Yankee love © - 35
La amenaza de Manami dejó desconcertado a Yamato. Ambas familias conservaban un poderío económico elevado, sin embargo los favores que su padre les debía en sus momentos de flaqueza, posicionaron a los Umehara por debajo en el sistema de jerarquías. El chico desconocía la mayoría de los negocios familiares, aún era muy joven para intervenir en ellos, solo sabía que debía hacerse escuchar, reclutar aliados. Ganar la confianza de los estudiantes adinerados lo ayudaría en el futuro. Ese fue su plan al principio, no obstante la pandilla perjudicaba la permanencia de esos estudiantes, cuya matrícula disminuía con los meses. Varios decidieron apartarse, temerosos de recibir una paliza de las pandillas enemigas por vestir con el uniforme de la preparatoria Minato. Ser yankee o no, ahora era irrelevante, desde que Anzu fue agredida ya nadie estaba a salvo, sorprenderían a cualquiera.
A partir de aquel episodio, se desencadenó una serie de medidas de prevención de riñas callejeras, redoblando la seguridad en la zona. Tal y como el profesor Kurosawa había advertido, alejar la violencia no era una solución, fuera o dentro de la institución los alumnos se convertirían en víctimas. Varios pandilleros de otra preparatoria fueron avistados deambulando cerca, fumando en las esquinas, recorriendo las calles en motocicletas. Se habían vuelto cuidadosos, trataban de no resaltar, ni ocasionar problemas innecesariamente, como si tuvieran un objetivo claro.
El director tuvo la obligación de escuchar a los vigilantes, dejar de ignorar lo que sucedía afuera. Alejar los conflictos no servía, estos regresaban con más razones para ser recordados. Los Umehara figuraban como accionistas en varias empresas que dedicaban sus fondos a investigaciones en el ámbito de la sociología, psicología, entre otros.
La carrera del director inició impartiendo clases en preparatorias superiores más violentas que Minato, lugares donde los profesores no podían trabajar con tranquilidad. Buscó la forma de transformar la realidad de los pandilleros, pero terminó rindiéndose, escapando hacia una realidad que sí pudiera manejar. Después de unos años comprendió gracias a la comodidad de emplearse en instituciones prestigiosas, que seguía siendo el novato profesor motivado a cambiar el mundo. Volvió a confiar en sus capacidades, ahora tenía la experiencia para retornar e intentarlo de nuevo en circunstancias difíciles.
Aceptó un acuerdo para asumir el puesto de director en Minato, sitio donde se combinaban distintos contextos sociales, representándole un mayor desafío, lamentablemente nada cambió, no había yankees que le hicieran la vida imposible, en cambio, sí adultos que se aprovecharon de los jóvenes. Uno se propasó con una estudiante, el resto lo cubrió, el grupo de padres puso dinero creyendo que el incidente se olvidaría. Sin embargo Kaito los desenmascaró trayendo consigo, la pesadilla del director. Los pandilleros se hicieron presentes durante veinte años más.
Tanto padre como hijo, partieron de un plan inicial que terminó yéndosele de las manos. Darle espacio a Manami en el consejo estudiantil podría asegurarle algunas ventajas, como la de reducir la pandilla, no obstante tendría que compartir el dominio sobre los estudiantes con el miembro de una familia poderosa.
Cargando con tantos pensamientos, Yamato se lavó el rostro en el baño de chicos, a esa hora todos sus compañeros habían abandonado la institución. Maldijo a la culpable de su deplorable estado mirándose al espejo. La imagen que se reflejaba no lo describía, siempre se consideró un adolescente talentoso, seguro de sí mismo. Podía tener lo que quisiera, la aceptación de los estudiantes, las mejores calificaciones, la chica que escogiera, kohai, senpai, de clase alta o media, pero no estaba satisfecho, no era el único líder. ¿De qué le servía seguir siendo el presidente del consejo estudiantil, si un yankee en las sombras espantaba a su rebaño? ¿De qué le serviría una reelección, si con solo un chasquido de la familia Azuma destruiría sus esfuerzos?
Furioso golpeó el espejo, ni siquiera la fuerza de su enojo logró quebrarlo. A sus espaldas, la puerta se abrió lentamente. Volteó, una mano vestida con un guante negro asomó haciéndole una seña. Yamato se limpió la cara con una toalla y salió del baño. El pasillo estaba vacío. Revisó el salón siguiente al baño, sin hallar a nadie.
—¡¿Quién me está jugando una broma?! ¡No es gracioso! —exclamó, ya nada podía estropear más su día. Le dolía la mejilla, Anzu y Manami lo humillaron, solamente quería regresar a casa, dormir y olvidar. Mañana pensaría cómo seguir adelante, hacerle creer a los demás que continuaba siendo el chico ideal que lideraba a los estudiantes.
Avanzó por el pasillo hasta llegar a las escaleras, en el cuarto escalón encontró un broche particular, con la forma de un pequeño cuerno fucsia. Le costó asociar el particular objeto a su respectiva dueña. Lo que más le llamó la atención de esa chica no fue precisamente su cabello.
—¿Saki? —Unos pasos lo sorprendieron detrás, alguien se aproximaba con prisa. Yamato regresó al piso superior, tampoco divisó al responsable de jugarle esa mala broma. Molesto por la pérdida de tiempo, se dirigió a la planta baja, convencido de salir cuanto antes. Abrió su casillero y retiró sus zapatos, al cerrarlo, una figura negra se presentó en la entrada.
—¡AAAAhhhhaaaaaAAA! —gritó cayéndose hacia atrás. La luz del sol hizo contraste con el alto sujeto. Este se acercó, los pasos sonaron más firmes que los anteriores. Yamato estaba tan aterrado que no supo diferenciarlos.
—¡¿Qué quieres?! ¡No me lastimes! —pidió cubriéndose el rostro.
La figura correspondía a un estudiante más, vestido con una capa negra larga, y una máscara roja de un “Oni”, una criatura monstruosa de la mitología japonesa. Tenía cuatro enormes colmillos de color blanco, ojos amarillos que resaltaban con un delineado negro. Un par de cuernos sobresalían, puntiagudos y largos.
—Buscabas al líder de la pandilla —dijo agachándose a la altura de Yamato.
—¿E-eres el… el? —tartamudeó aterrado con toparse con el mismísimo líder que tantos problemas le causaba. Lo tenía ahí, tan cerca que podría arrebatarle la máscara.
—Sí, soy yo. —Se señaló con los dedos negros—. Siempre estuve asistiendo a clases y a un club interesante. Estudie y aprobé los exámenes como los demás. Participé en las competencias deportivas, comí mi almuerzo en la azotea, en el patio, en el salón —contó haciendo señas a cada una de sus acciones, abriendo un libro, representando el movimiento con los dedos de las piernas al correr, comiendo con palillos imaginarios. Yamato lo siguió con la mirada, la forma tranquila de hablar, incluso chistosa, se le hizo difícil creer que de verdad fuera el líder, hasta que el tono de voz se agravó con la próxima frase—: He estado cerca de ti, he visto cómo tratas a todo el mundo.
Takeshi bajó las escaleras sacándose la máscara. El presidente no alcanzó a verlo, pero pudo espantarlo, obligarlo a apresurarse hacia la planta baja, donde se suponía que lo esperaría su socio obstruyendo el camino hacia los casilleros, sin embargo no resultó como lo planearon, ya que Kimura le envió un mensaje preguntándole dónde estaba Yamato.
—¿Ese idiota es tan lento que no llegó a tiempo? Debería estar abajo. —Se dirigió a la salida, allí visualizó a alguien con un disfraz distinto a los que habían escogido, dialogando con Yamato.
«¿Quién es?». Confundido, le escribió al yankee preguntando dónde se había metido. Recibió una respuesta rápida indicándole que se encontraba en el patio delantero. Un intruso se les adelantó y tomó el lugar de Kimura. Takeshi impactado, se mantuvo distante observando detenidamente la situación.
—¿Por qué no revelas tu identidad? —lo interrogó Yamato temblando de miedo, no esperó encontrárselo en ese momento.
—Porque me persiguen mis enemigos. Me cuido y cuido de mis compañeros. —El misterioso individuo continuó moviendo las manos, como si necesitara el apoyo de sus representaciones para hacerse entender, ya que por la máscara no contaba con expresiones faciales. Recorrió su dedo índice sobre su cuello al pronunciar la palabra “enemigos”, lo cual asustó más al trastornado joven, imaginándose que sería un cuchillo degollándolo.
—Lógicamente, quieres que mi pandilla se separe. Son muy problemáticos y rompen la querida institución de tu padre. Te entiendo, créeme. —Alzó el pulgar—. Por eso te propongo que dejes en paz a tus compañeros. Ninguno de ustedes conseguirá separar a mi pandilla mientras yo la lidere. —Se puso de pie y miró en dirección a Takeshi, descubriendo al espía oyendo la conversación. No supo afirmar si estaba mirándolo, ya que debajo de la máscara no podía ver los verdaderos ojos, sin embargo sintió escalofríos de solo pensarlo.
El líder se retiró corriendo, Takeshi tardó en reaccionar, no obstante tras hacerlo no paró de correr atrás de él. Descifraría la mayor interrogante, recibiría una buena tunda por eso, pero lo haría con tal de ver a Manami sonreír como antes, aunque significara que dejara de necesitarlo. Si se revelaba la identidad del líder, era probable que las cosas mejoraran, ella podría descansar y Kimura cumpliría su objetivo.
Salió por la puerta de entrada, cruzó el patio delantero, sin detenerse a verificar si su compañero estaba cerca para ayudar a acorralarlo. El líder se movió velozmente, sacándole una amplia ventaja entre las personas que circulaban por las aceras.
«Es demasiado rápido». Takeshi se esforzó por no detenerse, acelerando hasta que no sintió sus pies tocar el suelo. Sería casi imposible tener otra oportunidad como esa.
Luego de un largo tramo, arribaron a la vía del tren. La poca suerte del chico se esfumó. El enmascarado concretó su escape, el tren se interpuso. Los vagones pasaron frente a sus ojos, no pudo ver el rumbo que tomó el líder.
Lo perdió.
Se encontraba demasiado agotado como para iniciar una búsqueda por la zona, estaba empapado en sudor y se le dificultaba respirar. El calor de verano se hacía notar y el uniforme añadió un peso extra. Se quitó la chaqueta, el celular escapó del bolsillo y se estrelló contra el concreto. Al recogerlo este sonó, era una llamada de Kimura. Contestó.
—Estuve… a punto… de… —dijo inhalando y exhalando en cada palabra.
—¡¿Qué… rayos pasa… contigo?! —Kimura también estaba cansado, lo escuchó intentando recuperar el aire. Takeshi dedicó especial atención a su forma de hablar. Miró a su alrededor creyendo que Kimura lo siguió desde el instituto, pero no lo vio cerca. No esperaba que su condición física fuera mucho peor a la de él, como para no alcanzarlo. Comprobó por sí mismo la fuerza de aquel rebelde en combate, y la resistencia de enfrentarse a su bokken con los puños. ¿Era Kimura a quien persiguió? ¿Por qué lo engañaría con la identidad del líder? ¿Qué pretendía? Formuló una idea precipitada y descabellada en su cabeza.
«No puede ser». El celular se deslizó de su mano. El sonido del aparato al quebrarse la pantalla, retumbó como un eco en la burbuja de silencio que lo cubría, aislándolo de la calle ruidosa.
—¡Oye… cuatro… ojos! —La cercana exclamación de su rival lo atrajo de nuevo a la realidad. El adolescente caminaba con Koji a cuestas aferrado a su cuello. El obeso intermediario de la pandilla no le permitió desplazarse con libertad desde que ambos se toparon en el patio. Kimura trató de zafarse, sin embargo el cuerpo pesado de Koji cumplió su función.
—¡No te enfrentes al líder, es un suicidio! —pidió estrujándole el cuello con los regordetes brazos. La piel de Kimura se tiñó de color azul, avanzó arrastrando los pies, emitiendo quejidos entrecortados.
—¿Qué hacen? —musitó Takeshi dando un suspiro al finalizar. Recogió su celular, fue solo una falsa alarma pensar que Kimura era el líder y que planeó despistarlo para asegurar su anonimato. El susto le costaría varios yenes para reparar la pantalla de su celular. Mientras los otros peleaban revisó la casilla de mensajes, pruebas que desmentían su teoría. Kimura no hubiera podido enviar esos mensajes estando con Yamato.
—¡¿Crees que soy idiota?! ¡Ni siquiera sé su identidad! —El yankee rubio se zafó del agarre y sujetó a Koji del cuello del uniforme.
—¡Estabas disfrazado, sabes que el líder se disfraza! —respondió pisándole el pie izquierdo. Conocía las debilidades físicas de su amigo, Emiko solía arrollar sus pies con la silla de ruedas.
—¡Desgraciado, voy a romperte la cara! —Lo soltó sobándose el pie, dando pequeños saltos.
—¡Lo provocarás! ¡No le gusta que copien su estilo! —Koji lo embistió con un panzazo y continuó—: ¡No te importa que me preocupe por ti! ¡¿Por qué siempre haces lo mismo?!
Takeshi quedó al margen de la situación observando cómo la pelea evolucionaba de patética a ridícula. Parecían un matrimonio en plena discusión, pronto se enteraría cuál de los dos dormía en el sofá, o saldría a embriagarse.
—Debería estar en una cita con Manami, no aquí. —Perdiendo toda esperanza, caminó de regreso al instituto a recoger sus cosas, cuando el grupo de chicas del club de jenga apareció en dirección al karaoke.
—¡Es Takeshi! —anunció Saki.
—Qué coincidencia. —Se sorprendió, descubriendo la razón de Manami en posponer la cita. Había arreglado el conflicto con sus amigas, era un buen desenlace, justo lo que quería.
—¿Qué hace Kimura senpai? ¿Por qué pone tierra en la boca de ese chico? —preguntó Rina, mirando a Kimura hundir la cabeza de Koji en un cantero con flores.
—Es un asunto de hombres. Despreocúpate —respondió Takeshi.
Saki codeó a Manami tres veces y le dijo al oído.
—¿Por qué no lo invitas al karaoke? Allí las salas son a prueba de sonido. Nadie se enterará si ustedes…
—¡Quieres robarme a mi novio! ¡Cómo te atreves! —Manami actuó para alejar toda insinuación desubicada. Saki retrocedió y gritó desmintiéndolo. Por otro lado, Takeshi se ruborizó, los deseos de tener un harem eran la tentación de cualquier adolescente, y él no era una excepción.
Rina rio al ver a la persona que tantos momentos incómodos le causó siendo acorralada. Anzu no pudo contener la carcajada, las expresiones de Saki eran variadas y chistosas. Manami sonrió arreglándose el cabello, destapando la mitad de su rostro.
Volvió a su antiguo yo, volvió a resplandecer.
Kimura notó las risas, soltó a Koji y miró a Manami. Lo tenía preocupado por sus recientes actitudes, pero presintió que estaría bien. Se alegró por ella, esbozó una sonrisa que la chica vio en la distancia. Fue por un instante, sus miradas se cruzaron. No había rencores de por medio a causa del rechazo de Kimura, o la intromisión de Manami en su objetivo. Cada uno obraba bajo sus propios principios, siguiendo lo que creían correcto. La admiración que compartían podría distanciarlos, jugando el papel de un pandillero y el de la vicepresidenta del consejo estudiantil, pero la necesitaban para sembrar un lazo verdadero. Independientemente del interés romántico, ambos querían ver al otro feliz.
—¡Kimura senpai! —lo llamó Rina agitando el brazo, corriendo hacia él.
—Rita. ¿Qué pasa? —habló limpiándose las manos polvorientas en su chaqueta. Koji atrás, se levantó escupiendo tierra.
—Me preguntaba si tú… —Comenzó siendo el impulso de una chica enamorada, no obstante al estar varios jóvenes presentes, creyó conveniente utilizarlo para transitar el complicado camino que eligió—. ¡¿Quieres acompañarnos al karaoke?! —propuso cerrando los ojos, como si hubiera lanzado una granada y aguardaba a que explotara.
«¡Así se hace, damisela!», celebró Saki internamente, reconociendo el gran paso de su tímida amiga.
—¿Al… karaoke? —preguntó Kimura. Jamás fue a uno, desconocía qué significaba asistir a uno para la juventud.
—N-no estaremos solos. N-no es una cita. —explicó cubriéndose los ojos, protegiéndose de la futura explosión.
A metros de distancia, Takeshi le reprochó a Manami cruzándose de brazos.
—Se suponía que hoy nosotros tendríamos una cita. ¿Ahora tenemos que ayudar a Rina con Kimura?
—¿Por qué te incluyes, querido? ¿Acaso tienes miedo de que estemos a solas con Kimura? ¿Te tienes tan poca confianza como hombre? —Dibujó una sonrisa sádica en su rostro. Takeshi la interpretó muy bien. Su orgullo le azotaba la espalda, retirarse y dejar a Kimura con cuatro chicas, incluyendo a su novia era impensable, no obstante le excitó ese lado dominante de Manami.
«¡Maldita seas! ¡¿Por quééé?! ¡Acaba de despertar a un masoquista en mí!». Se agarró la cabeza apretando los dientes.
—Eres lindo. Consideraré la posibilidad de besarte si te comportas —expresó en tono provocativo. El joven se inclinó para que le acariciara el cabello, sometido a sus órdenes. Manami le otorgó una pizca de afecto moviendo la palma de la mano sobre los mechones azulados.
Anzu suspiró, la relación de esos dos sí que era un caso especial, lucían como amigos jugando a ser una pareja. Tal vez Manami necesitaba a alguien así para hacer de su dolor por el rechazo soportable.
—Son raros… muy raros —opinó Saki cabizbaja, recuperándose del golpe verbal de hace unos momentos.
—Acostúmbrate, te involucraste con personas igual de raras que tú —comentó Anzu para luego mirar el perfil melancólico de Saki—. ¿Estás bien? —preguntó.
—¡Ah!… Pensaba, qué hubiese pasado si me mudaba a una ciudad distinta. Supongo que… ¡Olvídalo! —Sacudió la cabeza nerviosa. Saki trabajaba a diario para controlar su comportamiento extravagante, moldearlo para no perder lo genuino de su persona, aprender de sus experiencias y mejorar.
La pelirroja sonrió. A pesar de que fuera una chica irritable, la quería. La protegería de aquellos que la discriminaban, haría que esa sonrisa perdurara y que se sintiera a gusto estando en ese peculiar grupo de adolescentes raros.
—Anzu. —Saki cambio de tema—. De verdad me sorprendiste. No creí que te gustara Kimu… —Con un movimiento rápido Anzu le tapó la boca. La amenaza constante estaría al asecho si no se cuidaba.
Rina le explicó a Kimura sobre los karaokes, sitios donde los jóvenes asistían para cantar, beber y divertirse. El yankee no halló diversión en eso, aceptó acompañarlas si iban a un centro de juegos, donde podría enseñarles lo que las estudiantes de preparatoria inusualmente experimentaban, el placer de matar zombis con diferentes y asombrosos tipos de armas. Rina aceptó el cambio de planes y notificó al resto del grupo. Ninguna objetó, complacer a Kimura sería revelador para conocer más sobre sus preferencias. Pensaron que no era común que saliera a divertirse sin meterse en peleas. El club de ayudar a un yankee problemático realizó su segunda actividad extracurricular.
Takeshi y Koji se despidieron, partiendo cada cual en diferentes direcciones, envidiando al afortunado protagonista, sin tener la menor idea de cómo atraía al sexo opuesto con sus inexistentes atributos para encantar mujeres.
—Un centro de juegos. Es la primera vez que entro a uno. —Rina se asombró observando la cantidad de estudiantes que concurrían de distintos institutos. En el sector que escogió Kimura se reunían los chicos mayores que competían en los videojuegos más violentos.
—Así que aquí se amontonan los impopulares —destacó Anzu.
—¿Impopulares? —preguntó Rina.
—Sí, ¿acaso ves a alguien con senos? —bromeó Anzu. Saki no quiso quedarse atrás e hizo su propia broma.
—¿Te refieres a Manami y a mí?
Defendiendo sus orgullos de adolescentes en crecimiento, Rina y Anzu le golpearon la cabeza al mismo tiempo.
—¡Eso dolió!
—Oigan, no me pongan en vergüenza. Quietecitas —las regañó Kimura levantando el dedo. En ese lugar era respetado, un casi campeón en numerosas oportunidades, pero como sucedía con sus iniciaciones, la fortuna nunca estaba de su lado.
—¿Vergüenza? Ja, ja, ja. A veces olvido lo inocente que eres. Es encantador. —Manami tomó la delantera y saludó con la mano a dos chicos que se encontraban anonadados contemplándolas pasar.
—Ella sabe de lo que habla. —Anzu la siguió y le arrebató una pistola mata-monstruos a uno de los mirones inmóviles.
Saki decidió darle un empujón a Kimura sugiriéndole:
—Enséñales a jugar u otros lo harán por ti.
—Ya lo sé —dijo molesto. Debía proteger a sus amigas antes que a su reputación. Traer consigo a cuatro chicas generaría repercusiones cuando volviera a asistir solo.
—Tomaré nota, hubiéramos ido al karaoke. —Suspiró.
—Dime la verdad. ¿Estás celoso de que nos vean otros hombres? —Lo puso en evidencia. No se equivocaba, Kimura ardía de los celos, una nueva sensación generada por las miembros del club, hacía evidente su interés en ellas.
«El senpai celoso. ¿Será que todas hemos avanzado?». Rina se entusiasmó apreciando la reacción del joven, quien prefirió ignorar la pregunta caminando encorvado hacia los videojuegos.
—Es una buena señal, Rinrin. —Saki levantó el pulgar y guiñó un ojo. Rina sonrió, estaban llevando a cabo un trabajo en conjunto para convertirse en personas especiales para el yankee, logrando pequeñas metas día a día.
—¡Vengan por aquí! ¡Vamos a jugar! —las llamó Manami en una esquina del salón. Las chicas se reunieron y probaron diferentes juegos, concluyeron que sí era más divertido que cantar.
En el gimnasio del instituto Kanda, un grupo de jóvenes pertenecientes a la pandilla denominada “Tora”, se juntaron a fumar mientras dos nuevos reclutas realizaban la iniciación. Los postulantes estaban a gatas sosteniendo sobre sus espaldas el peso de dos de los yankees, debían hacerlo durante un tiempo determinado. Si pretendían formar parte del grupo, resistir era fundamental. Para ellos la base del éxito en las peleas, se basaba en mantenerse firmes hasta el momento indicado para atacar. Esa característica los destacaba de otras pandillas, en las calles eran sigilosos como tigres, se escondían y acosaban a sus presas hasta elegir ese momento indicado. Cuando esto pasaba, nada los frenaba, y si se presentaba el caso donde eran vencidos, no se arrodillaban ante nadie, porque eran como muros de piedra, nunca los derribaban.
Los brazos y piernas de los estudiantes temblaron, habían alcanzado su límite, pronto se rendirían humillados por el fracaso. Su líder encendió el tercer cigarrillo y mandó a cubrir todas las ventanas del lugar. A esa hora el conserje acababa sus labores, por lo que solo le faltaba cerrar los salones uno por uno dándoles tiempo suficiente para finalizar el encuentro. Los subordinados obedecieron, el gimnasio quedó en penumbras. Se veían unos tímidos rayos de sol que traspasaban las cortinas, y las luces de los cigarrillos moviéndose de arriba a abajo. El ambiente era aterrador, no solo eran torturados físicamente sino también psicológicamente. El instituto luminoso que estaban acostumbrados a visualizar, se volvió un sitio de pesadillas.
El líder se agachó, expulsando el humo de su boca hacia el rostro de uno de los reclutas.
—¿Eres un tigre? —le preguntó con voz ronca, la de un viejo fumador.
—¡S-sí, lo soy! —contestó temeroso.
El imponente sujeto quemó la mano izquierda del desdichado adolescente, este ahogó un grito. Sin lograr resistir el dolor, se dio por vencido. El yankee sobre él lo aplastó contra el piso.
Se escucharon murmullos, comentarios sobre el fracasado, tenían prohibido gritar insultos para humillarlos, era suficiente con no pasar la iniciación. El líder de los Tora vio innecesario molestarse en continuar con el otro, le cedió el mando a su hombre más confiable, un yankee bastante hábil en artes marciales, seguidor de una dura disciplina.
—Mirio, encárgate.
—Sí, déjamelo a mí.
El líder abandonó el gimnasio para respirar un poco de aire puro.
Bajo el sol del atardecer, se pudo diferenciar mejor su apariencia. Tenía abundante cabello negro descuidado, le llegaba hasta debajo de la nuca. Dos poderosas entradas encima de la frente, una calvicie mínima a los costados de la cabeza. El rostro presentaba unas cuantas cicatrices de sus batallas, los pómulos marcados y una nariz maltratada, con vestigios de haber sido quebrada más de una vez. Lo conocían como Kabuto, porque era duro y resistente como un escarabajo, sin embargo su nombre difería de ese. Recientemente adquirió el mando de los Tora. Era temido incluso por los adultos, sus prácticas rebasaban los límites, pero eran cubiertas con su astucia en limpiar cada lugar donde las aplicaba, y lo principal, por contar con compañeros fieles.
Los Tora fueron enemigos de Kaito al no poder convencerlo de cambiar sus propósitos, de no gastar energías en manifestarse en contra del director. Querían que las invirtiera en compartir el puesto de los más letales en el ámbito de las pandillas juveniles, marcar sus territorios para que nadie osara cruzarlos sin su permiso, ser aliados y trasmitirle eso a las generaciones futuras. No existía cosa más valiosa que el poder.
Después de la derrota del primer líder contra Kaito, la pandilla Tora perdió respeto. Nadie seguiría a los débiles que perdieron con un lobo a punto de retirarse. Kabuto buscaba recuperar ese respeto, desde que tomó posesión de la pandilla destronando al jefe anterior en una brutal paliza, se propuso escalar hasta alcanzar al nuevo lobo alfa de la manada.
Su informante regresó de las calles. Reunió información relevante sobre el instituto Minato, de su actual funcionamiento. Después de que Kabuto envió a cuatro de sus hombres para que le propiciaran una paliza a Kimura, el pandillero “revoltoso del parque”, quien captó su interés, ordenó investigar qué tanto había cambiado la pandilla de Kaito con el tiempo.
—Kabuto, qué bueno que te encuentro —dijo descansando del largo trayecto.
—¿Qué averiguaste? —preguntó encendiendo y apagando el encendedor.
—Tienen planes para una reelección del consejo estudiantil —notificó.
—¿Por qué eso debería importarme? —Lo miró de reojo.
—Comentan que el motivo de adelantar las elecciones… es porque pretenden que los yankees participen. La dirección está empecinada en que estudien, también realizaron exámenes especiales para ellos. Los sobornaron para que cumplieran.
—¿Exámenes? Qué locura. —A Kabuto siguió sin interesarle las nuevas políticas de la institución, para él solo eran intentos desesperados para que todos los estudiantes estudiaran sea como sea.
—Eso no es todo. Conseguí este papel. —Se lo enseñó, el informante pudo filtrarse y robar del escritorio del consejo estudiantil, uno de los contratos otorgados a los yankees para que tomaran las pruebas a cambio de comida. Bastó con ponerse un uniforme, hacer notar menos su llamativo peinado, para pasar desapercibido entre el montón.
Kabuto lo leyó. La última oración le brindó la respuesta a la urgencia del informante de ser escuchado.
—¿Postularse para presidente del consejo estudiantil? ¿Un yankee? —No obstante en lugar de preocuparse, se rio a carcajadas.
—¿Kabuto? ¿Por qué te…?
El líder lo mandó a callar golpeando la pared detrás. Arrugó el papel con un puño y puso una sonrisa de oreja a oreja:
—Este es el rumbo que están tomando los lobos, resolviendo asuntos internos… Veo que tienen otras prioridades, pero eso terminará pronto.
Comments for chapter "35"
QUE TE PARECIÓ?
Me gustó este capítulo pero me tocó fibras sensibles =(.
Parece que se vienen cosas muy grandes, voy a estar esperando los nuevos capítulos =)
Gracias por tus comentarios, para un artista saber que ha generado diferentes sensaciones en los lectores es el regalo más bonito. No podría pedir más :3