas amigas que hizo. No obstante los acontecimientos le mostraron que lastimaría a otros si mantenía fuertes lazos. Despegarse de ellos sería una buena opción para evitar desgraciar más vidas.
El yankee frenó en una calle próxima a la playa. Si hubo una ocasión en la que le pareció estar más cerca de Saki, fue cuando luego del cumpleaños de Rina, el motor averiado de la limusina les proporcionó un momento a solas. Fue la primera vez que ella le comentó sobre la ciudad donde vivía. Estacionó la motocicleta y descendió a la playa. El mar se encontraba agitado por los constantes vientos. Se retiró el casco para lograr ver mejor. Continuaría la búsqueda a pie, gastando sus propias energías en hallarla.
El largo recorrido no dio frutos.
—¡Achís! —estornudó Saki acostada en la cama. Había dormido por media hora con la ropa mojada. Estando vestida así, de seguro pescaría un resfriado.
Revisó el baño dentro de la habitación. La ducha lucía agradable, pero no quería aprovechar más de las buenas intenciones de la mujer. Como si la hubiese llamado con sus pensamientos, quien creyó que era la dueña del hotel irrumpió en la habitación, siendo una mala costumbre.
—¿Quieres que te ayude con el baño? Soy buena fregando espaldas. —Sonrió.
Kimura abandonó la playa. Los comercios estaban cerrados, las luces de las casas apagadas, algún que otro trabajador regresaba a casa habiéndose quedado en la oficina, pero ninguna estudiante deambulaba perdida. Pasó media hora y un policía que hacía guardia en una cabina en un parque, le llamó la atención alumbrándolo con una linterna.
—¿Qué haces, muchacho? —Era un veterano de pulso tembloroso, cubierto por una capa amarilla.
Kimura se detuvo.
—Nada, oficial, solo busco a una amiga —dijo sonando lo más inocente posible, aunque con la expresión rígida de un yankee, no logró convencerlo.
—Regresa a casa o te llevaré a la comisaria —amenazó. Varios pandilleros circulaban por zonas como esa, generando destrozos o pintando incluso los troncos de los árboles con dibujos y leyendas de rebelión.
—No se enoje. Realmente estoy buscándola, huyó de su familia y estoy preocupado por su seguridad —intentó explicar.
—Tu rostro dice otra cosa. —Lo alumbró directo al rostro. Kimura cerró los ojos, encandilado.
—No quiero tener problemas, lo juro.
El policía lo observó detenidamente y reconoció haberlo visto antes.
—Eres tú, el muchacho que cortaron hace unas semanas. Estabas ensangrentado, pero corriste como una persona completamente sana. No tuve tiempo de solicitar apoyo ni una ambulancia.
—No, no soy yo, me confundió con otra persona.
—¿Cómo olvidar algo así? Apresamos a muchos pandilleros esa madrugada, todos portaban navajas y objetos peligrosos. He visto idiotas escribiendo murales, arruinando propiedad privada, he separado adolescentes en riñas, pero algo como eso, jamás.
No respondió, el policía estaba decidido a retenerlo, a pesar de que desmintiera la historia. No tuvo otra alternativa más que escapar, los problemas relacionados con ese asunto retornarían después.
Las patrullas se movilizaron. La lluvia finalmente paró facilitando el desplazamiento de los oficiales. En cuanto a la noticia, viajó hacia los contactos de Yamato, lo cuales inmediatamente notificaron a Manami. La joven despertó en su mansión preocupada y actuó. Gracias al poderío económico, en un corto lapso de tiempo desplegó un nuevo grupo de búsqueda.
El yankee rubio descansó escondido en un callejón. El policía no era atlético para alcanzarlo, pero el sonido de las sirenas era frecuente y no se arriesgaría a exponerse.
—Hah, hah, hah, hah. Ya no siento las piernas. ¿Dónde estacioné la motocicleta de Karin? Si la pierdo va a… no quiero pensarlo. —Se asomó cuidadosamente.
Una pareja de uniformados lo sorprendió, para fortuna de Kimura, no para detenerlo por el episodio violento en el parque.
—¿Has visto a esta chica? —Le enseñaron una foto de Saki en un celular.
—¡Sí! ¡Digo, no! ¡También la estoy buscando! ¡Soy su sirviente, digo, no un sirviente de los que sirva sino…! ¡Les juro que no he hecho nada malo! —Levantó los brazos.
—Tranquilo. Ha escapado de casa esta noche. Si conoces un dato importante, por favor dínoslo —explicó.
Tomaron distancia y continuaron la recorrida. Kimura suspiró, fueron demasiadas emociones en un solo día.
—No quiero empeorar las cosas con la ley. Será mejor que vuelva al hotel por ahora. —Pensó en su seguridad, sin embargo le fue difícil anteponerse a la de alguien que necesitaba ayuda. Se convenció de que el trabajo de la policía daría resultados. En el camino, halló la motocicleta de Karin siendo desarmada por un trío de vándalos nocturnos—. Maldición. Hoy no es mi día —dijo despojándose de la chaqueta, tirándosela al primero en voltearse. Le lanzó una patada al rostro, haciéndolo caer encima de la motocicleta. El resto reaccionó abalanzándose sobre Kimura. Uno logró empujarlo, el yankee con ambas manos se prendió de la ropa del atacante llevándoselo consigo. Cuando su espalda tocó el piso, elevó las piernas, posicionó la planta de los pies en el abdomen del ladrón y con la fuerza de los miembros lo tiró atrás hacia la calle. El sujeto terminó estrellándose en el concreto.
Kimura se reincorporó sentándose sobre sus rodillas. Como un calmo samurái, aguardó la estocada del enemigo. El siguiente lo pateó en el rostro, devolviéndole el anterior golpe.
—… —Resistió, sangre brotó del labio inferior. Escupió, dibujó una sonrisa placentera y lo miró desafiante a los ojos.
—¡¿Por qué sonríes?! ¡¿Te parece gracioso, estúpido?!
Dos ladrones quedaban por derrotar, uno de ellos lo tomó por detrás obligándolo a pararse.
—Verás lo que te espera —habló el líder del trío.
Formó el puño y avanzó.
Muy lento, demasiado lento para el estudiante de preparatoria.
Pisó el pie izquierdo del que estaba ubicado atrás y le dio un codazo en la zona de las costillas. El hombre lo liberó dolorido por los impactos. Kimura se inclinó, dejando que el propio compañero le propiciara el puñetazo. Como acto final, acertó un golpe que viajó verticalmente hacia la barbilla del matón, exclamando el tan aclamado:
—¡UPPERCUUUUT!
Con los tres inconscientes, limpió la sangre del rostro. Una muela se aflojó hasta desprenderse.
—¿Emiko me dará dinero o una paliza? —bromeó imaginándose la reacción de la madre al enterarse.
Fue un desafío sin igual. Lejos de las pandillas, consiguió derribar a los criminales y recuperar el objeto más preciado de Karin.
Saki acabó de bañarse. Envuelta en una toalla, abrazó sus brazos temblorosos.
—Nunca alguien me había tocado tanto, ni siquiera Manami.
La extraña la atendió cumpliendo con lo que según ella, sabía hacer muy bien.
—Estás reluciente. ¿No se siente bien? —preguntó contenta con lo logrado—. ¡Ah! Ahora lo recuerdo, no debo dejar la recepción. Mamá me matará si se entera… y no bromeo cuando me refiero a “matar”. —Puso los dedos sobre la boca al reírse.
—¡Quizás deba irse ahora! —sugirió Saki, deseando verla desaparecer a toda costa.
—Duerme bien, niña traviesa. —Abandonó la habitación. Secó el uniforme escolar en la recepción. Pronto el jefe supremo del hotel visitaría su mayor inversión. Si controlaba el personal y veía la cantidad de ausencias, la despediría sin dudarlo—. Es un uniforme bonito… espera un momento… esto. —Rememoró sus días en la preparatoria, justo en el momento que Kimura ingresaba tras horas afuera en la tormenta.
—Qué noche. Se me empaparon hasta los calzones, me golpearon y tuve que armar tu motocicleta de nuevo. —Puso el casco sobre la mesa—. ¿Qué ves? —Fijó la vista en el uniforme, las chicas del colegio usaban uno igual—. ¿De dónde lo sacaste?… Oye, Karin. —Chasqueó los dedos para devolverla a la realidad, notándola deprimida.
—Ah, Kimura, volviste. —Se esforzó por sonreír.
—¿De quién es ese uniforme? —Lo registró. El buen hábito enseñado por Yuri, aparte de dar besos de agradecimiento, fue crucial para encontrarla. La falda azul tenía escrito el nombre de “Saki”—. ¡Es de Chuunibyou!
—¿Chuunibyou? —preguntó Karin confundida.
—¡¿Chuunibyou está aquí?! ¡Dime dónde! —No esperó respuesta y abrió el libro donde se registraban los huéspedes.
—Si te refieres a la chica perdida. Está en la habitación veintiséis —reveló. Kimura saltó la mesa y tomó la llave correcta—. Espera. ¿Vas a irrumpir así a una habitación? —Era la menos indicada para decirlo, solía hacerlo despistadamente o no.
—¡Llama a la policía! ¡Y no te comas lo que dejé en el refrigerador!
Saki escuchó como si una avalancha se aproximara, las pisadas firmes y cada vez más cercanas de un individuo imponente. Había cerrado la puerta con llave, pero ubicó una silla trabando el picaporte, creyendo que estaría segura de un asesino serial o espíritu propio de películas de terror donde la “entoallada” joven peligraba.
Nada sirvió, Kimura conservaba la llave y la silla no fue un obstáculo. Hizo la entrada ruidosa de un héroe.
—¡Chuunibyou! —El primer panorama de la habitación parecía vacío, pero escondida a un costado, se encontraba ella, lista para violentarse con el invasor. Con una lámpara en manos, se movió sin pensar que se trataba de su compañero de clase—. ¡! —El yankee intuyó el peligro y tomó la lámpara salvándose del impacto.
—…
—…
—¡¿Sirviente?! —exclamó soltando el objeto.
—¡¿Ibas a pegarme con esto?! ¡¿Estás loca?!
—¡E-e-entraste sin golpear! ¡¿Có-cómo esperabas que respondiera?! —Lo señaló, luego se dio cuenta de cómo vestía, debajo de la toalla no había otra prenda, lo que le brindó más excusas para echarlo—. ¡Vete! ¡No mires! —Se cubrió los pechos ya cubiertos.
—¡Pasé por muchas cosas buscándote, no voy a irme ahora que te encontré! —se escaparon palabras que no pensó decir directamente. Recordarle lo mal que obraba sería lo más apropiado viniendo de él, pero la pelea que tuvieron cambió esa parte.
—… ¿Buscándome?… ¿Por qué? ¿Por qué lo harías después de…?
—De que dijeras que soy un simple yankee, de que dijeras que jamás podré entenderte. Sí, estuve buscándote después de eso.
Le dio la espalda y depositó la lámpara donde debía estar. El silencio reinó. Saki no sabía cómo proseguir, reunirse con Kimura fue inesperado, un vuelco total en su plan por alejarse.
—¿No fue suficiente? —preguntó frustrada para sí misma.
—No sé qué te está pasando, pero no estás manejándolo bien. —Miró el reflejo de la chica en la ventana, facilitando la conversación. Ella estaba incómoda por su presencia y la manera abrupta de arribar.
—Vete, por favor. No quiero hablarlo contigo. —Apretó los puños y cerró los ojos conteniendo las lágrimas.
—Lamento si desobedezco a mi ama, pero tengo que comprenderla —recurrió al juego que los unía como ama y sirviente, siguió las fantasías de Saki intentando recuperarla.
—¿Comprenderme?… alguien como yo arrastrará a los demás al foso del abismo por sus maldiciones.
—¿Tengo su maldición? No lo creo. El estúpido sirviente ha tomado el camino equivocado y la ama se culpa por ello.
—Va más allá de lo que el sirviente haga. Yo… todavía no he derrotado a mi creador. Ya no puedo verlo, pero continúa viviendo en mi corazón.
Kimura volteó, comprendió, había perdido a alguien que quería, igual que ocurrió en su familia. No podía extinguir el dolor de Saki, pero sí hacer algo al respecto. Se puso de rodillas, como lo haría un fiel sirviente y se tocó el pecho con la mano.
—No está sola, ama…
No era expresivo, ni demostraba afecto o apego a otros, sin embargo Saki entendió el mensaje. Admiró la sinceridad, un nuevo encanto lo iluminó, lejos de ser la fantasía de un sirviente, Kimura se convirtió en algo real.
Levantó la mirada y prosiguió:
—… sus amigos están con usted.
—¡SAKIII! —Detrás de la joven, la puerta se abrió de par en par. Rina se abalanzó a abrazarla, seguida por Manami y Anzu.
El yankee había visto las patrullas por la ventana, junto a la reconocible limusina de Manami. Todas estaban allí para ella, para alivianar el dolor.
—¡Eres una tonta, huir así…! ¡Jamás voy a perdonarte! —reprochó Manami llorando.
—¿Rina? ¿Manami? —Comprendió lo importante de la presencia de esas nuevas personas tan especiales en su vida.
—Debería darte una lección para que aprendas —agregó Anzu jalándole una mejilla, igual de afectada que el resto.
—¿Anzu? Pero tú… yo… no te caigo bien.
Anzu colocó la palma de la mano en la frente y la empujó atrás. Saki notó una lágrima escapar. La respuesta estaba clara.
Kimura pensó que tal vez no resolvió el asunto solo, o sus palabras no fueron efectivas como lo fue el reencuentro de las amigas, pero estuvo conforme con el final. Siempre estaría dispuesto a ayudar a los demás, independientemente de ser parte de la enseñanza de su hermano mayor Kaito. Se sentía bien haciéndolo, y lo más importante, estaba feliz de rodearse de personas como ellas. Sonrió, escapándosele a las miembros del club, la inusual expresión del joven.
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