Yankee love © - 27
Un sábado caluroso inauguró las vacaciones de verano. La noche anterior, Kimura se desplomó en la cama sin cenar. Fue una semana complicada, afortunadamente aprobó por un punto las pruebas escritas. Cincuenta y uno sobre cien, nada mal para alguien que prefería pasarse los días de vago.
Despertó en la misma posición, no habiéndose movido en toda la noche. Le dolía el cuello, y la espalda lo estaba matando. Mientras corría las cortinas para que ingresaran los rayos del sol, recordó el sueño que tuvo, uno que se mezcló con un recuerdo intacto en su memoria.
Luego de regresar de la universidad, Kaito invitó a su pequeño hermano de ocho años a la tienda por alimentos para preparar la cena. En ese tiempo ya se había despedido del color amarillo de su cabello, y del peinado elevado. Kimura decidió esperarlo afuera usando los minutos en los que Kaito seleccionaba los ingredientes, para jugar su videojuego favorito en su consola favorita.
Después de perder una partida muy importante, frustrado, volvió a la realidad diferente a la ficción del apocalipsis zombi. Visualizó tres miembros de una pandilla de motociclistas arribar al local. Se maravilló con las motocicletas, eran enormes. Aguardó a que los hombres ingresaran para observarlas más de cerca.
—Wow, son increíbles. —Conservaba la mala costumbre, junto a la de apodar a los demás, de tocar lo que no era suyo. Deslizó la mano sobre el manubrio de la motocicleta más grande, la cual mantenía el ruido de los motores indicando que continuaba encendida. No tenía idea de cómo se manejaban, según lo que visualizó en películas norteamericanas, sostenían los extremos del manubrio. Probó hacerlo, sin considerar las consecuencias de sus actos. La motocicleta se accionó, arrastrándolo metros hacia la calle.
—¡¿Qué rayos está pasando?! —exclamó el dueño del vehículo saliendo de la tienda con un cigarrillo entre los labios.
Kaito se asomó detrás de los estantes, alertado por el escándalo.
—¡Kimura! —Corrió sin importarle los objetos que obstruían su paso.
El niño soltó la motocicleta cayendo en medio de la calle. Le dio un buen susto ser arrastrado, sin embargo estaba prácticamente ileso. Regresó al estacionamiento del comercio, allí fue interceptado por el furioso sujeto.
—¡Condenado niño! ¡¿Trataste de robar mi motocicleta?! —Lo recogió sosteniéndolo del cuello de la ropa.
—¡Suéltame, gorila! ¡Voy a golpearte lo juro! —Pataleó Kimura.
—Discúlpelo, señor. Le pagaré los gastos si su motocicleta recibió daños —intervino Kaito preocupado.
—Así que eres responsable de este mocoso ladrón. —Lo devolvió al suelo agresivamente.
—¡Maldito, mi hermano va a darte una paliza! ¡Es muy muuuy fuerte! ¡Fue líder de una pandilla escolar!
Los otros dos motociclistas se metieron en la discusión. Kaito quería resolver el asunto sin recurrir a la violencia, pero Kimura no ayudaba señalándolo como el líder de una pandilla escolar.
—Kimura, ya basta. Discúlpate con los señores —ordenó.
—¿El líder de una pandilla escolar? ¿De esos mocosos revoltosos que se apropian de territorios como si tuviera un gran negocio? Son un problema para nosotros.
—¡Sí es él, se apoderó de todo el territorio! ¡Es suuuper fuerte! —presumió. El impulsivo niño no sabía en el conflicto que introdujo a Kaito, él prefería no involucrarse con esa clase de grupos, estaban fuera de su alcance.
—No quiero tener problemas, le dejaré mi número para que me llame si encuentra algún da. —Kaito recibió un golpe en el rostro que lo derribó. El impacto fue imponente, proviniendo de un oponente que lo superaba en musculatura y estatura.
Kimura lo vio caer, sangrar, sin embargo no quitó la sonrisa de admiración. Confiaba en que se levantaría a darles su merecido. Esa sonrisa llena de esperanzas de su hermano menor, lo destruyó. Alimentó la imagen de héroe, era su culpa. Miró abajo, los hombres lo incentivaron a pelear, insultándolo, llamándolo cobarde. Eligió no luchar y dejar que la violencia satisficiera a los viciosos de ella.
Cuando los motociclistas terminaron de agredirlo, solo así, Kimura borró la sonrisa reemplazándola con una expresión de enojo, cerca de derramar lágrimas.
—¡¿Por qué no luchaste?! ¡¿Por qué no hiciste nada?!
Kaito, tambaleándose a causa de las heridas, se acercó a pesar de que Kimura estuviera enojado, capaz de ponerse a iniciar una rabieta.
Puso la mano sobre su cabeza.
—Entiendo tu enojo. Lamento decepcionarte.
— ¡Idiota! ¡Tú eres el más fuerte!
—Ja, ja —rio, aumentando el sangrado del corte en la frente—. Escúchame bien. Ser fuerte no significa ganar una pelea, ni repartir los golpes o patadas más letales. Las personas fuertes son otras, no las que crees.
—…
—Una madre soltera que trabaja todo el día y aun así tiene tiempo para poder ir a los eventos deportivos de su hijo. Un hombre que vive cada día sabiendo el desafío de formar parte de la misma rutina una y otra vez, o una chica que se esfuerza por apoyar y gustarle a un chico —mencionó casos que conocía, como el ciudadano promedio del país, el de su propia madre lidiando con dos hijos ausentes de padre, y el de Karin después de su declaración.
—Eso lo sacaste de una película —notó el niño.
—El punto es… —siguió.
—… Esas personas no salen en la televisión. No son como tú, ganaste muchas peleas con tus compañeros. —No comprendía el mensaje.
El joven suspiró, hacerlo le provocó dolor en las costillas, era probable que tuviera algunas rotas. Sonrió de todos modos rascándose la nuca.
—No es sencillo como parece… explicárselo a un niño que se la pasa jugando a matar zombis.
—¡Oye, estoy aquí, hermano idiota! —En puntitas de pies lo jaló de la oreja.
—Auch-ch-ch —se quejó.
—Sigues… sonriendo. Perdiste. ¿No estás enojado? —Se resignó soltándolo.
—Para nada… Creo que debo ir con un doctor.
—¡Hermano idiota! ¡¿Por qué no lo dijiste antes?! —Lo ayudó a dirigirse al hospital.
Kimura adolescente pensó en lo que su hermano intentaba explicarle aquella noche, lo que era ser una persona fuerte.
Emiko lo llamó en la puerta para desayunar. Amaneció de buen humor, su esposo retornaría de los viajes de negocios al hotel para pasar tiempo con la familia.
—Desayunaré luego, voy a hablar con Kaito —respondió.
—Ya veo… Recuerda limpiar la cocina cuando finalices, Karin no vendrá hoy. —Se retiró con su silla de ruedas para encargarse de la recepción.
—De acuerdo. —Se preparó y le dedicó parte de su mañana a Kaito.
Los visitantes del hotel aumentaron en el correr de las horas. Emiko debía apresurarse restaurando el espacio dedicado a las aguas termales para no perder clientes, así que apresuró a los trabajadores ofreciéndoles más dinero. Típico de una empresaria que velaba por el negocio, el que compartía con su primer esposo, quien abandonó todas las posesiones materiales para dedicarse a explorar su “alma” como solía justificar.
—William, dejaste que me hiciera cargo de todo el trabajo —lo mencionó activando el hechizo para atraerlo.
La puerta principal se abrió de par en par, permitiendo la entrada de los radiantes rayos de sol. Emiko en la recepción, fue cegada por la potente luz dorada.
— ¡My darling Emiko! ♡
Oyó el acento particular de un norteamericano de voz burlona. La luz se extinguió al cerrarse la puerta, mostrando la apariencia descuidada de un individuo vestido con ropas desgastadas, descalzo, cargando una mochila de montañista con varias latas y ollas colgando de sogas.
La mujer levantó el tubo del teléfono en respuesta:
—Policía, sí, un vagabundo ha invadido mi hotel.
—¡No soy un vagabundo, fui your first love! ¡Your young love! ¡Please! ¡¿Por qué siempre me recibes así?! —exclamó poniéndose de rodillas.
Emiko colgó. Ciertamente fue su primer y prematuro amor, tal fue la atracción irresponsable entre un extranjero y una japonesa, que dio a luz a Kaito con catorce años de edad, trayéndoles problemas a ambas familias.
—Porque siempre te apareces cuando espero a otra persona. ¿Qué quieres? —Avanzó amenazándolo con volver a llamar, esta vez con el celular, acercándoselo como si se tratara de un cuchillo.
—Please, no más problemas con la ley.
—No me interesan tus andanzas. Siempre me traes problemas, y apestas.
—My Kimura. Vine a pasar tiempo con mi hijo menor.
Emiko suspiró, quitarle el derecho de verlo sería cruel. Que haya optado por seguir un camino de “liberación espiritual”, no significaba alejarlo de la vida de Kimura.
—De acuerdo. Está con Kaito. —Bajó el celular.
—¿Papá? —Asomó una niña apenas abriendo la puerta. Tenía el cabello rubio como William, aspecto que ninguno de sus hijos varones heredó. Inmediatamente lo asimiló, nada se le escapaba.
—Tú… viniste porque…
—Hace tres días me enteré de que tenía una hija. —Sonrió nervioso.
Emiko le hizo una seña para que se inclinara. William creyó que lo felicitaría por convertirse en padre por tercera vez, pero se equivocó, la mujer enfurecida lo tomó de la larga barba.
—¡¿Pretendes que la cuidemos en las vacaciones de verano para que puedas escaparte a tus “retiros espirituales”?!
—Exactly —contestó sin pensar en el error que cometía.
Emiko le arrancó mechones de la barba en un apresurado movimiento.
—¡It hurts! ♡ —No pareció incomodarle, al contrario, lo disfrutó.
—¿Papá? Está caluroso afuera. —La pequeña se animó a entrar. Era tan encantadora a la vista que la enterneció y terminó liberando al hombre.
—Hola, cariño. ¿Cuál es tu nombre? —Le regaló una amigable sonrisa.
—U-U-Umi —dijo tímidamente.
—Es un bonito nombre.
—Lo es —concordó el padre. Emiko le pisó el pie moviendo las rudas de su silla.
—Siento que todavía me quieres, is true love ♡ —Resistió el dolor en los dedos transformándolo en placer.
Accedió a cuidarla, más por el hecho de rescatarla de ese sujeto incompetente. Umi tenía ocho años de edad, vivía en un pueblo cercano a una montaña rodeado de bosque con pocos habitantes. Visitar la capital representaba un gran cambio, todo la asombraba, temía de los ruidos de la calle y la cantidad de personas, razones por las cuales necesitaba estar en compañía de alguien responsable. El candidato perfecto, era Kimura, su nuevo hermano mayor.
El adolescente se preparó para comenzar con la limpieza del día, una vez restaurados los nuevos espacios se encargaría de ordenar y ambientarlo para los primeros huéspedes en usarlos. Cargó una pila de cajas llenas de toallas hacia la planta baja, allí se enteró de la noticia.
—¡¿Tengo una hermana menor?!
—¿Hermano? —Lo miró Umi con los ojos vidriosos, provocando que Kimura se enterneciera con ella.
«No, esto está mal. No puedo ser el hermano mayor de alguien», pensó apartando la mirada.
—Maldito viejo. ¿Qué has hecho?
—Oh, vamos a tener “esa charla”. Veinticinco años y recién te interesan esos asuntos, maduraste very slow. Well, the first thing you have to do is take your…
Kimura dejó caer las pesadas cajas sobre el pie ya herido de su padre.
—Esta bienvenida es algo… ♡
—Tengo diecinueve años. Ni siquiera conoces mi edad, viejo pervertido, tch —chistó deteniéndose a pensar. Cualquier voluntario era preferible antes que William, pero incluirse no estaba dentro de sus planes. Iba a pasar las vacaciones en el hotel trabajando, lejos de las peleas y los problemas escolares.
—¿Por qué no van juntos a la playa? Disfruta la juventud. Invita a un par de amigos —propuso el padre.
—No quiero.
—Vamos. —Le secreteó para convencerlo—: Sé que no te gustan los niños, si invitas a más personas podrán ayudarte.
Era una buena salida por el momento. Todavía no procesaba del todo la noticia de tener una hermanita, este acontecimiento modificaba la integración de su familia, el círculo social seguro que conocía muy bien.
Acudió a los números guardados en su celular, procurando abandonar su lado yankee, planteándose proteger a Umi y aparentar ser un adolescente promedio, de los que ansiaban visitar la playa para divertirse, contemplar al sexo opuesto en trajes de baño, partir algunas sandías, etc. El club de ayuda operaba también en vacaciones, así que las miembros entusiasmadas aceptaron la misión.
Bastó con modificar el peinado, vestirse como lo harían otros, para exterminar las miradas de los ciudadanos que hablaban sobre él en la calle. Tomó a Umi de la mano, ambos caminaron hacia la estación de tren, recorriendo los espacios naturales que rodeaban kilómetros del hotel. La niña se encontraba tranquila, imitaba los largos pasos de Kimura como si fuera un juego. Sin embargo cambió al aproximarse más y más a la estación de tren. Temerosa, se aferró al brazo de su hermano, fijándose como una piedra inamovible.
—¿Qué pasa, Yumi? —preguntó equivocándose con el nombre, acto que la niña no corrigió.
—Hay… muchas personas —susurró.
—No tengas miedo, no van a hacerte daño. —Dio un paso siendo retenido por la insistencia de Umi de no avanzar—. Te divertirás en la playa.
—¡No quiero! —Lo jaló atrás hasta caerse a causa de las sudorosas manos del joven. Liberó un llanto, iniciando una rabieta difícil de controlar—. ¡Quiero a mi mamá!
—Tu mamá no está aquí, estoy yo que soy tu hermano. —Ofreció su mano para ayudarla a levantarse, pero Umi lo rechazó.
—¡No quiero un hermano, quiero a mi mamá!
«¿Crees que a mí me agrada la idea de tener una hermana? ¿Eeeh?», pensó escapándosele la mueca de un yankee.
—¡Eres feo, no me gustas! ¡Me asustas! —Regresó cruzando la calle sin percatarse de la circulación de numerosos vehículos. La persiguió atrapándola justo a tiempo. La abrazó contra su pecho levantándola, esquivó los autos que conducían a una gran velocidad. Uno de ellos impactó contra su pierna. Cayó arrojando a Umi a la acera. Se abstuvo de insultar, y se reincorporó como si nada malo le hubiese pasado.
—Tú…
Umi lo observó, un torbellino de ira descendería sobre ella, temió por su vida. Kimura se agachó a su altura y dijo.
—Casi me matas de un susto. No vuelvas a hacerlo. ¿Entendiste? —Fue el primer regaño como hermano mayor. Sin necesitar gritarle o enojarse, ocupó un nuevo lugar ganándose el respeto de Umi.
El trayecto fue silencioso, hasta que llegaron a la playa, cuando la hermanita sumamente asombrada exclamó.
—¡Es el océano!
Kimura notó la sorpresa, dedujo que no lo conocía. Se alegró al enseñárselo, algo bueno había surgido de su relación. Umi le sacó ventaja corriendo hacia la orilla. Suspiró aliviado, la niña saltaba de felicidad, chapoteando en el agua cuidando de no mojarse el vestido rosa.
El no actual yankee descansó vigilándola.
—¿Qué clase de vacaciones de verano son estas? —balbuceó. Últimamente su vida estaba dando vuelcos inesperados, uno de ellos se presentó en la voz de una joven a sus espaldas.
—Vaya, Kimura, no te reconocí con ese peinado.
Miró atrás, era Manami.
Las impresiones de verla en traje de baño lo dejaron sin palabras. Era una de las estudiantes más atractivas de la preparatoria, y sabía cómo usar sus encantos con los hombres, principalmente en ese ámbito.
«Acerté —pensó Manami poniendo una sonrisa para ocultar la actitud confiada—. Este es mi campo de batalla».
—Conque, ella es tu hermanita —inició la conversación.
Kimura lo especificó en el mensaje grupal, pidiéndoles ayuda para que Umi creara buenos recuerdos de la ciudad.
—Sí, es ella.
—Es adorable. No te preocupes, Anzu y Rina tienen experiencia cuidando niños, son las indicadas para este trabajo. —Siendo la menor de la familia, Manami no contaba con las habilidades para hacerse cargo, además de que los intentos por llevarse bien con niños no resultaron en el pasado. Los inquietos hermanos de Anzu la irritaban, procuraba no frecuentar con sus archienemigos.
—Ya veo. —El nuevo hermano mayor no apartó la mirada de Umi, temiendo que se alejara más de la cuenta.
«¡Solo me diste una mirada! ¡¿Es suficiente para ti?! —rabió la chica reflejándolo en una sonrisa tiesa—. ¡¿Cuánto más quieres que me esfuerce por gustarte?! ». Mordió el labio inferior, inquieta por la poca atención que recibía.
—¿Qué pasa, Manami? ¿Te duele la barriga? ¿Son gases? —Como si fuera por accidente, captó su acción.
«¡¿Por qué me miras justo ahora?!». Para empeorar la situación, un objeto volador impactó en su cabeza con brutalidad. Cayó hacia adelante enterrando el rostro en la arena.
—¡Cuidado con la bola! —avisó tarde la causante del deceso de una guerrera.
Kimura vio a Saki correr a la orilla, el pesado movimiento de los senos atrajo su atención. La chica empleó una táctica de guerra sin reconocer el campo de batalla en lo absoluto.
—Chuunibyou. —Recordó haber visto su ropa interior infantil e inocente, una noche después del cumpleaños de Rina. Le sorprendió ver que el traje de baño fuera más adulto. Saki nunca fue a la playa con amigos, así que no contaba con una vestimenta acorde a la ocasión, por lo que tuvo que usar la de su madre.
—No me llames así.
Manami furiosa se despojó de la arena. Saki percibió una presencia abrumadora cerca. Estaba en peligro si se quedaba allí. Consciente de ello, quiso iniciar la huida, no obstante una mano la tomó por detrás, jalándola del lazo atado que sostenía sus atributos.
—No iras a ningún lado.
En ese momento Saki sintió el verdadero terror. Si se movía el nudo se desataría, y si permanecía inmóvil Manami la castigaría.
—Ki-Kimura… ayúdame —suplicó. Viendo que Kimura se había alejado persiguiendo a Umi, que acababa de derrumbarle un castillo de arena a otro niño, exclamó—. ¡Me cambias por una niña! ¡No creí que fueras de ese tipo!
—¡Es su hermanita, idiotaaa! —Manami procedió a recogerla de la cintura, en un movimiento extraordinario la elevó en el aire y se dejó caer hacia atrás enterrándole la cabeza en la arena.
Otros chicos de preparatoria sentados en la orilla, fueron atraídos por la extraña escena de lucha libre de dos voluptuosas jóvenes, encantados con el despliegue de poder del “fanservice” en la playa.
—¿Vieron eso?
—¿A cuál de las dos se le desprenderá el traje de baño primero? ¿Quieren apostar? —El más delgado del cuarteto de mirones, preparó la cámara de su celular para gravar el momento.
—La de cabello negro parece más tonta, son las primeras en quedar desnudas.
—Oigan, ¿qué están diciendo de mis amigas? —Los sorprendió Anzu, mirándolos desde las alturas, desprendiendo un aura intimidante sobre ellos.
—Nosotros no estábamos. —El del celular trató de no quedar como un pervertido.
—No tenemos que darte explicaciones. Si tus amigas se comportan así en un lugar público no es nuestra culpa. —El más valiente se puso de pie, sin lograr superar la estatura de Anzu.
La pelirroja sonrió. No existía excusa válida para que las filmaran hicieran lo que hicieran. Había normas que protegían la privacidad de las personas en un sitio como ese, su madre trabajaba de salvavidas en la playa, lidiaba a menudo con jóvenes así.
—¿Qué te parece gracioso?
—Anzuuuu, queridaaaa —la nombró una persona en especial. Anzu respondió al llamado irritándose con la mujer más opuesta a ella que existía.
—Me tengo que ir. —Huyó caminando apresuradamente.
—¿Vas a jugar a las carreras con tu madre? De acuerdo, si es lo que deseas. —Tomó posición retirándose los flotadores de los brazos, que extrañamente utilizaba pese a que trabajaba como salvavidas y estaba en tierra firme.
Anzu miró atrás, una tormenta de arena se le avecinó sobrepasándola en un instante.
—Es una tonta. —Aprovechó la idiotez de su madre, que continuaba creyéndose genial y joven compitiendo con su hija, para perderla de vista.
—¿Qué fue eso? —preguntó Saki tendida en la arena, vencida por Manami.
—Es la mamá de… —Anzu le tapó la boca antes de que develara la identidad del individuo que más la avergonzaba en su familia.
—¡¿Es tu mamá?! ¡Es genial, es muy veloz, apenas logré verla! —comentó, siendo fácil de sorprender.
—Créeme, no hay nada genial en ella. ¿Dónde están Rina y Kimura? —No veía a ninguno cerca.
—Rina aún no vino y Kimura… —Manami lo descubrió caminando encorvado, sin energías, acarreando a Umi colgando de un pie, mientras esta se sacudía insultando a un par de niños después de meterles arena en las orejas.
—Esa es su… —dijo Anzu.
—Su hermanita. Pensé que era adorable, pero… —El comportamiento de la niña variaba constantemente, pasando de ser tímida y tranquila, a ser una buscapleitos difícil de dominar—… Bueno, se parece a Kimura. E-eso… es adorable —reformuló Manami sonriendo. Todas se enfrentaban a un duro comienzo de las vacaciones de verano.
—Les… daré mi sueldo entero si… —empezó pidiendo Kimura soltando a Umi—… Si me ayudan con este monstruo. —Desfalleció.
—¡Me dijiste cabeza de calabaza! ¡¿EEEH?! ¡Te escuché, ven aquí mocoso! —Umi retornó a las peleas, haciendo que el esfuerzo de Kimura fuera en vano.
—¡Ah! Hay que ir tras ella… Anzu. —Manami le delegó la tarea a la más indicada del grupo.
—La llamaron cabeza de calabaza. Yo hubiera hecho lo mismo.
—¡Esa no es la respuesta que quería! ¡Eras nuestra última esperanza! —resaltó excluyendo los intentos de Saki como una posible solución.
—La pequeña bestia ha escapado de la jaula elaborada por mi sirviente. —A pesar de eso, Saki actuó.
—Creí que la etapa del Chuunibyou había pasado —la interrumpió Manami.
—¡Descuida, fiel sirviente! ¡Usaré mis poderes para traerla de regreso! —Persiguió a Umi. Terminó siendo pateada por ella, totalmente inmovilizada para continuar.
—No esperaba nada de Saki e igualmente me decepciona. —A la pianista se le acababan las ideas, sin embargo presenciar la derrota de su amado la motivó a seguir adelante y tomar las riendas del asunto. La enfrentó como lo haría una adulta.
—Umi, no puedes insultar a los demás y golpearlos solo porque te llamen cabeza de calabaza. Puede que tengas una cabeza grande, pero eso no te da el derecho de…
—¡Eres una vieja fea! ¡Nunca vas a gustarle a mi hermano! —No necesitó patearla para destruir todo en lo que creía.
—¿Vi-vi-vieja?
—Oye Kimura, resiste. —Anzu empujó el hombro con mínima fuerza, bastó para hacerlo desplomarse por completo—. ¿Y te quieres volver el líder de los yankees? Vamos, levántate. —Lo sacudió sin recibir ninguna respuesta de Kimura.
Cuando todo parecía perdido, un ángel apareció en medio de la desesperación cargando un cesto de comida y muchas golosinas que Umi detectó con el olfato, neutralizando su agresividad.
—La-lamento la tardanza. Me-me cuesta pasear en la playa en traje de baño.
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