Yankee love © - 29
Una hora antes de la confesión, Manami descansó en su habitación tomando una taza de té. Su padre continuaba en un viaje de negocios por Europa, y con el reciente divorcio su madre no regresó a la mansión, ni siquiera para defender sus bienes que le correspondían por derecho, o en el último de los casos, visitar a su hija menor. Las mucamas fueron las únicas en encargarse de cuidarla, no recibía cariño, ni una atención humana, ya que la mayoría envidiaba la posición económica de esa poderosa familia, demostrando un trato frío con la joven. Apenas ingresaban a la habitación a preguntarle si necesitaba algo. Todas eran madres, por lo cual perfectamente podían prestar su oído para escucharla, pero nadie lo hizo.
El asunto del partido con Anzu dio vueltas en su mente. No perdió, tampoco ganó, sin embargo tenía el camino abierto para actuar como quisiese. Su amiga desistió de declararse, y sus planes peligraban tras notar un acercamiento directo de Rina hacia Kimura. Haberle sacado el honorifico “senpai”, aproximarse sin titubear, eran grandes pasos viniendo de una tímida adolescente, a quien hace no mucho la aterraban los yankees. Manami era una buena observadora, la matrícula importante del alumnado no le impidió conocer a los estudiantes de primer año. Antes de volverse más cercana a Rina, la veía en los patios escapando de la presencia distante de los pandilleros. En aquel entonces pensó que no duraría mucho asistiendo a ese lugar, sin embargo la valentía oculta pudo más que el miedo.
El amor en ella era sincero, puro, incluso hermoso. En cambio el suyo, estaba sujeto a introducirse en la oscuridad si era necesario, para salvar a Kimura de un futuro violento. Entendió el mundo de los adultos a temprana edad, pensaba que él también había experimentado lo mismo, para plantearse un objetivo así.
Dio el último sorbo, era temprano para dormir, pero estaba agotada. Se recostó sobre la almohada, cuando su celular sonó.
—¿Yamato? —Atenderlo empeoraría la noche, así que depositó el dispositivo sobre la mesa de luz. Nuevamente se escuchó el tono, repitiéndose ocho veces—. ¡Qué molesto! —atendió—. ¡¿Qué quieres?! ¡Intento dormir!
—¿Tan temprano? ¿No eras de las que prefieren la noche? —rio irritándola con sus aires de grandeza.
—Si no me dices qué quieres colgaré.
—Está bien, está bien. Lamento interrumpir tus vacaciones. Tengo noticias importantes. Me enviaron los resultados de los análisis caligráficos.
—¡¿Qué dices?! ¡¿Por qué a ti?! ¡Yo pagué por los servicios! —reaccionó disgustada, que Yamato los obtuviera antes que ella, le daba una amplia ventaja.
—Desvié la información. Eso te sucede por descuidarte, chica enamorada. Iré al grano, los análisis fueron anónimos, de esta forma no se comprometió la integridad de los estudiantes. Es una lástima, quería leer información de todos los pandilleros, contratar un servicio clandestino mancharía nuestra buena reputación, así que…
—Dime los malditos resultados —exigió perdiendo la paciencia.
—Cuida tu lenguaje, frecuentar con yankees te ha robado finura. Hay uno de ellos que manifiesta un… déjame leerlo, un… “Trastorno esquizoide de la personalidad”. Curioso, ¿no?
—Un trastorno de personalidad.
—Lo has escuchado, un patrón de pensamiento, desempeño y comportamiento marcado y poco saludable.
—Sí, lo he escuchado. ¿Qué hay con eso? Es muy común hoy en día.
—Solo un examen ha indicado una inclinación hacia ello. No habló de un diagnóstico al cien por cien, pero explicaría por qué el líder prefiere esconderse, usar una máscara para cubrirse.
—Tus especulaciones no tienen fundamento. Cualquiera podría desarrollarlo, hasta los estudiantes que no pertenecen a la pandilla.
—Piénsalo de esta manera, reducimos la búsqueda a un grupo determinado. Tenemos un dato relevante acerca de uno, es un buen comienzo. Además convivimos con muchos “raritos” como los yankees… alguien con este padecimiento, actuaría de la forma que lo hace el líder, antinatural y poco saludable.
—Ja, ja, tu desesperación por encontrarlo te ciega. Te vuelves poco objetivo. — se burló. Aunque si hubiera una posibilidad de que el líder tuviera esa clase de problemas, nada le señalaría quién era en realidad.
—Tal vez me precipito. Daría absolutamente toda mi herencia apostando a que Kimimura es el líder. Encaja a la perfección, con lo que sucedió con su hermano mayor.
—¡! —Manami abrió los ojos como platos. La acusación de Yamato tampoco tenía fundamentos, no obstante la confianza en su voz era tal, que temió con solo considerarlo—. ¡¿Qué estás diciendo?! ¡Kimura no se escondería como un cobarde! ¡No sabes nada sobre él!
—Tú tampoco pareces saber mucho sobre él, al igual que sobre mí. Soy yo el que tiene la información, podría estar mintiéndote sobre el anonimato. No soy tan noble como tú. —Le inculcó la duda, aumentando su estado de confusión.
—… —Si Kimura era el líder, se habría enamorado de una falsa carcasa. Todo lo que creía se desbordaría por completo. Admiraba la determinación del joven de arreglar la pandilla, después de que Kaito la iniciara al rebelarse contra el director en una causa justa, sin embargo eso no era lo principal que la atraía. Era un chico igual de trastornado que ella, presos de sus debilidades, pero preparados para afrontar lo que se presentara.
—¿Por qué el silencio? No me digas que dañé tu corazoncito. Eres un chiste, Manami. Buscas un héroe que no existe, pareces una niña.
—Cállate… eres un manipulador. Nunca debí relacionarme contigo. —Apretó el celular con la mano temblorosa.
—No me culpes a mí. Es Kimura quien no es sincero contigo. Corrígeme si me equivoco, una persona es sincera con otra si se lo merece. Algo estás haciendo mal. ¡Ja, ja, ja, ja, ja! —Yamato liberó una carcajada escandalosa. La castigaría por enamorarse de un ser repulsivo como Kimura, reemplazarlo con él fue una humillación enorme.
Manami finalizó la llamada estrellando el celular contra la pared. Desconcertada, abrazó sus piernas. Luchó con todas sus fuerzas para olvidar la conversación, convencerse de que Yamato quería lastimarla por romper el noviazgo. No tenía pruebas concretas para afirmar sus teorías, también pudo mentirle sobre cada cosa.
—Papá, te necesito —manifestó sintiéndose abandonada. Afuera, oía a las mucamas reírse al igual que el presidente del consejo estudiantil. Desesperada, se aferró a los agradables sentimientos que despertaba Kimura en ella, y decidió confrontarlo, lo que fuera antes de continuar allí, sola.
—¡¿Manami?!… ¿Qué haces aquí? Casi me matas de un susto. —Retrocedió. Le llamó la atención la apariencia descuidada de la chica, no solía verse despeinada, como si acabara de despertar de un mal sueño.
—Vine a decirte algo importante, algo que he estado guardándome este último tiempo. Hagas lo que hagas, lleves la vida que lleves. Si caes tratando de arreglar la pandilla de tu hermano, caeré contigo. —Lo acarraló contra los casilleros, enseñando una expresión de seriedad inusual en ella—. Me gustas. Kimura Kimimura, estoy enamorada de ti.
«¿Qué… te he hecho?». La expresión de Kimura lo dijo todo. Verla de esa forma expresándole su amor, lo apenó terriblemente. Se sintió culpable de llevarla a esos extremos. Deseó volver en el tiempo y evitar aquellos momentos que la enamoraron. Si fue amable, o se preocupó por su seguridad, en ayudarla, borraría cada instante para evitar ese futuro.
—¿Por qué me miras así? Una mujer te está ofreciendo su amor. Deberías estar feliz de que alguien te ame. —Bajó la mirada, una parte de sí comprendía a Kimura, esa parte que le rogaba salir del hotel y dejarlo en paz con su objetivo.
—Lo siento. —Miró a un costado, ahora avergonzado por hacer evidente su tristeza.
—Por favor. Acéptame y te prometo que todo mejorará —declaró sin atreverse a mirarlo a la cara. La osada Manami, astuta y arriesgada, quien sobrepasaba los límites por él, acabó siendo una chica desalineada rogando por aceptación.
La confesión de Rina fue muy distinta, tenía las mismas intenciones de no involucrarla en una relación, cuyos sentimientos no eran correspondidos, no obstante algo variaba con esta vez. El simple hecho de estar cerca de ella, la hacía peligrar. Era su propia enemiga y Kimura potenciaba a ambas.
—Lo siento, no puedo.
—No te preocupes por mí… solo… quiero estar contigo. Pase lo que pase, decidas lo que decidas. Quiero ser tu pareja.
—… Son mis problemas, no tuyos. ¿Qué clase de hombre sería si te hago parte de ellos?
—¡Pero yo…!
—¡He dicho que no! —gritó dolido de hacerlo.
—…
—Mírate, apenas se te ve la mitad del rostro. Ya no sonríes como antes. Desde que eres la vicepresidenta no visitas el club, siempre estás cansada, te desmayas. Ayudaste a que los yankees estudiaran, tuvieran su lugar aparte de vagar por el patio y fumar en los rincones. No debes hacer nada más, mucho menos cuando se trate de mí —Kimura demostró que Manami sí ocupaba su atención.
Concurrió en varias ocasiones al club antes y después de las pruebas. Rina seguía alimentándolo, jugando al jenga como siempre, a pesar de la confesión siguieron siendo amigos. Saki continuaba con su chuunibyou haciéndolo rabiar con sus historias, a pesar de que en el pasado huyó de cualquier vínculo. Anzu en una actitud defensiva, lo ayudaba con ejercicios atrasados de clase, a pesar de recuperarse de una paliza. Todas siguieron adelante, esforzándose por mantenerse unidas. Manami no logró ver esas escenas, estando pendiente del consejo estudiantil. Tenía los mejores ejemplos a su alrededor, sus amigas afrontaban los obstáculos y los superaban, mientras ella giraba mortificándose para protegerlo de algo que ni siquiera sabía qué lo generaba, ni cómo afrontarlo.
—Vuelve a casa. —Le tocó el hombro.
—No hay nada en aquel lugar. Pagué por una habitación, me quedaré aquí.
—Está bien. Te acompañaré. —Kimura tomó la iniciativa y la sostuvo de la mano. Cayó de nuevo en su hábito de ayudar a los demás. No abandonaría a Manami, la veía afligida. Aunque hace no mucho deseó que cada momento junto a ella desapareciera, realmente no quería borrar a una de las responsables de brindarle buenos recuerdos como un adolescente normal.
Ninguno habló caminando hacia la habitación. Manami presionó la mano del joven, sabiendo que ese sería el único contacto que tendría con él. Arribando a su destino, se separaron.
—Si necesitas algo, no dudes en llamarme. Me encontrarás al final del pasillo.
—Estaré bien. Te he causado muchas molestias hoy. —Se reverenció e ingresó al cuarto.
Detrás de la puerta, tocó el suelo con sus rodillas.
—Me rechazó. Probablemente haya sido lo mejor… no me di cuenta, pero… también tengo que proteger a Kimura de mí misma. —Sonrió, consciente de lo perjudicial que sería para ambos si se excedía en sus acciones.
Concilió el sueño durante dos horas acostada sobre la cómoda cama. No era tan espaciosa, lo cual la hacía acogedora y menos vacía. Despertó en la madrugada, todo estaba calmo, no se escuchaban voces, ni ruidos de los autos como en la ciudad. Alejarse a una zona más despejada, le sirvió para tranquilizarse.
Bebió agua para combatir el calor, encendió la luz. El cuarto olía como Kimura, un aroma a lavanda que lo delataba como amante de la limpieza.
«Quiero verlo… ¡No! ¡¿En qué estoy pensado?! —Sacudió la cabeza—. Lo puse en una situación difícil, tiene que descansar».
Descartó la tentadora idea de visitarlo, a partir de ahora intentaría cambiar, forzarlo a enamorarse no era una opción. Revisó su celular, el golpe contra la pared había dañado la pantalla, pero logró diferenciar los iconos. Buscó un nombre en especial y lo llamó sin importarle la hora. En vacaciones era común que los estudiantes se quedaran despiertos durante la noche jugando videojuegos, chateando o mirando una maratón de series, esta no fue la excepción. Takeshi atendió.
—¿Manami Azuma?
—¿Te desperté? —volver a hablarle le resultó complicado.
—No, estaba despierto. ¿Qué sucede?
—Perdóname… por… lo del partido. Te forcé a hacer cosas que no querías. Fui muy egoísta contigo.
—… —Takeshi se silenció, que le hubiera ofrecido una disculpa lo alegraba, sin embargo no podía expresárselo. Eligió las palabras para finalizar con la conversación—. Descuida, no te preocupes. Si no tienes nada más para decir…
—Me le declaré a Kimura.
Del otro lado de la línea, el chico recibió la noticia como un puñal. Inseguro de averiguar la respuesta de su rival, aguardó a que Manami continuara.
—No salió como anhelaba, pero si como suponía, ja, ja —rio con voz dulce un tanto ronca. Dialogar sobre el tema la entristecía, sobre todo con alguien que intentó ayudarla.
—… ¿Estás bien? —preguntó, la pregunta más tonta, le pareció la indicada. Escuchara una mentira o no, sería su apoyo emocional, por más que eso significara ignorar sus propios sentimientos.
—… —Manami pensó qué responder. Estaría mostrando su debilidad tanto con la mentira, como con la verdad.
—¿Sigues ahí?
La joven sonrió y miró a través de la ventana, las estrellas se veían desde ese magnífico lugar, una de ellas cayó seguida por un rastro luminoso. Por primera vez presenció una estrella fugaz.
—¡¿Manami?! ¡No hagas ninguna locura! —se desesperó aumentando la voz, imaginándose un desenlace trágico.
—¿Qué te piensas que soy?… Eres poco inteligente.
—Tú… ¿Qué harás a partir de ahora?
—… Takeshi… sal conmigo.
—¡!
—¡¿Te gusta Kimura?! —exclamó Saki frente a Rina. La reina del jenga aceptó la invitación de quedarse a dormir en su casa. Los padres de Saki creyeron conveniente que compartiera su tiempo con amigas.
—Lamento no habértelo dicho antes de confesarme con él. —Sonrió con timidez, con el rostro rojo como un tomate.
—¡¿Te le confesaste?! —Saki sobreactuó. En realidad sabía ambos datos al espiarlos en la azotea. Su mala actuación no despertó sospechas en la enamorada, quien abrazando un murciélago de peluche destacó:
—Fuiste tú la que me enseñó el significado de estar enamorada de alguien. Me siento un poco culpable de no decírtelo.
«Esa charla… la había olvidado», pensó mirando el techo. Fue la primera vez que se encontraron en el club, todo porque Kimura las presentó para que se volvieran amigas.
—Descubrí las cosas que lo hacían especial.
—Ya veo… ¿No estás triste porque te rechazó? —indagó. La mala suerte en el amor, los contados rechazos recibidos en su vida le dieron experiencia para soportar ese dolor del amor no mutuo.
—Bueno… sí estuve triste, pero ahora… siento que tengo posibilidades. Kimura está cada vez más expresivo. Hoy dijo “fue divertido”. ¿No te parece un gran avance?
—Sí, viniendo de él. —Saki lucía pensativa, aspecto que Rina notó.
—¿En qué piensas?
Ciertamente reconocía el avance, sin embargo Saki se detuvo en otra expresión de Kimura, la que mostró acariciándole la cabeza tras pedirle que iniciara un romance con Rina, una expresión de tristeza.
—¿Estás en la Tierra? —Agitó el peluche para que volviera a concentrarse en su charla.
«Tal vez esté sufriendo, por esa razón se abstuvo de comentarlo».
Rina le lanzó el peluche sobre las rodillas, Saki volvió en sí.
—¡Rinrin! ¿Qué tal si vemos un dorama? Conozco uno que te servirá para aprender sobre el romance. Aparece un yankee problemático como Kimura que se enamora de una chica sin encantos.
—¡¿Me comparas con esa chica?! —Se ofendió posicionando los puños debajo del mentón.
—¡N-no es lo que quise decir! ¡E-eres encantadora! ¡Si fuera un hombre saldría contigo!
—¡Saki, idiota!
—¡Bien, Rinrin, puedes empezar reaccionando así con Kimura! ¡Le encantará!
—¡No intentes arreglarlo!
—¡No te enojes conmigo, ni me pidas tiempo! ¡Juro que voy a cambiar!
Las viejas discusiones entre las dos retornaron. Todavía quedaban asperezas por limar en esa relación, no obstante terminaron riéndose una de la otra, iniciando una guerra de almohadas.
—¿Vas a usarme para darle celos a Kimimura? —La disculpa por involucrarlo fue inválida, para que se lo propusiera. Manami lo arrastraría a vivir en la sombra del yankee.
—Sé que te atraigo. No lo niegues.
—¿Y eso te da derecho a usarme? Estamos hablando de ser pareja cuando tú ni siquiera me quieres. Te disculpaste por tu egoísmo, ¿y ahora me propones esto?
—¡Te necesito!… ¿No basta? ¿No es un motivo para ti? —Sollozó, alimentaría su mala reputación estando con otro chico, alargando la ya extensa lista, pero Takeshi era diferente, una clase de persona con la cual sí planeaba estar, con la que se sintiera segura. Le serviría para separarse de Kimura hasta que supiera qué hacer y su mente se aclarara.
La escuchó a punto de llorar. Deseaba formar una relación amorosa con ella, era la única oportunidad de tenerla. Pese a las circunstancias, o al poco tiempo que duraría ese sueño, lo alcanzaría.
Dio su respuesta.
A la mañana siguiente, Kimura se levantó habiendo dormido apenas un par de horas. Le preocupaba el estado de Manami, así que se alistó y fue a visitarla a la habitación, posponiendo sus ejercicios matutinos al aire libre.
Llamó a la puerta, nadie abrió, movió el picaporte, estaba cerrado con llave.
—¿Se habrá ido? —Buscó una copia. Verificó, el cuarto estaba vació. Recorrió el espacio, el huésped había hecho la cama, ordenado cada centímetro, como no solía hacer en su mansión. Se asomó por la ventana, corrió las cortinas para iluminar el lugar, pudiendo divisar saliendo del hotel, a Manami siendo recogida por un chico.
El yankee rubio quedó con esa última imagen en la mente. Fregó el piso automatizando el movimiento, sin avanzar mucho con la limpieza del pasillo. Umi despierta desde muy temprano, corrió escapando de la recién llegada Karin.
—¡Ven a saludar a tu hermana mayor! —La persiguió con los brazos extendidos. Ambas pisotearon los pisos, incluido en el que Kimura aseaba.
—¡Eres bruta! ¡Casi me asfixias con tus abrazos! —exclamó Umi refugiándose detrás de su hermano.
—Hieres mis sentimientos, pequeñita —dijo en tono malévolo. En sí le gustaban los niños, pero su trato con ellos no era precisamente el más agradable. Karin observó las huellas marcadas, estropeando el trabajo de Kimura e inmediatamente se disculpó—. ¡Perdón, perdón por ensuciar el piso!
El joven observó abajo, no descubrió las huellas sin que se lo remarcaran.
—¿Estás bien? ¿Tienes fiebre? —Acercó la frente de Kimura a la suya.
—Estoy bien.
—¿Qué pasa contigo? ¿Problemas con mujeres? —intuyó la perspicaz mujer.
—¿Cómo lo sabes? —se le escapó la pregunta, para después poner una expresión tensa.
—Lo sabía. A la buena Karin no se le escapa nada. ¿Quieres tener “esa charla”? Te enseñaré dónde po…
Kimura le colocó el trapo húmedo sobre la cabeza, acto que en el pasado hubiera aplicado más esmero.
—Hay niños presentes.
—Entiendo de qué hablan, sé cómo se reproducen los adultos —comentó Umi.
—Nadie hablará sobre “reproducción”, mucho menos tú. Ve a desayunar antes de que Emiko te enseñe su modo bruja. Créeme, no querrás verlo —le ordenó el hermano mayor.
Umi imaginó una bruja y tembló.
—No me asustan las brujas.
—¿A no? Las brujas en silla de ruedas son las peores, se comen a los niños traviesos —agregó. La estrategia fue efectiva, Umi se dirigió a la cocina con prisa.
—Funcionó. Eres sorprendente. ¿Desde cuándo manejas a los mocosos?
—Desde ayer. Los calmas con comida y los disciplinas usando monstruos.
—Me perdí de varios giros aquí. Quién diría que tendríamos una hermanita.
—“Tendríamos” me suena a manada —dejó a un lado sus labores. Se sentó sobre las tablas de madera y suspiró—. Ayúdame a entender a las mujeres —pidió cerrando los ojos, cediendo al conocimiento de Karin.
—Conque al fin me lo pides. Ni el gran Kaito pudo hacerlo en el pasado.
—Supongo que entenderte a ti es otro asunto.
—Estás hablando con una mujer —balbuceó disgustada, sentándose a su derecha—. Dime, ¿de cuántas estamos hablando? Recuerdo que tres chicas fueron por ti al hospital. —Esperó la confirmación, Kimura movió la cabeza evitando la mirada sobre él—. Acerté. Vamos, pregúntame. —Lo codeó ansiosa por sacarle información.
Procedió a contarle sobre la declaración de Rina y Manami, obviando la parte de la historia que se refería a sus inseguridades.
—Entiendo todo menos el por qué te eligieron a ti. ¿Qué no hay más hombres en el instituto?
—Me pregunto lo mismo —concordó hurgándose la nariz.
—Una se autorrechazó, aseguró que intentaría enamorarte, la otra salió de aquí con un chico, sí que son formas distintas de afrontar el rechazo. En lo que a mí respecta, antes se afrontaba con un tarro enorme de helado.
—Por esa razón estabas tan gorda en esa foto —rememoró el yankee, cuando tenía doce años le robó una fotografía de ella y Kaito, pocos días después de conocerla.
—¿Quieres que te diga lo que pienso o no? —refunfuñó cruzándose de brazos—. Creo que la primera es inexperta en enamorarse, por eso se esforzará para gustarte. En cuanto a la segunda, debe ser popular y experta saliendo con chicos, la facilidad con la cual se consiguió un reemplazo indica lo desesperada que está por ser atendida. No significa que te haya olvidado, sino que está combatiendo contra sus sentimientos para no estorbarte.
—¿Qué me recomiendas hacer?
—No tienes que hacer nada, sé tú mismo. No eres un desgraciado que se aprovecharía. He conocido a varios de esos y no eres uno. —Lo observó, el joven tenía una expresión serena, de alivio al haberlo hablado con alguien. Se contentó actuando como lo hubiera hecho Kaito, como la hermana mayor.
—Las quieres, ¿verdad? Te preocupas por ellas, siendo la clase de yankee problemático.
—… —Kimura calló. Karin era una de las personas que mejor lo conocía. Guardaba su secreto entendiendo una parte de la situación que nadie más entendía.
—Todo saldrá bien. —Sonrió—. Si alguna vez te llegas a enamorar, intenta ser sincero. ¿De acuerdo?
—… Sí.
La recepcionista rompió con el emotivo ambiente para preguntarle por el resto de las chicas:
—¿Qué hay de la pelirroja y la bien dotada de ojos verdes?
Alteró la tranquilidad, provocando que se sonrojara.
—Te estás tomando libertades que no debes.
—Me parece que necesitan un empujón para sumarse al harén. ¿No crees?
—Cállate. —Tomó la cubeta y el trapo, tuvo suficiente con esos minutos dialogando sobre mujeres con una extrovertida hembra que disfrutaba de incomodarlo.
—Vamos, vamos. Dicen que cuatro es el número de mala suerte, pero a ti te queda muy bien. —Lo persiguió molestándolo.
En su propia mansión, Yamato leyó el examen de cierto estudiante.
—Te esforzaste bastante en pasar desapercibido. Estoy cerca de desenmascararte, líder. Las cosas se pondrán interesantes.
Comments for chapter "29"
QUE TE PARECIÓ?
Uuuuh…. rechazó a Manami, mi Kokoro, bueno, ni modo, a ver cómo evoluciona esto n_n.