Yankee love © - 30
Kimura Kimimura de treinta y tantos años llevó a su hijo al parque. Ese día su esposa trabajaba en un importante evento, por lo que debió encargarse del niño hasta la noche, donde le organizarían una fiesta sorpresa de cumpleaños. Llamó a sus más allegados para que lo ayudaran a organizar la casa, uno de ellos, se presentó en el parque aprovechando para llevar a sus propios hijos: niñas gemelas y un bebé de tan solo un año de edad.
—Takeshi, has venido —dijo Kimura caminando de la mano de Shin, el nombre que junto a su mujer escogieron para el niño, el mismo que tuvo un querido profesor de la preparatoria.
Los infantes se reunieron para jugar, no compartían vínculos de sangre, pero se consideraban como familia. Takeshi se sentó en una banca, agobiado por el peso del bolso especialmente destinado al bebé y el coche lleno de juguetes que arrastró hasta allí.
—Te hace falta entrenamiento —notó Kimura ofreciéndole una lata de refresco.
—Gracias. Es que su madre ha visitado a su abuela. Después de que el anciano muriera, se ha sentido sola.
—Entiendo. Tus vacaciones serán para los niños, al igual que las mías. —Bebió de una lata de jugo.
—¿Extrañas esos días? —preguntó Takeshi refiriéndose a la etapa de adolescencia.
—¿En los que éramos rivales? —Hacía varios años que no tenían una contienda por algún premio absurdo.
—Sí, siempre competíamos. Éramos un par de idiotas —reconoció el hombre de pelo azul.
—Habla por ti, yo no era un idiota. Los idiotas cometen estupideces de las cuales se ríen en el futuro. —Divisó a su hijo jugar con las gemelas, las dos se peleaban por él, jalándole una cada brazo.
—No te pongas melodramático. El mundo de los yankees está muy lejos de ellos. Nos aseguramos de que así sea, no únicamente nosotros, ellas también lo hicieron. ¿Qué seriamos sin esas mujeres? Nos rodeamos de buenas personas en el momento indicado.
—… —Kimura sonrió.
—Es una suerte que hayas abierto esa puerta —destacó Takeshi.
—¡Papi, papi! ¡Las gemelas se me declararon! ¡¿Qué hago?! —gritó el pequeño desde las hamacas.
—¡¿Cómo que declararon?! ¡No vas a salir con ninguna de mis hijas! ¡Son dos años mayor que tú, y no quiero la genética de los Kimimura en mis nietos! —rabió Takeshi celándolas.
Kimura rio, eso sí le traía recuerdos.
En el presente, la rutina típica de vacaciones de verano se dio como lo planeó de antemano. Se ejercitó, cumplió con su trabajo en el hotel, descansó y se alejó de todo conflicto referido a los pandilleros escolares. Vivió una vida pacífica, en pos de buscar su propio “retiro espiritual” muy diferente al que William, su padre norteamericano, adoptaba. Nadie del instituto excepto Tai lo visitó para jugar videojuegos. No le mencionó nada respecto a las chicas del club, Tai tampoco sospechó de los acontecimientos, tenía sus propios asuntos, aspiraba a aprobar unos exámenes para estudiar en una prestigiosa universidad el próximo año. Ocupaba la mayoría del tiempo estudiando. En cuanto a Umi, Karin se encargó de cuidarla, sabía que Kimura necesitaba su espacio personal, como todo adolescente.
Durante la segunda semana, justo a mitad de finalizar las vacaciones, alguien le escribió un e-mail pasado el mediodía. Había olvidado que ese contacto también estaba agendado en la corta lista. Aceptó reunirse, principalmente por la insistencia de la invitación de tener una cita COMO AMIGOS, frase que repitió cada cuatro palabras en el mensaje.
Kimura se encontró con la chica, arribando diez minutos tarde a la estación de tren.
—Perdón por hacerte esperar —se disculpó pensando que debería ser el hombre quien llegara antes, sin embargo quedó en claro que no era una cita tradicional de dos jóvenes queriendo iniciar una relación amorosa.
—No te preocupes, el hotel se ubica en las afueras de la ciudad, es lógico que hayas tardado más que yo —respondió comprendiendo el motivo. A Kimura le sorprendió la forma de actuar de ella, esperaba un “mis poderes demoníacos te han atraído”, quedándose escaso de material para igualar las ocurrencias de…
—Chuunibyou, no pareces la misma —resaltó dando una ojeada a la vestimenta más animada a la ropa oscura que solía usar.
—¿Q-qué estás diciendo? Soy la misma de siempre —dijo nerviosa, volteándose para controlarse.
«Tienes que hacerlo bien, la misión del día es que Kimura pueda desahogarse contigo, así podrá estar feliz para estar con Rina», pensó intentando con todas sus fuerzas, quitarse los aspectos de su personalidad que podían incomodarlo, como su síndrome. Aunque sea por única vez, sería una chica normal.
Pasó casi una semana pensando la manera de ayudar a su amiga. Lograr que Kimura exponga sus tristezas, sería un primer avance para que pudiera ser más expresivo como Rina quería.
Volteó nuevamente, leyó guías en Internet para poder tener una cita COMO AMIGOS exitosa. Uno de los puntos sugería comentar acerca de la apariencia.
—Te ves muy bien. Al fin entendiste que el peinado de yankee es horrendo. —Sonrió.
—¿Qué dijiste de mi peinado? Tardo veinte minutos en armarlo. —Kimura se molestó elevando levemente el labio superior, como hacía con otros de su misma especie.
«¡Está enojado! ¡Me equivoqué!». Desesperada por reparar el error, probó lo siguiente:
—¡No quise decir que es horrendo, sino que ahora se ve menos horrendo!
La voz femenina en los altavoces, anunciando el abordaje del siguiente tren, acompañó la explicación haciendo que no se escuchara claramente.
—¿Eehhh? ¿Te burlas de mi forma de vida? ¿Eeeh?
—¡No quise decir eso! —Saki sacudió las manos, ya no podía empeorar su intento de halago. Un empresario detrás la empujó con su bolso apresurado por tomar el tren, provocando que la chica terminara topándose con el amplio pecho de Kimura. El contacto directo no estaba especificado en la guía hasta que terminara la cita.
«¡Esto no está bien!». Su cara se tornó en un color rosa intenso, sin alcanzar el rojo común en Rina.
Percibió la mano de Kimura en su espalda, la respuesta del primer contacto con más contacto, la llevaba al último punto: intimar.
«¡Esto no está nada bien, Rinrin van a matarme!». Abrió la boca, como si la exclamación en su pensamiento deseara escaparse por allí, al cerrarla, accidentalmente mordió la ropa de Kimura junto con su piel.
—¡Me mordiste! —Retrocedió sintiendo que era víctima de una lujuriosa mujer.
—¡Perdóname! ¡No era mi intención! —Se reverenció repetidas veces.
El malentendido los silenció de camino hacia el acuario. Saki miró a un costado todo el trayecto, no podía decir ni una palabra, ni verlo a la cara, su vergüenza era demasiada, a Kimura también le costó hablar.
Tres pasos adelante y Saki se chocaría contra un poste por su actitud alocada como su persona, descubriéndolo, el joven la tomó del hombro para evitarlo, acercándola hacia él.
—Ten cuidado.
—¡! —El corazón le latió rápido.
Un niño los vio mientras corría hacia la entrada del acuario, impaciente por ver a los tiburones, y comentó en voz alta:
—¡Son novios!
Saki reaccionó separándose de Kimura.
—Ese mocoso. ¿Un hombre y una mujer no pueden ser amigos? —habló el yankee despreocupado. Saki lo miró adelantándose hacia la puerta de entrada. Se estaba concentrando tanto en su misión, que perdió de vista lo principal, ambos se consideraban amigos, no tenía que forzarlo.
Entraron al acuario. Ninguno conocía un lugar así, por diferentes circunstancias de la vida, hacerlo les dio temas para hablar. Saki prefería los peces coloridos y pequeños, aquellos inofensivos, hasta graciosos a la vista, en cambio Kimura optaba por los grandes y amenazantes.
Tras concretar la recorrida, se sentaron frente al tanque de los tiburones, la atracción principal del lugar. Tomando nota acerca de los gustos de su acompañante, Saki sugirió descansar de la caminata en esa zona, pudiendo sacarle una sonrisa a Kimura, maravillado con los animales.
—¿Sa-sabías que las ballenas son los mamíferos con el p*ne más grande? —Saki sacó un tema de conversación, antes de avanzar con el verdadero propósito.
«A-a-acabo ¡Acabo de decir p*ne frente a un chico! ¡Eres una tontaaa!».
—¿Por qué hablas de un animal que no hay aquí? —Kimura se concentró en la parte no vergonzosa de la pregunta.
—¡No lo sé, no lo sé! —Arrugó su falda sudando como loca. Después de un breve silenció, reunió coraje, tirando a la basura la guía—. Lamento si te hice sentir incómodo. La verdad es que… trataba de ser una chica normal contigo —comenzó diciendo.
—No tienes que disculparte. También he tratado de ser un chico normal por Umi.
—¿Vas a dejar de ser un yankee por tu hermanita? —se asombró con la inesperada decisión del yankee más fiel a sus principios.
—Hasta que mi padre la devuelva con su madre —aclaró.
—Ja, ja, me diste un susto. No podemos cambiar de un día para otro. Hay cosas que se aferran, es difícil despegarse de ello. —Recordó a Oma, el caballero que aun la líder de los demonios no derrotaba, al que le dedicaba su chuunibyou.
—Sí, lo es. —Kimura bajó la mirada al piso. El acuario conservaba unas tenues luces azuladas como el reflejo del agua, le proporcionaba el escondite perfecto para su siguiente expresión, la cual acompañaría la pregunta:
—¿Por qué motivo huiste de tu casa aquella noche?
—… —Si contestaba, posiblemente podrían volverse más cercanos. No dudo y eligió sus palabras.
—… Quería… alejarme de mis amigos. Sentía que si continuaba con ustedes más tragedias sucederían. Como en tu iniciación. ¿Por qué lo preguntas?
—¿Estabas asustada? —Dudó de mantener la conversación.
—Sí, mucho. ¿Lo mencionas por alguna razón en especial? ¿Acaso estás… sintiendo lo mismo? ¿Estás… asustado? —se animó a meterse en sus problemas, sin consultarse primero si era lo indicado en el momento.
—… — Arrepentido, guardó silencio.
—Puedes contármelo.
—Vámonos, es tarde. —Se puso de pie, cerrándose nuevamente a la ayuda de otra persona relevante en su vida.
—¿A qué le tienes miedo? —insistió Saki, ignorante de lo que pedía.
—No le temo a nada.
—¡Mentiroso!… Temes lastimarnos, lo haces, pero no huyes, no eres como yo. Quieres estar con nosotras tus amigas.
—Si fueran mis amigas confiaría en ustedes. Lo siento, no quiero hablar más sobre esto.
Saki respetó la voluntad de Kimura, renunció a su misión, si no confiaba en ella, no lo obligaría a hacerlo, además se consideraba débil para enfrentarlo. Proporcionarle un par de sonrisas, fue todo lo que logró en el encuentro.
Regresaron a la estación, como si esa conversación nunca hubiera existido. Al anochecer, el tren se llenó de trabajadores que regresaban a sus hogares, por lo que los jóvenes tuvieron que viajar parados rodeados de muchas personas. Kimura decidió acompañarla hasta su casa, ya que sino la dejaría un tramo del viaje sola.
Las piernas de Saki se acalambraron del largo trayecto, se tentó en recostarse en el brazo de Kimura, pero descartó la idea. Acercarse sería como traicionar a Rina. Pellizcó sus mejillas, arriba suyo el brazo del chico se aferraba a un aro de plástico. Fue por un segundo, le pareció ver una cicatriz disimulada con el color natural de la piel.
«¿Qué es?», sus pensamientos fueron interrumpidos por la frenada abrupta del tren y el posterior dolor en su seno derecho. Un extraño lo estrujó sacando ventaja del poco espacio entre pasajeros. Saki emitió un quejido bajo, imperceptible para la mayoría, excepto para Kimura.
—¿Te ha tocado?
—N-no, yo… estoy bien. —Puso una sonrisa forzada, una mentira que no creyó. Empezaba a reconocer las expresiones de Saki, y esa era una de miedo. Revivió el día de su iniciación, cuando los demás pandilleros la apabullaron con insinuaciones lascivas.
Las puertas se abrieron, el hombre escapó rápidamente dándose cuenta de que fue descubierto. Kimura se abrió paso entre los pasajeros agresivamente hasta salir al exterior. Saki lo persiguió, desató una fiera descontrolada, lo presentía.
—¡Oye, viejo, ven aquí! ¡Tocaste a una menor, maldito desgraciado! —No tardó en atraparlo y tirarlo al suelo.
—¡Espera, no lo hagas! —las palabras de su compañera de clase fueron insuficientes para detenerlo. Kimura dio rienda suelta a su ira, golpeó al hombre en el rostro sin medir la fuerza aplicada.
Las personas se apartaron espantadas, algunas corrieron en busca de la ayuda de un oficial de policía, otras simplemente siguieron su camino. Un revuelo se generó alrededor, la sangre del hombre salpicó, Saki escuchó el sonido de los golpes entre el tumulto. Desesperada se arrojó sobre Kimura y lo abrazó por la espalda sin importarle si resultaba herida.
—¡Por favor detente! ¡Ya no más! ¡Por favor! —Lloró apretujándole el pecho con débil fuerza. El joven la oyó con voz entrecortada, suplicándole, solo así, pudo volver en sí. El color rojo tiño sus nudillos, no experimentó dolor, estaba tan acostumbrado a impactar contra lo que fuera, que no supo medir el daño que ocasionó—. Lo siento… lo siento —repitió luchando por no seguir llorando, hacerlo le daría más motivos para violentarse, debía mostrarle que podía manejarlo sola.
—Hah, hah, hah —el yankee jadeó, la adrenalina abandonó su cuerpo, enseñándole con nitidez el resultado de liberar su enojo. El hombre estaba consciente, pero se retorcía de dolor.
Trasladaron a los adolescentes a la comisaría más cercana y enviaron al herido al hospital. No hubo heridas significativas, unas cuantas inflamaciones, dientes rotos. Saki dio su testimonio del hecho, declarando que ese adulto la había tocado. Kimura por otro lado, alegó que intentó castigarlo por su acto. Ambos aguardaron a que sus tutores los recogieran en la comisaria. Desafortunadamente para Kimura, la última persona que quería ver, apareció. Su padrastro de nombre Kento, se enteró del suceso. Reaccionó con nerviosismo al verlo aproximarse, vestido con un traje gris, impecable. Era el sujeto más estricto de todos, el polo opuesto de William. Asumió la responsabilidad de criarlo luego de casarse con Emiko, sin embargo los viajes de negocios le arrebataron tiempo para educarlo.
—¿Ken… to?
—Regreso de casi un año sin verte y es esto lo primero que me encuentro. —El oficial a cargo del caso le había explicado la situación, por lo que contaba con cada minúsculo detalle.
El rebelde estudiante de preparatoria no se atrevió a mirarlo. Saki notó el temor en él, la vergüenza de actuar con violencia para defender su dignidad.
—Ve al auto —ordenó el padrastro manteniendo un muro impenetrable de disciplina, pocos lograban doblegar al joven a tal punto de dejarlo en ese estado, sin ninguna intención de contarle su versión, aunque sea lo que pasó por su mente en ese momento.
—¡Señor, disculpe! —irrumpió Saki en el camino—. ¡Kimura me defendió de un adulto! ¡Intentó…! —quiso explicar, no obstante Kento la interrumpió.
—Mi hijo es un egoísta irresponsable. No le interesa lo que sienta su madre inválida, tiene diecinueve años y sueña con ser como su hermano mayor. Nunca va a madurar, pierdes tu tiempo frecuentando con alguien así.
—¡Pero, usted no entiende! —El atrevimiento de la chica solo lo dañaba más. No soportaba oírla defenderlo frente a la máxima autoridad que tenía. Enfrentarse a Kento era una lucha perdida.
—¿Crees que es noble que te haya defendido? Te engañas, niña. Si ve un motivo para usar la violencia, peleará con quien sea. Hazme caso, aléjate. —La advertencia la dejó perpleja.
Los hombres se retiraron por la puerta principal. Ingresaron al auto ubicándose en sus asientos sin mencionar nada más del incidente. El conductor encendió el vehículo, pisó el embriague y aceleró, cuando descubrió que algo obstruyó el camino. No lo notó, pero un delincuente averió los neumáticos. Bajó del auto disgustado, ahora tendría que cambiarlos perdiendo tiempo preciado de reencuentro con su esposa.
Kimura esperó dentro mientras Kento pedía auxilio a su mecánico utilizando un teléfono de la comisaría, su celular antiguo no tenía buena recepción. A decir verdad, no era muy habilidoso con la tecnología y la terquedad de su persona le impedía aprender. El joven dormitó producto del cansancio durante varios minutos. En el corto lapso de tiempo en soledad, un tercero invadió el auto escondiéndose en el baúl.
Media hora después lograron viajar hacia el hotel. Emiko los recibió contenta, sin imaginarse el problema en el cual su hijo estaba metido. Kento decidió ocultárselo, inventando la escusa de haber pasado una tarde juntos.
—Querido, te he extrañado. —La mujer se emocionó, fueron muchas noches durmiendo en una amplia cama sin su compañía. Kimura vio la felicidad en su madre, asumió ser un estorbo, una basura que le arrebataba sonrisas, así que caminó rápido hacia su habitación.
El esposo la levantó en sus brazos, estar separados por un buen tiempo no disminuyó la pasión. Se conocieron años antes de que Emiko quedara parapléjica, sin embargo ninguna desgracia desvalorizó el amor.
Al dejar de oír voces cerca, la intrusa salió del baúl desesperada por recobrar aire.
—¿Qué… estoy… haciendo? Mis padres me… castigarán… por esto. —Aventurarse así no era lo correcto basándose en la educación que le impartieron, pero estaba convencida de hacer lo que fuera necesario para entender a Kimura, sea correcto o incorrecto. Su objetivo desvió el rumbo hacia donde realmente quería, convertirse en una persona importante para él, como amiga, anhelaba serlo.
Conocía poco el hotel, reconoció la parte trasera, ingresó por allí con Karin la única vez que se hospedó. La recepcionista le comentó que solía ayudar a los vagabundos en las noches frías de lluvia, escondiéndolos de su jefa. Eran revoltosos, olían mal y robaban las toallas vaya a saber para qué.
Como una espía corrió los pasillos con sigilo. El nombre de “Kimura” en la puerta de la habitación fue todo lo que necesitó para hallarlo.
«Bien Saki, has tenido suerte». Cerró los ojos, reuniendo coraje para tocarla. Antes de que pudiera concretar la simple acción, la puerta se abrió. El movimiento de la mano no se detuvo, el destino final fue el pectoral izquierdo del yankee.
«¿Es firme… pero no como una puerta? Esto… ¡No es la puerta!». Abrió los ojos sumamente avergonzada.
—¿Qué haces? —preguntó extrañado con la presencia de Saki. Vivir en un hotel facilitaba la tarea de encontrarlo, pero era nuevo toparse con una compañera de clase con quien acababa de despedirse hace no mucho.
—¡No estaba haciendo nada! —Retrocedió.
—Tch, ¿por qué viniste? —chistó asomándose al pasillo para visualizar si estaba acompañada.
—¡Yo quería, en realidad quería!
Kimura sorpresivamente la sujetó del brazo y la jaló hacia el interior del cuarto.
—… —Inquieta miró al piso, ruborizada por estar en el espacio personal de un chico.
—Chuunibyou, ¿llevas tu celular en la cartera?
—Si, lo tengo. ¿Por qué?
—Llama a tus padres para que vengan por ti —ordenó. Cualquiera fuera el motivo de su visita, no buscaba saberlo, estaba exhausto, deprimido como para atenderla en esas horas de la noche.
—¡Espera, vine a hablar contigo! —Dio un paso, Kimura le devolvió una mirada de enojo, una distinta a las destinadas a otros yankees o rivales.
—Lo menos que quiero es hablar.
—Espera, yo…
—¡No quiero escucharte! ¡Tampoco quiero tener que gritarte! —Movió el brazo derecho lanzando una lámpara de encima del escritorio al suelo.
Saki se cubrió los oídos, asustada. De nuevo Kimura se cerraba en sí mismo para protegerse. Romper con esa barrera sería difícil, continuaría luchando para lograr que confiara en ella.
—¡No sé qué te está pasando, pero no lo estás manejando bien! —se apropió de las palabras pronunciadas por él cuando la encontró en el hotel después de huir. Lo verbalizó con un volumen mucho mayor haciéndose oír. Invirtieron los papeles, actualmente Kimura necesitaba ayuda y Saki estaba dispuesta a dársela.
—No te… interesa lo que me pase. —Su postura indicó su desesperación por escapar de la situación. Que alguien presenciara su lado más vulnerable, abría viejas heridas, le recordaba a Kaito en el peor de los escenarios.
—Te equivocas, me interesa. Todo… de ti me interesa. Somos amigos, ¿recuerdas? Tú lo dijiste esta tarde. Si algo te aqueja o te entristece, estaré para ti. No voy a juzgarte, ni seré pretenciosa ofreciéndote una salida. Las vidas… de las personas son complicadas, dolorosas… ¡Sé que duele, pero quedarte en soledad con tu dolor es demasiado!
—… —Kimura calló dejándola expresarse. Saki conocía la pérdida, la culpa mejor que nadie, y aunque no supiera la historia completa del creador de la líder de los demonios, veía cómo combatía constantemente con su recuerdo, esforzándose por construir nuevos vínculos sin considerarse nociva.
—Dame una oportunidad. Aprenderemos juntos a confiar. —Insegura, avanzó acortando la distancia, estirando la mano hacia el frágil e inestable yankee que en el pasado parecía indomable.
—No puedo.
—Claro que puedes. —Lo tomó del cuello de la ropa sujetándola con firmeza—. Eres Kimura Kimimura, el sujeto más perseverante del mundo, no hay nada que no puedas hacer.
—¡!
«¿Qué está… diciendo? ¿Por qué lo que dice… significa tanto para mí? No entiendo, no entiendo nada —los pensamientos del protagonista retornaron, luego de un largo período de apresarlos—. Kaito, esto… ¿Está bien? Decírselo… ¿Será lo mejor? ¿Me sentiré seguro?». Rozó la mano delicada y pequeña comparada con la suya. Estaba delante de alguien que conocería la gran carga que llevaba desde que tenía doce años.
—Me haces cosquillas con tus dedos… —se alegró la chica—… No parece la misma mano que golpea maleantes —bromeó rememorando a esos puños que impactaron incluso contra una espada de madera en su enfrentamiento contra Takeshi.
Kimura sonrió, finalmente liberando la tensión acumulada, permanecer junto a ella, era reconfortante.
—Eres rara, Saki.
—…
—…
—Me… ¡¿Me llamaste por mi nombre?! —exclamó separándose.
—Sígueme —la invitó. Se dirigieron hacia un sitio especial, arriesgaría a confiárselo, una vez diera ese paso, ya no habría vuelta atrás.
Movió la puerta corrediza.
Es una suerte que hayas abierto esa puerta.
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