Yankee love © - 22
El inicio desmotivador de una nueva semana de clases, arribó. Los estudiantes catalogados como “normales” dentro de la institución superaron los exámenes, sin embargo un gran porcentaje reprobó, ese personaje correspondía a nada más ni nada menos que a los yankees. Para ellos, la semana significaría todo un reto, como medida el director impuso un período de tutorías. ¿La recompensa por estudiar para estas pruebas especiales? Beneficios de recomendaciones a prestigiosas universidades para los tutores que desempeñarían la difícil tarea de preparar a los yankees, y una enorme canasta de alimentos para los problemáticos. Simple, un futuro para los “normales” destinados a ocupar las oficinas que tanto abundaban en el país, y comida para los simios, más conocimiento que desaprovecharían en sus vidas de luchas callejeras.
Kimura, como parte notable del segundo grupo, adhirió su propia motivación para aprobar las pruebas, ser mejor que Takeshi, aquel joven que a simple vista parecía un buen estudiante, pero que todos terminaron comprobando, solo era otro idiota más del montón. Así es, los anteojos no engañaban a nadie, por más que se los acomodara intentando verse inteligente, al intervenir en todas las clases aportando datos irrelevantes y no acordes a lo dictado por los profesores.
—Vuelve a leer el enunciado —pidió Tai. Era el tutor de Kimura, había sido uno de los primeros seleccionados por el director para prestar sus servicios.
—Ich, isu, a, catu, ca… tu, ca… du… ca —trató de pronunciar “it is a cat”, pero por más que repitiera lo mismo, su pronunciación empeoraba, agregándole sílabas ajenas a las palabras.
Cumplían su primer día de tutoría en la biblioteca. Tai cambió de planes, comenzar con matemáticas no había resultado, decidió cambiar de asignatura, creyendo que el idioma más común en las películas extranjeras serviría de algo, ya que a su amigo le gustaba pasarse horas en el sillón rascándose el trasero mirando TV.
—Hemos estado horas con lo mismo, ¿no retienes nada del idioma mirando películas?
—¿Te refieres a “f*ck” o “oh, sh*t”? —preguntó sin recordar ni siquiera qué significaban.
—Tu mente retiene insultos y tu pronunciación es perfecta solo con eso. Eres un bicho raro, ¿lo sabías? Además, ¿qué clase de películas miras?
—No he aprendido nada nuevo contigo, debería cambiar de tutor. —Descansó la cabeza sobre los libros.
—El problema eres tú, no yo. Piensa que el cerebro es como un músculo, si no lo ejercitas estará débil. —Kimura levantó la cabeza, a lo que Tai habló antes de que pudiera hacerlo—. Si lo dices le mostraré tus revistas a Karin. Después de que ella las lea seguramente se las enseñará a Emiko.
—¿Mover el cerebro? Y dices ser el genio aquí.
—Estás condenado.
El tiempo destinado a la clase expiró. La próxima dupla ocuparía el espacio, una bastante preocupante para la nerviosa tutora.
—¿Ki-Kimura senpai? —Se lo encontró Rina inesperadamente. Asistían tantos yankees que hallarlo justamente a él, la descolocó. Solía mentalizarse antes de hablarle, hacer menos evidente su evidente enamoramiento.
—Oh, f*ck —pronunció Kimura devolviendo su vista a los libros. No se rendiría delante de nadie.
—¡Ah! ¡¿Q-qué acabas de decir?! —exclamó Rina avergonzada, más por el hecho de escucharlo decir una grosería con tanta claridad.
—Descuida, no sabe lo que significa —la tranquilizó Tai, mejor conocedor de las locuras de su amigo.
—Ya-ya veo. —Respiró profundo y continuó—: Si te esfuerzas lo lograrás. Confío mucho en ti —lo apoyó, insegura de sí se vio interesada en tener un romance.
—Gracias, Rita. —Apreció el gesto, sin brindarle una sonrisa como a Rina le hubiera gustado recibir. Kimura no confiaba en su intelecto, ni en sus capacidades para el estudio, algo que le fue imposible ignorar pese a los ánimos de la chica—. Bueno, creo que es hora de una siesta. —Se puso de pie. Rina retrocedió dándole paso y lo observó retirándose. Estaba tan lejos de confesársele, como de serle un soporte válido. Lo consideraba tan fuerte, que problemas con los estudios no lo afectarían.
Tai interrumpió sus pensamientos al preguntarle:
—¿Tienes a un yankee a tu cargo?
—Sí, el profesor de ciencias me postuló para ayudar a uno. —Miró el reloj, su alumno contaba con cinco minutos de retardo, no era nada nuevo, viniendo de un estudiante rebelde a una norma social, la puntualidad.
—¿Te asusta?
—¿Asustarme? No, para nada. —Movió las manos mintiendo. Lo estaba, a pesar de que jugó varias veces al jenga con pandilleros, este no asistiría con una caja cubriéndole el rostro, ni con una lección de moral por parte de Kimura.
—No tienes que fingir. En tu lugar también estaría asustado, sobre todo si te asignaron a Jack el destripador. —Escogió el peor momento, la peor situación para mencionar el apodo conocido por todos los cerebritos de la preparatoria.
—Di- di-dijiste… ¿Jack… el…?
—Escuché que fue uno de los candidatos a convertirse en el líder de la pandilla escolar, pero lo vencieron.
—¿Líder? ¿Ellos tienen un líder?
—Sí, ¿no lo escuchaste de Kimura? También quería ser un candidato, nunca superó la iniciación para que lo tuvieran en cuenta.
—… —Entendió que actualmente no podría ser parte del grupo, eso la tranquilizó.
—Dicen que Jack una vez rebanó un órgano en la clase de biología y después… —El rechinar de la puerta abriéndose, el escandaloso ruido del terror, erizó la piel de Tai, obligándolo a pausar la historia.
—¿Es la biblioteca? —preguntó el dueño del relato.
Se trataba de un estudiante con apariencia de adulto, de casi dos metros de estatura, encontrándose dentro de los pandilleros más fornidos de la pandilla. Presentaba un peinado puntiagudo de color anaranjado, los ojos eran pequeños pero del color de la sangre.
Rina sintió como su vida escapaba del pecho. Si alguien planeaba enviarle un sicario, acertó escogiéndolo. No necesitaba mover ni un dedo para concretar la misión.
—Pero… —Tai retomó el habla—… No puede hacerte daño, van a darle todo lo que desee comer, ¿verdad? ¿Verdad? —No quería temblar, pero la presencia del abusivo era demasiado.
—¿Qué estás balbuceando, perdedor? —Se acercó reconociendo a una de sus anteriores víctimas.
—¡Na-nada, Jack!
—… Jack… odio que me llamen Jack. —Dirigió su mano a la cabeza de Tai. Rina dejó caer los libros que cargaba al suelo, generando una distracción—… —El hombre la vio. No había prestado atención a la linda chica, estas no solían estar cerca de los cerebritos debiluchos—. ¿Tú eres Rina? —Conocía el nombre de quien sería su tutora, sin embargo desconocía la apariencia de la estudiante. La chica apenas movió la cabeza, indicándole que sí lo era. El yankee tomó asiento. Posicionando los pies embarrados sobre la mesa le dijo—: Enséñame.
Tai aprovechó la distracción para huir corriendo, dejándolos a solas. Rina lentamente se sentó enfrente a su nuevo estudiante. No pudo evitar observar la falta de educación e higiene del sujeto. En su familia eso era imperdonable, viniendo de un pandillero, era completamente normal. Trató de mentalizar lo que viviría de ahora en adelante, asumiendo que sería difícil entablar un diálogo. Un estudiante temido por los demás, no lograría inspirarle seguridad, ni siquiera tomando como punto de partida su extraña disposición a ser educado.
—E-e-e —tartamudeó, revisando los libros sin saber por dónde empezar. La expresión de confusión, sumada a la de horror, despertó incomodidad en Jack.
—Estoy esperando, inicia de una vez. —Cambió bruscamente su postura quitando las piernas de encima de la mesa, lo que provocó que esta se sacudiera, espantando más a Rina.
—¡Ah! ¡Lo, lo siento!
—Olvida que soy un maldito pandillero. Estamos obligados a cooperar. —Optó por hacerla entrar en razón, utilizando el mejor argumento. Ambos serían beneficiados si lo hacían.
—Es que, es que. —La voz temblorosa lo molestó el doble.
—Oye, ¿qué tengo en la maldita cara que tanto te da miedo? —Se puso de pie, terminando por espantarla. En ese momento no le importó su futuro, ni el trato que le propusieron para ayudarlo. Escapó hacia el club de jenga, su refugio seguro.
—No soy atlética. —Descansó sentándose en el piso. A esas horas ninguna de las demás chicas estaría allí, pasando los ratos libres.
—¿Qué pasa, Rita? Te ves terrible —notó Kimura acostado en el sofá, habiéndose escapado de clases.
—¡Kyaa! —exclamó exaltada.
—Tranquila, soy yo. Pensé que ya no me temías —respondió extrañado con la actitud, sin pensar en lo inesperado de su visita. Los de tercer año A tenían que asistir a la clase de Kurosawa, una de las favoritas del yankee rubio para ausentarse.
—Me asustaste. ¿No deberías estar en clases?
—Sí, debería. —Se desperezó, fue una corta siesta. Esperaba dormir más, el arribo de la creadora del club le quitó el sueño—. No me respondiste, ¿qué te pasa?
Rina valoró la preocupación, pero ya no quería mostrarse débil, sin poder enfrentar sus miedos sola. Kimura le sirvió como un ejemplo a seguir, por lo tanto no dependería de su ayuda.
—Estoy bien. No te preocupes. —Se sentó frente a Kimura manteniendo una tímida sonrisa poco creíble.
—¿Un abusivo te estaba molestando? —prosiguió con el interrogatorio.
—¡No, ningún abusivo me molestó! ¡Lo juro! —Movió las manos, inquieta.
La mentira no estuvo ni cerca de engañarlo. Suspiró, para luego tronarse los dedos.
—Le enseñaré a no meterse con mi amiga. —No era una excusa para repartir golpes, realmente defendería a las miembros del club, las que consideraba amigas. Tenía pruebas suficientes para verlas de ese modo, aunque nunca tuvo una amistad con personas del otro sexo. El inexperto Kimura no sabía que tres de ellas aspiraban a un lazo más íntimo.
«¡Me quiere como una amiga! ¡Lo dijo, lo dijo con sus propios la…! —el festejo interno de la adolescente se detuvo al dirigir la mirada a los labios orientados hacia un lado del rostro, marcando la mueca de un yankee—. Los, los… labios del senpai», pensó sintiendo como de a poco su rostro se calentaba. Cerró los ojos, tocó sus mejillas y exclamó para alejar esa imagen mental.
—¡Vete, vete, vete!
—Oye, ¿por qué me estás echando? —preguntó confundido.
—¡No te estaba echando, quiero que te quedes siempre conmigo! —liberó su deseo más anhelado sin darse cuenta.
—¿Siempre? —Las confusiones se amontonaron, no sabía qué hacer, si Rina se encontraba alterada por su culpa, por lo que le pasó antes de llegar, o pretendía que no se separara de ella. Las mujeres son muy confusas, afirmó. Muchas en su vida se contradecían repetidas veces. Como la madre que llamaba “idiota ausente” al esposo y cuando este volvía de sus viajes se mostraba “acaramelada”, habiéndolo extrañado cada segundo.
—¡No-no quise decir siempre! —intentó explicar.
Kimura se quitó cera de la oreja izquierda, mientras Rina continuaba esforzándose por arreglar el embrollo en el que se había metido.
—Las chicas son difíciles de entender —murmuró mirando la caja donde se guardaban las piezas del jenga—. Rita, ¿quiénes que juguemos al genga? —la invitó, siendo el remedio ideal para el nerviosismo. Accedió cambiando su sonrisa a una genuina. Armaron la torre y jugaron resultándoles familiar el momento que compartieron en su primer encuentro. No parecía que el tiempo desde aquella ocasión había pasado, ya hacía dos meses que se conocían. Rina no creyó que terminaría enamorándose de la amabilidad oculta en un extraño caballero, de extraño peinado—. Me ganas en todas las partidas. —Por su parte, Kimura aprendió a perder, le costaba aceptar la derrota en los juegos. Competir contra la campeona era más placentero que ganar.
—Lo lamento —habló recogiendo las piezas esparcidas sobre la mesa.
—No te disculpes, es divertido. —Sonrió, la chica también lo hizo entusiasmada—. Es mejor que estudiar —sin embargo lo siguiente concordó más con los gustos de Kimura. En lugar de opacar su alegría por ello, Rina rio, así era el hombre que eligió amar.
Vencido el plazo destinado a la tutoría de Jack, una nueva dupla ingresó a la biblioteca. Constaba de Manami como encargada de enseñarle a nada más ni nada menos que a Takeshi. Las influencias económicas de Manami lo posicionaron frente a ella, para responder por herir de gravedad a quien no debía.
Con una actitud dominante lo obligó a sentarse en la silla, ejerciendo presión en los hombros del estudiante.
—Qué ruda —comentó, teniendo una idea a grandes rasgos de la posición que representaba su familia, tenían un control importante en el funcionamiento de la institución.
—Estarás a mi cargo, bestia desalmada. —No le mostró indicios de reforzar la imagen de chica bondadosa que todos veían en ella. Manami se convertía en una fiera cuando se planteaba proteger a alguien.
—Conque así serán las cosas. —Takeshi se resignó a obedecer todas las órdenes. No quería meterse en más problemas, tuvo suficiente con su ira reprimida, manifestada en el golpe final.
—Comenzarás leyendo estos libros. —Miró a un costado, otra estudiante depositó una pila de libros a centímetros de Takeshi y se retiró rápidamente. El flequillo azulado se movió producto del viento expedido del aterrizaje de unas pesadas enciclopedias.
—¿Estás bromeando? —se atrevió a preguntar.
—Usa esas lindas gafas para leer todo esto. Me lo agradecerás cuando acabes, son libros costosos.
Takeshi acomodó sus gafas, la luz blanca del sol se reflejó en ellas tras decir:
—¿Tanto te gusta Kimimura para que inicies la tortura de este modo?
El universo detrás de Manami se quebró como el vidrio quebradizo utilizado para las escenas de acción de las películas.
—Tú… tú… —Quedó en total evidencia, el plebeyo le llevaba varios pasos de distancia, adelantándose a la principal razón de la sádica pianista. Susurró el “tú” por unos segundos más, al mismo tiempo que Takeshi seguía incitándola.
—Si me detengo a analizar esta “tortura” con más detenimiento, no es nada. Ja, ja, ja… un par de libros. No has visto en otras escuelas, donde las sexis millonarias se comportan como carceleras, eso sí sería magistral. —Abrió un libro aplicando fuerza en sus trabajados músculos, señalando lo muy pesados que eran. Se preparó para iniciar la lectura, coronándose el ganador de la primera contienda de muchas que se proyectaban a futuro.
—¡ESTÁS EQUIVOCADO! ¡NO ME GUSTA KIMURAAA! —La potencia superior de la negación de una mujer enamorada, la ayudó a arrebatarle el libro y golpearle la cabeza con él. Takeshi cayó de cabeza al suelo. El grueso libro desprendió vapor proveniente del cuerpo ardiente de furia de Manami—. ¡¿Cómo podría enamorarme de un yankee?! ¡¿Los has visto?! ¡Solo viven para pelearse como monos salvajes defendiendo su harén! —Estaba más que avergonzada, alcanzaba el nivel de nerviosismo de la propia Rina. Nunca pasó por semejante situación, probablemente porque era la primera vez que se enamoraba así, locamente de un estereotipo ajeno a su clase social. El joven no respondió, todo a su alrededor daba vueltas y la estropeada vista multiplicó tres Manamis, el triple de amenaza—. ¡No me gusta Kimura! ¡No me gusta que sea amable conmigo! ¡Ni que se peine con ese estilo que tan bien combina con su actitud de chico malo! ¡Ni que sus brazos se vean firmes como para levantarme como princesa! ¡¿Qué mujer querría algo así?! —No supo cómo, pero logro expresarse sin que su respiración se entrecortara. Sus años de aprendizaje en el canto fueron útiles para justificarse.
«Todas están dándome más razones para apoyar mi afirmación —pensó aún estando en el suelo. Manami calló, la respiración acelerada, el sudor en la frente y la cara enrojecida la asemejaban a una corredora finalizando una importante carrera—. Las mujeres son fáciles de entender», concluyó. Levantándose, le propuso a la apasionada pianista:
—Hagamos un trato, concéntrate en enseñarme lo que debo saber para los exámenes y a cambio averiguaré qué clase de chicas le gustan a Kimimura. —La propuesta era tentadora. Si hubiese sido otro su objetivo, perfectamente Manami podría averiguar la información, sin embargo al tratarse de Kimura, los miedos de intentarlo aparecían.
«¿En qué estoy pensando? Puedo preguntárselo por mí misma y no depender de este idiota. ¿Por qué estoy dudando? No debería tener miedo, nada relacionado con los chicos me asustaba antes». Mordió la uña del pulgar, teniendo un conflicto interno complicado de resolver.
—Kimimura me odia, pero si hay algo que une a los hombres… son los fetiches con las mujeres. —Takeshi sumó punto a su favor.
«Fetiches… ¿Cómo no lo pensé antes? —Reconoció la estrategia de Takeshi, como si fuera una jugada fenomenal. Luego consideró un beneficio que disfrutaría sobre las otras competidoras al aceptar el trato—. Anzu es muy orgullosa para preguntárselo directamente, y Rina no está ni cerca de mis preocupaciones».
—¿Qué dices? La oferta va a expirar. —Confiado en que accedería, estiró el brazo para estrecharle la mano.
«Pero… creer que sería sencillo enamorarlo… ja, nunca se me pasó por la mente». Sonrió. Había madurado esa parte de sí, la antigua Manami fácil de convencer y contentar para los hombres, ahora estaría lista para cortejar al chico que le gustaba.
—¡Conquistaré el imperio de Kimura batallando con mi ejército, lo cautivaré yo misma! —Elevó el puño.
Takeshi quedó helado, la determinación de un general reencarnó en la adolescente enamorada. Nada la haría retroceder, galopando hacia el enemigo.
Recobrando la compostura de una fina dama, se sentó satisfecha con el resultado de la batalla. El yankee de cuatro ojos no dio por finalizada la contienda.
—Reduce los libros o le diré a Kimimura que estás enamorada de él.
—Hijo de…
Culminó un largo día de clases. Kimura ayudó a Rina a escapar de la cita del director por no haber cumplido su tarea. La información de los estudiantes circulaba rápidamente cuando las políticas educativas de la institución estaban comprometidas. Era la primera vez que rompía las reglas, imaginaba los regaños de sus padres disgustados con la nueva rebeldía, no obstante los momentos a solas con Kimura lo valían. Corrieron escabulléndose entre la multitud de alumnos ansiosos por regresar a casa.
—Apresúrate, Rita. No te quedes atrás —dijo guiándola hacia el patio trasero, allí podrían saltar la cerca y no ser vistos por los guardias en la entrada. Los últimos acontecimientos violentos en las cercanías de la escuela, derivaron en el reforzamiento de la seguridad en la salida.
La reina del jenga, fue perdiéndose entre tantas personas y quedándose atrás.
—¡Kimura senpai! —exclamó. Los jóvenes de grados superiores la pecharon ignorando su presencia, tenían cosas más importarse de las cuales preocuparse. Kimura volteó tras oírla, viendo que nadie se dignaba a disculparse. Acudió en ayuda apartando los obstáculos de su camino, hasta que logró tomarla de la mano, para posteriormente cargarla en sus brazos.
—¡Háganse a un lado! —gritó, pateándole el trasero al primero que vio empujando a Rina.
Era comprensible el cansancio de los demás por la cantidad de horas que permanecían en las aulas estudiando, sin embargo no les daba el derecho de invadir el espacio personal de otro con tal de salir de ese lugar.
—¡! —Rina anonadada se aferró al pecho de Kimura. Nadie la volvió a tocar excepto él. Formó un campo de fuerza impenetrable.
En el patio se prepararon para escalar el alambrado. No era muy alto, pero a la bajita estudiante le demandaría trabajo.
—Te ayudaré a subir. —Kimura estaba tan pendiente de escapar del llamado de la autoridad, que no se detuvo a ver el estado de Rina.
«Kimura senpai me cargó en sus brazos, como en esa película del guardaespaldas». Sentía que flotaba en el aire, o corría en un campo de flores, apenas tocando el césped. No le importaba más nada, únicamente ese momento, reviviéndolo en su mente y cuerpo una y otra vez.
—Rita, ¿qué tienes? —Chasqueó los dedos, devolviéndola a la realidad—. ¿Son gases? No tienes que contenerte, a todo el mundo le pasa.
—¡No son gases! —De repente, escucharon un fuerte sonido proveniente de un rincón oscuro, lugar usual de golpizas—. ¿Qué fue eso? ¿Deberíamos llamar a un profesor? —preguntó asustada.
—No es necesario. — Caminó en dirección al ruido. Rina lo persiguió luchando contra sus miedos. Lo más probable era que fuera obra de algún yankee… y así lo fue. No hallaron a ninguna víctima, sino a un único estudiante golpeando la pared.
«¡Es Jack!», exclamó internamente la joven.
—Jack el destripador —lo nombró Kimura reconociendo muy bien al pandillero, a pesar de que nunca tuvieron un encuentro cara a cara.
«¡¿Qué haces?! ¡No le gusta que lo llamen así!».
El hombre observó a Kimura, sin notar a Rina, y contestó:
—No me agrada que me llamen con ese apodo. —Dio dos pasos y puso sus manos en los bolsillos.
—Si no quieres que te digan Jack el destripador, haz algo para limpiar tu reputación. En la clase de biología rebanaste un órgano y después…
Impaciente lanzó un puño al rostro del adolescente. Kimura rápidamente estiró el brazo atrás, tomó a Rina de la mano y la hizo agacharse junto con él, para que al esquivar el puño, no tuviera la oportunidad de llegar a ella. Allí Jack logró percatarse de su presencia.
—¿Rina? —La sensación de peligro la abandonó, elevó la vista. El gigante se veía aún más grande y atemorizante—… —Jack reconoció esa mirada temerosa. Perdió un día de tutoría por su culpa, alejando la posibilidad de obtener el premio que tanto quería.
—Eso estuvo cerca. —Kimura la ayudó a levantarse.
—Rina… —Observó a su tutora mantener un mejor trato con otro yankee, incluso le sonrió al tener contacto visual. No entendía qué hacía a Kimura especial, para no salir despavorida huyendo. Un aura rojiza lo envolvió, una que la chica diferenciaba en las personas más intimidantes de la escuela.
—Él va… él va… —La tempestad se aproximaba lentamente a destrozar todo su paso. Rina no retrocedió, pero tampoco logró apartar el terrible temor.
El pandillero liberó un grito, unas palabras que sonaron más acordes a ser pronunciadas por otra clase de persona:
—¡¿Qué tiene ese fracasado que yo no tenga?!
—…
—…
Ninguno supo qué decir.
Jack jadeó enfurecido y señaló al joven.
—Es un yankee, ¡¿por qué no te asusta?! ¡¿Es por qué no lo apodan como maldito asesino serial?!
—¿Qué está diciendo?
—Yo… yo… no, yo no. —Rina era quien estaba más confundida.
—¿Qué lo hace especial? ¿Es más fuerte que yo? ¿Alguien más es más fuerte que yo? Necesito saberlo. —Jack avanzó decidido a conseguir una respuesta.
Rina volvió a ver el aura rojiza y con valor se puso en medio.
—¡No, por favor! ¡No lastimes al senpai!
—Uwu —pronunció Jack en voz baja, totalmente audible para Kimura.
—¿Uwu? ¿Acaba de decir uwu?
—¡No tienes que ser violento! ¡Yo… yo! —Rina continuaba batallando para cambiar ese lado de sí, actualmente con la culpa de no cumplir con su deber, y prejuzgar a alguien que necesitaba ayuda—. ¡Perdóname por escapar de ti!… Le temo a los yankees, pero Kimura senpai ha… ha… —Tenía que encontrar una razón que lo convenciera. Su corazón palpitaba a mil por hora, no quería mentir, negar que solo buscaba ser su amiga. Superaría dos obstáculos si lo decía, y se aprontaría para los siguientes. Intuía que tendría que esforzarse como no lo había hecho jamás. Todo sea por tenerlo a su lado. Reunió aire en los pulmones y declaró su amor a los cuatro vientos—: ¡KIMURA SENPAI HA CONQUISTADO MI CORAZÓN! ¡ME GUSTA, ME GUSTA MUCHOOOO!
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