Yankee love © - 31
—Sígueme —la invitó. Se dirigieron hacia un sitio especial, arriesgaría a confiárselo, una vez diera ese paso, ya no habría vuelta atrás.
Movió la puerta corrediza.
Detrás de la puerta se ocultaba la principal razón de su objetivo. Adelante de Kimura, se encontraba el altar destinado a Kaito. Su fotografía lo mostraba sonriente, la rodeaban inciensos, ramos de flores y ofrendas. Lo visitaba al sentirse perdido, inseguro o triste. En esa habitación hallaba un poco de paz. El recuerdo de quien fue la persona más querida, lo ayudaba a no decaer, a continuar luchando contra cualquier adversidad.
Saki contempló el altar, entendiendo parte del dolor de Kimura. Ella no contaba con un espacio para visitar a Oma, en cambio él sí, estaba más cerca de su ser amado.
—Kaito, traje a una amiga. —Ingresó y se arrodilló frente al altar. Saki lo siguió ubicándose a un lado.
—Es un placer conocerlo —dijo. Ambos dedicaron unos minutos en silencio, hasta que el joven habló.
—Kaito era mi hermano mayor.
—Ya veo. Se parecen, tienen la misma sonrisa —destacó la chica.
—Era muy pequeño cuando fundó la pandilla en la preparatoria.
—Así que tu hermano fue el primer líder.
—Sí. Desde niño escuchaba a sus amigos hablar sobre la pandilla, sobre las cosas que Kaito hacía para proteger a los débiles de los abusivos. Todos contaban historias, todos menos él. —Hizo una pausa para encender un incienso. Mantenía inmaculado ese lugar, el más sagrado de su hogar—. Decían que era respetado, odiado y amado, muchos lo engrandecían. Como un niño creí que era un héroe, adoré esa imagen que el resto me brindaba. Nunca pude conocerlo verdaderamente de esa forma, como el líder. Conmigo era un hermano mayor algo tonto. Jamás lo vi lanzar un golpe, ni siquiera defenderse de sus rivales. Esa fuerza de la que alardeaban sus compañeros, para mí era inexistente. —La mirada lejana de Kimura apenó a Saki, no solo por el hecho de enterarse de que Kaito había muerto, sino por la débil voz del adolescente.
—Buscaba protegerte de ese mundo agresivo —se atrevió a comentar. Fue testigo de varias situaciones en el instituto, allí la totalidad de los estudiantes sabía que los yankees eran los responsables de repartir la violencia.
—No me di cuenta de eso, de algo tan simple.
—Eras un niño, es entendible que…
—Cuando lo descubrí fue demasiado tarde —la interrumpió, no aceptaba el pretexto de su edad, ni lo inocente que fue siendo un niño soñador—. Mi madre y Kaito sufrieron las consecuencias de mi inmadurez, de mi egoísmo por pensar únicamente en mí. Por eso yo ya no… involucraré a nadie en mis decisiones. Esto es lo que puedo darte.
—… —Saki calló, pensó en el martirio de Kimura, el estar compartiendo una parte trágica de su vida. Cuestionarlo quebraría la fina línea que los mantenía unidos. Revisó su cartera, había llevado un prendedor con forma de flor para reemplazar los suyos de cuernos, sin embargo no tuvo el valor para sujetarlo a su cabello creyendo que se vería ridícula, como su intento de aparentar ser una chica normal. Tomó la flor y la dejó sobre el altar, cerca a un ramo de rosas blancas—. Es… lo único que tengo, lo siento —se disculpó con Kaito reverenciándose.
Kimura la observó de espalda, ofreciendo un objeto para mostrarle respeto a su hermano, temblando nerviosa de no haber ofrecido lo adecuado para la memoria de alguien tan importante.
—Es perfecto —dijo, le pareció un gesto valorable, a Kaito también le hubiese gustado, apreciaba las pequeñas cosas.
Saki volteó con lágrimas en los ojos, aún planteándose ser el soporte de su amigo, ayudarlo a sobrellevar el duro momento.
—Kimura… yo… lamento tu perdida. Si existe algo que pudiera hacer… —Limpió sus lágrimas rápidamente.
—Has hecho suficiente. —Se puso de pie y le tocó la cabeza, deslizando la mano sobre el cabello—. Gracias, Chuunibyou. —Sonrió.
—… Volviste a apodarme, creí que habíamos superado esa fase —reclamó inflando las mejillas.
—¿Por qué te molesta? Es un apodo original, apuesto a que nadie aparte de ti lo tiene. ¿No quieres ser única?
—Es un apodo horrendo. A nadie le gustaría.
— ¡Ja, ja, ja, ja! —Kimura rio genuinamente.
El peso sobre sus hombros, se alivianó.
Hace siete años…
Kimura, un pre adolescente de doce años, madrugó demasiado temprano para las vacaciones de invierno. Su madre lo obligó a levantarse para limpiar parte del hotel, a modo de castigo por pelearse con otro compañero el último día de clases. Emiko pretendía que su hijo menor no siguiera los pasos del mayor metiéndose en pandillas. Aunque Kaito lo compensó en el pasado obteniendo excelentes calificaciones, terminó expulsado por mala conducta y se ganó la fama de yankee no deseado por el plantel docente.
Kaito, el actual universitario regresó al hotel en sus días de receso cerca de la navidad. Esperaba pasar tiempo con su familia, lejos de las responsabilidades de la adultez, principalmente de pagar impuestos. Volver a ser el consentido del hogar era un placer único, nunca desaprovechaba esa oportunidad. Durmió en su antigua habitación, recuperando horas de sueño perdidas.
—Hermano, tengo que limpiar, sal. —Entró Kimura, cargando una cubeta llena de agua mezclada con una variedad de productos de limpieza. Desde temprana edad comenzó a acostumbrarse a las tareas del hogar, sus castigos personales.
—Cinco minutos más —pidió el joven adulto tapándose con las sabanas.
—Saldré con Tai en un par de horas, quiero terminar la limpieza rápido —argumentó corriendo las cortinas.
—¿Qué clase de niños salen a jugar a las siete de la mañana?
—¡No soy un niño! —Lo jaló de una pierna para sacarlo de encima de la cama.
—Vas a necesitar masa corporal para moverme. —Se aferró a los barrotes impidiendo que Kimura lograra su cometido.
—¡Kjkj-kj! —Jaló con más fuerza, fue imposible—. ¡Estoy harto! ¡Siempre haces lo mismo! ¡Eres un niño de mamá! —No tuvo otra alternativa más que la de tomar la cubeta y verter su contenido sobre Kaito.
—¡Aaahh! ¡Está fría! —Saltó cayéndose al suelo.
—¡Sal, sal, sal, sal, tengo que limpiar! —Le puso el trapeador sobre el rostro.
La escena cotidiana en las vidas de los hermanos se repetía a menudo. Kimura ganaba las contiendas, sea por la inutilidad de Kaito en sus jugadas, o por la insistencia del pequeño en no rendirse.
Después de finalizar la limpieza, la familia se reunió para desayunar.
—Toma, hijo, preparé tu plato favorito. —La madre acercó un gran tazón de arroz. En ese entonces podía caminar, ya que el accidente que la dejó parapléjica aún no acontecía.
—Extrañaba tu comida, mamá. —Dio las gracias y llenó su boca hasta el tope.
—Emiko, ¿por qué a mí no me preparas mi plato favorito? —celó el menor reacio a ingerir el arroz.
—Porque tienes las costumbres no saludables de William. Debí detenerlo el día que te enseñó el sabor de las hamburguesas.
—No es la única costumbre, maldice como norteamericano, piensa que los inteligentes son patéticos y que los rebeldes son geniales —agregó Kaito.
—¿Cuándo aprenderás a llamarme “mamá”? En la escuela tus compañeros lo hacen con sus madres —reclamó señalándole con el dedo para que se limpiara la boca antes de hablar.
—Eres molesta. ¿No te agrada saber que mi maestra piensa que eres mi hermana?
—Bueno, eso… —Emiko se sonrojó con el halago de verse más joven, para que la confundan con una hermana.
—El mini huracán tiene un punto. —Lo despeinó el hombre.
—No me trates como un niño.
—Hijos, hay un tema importante del cual hablar. Esta noche vendrá a cenar Kento. Les pido que por esa ocasión… no sean ustedes mismos, ¿sí? —pidió con una expresión de alegría que escondía preocupación.
—¿Quién es Kento? —preguntó el exlíder pandillero.
—Es su novio, se casará pronto —dijo Kimura rabiando internamente. A pesar de que lo vio solo una vez, no lo aceptaba, que un extraño cortejara a su madre era inaceptable.
—¿Tendré un papi para pedirle dinero? —Kaito se ilusionó.
—Eres un adulto, asúmelo.
—Es un apuesto caballero —presumió la enamorada.
—Háganlo sentirse cómodo, no le pregunten nada, menos acerca de su trabajo.
—Es porque es un yakuza —balbuceó quien tenía el tazón lleno.
—No es un yakuza, cielito. —Emiko lentamente deslizó la mano sobre el cabello de Kimura hasta llegar a la oreja.
—Le pregunté si había matado a alguien y me dijo que todavía no era necesario —siguió con su teoría. La mujer lo jaló de la oreja.
—¡Que no es un yakuza, es un hombre de negocios! ¡¿Es mucho pedir que se comporten solo una noche?!
—¡Lo intentaré, lo intentaré! ¡No te desquites conmigo! ¡Mira a Kaito! —lo delató.
—¡Te quedaste dormido sobre la comida, gran idiota! —Emiko le lanzó los palillos.
—¡Ah, lo siento!… ¿De qué estábamos hablando? —Despertó poniendo su clásica sonrisa de “no sé qué está pasando”
—De la cena… la… —Emiko estresada, se dejó caer sobre la silla—. ¿Qué hice para merecerlos?
Culminado el escandaloso desayuno, Tai pasó por Kimura para salir al parque de diversiones. Ninguno tenía más amigos para crear un grupo, de los comunes en la pre adolescencia, agregando algunas chicas de las que gustaran. Eran por un lado un sabelotodo come-libros, y por el otro un chico de rumbo desviado, inservible para el estudio, pero habilidoso para iniciar y terminar peleas.
—Recuerdo este parque, veníamos seguido —comentó Kaito devorándose un algodón de azúcar.
—Nadie te invitó. ¿No tienes novia para pasar tus ratos libres? —Kimura se enfadó.
En el último año la devoción por su hermano mayor fuerte e invencible se había extinguido, para luego retornar a causa de un episodio en particular. A este Kimura le avergonzaba caminar junto a Kaito, lo consideraba un idiota que siempre lo trataba como un niño creyéndose maduro para hacerlo, cuando en realidad él se comportaba como un niño gigante cada vez que descansaba de la universidad. Emiko solía decir que nunca terminó de abandonar el nido.
—No es problema si quiere venir —intervino Tai.
—¿Ves? A tu amiguito le agrado. ¿Mi tierno hermano te ha contado sobre mí? Apuesto a que sí, soy su héroe.
—¡No eres mi héroe, tonto! ¡Eso fue hace miles de años!
—¿Puedes contar hasta mil? Es una cantidad enorme. —Quiso convidarlo con su algodón de azúcar, pero Kimura lo rechazó.
—¡Eres un idiota! ¡No eres nada cool, madura! —exclamó apartándole la mano con agresividad.
—… —Tai se tapó la boca, desconcertado, para no emitir comentario alguno.
—… ¿Dijiste “cool”? ¿Qué significa? Ja, ja ¿Te lo enseñó papá?
Kimura apretó los puños.
—No puedo creer que antes fueras respetado. —Acabó huyendo.
—¡Espera! —Su amigo quiso seguirlo, Kaito lo detuvo.
—No te preocupes, se le pasará.
Media hora después, Kimura siguió fuera de la vista de sus acompañantes. Se escondió detrás de uno de los puestos de comida. No podía dejar el enojo, por más que se esforzara en hacerlo. Fue cruel con su hermano, sin embargo creía que se lo merecía por cambiar su imagen de líder por la de un despreocupado adulto que siempre sonreía no importara la circunstancia. Kaito recibió varias palizas delante de él antes de mudarse para concentrarse mejor en su carrera. Los contrincantes lo humillaban, respondía educadamente, como un ciudadano que respetaba las reglas.
—Lo odio, lo odio —repitió abrazando sus piernas.
—Llamaré a tus padres para que vengan a buscarte —le dijo Kaito a Tai encendiendo su celular.
—¿Qué pasará con Kimura?
—Me encargaré de ese revoltoso, no te preocupes. Lamento haberles arruinado el día. —Sonrió.
Tai lo observó mantener la conversación con sus padres. Las historias respecto al líder eran muchas, incendió el dinero del director frente a sus narices, repartió palizas a los que se propasaban con mujeres, o lastimaban a quienes eran incapaces de defenderse, las leyendas borradas de las paredes, la prohibición de reproducirlas. Le asombraban esas historias, no comprendía cómo Kimura cambió tanto de parecer en tan poco tiempo de estar separados. Existían varios pensamientos que su amigo no le confiaba por temor a ser visto como alguien débil.
—Oye, niño. ¿Qué haces ahí? —Lo sorprendió un funcionario del parque de diversiones. Descubrió el arete plateado en la oreja, eso indicaba lo problemática de su persona.
—Permítame quedarme unos minutos más —solicitó sin estar listo para volver a mirar a Kaito a la cara.
—No, no, no. Vete, vete, o llamaré a la policía —lo ahuyentó el hombre dándole escobazos.
Kimura se marchó hacia la salida, cualquier lugar estaría bien mientras pensaba cómo hablarle de nuevo a su hermano. Entre tanta caminata arribó a una zona donde nunca había estado. Al manejarse siempre de estación en estación, debido a que vivía apartado de la ciudad, desconocía muchos sitios.
—El mocoso por fin está solo —oyó la voz de un sujeto atrás. Un trío de hombres estuvo siguiéndolo desde el parque de diversiones. Eran miembros de una pandilla formada prácticamente al mismo tiempo que la de Kaito. Se generó una rivalidad que trascendió los años, fomentando el odio entre ambos bandos. Tras enterarse de la llegada del Kimimura mayor, este recurrió a hospedarse en su antiguo hogar, así que no fue complicado hallarlo y perseguirlo. La situación perfecta se presentó para usar a Kimura. Una pelea entre hermanos, no podía existir algo mejor. Derrotar al primer líder construiría un prestigio inigualable.
—Eres el hermanito de ese desgraciado. Queremos que le mandes un mensaje de nuestra parte. —Avanzó uno, el más grande de los tres.
—¿Un mensaje?
—Acompáñanos debajo de aquel puente. Tu hermano debe haberte hablado de lo que ocurre en esos lugares. —Colocó su brazo sobre el hombro del pequeño:
—¿Qué edad tienes? —preguntó mirándolo a los ojos. Posiblemente era el sujeto más grande que había visto en su vida, tales como los que aparecían en las historias de yankees.
—Te-tengo doce —titubeó.
—¿Doce? Eres alto para tu edad. Si te lo propones en el futuro serás invencible. Mírame, a mí me fue bien.
—Mamá, sí estaremos allí para la cena, lo prometo —Kaito habló por su celular con Emiko, angustiada por la ausencia de sus hijos.
Finalizó la llamada sentado en un banco del parque. Despidió a Tai, en cuanto a Kimura, no apareció. Lo buscó por todas partes sin obtener resultados. Las horas pasaron, su inquietud aumentó. La mente de Kaito se volvió un caos recordando todos los rincones que revisó. Temió en pensar que los cabos sueltos de su pasado lo hubieran alcanzado. Existía una pandilla en particular que lo atormentaba a pesar de los años. Provenían de un instituto superior sumamente violento donde incontables directores fracasaron en erradicar la violencia que se vivía allí. Tuvo un altercado con ellos, conservaba cicatrices de cortadas producto de haberlos enfrentado. Traicionó sus ideales para derrotar al líder, se odiaba por caer tan bajo, sin embargo hacerlo lo salvó de no convertirse en una víctima.
—No puede ser… no pueden tenerlo… es imposible. Ahora somos adultos… no pueden —se dijo convenciéndose de alejar ese mal presentimiento que apareció de repente al recordar esa pandilla. Sus piernas no obedecieron su voluntad, se dirigió hacia un determinado puente.
—¿Kaito Kimimura?… Es un placer conocerte —lo recibió el enorme sujeto sosteniendo a Kimura lejos del suelo como si mantuviera un animal desmayado.
—¡! —Los ojos del viejo yankee se abrieron completamente. No perder la calma ante nada era su lema, pero ver a su hermanito desfallecido en manos de un yankee que esperaba seguir el legado que se le dejó, era demasiado para resistirlo—. ¿Por qué llegar a ese punto? Es solo un niño. —Bajó la cabeza, el cabello largo cubrió los ojos.
—Esto… no te creas especial. Lo hemos hecho con varios. Fueron un par de golpes, resistió bien para ser un chico de doce años. No está muerto, observa. —Sacudió a Kimura haciendo que emitiera un casi audible quejido. El peso del jovencito parecía insignificante para sus trabajados músculos.
—Enfréntate a nosotros y prometemos no volver a tocarlo —propuso otro miembro del trío elevando un bate. El último enseñó un fierro que reflejaba la luz blanca y potente de la luna de aquella noche.
Kaito se quitó la chaqueta, aún sin vérsele el rostro entero.
—Eso es. Atacar al cachorro de la manada despertó al “Lobo Kimimura”. —Sonrió el pandillero arrojando a Kimura.
«Perdóname, hermanito. Soy un idiota sin remedio, siempre estoy avergonzándote». Avanzó lanzándole la chaqueta al rostro del primero que se le cruzó. Confundido con la repentina oscuridad de la prenda negra, giró para sacársela, Kaito lo pateó haciendo que chocara contra el segundo en intentar agredirlo. Al querer quitarse del medio a su propio compañero, se descuidó y recibió un apretón de dedos en la nariz. Todavía en movimiento, el exlíder empujó a sus oponentes al suelo, los pisó impulsándose de un salto para llegar hasta el desafío final. El gigante lo esperó con los puños preparados, remitió la derecha hacia el rostro, Kaito la esquivó, uso la amplia diferencia de estatura para escabullirse a un costado, pasarle por detrás y tomarlo por debajo de los brazos.
—¡¿Qué haces?! ¡No vas a detenerme así! ¡Pelea como un hombre! —En movimientos descontrolados, intentó zafarse del agarre. El resto, desorientados, atacaron con sus armas, rápidamente Kaito movió al gigante como si estuviera manipulando un escudo. Los acelerados yankees apalearon a su compañero.
—¡Idiotas, basta! ¡Golpéenlo a él, maldición! —Levantó las piernas para patearlos, evitar que fallaran en su verdadero objetivo. Noqueó a uno pateándolo en la frente, el restante fue aplastado por el gigante con todo su peso, cuando Kaito lo empujó al liberarlo. Los más delgados quedaron fuera de combate. Humillado por ser el responsable del desenlace, se levantó colérico.
—¡Maldito! ¡¿Esto te parece un chiste?!
—Si te pareció un chiste, espera a ver el remate. —Kaito mostró sus ojos rebosantes de ira, una ira que no concordaba con sus tácticas de lucha. Los novatos pandilleros creyeron que liberaron a una fiera, no obstante fueron ellos las fieras que acabaron consumiéndose.
El rival arremetió con una potencia tremenda hacia la boca del lobo, Kaito redireccionó el puño en un simple y eficaz movimiento, provocando que se golpeara a sí mismo. El retador cayó derrotado.
—Estoy viejo para estas cosas. —Respiró agitado, controlar a esa bestia casi lo dejó sin aliento.
Cargó a Kimura sobre su espalda, continuaba inconsciente, pero no tenía heridas de gravedad. Sintiendo el contacto reconfortante de su hermano mayor, lo abrazó.
—Te has vuelto pesado. Me cuesta reconocer que has crecido. —Kaito Sonrió—. Ya no eres un niño.
No despertó en todo el camino. Arribaron al hotel antes de que Emiko llamara a la policía. Ubicaron al herido en su cama, a oscuras para que descansara. Presentaba inflamaciones en las mejillas y la frente, un afortunado desmayo paró la golpiza, proporcionándole una breve recuperación.
Salieron de la habitación. El joven se sentía culpable, quiso explicárselo, responsabilizarse como era debido.
—Mamá, escúchame. Yo… —inició.
La mujer lo abofeteó.
—…
—Escuchar… es todo lo que me has obligado a hacer. Escuché el motivo de tus rebeldías, escuché al director expulsarte, escuché las intenciones del juez de instalarte en una correccional. Es hora de que tú escuches. Ahora eres un adulto, no traigas la violencia a tu familia. No se la traigas a Kimura.
—…
—¡¿Por qué tuviste que hacerlo?! ¡¿No podías simplemente ignorar la injusticia?! ¡Tu hermano era solo un bebé y tú fundas una pandilla de delincuentes! ¡No piensas en nadie, solo en ti!
Los gritos despertaron a Kimura, se acercó a la puerta cerrada.
—Te amo hijo, pero ya no quiero que nos lastime tu pasado. Haz las maletas, te vas en la mañana. —Emiko se esforzó para no llorar, echar al primer fruto de su vientre la destrozó.
Kimura cayó sobre sus rodillas. La familia se disolvía por culpa de su rabieta infantil.
—Kaito… mamá… yo… ellos… estarían mejor si no hubiese nacido. —Se presionó la frente, el dolor corporal del chichón no se comparaba con el del pecho. Algo oprimía allí, muy fuerte. Miró la ventana, la nieve se acumulaba en el vidrio, una tormenta se avecinaba sin ser pronosticada. Esperó a no oír más movimiento en el pasillo y escapó hacia el exterior.
«Si no hubiese nacido, mamá no sufriría, Kaito no sonreiría falsamente», llenó de peligrosos pensamientos su cabeza. Empecinado en desaparecer, caminó bajo la nieve, desabrigado, combatiendo con el frío que azotaba el ya maltratado cuerpo.
—Desaparece, desaparece, desaparece. —La vista se volvió borrosa, estaba funcionando.
—¡Kimura, Kimura! ¡¿Dónde te metiste?!
—¡¿Dónde estás, hijo?! —Sus familiares lo buscaron por todo el hotel. Una empelada testificó haberlo visto salir por la puerta principal con prisa hace aproximadamente media hora, entre tantos huéspedes no logró diferenciar si se encontraba acompañado o no.
Desesperados subieron al auto. El conductor aceleró esquivando los vehículos que obstaculizaban la vía con suma destreza y condujo por la carretera. A ninguno le preocupó la velocidad, Kimura era lo más importante en ese momento.
—Mi niño, mi niño. —Emiko lagrimeó mirando con detenimiento a través de la ventanilla del acompañante. La tormenta cubría lentamente la visión, haciendo difícil saber por dónde transitar.
—No debe haber ido muy lejos, tal vez esté en la parada de autobuses. No se metería en el bosque, está oscuro —dijo Kaito.
Kimura descansó en el lugar mencionado. Los parpados le pesaban, tiritaba de frío, se refugió detrás de las maderas, acurrucándose para recuperar calor.
—Me… dormiré un rato. —Cerró los ojos. Segundos después, una luz amarilla lo iluminó.
—¡Niño! ¡¿Estás bien?! —Un oficial de policía lo abrigó con una manta. Los trabajadores del hotel habían realizado una llamada denunciando su desaparición.
El auto no contuvo la cantidad de nieve sobre el parabrisas, no existía manera de apartarla.
—¡Maldita porquería! —insultó Kaito presionando con ímpetu el botón para mover el limpiaparabrisas.
—No veo nada, mejor detente —sugirió la afligida madre.
—¡No! ¡Tengo que encontrarlo! ¡Fue mi culpa! ¡No lo escuché, no escuché lo que quería decirme! ¡Es como dijiste, no los he escuchado! —exclamó exponiendo los terribles miedos que lo atormentaban. Si le pasaba algo a Kimura, jamás se lo perdonaría, viviría en una interminable pesadilla.
—¡Tranquilízate, no fue tu culpa! —trató de remediar lo que dijo, odiándose por hacerlo sufrir. El dolor de un hijo era insoportable para una madre. Emiko parió todavía siendo una jovencita de catorce años, aprendió con Kaito a anteponer el bienestar de sus hijos al de ella.
—¡Solo pensé en mí! ¡Quería ayudar a otros y perjudiqué a mi familia! ¡Lo siento, lo siento, lo siento!
—¡Tranquilo, hijo! ¡Te amamos, por favor tranquilízate! ¡Estará bien, todos estaremos bien!
El descontrol en Kaito fue tanto, que olvidó donde y qué estaba haciendo.
—¡KIMURA, LO SIENTOOO! —Las lágrimas acapararon la poca visión que le quedaba. Perdió el control del volante, con ayuda del resbaloso asfalto, el auto derrapó, salió despedido hacia el bosque dando brutales vueltas.
Kaito se golpeó la cabeza, perdiendo la vida instantáneamente, Emiko recibió cortes profundos, quebraduras en las piernas, y la peor consecuencia, su columna se partió en dos.
El desaparecido regresó al hotel acompañado por la policía. Kento fue la primera persona que vio dando órdenes al personal para que contribuyeran con la búsqueda.
—¡Kimura! ¡¿Estás herido?! —Lo tomó de los hombros. Ese hombre podía expresar más sentimiento de lo que imaginó.
—E… estoy bien —respondió aún sin reaccionar al gran revuelo que generó. Exponerse a bajas temperaturas lo puso en riesgo de hipotermia, sin embargo gracias a los oficiales logró salvarse.
Uno de los policías escuchó un comunicado en su radio portátil. Otro patrullero localizó a los accidentados, constatando el fallecimiento de uno de ellos. Conservando la identificación consigo, reconocieron el cuerpo de Kaito y se lo notificaron.
—Usted… —El policía se dirigió a Kento—. ¿Es el esposo y padre de… Emiko y Kaito Kimimura?
—No soy su esposo ni su padre legal, pero cumplo esa función. —Intuyó la noticia, y se aferró a los hombros del chico. Kimura miró arriba por un segundo, las pupilas oscuras de su padrastro quedaron inmóviles.
—Tuvieron un accidente automovilístico. Kaito Kimimura ha muerto, Emiko Kimimura fue traslada con urgencia al hospital. Mi sentido pésame, no pudimos hacer nada por el muchacho.
—… —Kimura impactado bajó la mirada.
El ambiente alrededor se silenció, todo se tornó como si estuviera inverso en una constante cámara lenta. Kento lo abrazó, no sintió el tibio contacto humano luego de una pérdida. El dolor era tan abismal que no podía liberar un llanto. El padrastro le ordenó a una empleada que se encargara de él, mientras estuviera ausente en el hospital.
—Te cuidaré. —La empleada le acarició el cabello, dolida por la tragedia. Kimura apartó la mano frunciendo el ceño.
—No me toques. —Corrió detrás de Kento alcanzándolo antes de que pisara el acelerador.
—¡Llévame con Kaito! ¡Llévame con mi hermano! —Golpeó la ventanilla lastimándose los puños. Inmediatamente Kento abrió la puerta.
—¡Quiero ir con Kaito! ¡Llévame! —Rabioso, se violentó contra el hombre pegándole en el pecho.
—¡Ya basta, contrólate! —La falta de experiencia con niños le impidió analizar mejor la situación. No estaba hablando con un adulto para pedirle tal cosa, sino con un frágil ser humano enfrentando la muerte de una persona amada.
—¡Quiero a mi hermano, quiero que mi hermano esté aquí! ¡Si no puedes llevarme, tráemelo! —exigió jalándole la corbata.
—¡Se fue! ¡No va a volver! —Kento le dio otro abrazo, este más intenso que el anterior.
—¡¡¡GAAaaaaAAAAWAAaaaAAAA!!! —Kimura gritó y lloró hasta que su garganta se lo permitió. Kento no lo soltó, contuvo su tristeza, se apropió de ella albergándola muy adentro de sí.
Los días pasaron, el funeral de Kaito se postergó por el estado de coma de Emiko, las operaciones que sufrió para atender diversos daños. William, el padre biológico, se presentó viajando desde Norteamérica y se hizo cargo de realizar su propia despedida, una espiritual que no muchos entendían. Viajó hacia la cima de una montaña y se desprendió de los regalos que Kaito le obsequió de niño, manualidades de la escuela, dibujos, fotografías, reunidas en el tiempo que participó como miembro de la familia Kimimura. Permitió que el recuerdo de su hijo viviera únicamente en su memoria. Tenía la fuerza suficiente en su mente y corazón, como para nunca olvidarlo.
—My son… my first son. Dad siempre te amará.
Las secuelas en Kimura permanecieron. Recibió tratamientos psicológicos costeados por Kento, en el largo periodo en el cual Emiko se recuperaba.
Karin luchó contra la tentación de no abandonar su casa para enfrentar el terrible dolor, sin embargo que la madre de su amado estuviera convaleciente en el hospital la incentivó a participar de la vida de la familia, Kaito hubiese estado feliz con esa decisión. Trabajó como dama de compañía, juntó valor para acercarse a ellos, seguía amándolo desde la preparatoria, y aunque estuvieran distanciados mantenían contacto. No formaron una relación porque el joven prefirió la soltería para que Karin no se convirtiera en una víctima de su pasado.
Cumpliéndose un año de la muerte de Kaito, Kimura visitó el lugar del accidente a un costado de la carretera, encontrándose con una escena especial. Un grupo de personas, depositaron flores sobre el césped, fotografías y notas. La mayoría eran adultos, de una edad cercana a la del difunto. Esperó escondido detrás de un árbol a que todos se fueran. No se animaba a acercarse, presentarse como un familiar lo pondría en una situación que no soportaba, recibir pésames de desconocidos.
Los objetos y ofrendas se amontonaron, los visitantes fueron abandonando el lugar yéndose en sus autos particulares, todos, menos una niña. Permaneció arrodillada en silencio, pero con una sonrisa en el rostro. Kimura salió del escondite, posicionándose a la derecha de la pequeña. Leyó las notas, provenían de los anteriores miembros de la pandilla, amigos y compañeros de clase. Cada uno le agradecía a Kaito por haberlos ayudado en diferentes momentos de su vida. Las fotografías reflejaban los futuros de todos allí, querían mostrarle al gran líder sus logros y en que se habían convertido con los años. Estaban seguros de que él se alegraría al enterarse.
—Esa es mi foto, estoy junto a papá y a mamá en un día de picnic. ¿La ves? — La niña apuntó con el dedo índice. El pre adolescente la miró, formaba parte de una de las familias de las imágenes. Esta se mostraba amistosa, con sus ojos rosas y grandes.
—Sí, la veo —contestó.
—Papá me habló sobre el líder, lo salvó de unos abusivos. Mamá tuvo miedo, pero el líder apareció e hizo pum, pam, pum y los derrotó —contó imitando los golpes al aire—. Mamá lo llamaba “héroe”, papá se molestaba cuando lo escuchaba decirlo. —Hizo una pausa, quitando su sonrisa—. Han estado muy tristes… lo querían mucho. —Fijó su mirada en el chico. Percibió la tristeza, menos fácil de fingir que la de sus padres—. ¿También lo querías?
—… —No pudo negarlo, revelárselo a una extraña hubiese sido imposible hace un tiempo, sin embargo se trataba de una niña que posiblemente no comprendía ciertas cuestiones del mundo—. Sí.
—El líder nos observa desde algún lado. Aunque no lo veas, estará siempre contigo.
—… —El silencio le dio el impulso para gritar en medio del paisaje natural.
—¡Gracias, lííídeeeer! —Rio al finalizar, las mejillas se ruborizaron, la alegría de Rina despertó una sensación agradable en Kimura. El recuerdo de la trágica muerte de Kaito nunca abandonaría su lastimado corazón, pero podría calmar el dolor pensando en que su hermano hizo todo lo posible por protegerlo. Debía agradecérselo, pagar esa gran deuda de alguna manera—. Agradécele al líder. Se pondrá feliz —lo alentó.
—Aquí estás. Vámonos. —La madre de Rina los interrumpió llamándola para marcharse. Rina acató la orden y se despidió levantando la mano. Kimura quedó en soledad, pensativo, considerando esta nueva perspectiva para afrontar la pérdida.
Ninguno logró reconocerse en el futuro, cuando concurrieron al mismo instituto. Para Kimura, Rina fue una niña que encontró en su peor momento, por otro lado, la reina del jenga asoció a ese chico con alguien a quien deseaba sacarle una sonrisa, en el rostro frío como aquella tarde de invierno.
Kimura de diecinueve años cerró la puerta de la habitación destinada a la memoria de Kaito. Acompañó a Saki a la salida, sintiéndose mejor habiendo dado un paso importante, confiar en otra persona. Conversaron un rato de temas triviales sentados en un escalón, aguardando a que la recogieran. Una vez separados, retornó al interior del hotel.
—¿Hermano? —Umi somnolienta, con un oso de peluche colgando de un brazo, descendió las escaleras después de despertarse de un mal sueño.
— ¿Qué pasa? ¿No puedes dormir? —le preguntó agachándose a su altura.
—Soñé con un monstruo verde.
—Ya veo. Ven conmigo a la cocina, te prepararé algo —dijo tomándola de la mano. Umi aceptó.
—¿Sabes cocinar?
—No realmente, pero puedo abrir una bolsa de frituras. No es difícil, pones tus dedos así y…
—Ja, ja, ja. Eres muy tonto. —Sonrió agitando el oso de peluche.
—Existió un hombre mucho más tonto, no te harías una idea de lo tonto que era, ni en cien años podrías.
Caminaron hacia la cocina, riéndose, jugando a atraparse. La vida de Kimura tuvo giros inesperados que lo posicionaron como un hermano mayor y como un joven capaz de compartir sus sentimientos sin temer a ser juzgado o abandonado.
Perdón por no decírtelo antes… gracias, tonto hermano. Seré la mejor versión de mí mismo que pueda. A pesar de que me estés viendo transitar este camino, no te defraudaré. Mi cabello es rubio, tropiezo con piedras constantemente, me duele todo el cuerpo, me cuesta estudiar, temo por las repercusiones de mis acciones, temo por mis seres queridos… pero no me rendiré. Creo firmemente que estoy haciendo lo correcto, por esa razón continúo de pie. Prometo que depositaré esta nota en las orillas de la carretera, junto a la de tus amigos. Tomaré una fotografía para que veas mi futuro, prométeme que no te reirás de ella. Me conoces, soy holgazán, descuidado, pero me acostumbré a terminar lo que inicio.
Kimura Kimimura.
Comments for chapter "31"
QUE TE PARECIÓ?
Tremendo capítulazo, muy emotivo. Finalmente he conocido el destino de Kaito y la convicción de Kimura n_n
gracias por tu comentario! me emociona que te haya parecido así. Le puse mi kokoro en el jaaj