Yankee love © - 25
El evento ocurrido una madrugada en un parque, trascendió a la fecha. Ninguna pandilla olvidaba los disturbios, sobre todo si involucraba la temida derrota.
Antiguamente la sociedad denominaba a los yankees como “delincuentes juveniles”, haciendo alusión a la rebeldía que superaba fronteras como las de no aceptar las reglas impuestas como estudiantes, a manifestarse en contra de la autoridad de los adultos y mostrarse con cabelleras llamativas, que señalaran lo disconformes que estaban con el funcionamiento de esa sociedad. En aquel entonces, nombrarlos delincuentes reflejaba un descontento común en los ciudadanos que sí seguían las normas, sin embargo no tenía el mismo peso que en la actualidad.
Kimura conocía la diferencia entre el antiguo concepto de “delincuente juvenil”, con el abusivo adolescente o adulto joven que veía claramente en la preparatoria y fuera de ella. Kaito le dio un buen ejemplo de esas barreras que rompían para actuar frente a ciertas injusticias, como la discriminación al diferente que no podía alcanzar los estándares establecidos por los poderosos, o que se perdían dentro de un sistema que premiaba a los genios y esclavizaba a quienes no lograban adaptarse.
Todo a su alrededor se estaba saliendo de control. La pandilla que planeó proteger junto a los ideales de Kaito, más que una pandilla escolar, era una de delincuentes, solo eso.
Recibió una llamada minutos antes de la salida, comprobando que debía cambiar algo en su manera de hacer las cosas. Verse como un fracasado ya no serviría, si continuaba distanciándose del grupo por haber fallado en su última iniciación, perjudicaría a más personas.
La solitaria chica que recorría los pasillos en busca del presidente del consejo estudiantil, fue hallada por un cuarteto de yankees altamente peligrosos, basándose en la descripción proporcionada. Anzu se resistió a ser capturada, intentando forcejear para liberarse, pero la golpearon sin importarles que se tratara de una mujer. Algunos estudiantes promedio presenciaron el hecho en un rincón del patio desde la ventana de las plantas superiores, decidiendo ignorarlo. Nadie quería involucrarse con los yankees, mucho menos para defender a una chica que posiblemente formaba parte de ellos. Anzu no había demostrado lo contrario, enfrentándose a quienes la molestaban utilizando la violencia física. Creó su propio perfil, aislándose de la totalidad de sus compañeros. Esto la condenó.
Mareada a causa de los golpes en el rostro, miró arriba, apenas entre el movimiento de sus ojos pesados, diferenció siluetas deteniéndose a verla caer. No los culpaba, contribuyó a que le dieran la espalda, no obstante dolía, dolía ver que nadie la ayudaría, dolía pensar en sus amigas corriendo hacia ella, exponiéndose al peligro.
«No quiero que me encuentren así. Rápido, sáquenme de aquí». Liberó un par de lágrimas inconscientemente, cuando juró que nunca ningún desgraciado como un yankee, la vería llorar. No pudo contenerse, la tristeza y rabia era demasiada.
—Llevémosla debajo del puente. Nos acaban de despejar el camino —oyó la voz de uno de los agresores, como si hubiera cumplido su deseo.
El asunto era más grave de lo que temía. No comprendía el motivo, pero estaba dentro de un conflicto importante.
Manejar las repercusiones de sus actos era imposible. Se introdujo en un mundo violento, tendría que lidiar con él, era el camino que eligió para su etapa de juventud. Kimura se despidió de la meta de estudiar para acudir al llamado. Cada vez que intentaba avanzar, normalizar su vida alterada por este camino, las circunstancias modificaban el rumbo.
Los enemigos aguardaron su llegada. Conversaban sobre temas que Anzu no comprendía, pensó que tal vez inventaron un código para comunicarse. Repetían mucho “vestimenta blanca”, planeando llevarla en todo momento. A pesar del dolor de las heridas, se esforzó en buscar sentido, hallar respuestas. No eran simples rivales desquitándose, algo más se escondía en sus intenciones, lo intuía.
Diez minutos después, Kimura se presentó.
—Ahí estás, Kimimura —dijo uno, tomando el liderazgo de los cuatro.
Kimura concentró su mirada en Anzu. Cruzaron la línea con ella, utilizándola para atraerlo. Sintió impotencia de no haber podido evitarlo, luego culpa.
—No te enojes. Tienes que entender, lo que hiciste… tiene sus consecuencias —siguió el mismo pandillero acortando la distancia entre ellos.
—Hanzo —le habló a la chica con la cabeza agachas, no podía ni siquiera hablarle a la cara.
—No hay ningún Hanzo aquí. Déjate de tonterías, hombre. —Dio la señal, el resto lo rodeó.
—¿Todos ellos te golpearon? —le preguntó a la víctima reaccionando de una forma calmada, extraño, partiendo de su historial como un yankee escandaloso.
Anzu no quiso responder, aunque se lo dijera, el resultado sería el mismo, lo lastimarían.
—He escuchado sobre tu hermano mayor. Era un sujeto formidable, con su discurso cursi de protección pudo manipular a muchos. Solo sacaba los puños cuando era necesario. —Se inclinó para verle el rostro—. Estoy haciendo esto porque es necesario, lo sabes muy bien. Kaito Kimimura lo entendería, me daría la razón.
Kimura abrió los ojos como platos. No aceptaba que un abusivo pronunciara el nombre de la persona que más respetaba. Contuvo la ira, hizo lo mejor que pudo para no liberarla.
—¿No harás nada?
—Kimura. —Anzu quería protegerlo, pero estaba atada de pies y manos.
—Descuida, todo estará bien.
El mundo pareció detenerse para ella, le sonrió, el chico que le gustaba lo hizo, en medio del caos. Los yankees se le abalanzaron, proporcionándole una paliza, de la cual no levantó ni un dedo para defenderse.
—¡No! ¡Kimura! —Se tiró al suelo, imposibilitada de moverse como quería. Trató de zafarse de las ataduras, sin embargo las cuerdas lo impidieron.
Repartieron patadas, puñetazos en distintos lugares del cuerpo. Provocaron cortadas que salpicaron sangre, le arrancaron algunas muelas, desprendieron mechones de cabello. Kimura soportó la acumulación de daño, pensando en lo que su hermano sostenía que era lo correcto. Su vida escolar, el contexto, la época no era la misma.
¿Qué haría?
¿Cómo impediría que algo así se repitiera?
¿Cómo podría tener amigos si eran usados como rehenes?
¿Cómo podría hacer feliz a sus padres llevando la vida que llevaba?
¿Cómo podría aceptar las cosas buenas que le pasaron si terminaría de esa forma?
Arrastrándose, Anzu mordió los tendones del pie de un sujeto. Este gritó y cuando levantó el brazo para golpearla, finalmente la salvación se presentó.
—¡Quietos! —exclamó un policía acompañado por cinco más.
Kimura había llamado a la enfermera de la institución, informándole que haría una locura debajo del puente. Preocupada, los llamó pudiendo rescatarlo de un peor resultado.
Los pandilleros se rindieron. Todos fueron llevados a la comisaría más cercana. El cuarteto era mayor de edad, como consecuencia de violentarse contra un menor, recibieron el peso de la ley. Kimura no supo qué sucedió con ellos después de separarse en los patrulleros. Esperó al adulto que lo atendería, antes de que Karin se encargara de encubrirlo nuevamente de Emiko, la enfermera lo visitó.
—No debiste venir —dijo el joven desganado en el pasillo de la comisaría.
—¿Creíste que te abandonaría? Soy tu enfermera. —Empezó a limpiarle las mejillas y desinfectar las heridas.
—Nunca te contraté. —Notó que lo trataba con amabilidad, diferente a como lo hacía en el recinto escolar—. ¿Quieres impresionar a un uniformado? Estás siendo más profesional hoy —bromeó.
—Escucha muy bien rebelde sin causa. Te diré tu maldito problema.
—Anciana grosera.
—Eres un obsesivo con síndrome de hermano mayor. Intentas arreglar algo que un simple jovencito no podría arreglar. No confías en nadie, no compartes tu carga con nadie. ¿Quién de tus más allegados sabe lo que pasó con Kaito? ¡Nadie, nadie lo sabe porque eres un maldito lunático!
—¡No hables de mi hermano! ¡No sabes nada! —Apartó la mano que suavemente lo curaba.
—¡Sé más cosas de la vida de tú! ¡Sé más cosas de las personas cuando las veo! ¡¿Piensas que viví tantos años por nada?!
Los gritos atrajeron a Anzu, quien esperaba afuera a sus padres para que la recogieran.
—¡No necesito tus sermones, solo necesito a Kaito aquí! —Kimura abrió la puerta y huyó.
Anzu percibió la tristeza del joven como si fuese suya. Había tanto que no conocía de él, que cualquier intento por acercarse sería un descubrimiento nuevo. Deseaba saber más, comprender lo que guardó en su corazón al admitir que lo quería. Persiguió sus pasos, afuera, en la vereda, Kimura se detuvo. Vio la sombra de Anzu detrás, todavía debía disculparse con ella. Luchó contra el tormento de emociones y entre palabras cortadas pidió.
—Golpé-ame.
—… —Anzu guardó silencio y se posicionó delante.
—Te hirieron por mi culpa, planeaban llegar a mí usándote.
—No voy a hacerlo —se negó con seriedad.
—Me golpeas hasta cuando no me lo merezco.
—Siempre te lo mereces por idiota —lo interrumpió—. Pero ahora no es así.
—¿Por qué? Fue mi culpa. —Estaba empecinado en culparse, en sentirse la peor persona del mundo.
No comprendía por qué los demás se preocupaban, por qué alguien como Rina se engañaba convenciéndose de estar enamorada de un hombre que fue amable con ella un par de veces. Si les dio razones, si existía una razón para que Anzu siguiera allí a pesar de ser la víctima, quería hacerla desaparecer, cortar cualquier lazo.
—Estás haciendo lo mismo que Saki. Huyes. ¿Recuerdas qué sucedió cuando la encontraste? ¿Cuáles fueron tus palabras?
—Es distinto.
—¿En qué es distinto? Explícamelo —exigió cerrándole las salidas.
Se lo debía por involucrarla en sus problemas.
—Yo… —Revelarle la verdad, arriesgarse a confiar en alguien que conocía hace relativamente poco, no alcanzaba para sentirse seguro.
Anzu lo percibió enfrentando un conflicto interno, no pretendía hacerlo pasar por eso después de sobrevivir a la paliza, así que desistió de presionarlo. Recordó a sus hermanitos, tratando de contarle las travesuras que provocaron un desastre en la casa. Kimura se veía exactamente como ellos. Optó por tranquilizarlo, colocó su mano en la mejilla del joven y dijo:
—Está bien. No te exijas demasiado. Nunca te culparía, ni te odiaría.
Kimura vio su reflejo en los ojos celestes de Anzu. Ocurrió primero con Manami, mostrándose débil al fracasar, ahora era Anzu quien lo contenía. De a poco la coraza se rompía y eran precisamente las chicas del club, las que lo hacían posible.
Nadie emitió sonido, durante un par de segundos se miraron. Anzu olvidó que estaba tocando al primer amor de su vida, los nuevos sentimientos de una adolescente frenada por las malas experiencias de los adultos, todavía estaban construyéndose, madurando.
Se separaron y cada uno regresó con su familia. Karin recibió a Kimura molestándolo con la apariencia, ocultando nuevamente el secreto de ambos, nacido la misma madrugada después del episodio del parque.
Transcurrido el fin de semana, los padres de Anzu tuvieron una reunión con el director acerca de la irresponsabilidad del establecimiento en no impedir que cuatro sujetos secuestraran a su hija. También dialogaron sobre los estudiantes que allí concurrían. Nadie dio aviso, y eso era imperdonable. Anzu tomó parte de la responsabilidad por comportarse inadecuadamente con sus compañeros. El director les pidió actuar con cautela, no alarmar al alumnado, ni al grupo de padres que contribuían al funcionamiento de la institución, prometiéndole tomar serias cartas en el asunto.
Convocó a una reunión de profesores para notificar del suceso, Kurosawa fue el primero en decidir hablar con cada uno de sus grupos a cargo, comprometido con erradicar la violencia. Reprobaría a todo aquel que no denunciara situaciones de acoso escolar, sin importarle las calificaciones, ni mucho menos las quejas de los padres de los estudiantes, siendo el más estricto del cuerpo docente.
Los días sin clases sirvieron para que Kimura y Anzu se recuperaran. A mitad de semana tendrían las pruebas escritas. La chica prefirió estudiar por su parte al regresar en la noche, alejarse de los asuntos del consejo estudiantil a pedido de Manami. La visitó al día siguiente de la pelea, angustiada con las secuelas.
Mientras completaba un simulacro de prueba, rememoró las palabras de su amiga. “Yamato quiere desenmascarar al líder. Apártate y verás cómo solo y sin ayuda lo logra. Siempre ha sido bueno en resolver misterios.”
—El líder… no creo que sea sencillo desenmascararlo. Manami, ¿por qué me mientes? ¿Qué pretendes hacer?
En la mansión, Manami estornudó.
—Alguien está hablando de mí. —Abrió la puerta, permitiéndole pasar a su invitado—. Te arreglaste el cabello, esto no es una cita, ¿sabes? ¿Es la primera vez que visitas una mujer? Era de esperarse, eres aburrido.
—¿Por qué me llamaste? —preguntó Takeshi. Tenía la mala suerte de soportarla durante las tutorías con el carácter dominante de una niña rica, como para verla también en sus ratos libres.
—Descubrí que eres el espía de Yamato en la pandilla. Ahora serás el mío, todo lo que sea del presidente, es de la vicepresidenta.
—No soy un objeto. —Se enfadó, aceptando una taza de té.
El rostro de Manami no se parecía el mismo de principios de día. Lucía agotada, Takeshi pensó que el puesto en el consejo estudiantil era muy demandante.
—Te ves cansada. ¿Por qué no lo dejamos para otro día?
—Preocúpate por una chica que te aprecie, desalmado destroza-cabezas.
—Olvidé que noqueé a tu querido Kimura. —Recibió el insulto sin chistar.
—Saliste beneficiado, logré que Sayumi te acepte en el club de kendo.
—¿Lo lograste? ¿Cómo? No ha querido hablarme desde… —Recordó el vergonzoso encuentro con la dueña del club, cuando ella cayó sobre él en una pose comprometedora.
—Entre mujeres nos entendemos. Además creo que le gustas.
—Juegas conmigo. —Avergonzado, no le creyó lo último.
—¿Cuáles son las novedades? Me muero por saber qué hacen los yankees.
—Pelean por estupideces. Lo único que me llamó la atención fueron ciertas palabras que los nuevos como yo desconocemos el significado. Dijeron que debíamos ganar su confianza para saberlo.
—¿Palabras? ¿Qué tipo de palabras?
—Vestimenta blanca. Si salen deben llevar vestimenta blanca. Los mayores se encargan de salir así. Aún no descubro qué quiere decir. Existen lugares de encuentro fuera de la escuela donde ellos, se supone, que asisten con “vestimenta blanca”.
—Entiendo. Debes esforzarte por escalar. Estás en tercer año, apresúrate.
—Es fácil decirlo —se quejó, ahora tenía otro motivo para infiltrarse, más que tener la oportunidad de enfrentarse con tipos fuertes, probando sus habilidades.
—Hemos avanzado. Personalmente haré copias de los exámenes escritos, los enviaré para que un profesional analice la caligrafía, y devuelva un perfil psicológico de cada pandillero. Develaremos el secreto de la pandilla escolar. Si utilizan un código y su líder se oculta, es porque hay algo más. —Manami cruzó las piernas, satisfecha con la información. Seguramente protegería a Kimura al averiguar sobre el grupo que tanto deseaba entrar, poniendo su vida en juego—. Será un camino duro, pero siento que estamos cerca de hallar la verdad. —Sonrió.
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