Yankee love © - 36
Una no tan clásica tarde en el centro de juegos, le brindó a Kimura la posibilidad de pasar tiempo con el club de ayuda al yankee. Las chicas se habían convertido en parte importante de su vida, de su presente. No podía seguir negándolo, confiaba en ellas y quería compartir más momentos así.
Arribó al hotel para la cena, Emiko cocinó un delicioso y elaborado platillo. El joven olfateó la carne asada, se le hizo agua la boca de solo hacerlo, sin embargo pronto entendió que la cena no estaría destinada a otros aparte de sus padres. Emiko había colocado velas encima del mantel blanco que adornaba la larga mesa del comedor para empleados, el que utilizaba la familia Kimimura. Dos copas descansaban en un extremo de la mesa. Emiko movió la silla de ruedas en su dirección dándole la bienvenida.
—¿Kento se irá mañana? —preguntó Kimura extrayendo de la heladera, un recipiente que contenía restos de un pescado de mar que su padrastro pescó en la tarde con sus compañeros de trabajo. Lo observó pensando quién más habría sufrido el trágico destino de morir.
—Sí, se irá —confirmó la mujer con pesar en su mirada.
Kimura la contempló, odiaba a ese hombre, pero reconocía que era de los pocos capaces de sacarle una sonrisa a su madre. No se incluía dentro de esas personas, hace años que dejó de sacarle sonrisas, solo le ocasionaba problemas, tal y como solía hacer Kaito. Prefirió no continuar la conversación, pero Emiko se lo impidió con su invitación.
—Quédate a comer con nosotros. Estamos orgullosos de que hayas aprobado los exámenes.
Kimura se asombró, soltó por accidente el recipiente. Que su madre le dijera que estaba orgullosa, era algo nuevo para él, más si Kento también lo pensaba. Reaccionó como lo haría normalmente, con un chiste malo que la molestaría.
—¿Sabes lo incómodo que sería cenar rodeado de velas? Y en medio de una pareja de enamorados. Paso, paso.
Emiko rio. Una fugaz carcajada escapó, el sentido de humor de su hijo menor era único, ni su idiota padre lo igualaba intentando ser chistoso con la apariencia desalineada de un extranjero casi albino.
—Era de esperarse… esa respuesta. —Avanzó con la silla de ruedas e hizo un ademán para que se agachara. Kimura obedeció arrodillándose frente a ella. La mujer deslizó su mano sobre el cabello rubio, peinado con abundante gel y le dijo:
—Siempre serás mi pequeño. El pequeño rebelde que tantos problemas me causa. Kaito también estaría orgulloso de ti. Te has esforzado mucho.
Kimura calló enseñándole una tímida sonrisa. Para Emiko sería un eterno niño, el único que tenía y tendría. Mirarla con la ternura que ella lo hacía, era como traicionarla. Seguía el mismo camino de Kaito, trayéndole las mismas decepciones, pero a diferencia de él, prometió ponerle fin a un asunto que seguramente trascendería el día que se graduara de la preparatoria Minato.
Retiró la mano de Emiko y se apresuró a cenar en su habitación. Su madre bajó la mirada angustiada. Esa noche discutiría con Kento el futuro de Kimura, pensaban transferirlo de escuela, terminado el semestre podría ser admitido en otra institución más cerca del hotel. Aunque el historial estudiantil de Kimura fuera un gran inconveniente, las pruebas para integrar a los yankees probarían su compromiso en superarse y cambiar. Decidir transferirlo los volvería sus enemigos, afectaría la frágil relación que tenía con Kento y la confianza madre e hijo pendería de un hilo. Acababa de decirle que estaba orgullosa, infundiría sentimientos contradictorios en Kimura apartándolo de un lugar que se prometió ocupar por la memoria de Kaito.
Ajeno a todo esto, el adolescente se desplomó en la cama, agotado tras el estresante día. Ocurrieron varios episodios reveladores, el asunto con Manami y el consejo estudiantil, el encuentro del líder con Yamato. Se llevó un trozo de pescado a la boca mientras pensaba en su próxima jugada. Avanzaría por el callejón al final de la calle y derribaría a dos subordinados del jefe final para luego enfrentarse al monstruo de los largos tentáculos. Así sería, una vez entrara de nuevo a la acción debía ser cuidadoso o los zombis descerebrados le morderían el trasero, estaba fuera de entrenamiento y su cuerpo lo sabía. Buscó los controles de su consola debajo de la cama, modificaría su nombre de usuario para engañar a los demás jugadores y presentarse en el momento más crítico para dejarlos boquiabiertos con sus habilidades pulidas.
—¡Bien! ¡Está vez no me pisarán ni los talones! —Encendió el videojuego, pero el cansancio hizo peso sobre sus párpados, no alcanzó a sostener el rifle cuando cayó preso del sueño.
Despertó al amanecer con el sonido de su reloj despertador, el cuarto comprado del mes. Lo arrojó al suelo como era costumbre, sin embargo en esta ocasión no se rompió esparciendo las partes por el piso, apenas impactó con la madera y rodó como un huevo hacia debajo de su cama. Kimura abrió los ojos incorporándose en la cama. Lo primero que vio fueron sus piernas debajo de la sabana, parecían ser más cortas que de costumbre. Se destapó y con la vista algo borrosa divisó que sus muslos eran anchos, con una forma curvada bastante pronunciada. Juntó las piernas, la vista comenzó a esclarecerse.
—Yo… —Escuchó su propia voz, o la que creyó que sería su voz, era aguda, demasiado aguda. Inmediatamente se cubrió la boca. Pestañeó unas diez veces con una rapidez formidable y terminó gritando:
—¡Tengo piernas de chica! —Saltó de la cama cayendo de cabeza al suelo. Un golpe en la frente no lo sacó del espantoso sueño que estaba teniendo. Aún con la cabeza pegada al piso, se tocó los glúteos. Eran blandos, demasiado blandos para su gusto.
—¡Esto no es mío! ¡¿Qué rayos está pasandooo?! —El largo cabello rubio y lacio se desprendió de la coleta que lo sujetaba. Los mechones cubrieron su pecho, al menos allí no había reunido tanto material como en otras zonas específicas de su cuerpo. Sentado sobre sus rodillas, se palpó el pecho, dos ligeros relieves que no debieron haberse formado le dieron una mejor idea de lo que ocurría. Revisó su escote, tenía puesta ropa íntima femenina tapando los evidentes senos.
—¡No puede ser, me convertí en una chicaaa! —Corrió hacia el espejo. Su rostro era como el de una muñeca de porcelana, con rubor en las mejillas, labios rosados y ojos grandes color miel.
—Esto… esto no es real, es un sueño, sí eso, es un sueño. —Miró cada rincón de su habitación. Las paredes estaban cubiertas con posters de idols, nunca había visto a tantos hombres dentro de su habitación.
—¡Es una maldita pesadilla! —Espantado, corrió en busca de algo que lo hiciera despertar. Según había escuchado cuando uno moría en su sueño despertaba en el mundo real, el objeto más punzante que halló, fue una pluma color rosa sobre el escritorio también rosa.
—¡Esto servirá! —Apuntó hacia su garganta, haría un movimiento rápido y certero.
De repente, la puerta se abrió bruscamente, un adulto ingresó e impidió que Kimura se quitara la vida para regresar a ser quien era antes, un hombre.
—¡No lo hagas, tienes una hermosa vida por delante! —exclamó su salvador arrebatándole la pluma de las manos. Se trataba de una mujer con cabello negro y corto, de rasgos marcados y varoniles. Vestía de traje oscuro, era bastante alta y corpulenta. Para Kimura era la mujer más horrenda que había visto.
—¡¿Quién eres?! —Se enfadó intentando recuperar el objeto.
—Soy tu madrastra, Kenta. ¿Qué te pasa? ¿Finalmente perdiste la cabeza?
—¿Kenta? —Kimura asoció el nombre de Kento—. ¡También cambiaste de sexo!
—¡Reacciona, Kimi! —La mujer lo sacudió llamándolo con el nombre que tomó al vestirse como una chica para asistir al cumpleaños de Rina.
—¡No soy una chica, soy un chico! —Lo empujó con las pocas fuerzas que conservaba y salió corriendo hacia la cocina—. ¡Mamáááá! —Se refirió a Emiko como no lo había hecho, asustado hasta los huesos. Si todo concordaba con ese loco mundo, hallaría a un hombre de cabello lila marchando sobre una silla de ruedas. Dicho y hecho, alertado por el grito, un delgado hombre apareció en una silla de ruedas.
—¿Kimi? ¿Qué ocurre, hija?
—¡Tú también cambiaste de sexo!
Escapó del hotel todavía con el camisón rosa puesto.
—¡Que alguien la detenga! —Kenta la persiguió cargando un frasco de pastillas—. ¡Está en sus días!
«¡¿Cómo que estoy en mis días?! ¡Nada de esto tiene sentido!». Desesperado cerró los ojos y al abrirlos se chocó con otra persona. Un joven que acababa de bajarse de una motocicleta. Kimura cayó atrás sobre el asfalto en la entrada del hotel.
—¿Estás bien? —El joven estiró el brazo para ayudarla a levantarse. Kimura lo miró al rostro. No podía ser otra persona más que Karin. Conservaba el cabello largo enrulado en las puntas, mucho más largo que cuando era mujer. Llevaba una chaqueta de cuero, varios cintos plateados rodeando la cintura, pulseras con pinchos en las muñecas y collares en forma de cadenas.
—¡Karin! —exclamó aún sin moverse del piso.
—¿Karin? Nos conocemos hace tantos años y no sabes mi nombre. Tendré que enseñarte algunas cosas extras —insinuó guiñándole un ojo.
«Sigue siendo una especie de hermana pervertida, que sea un hombre lo vuelve peor», pensó asqueado con que un sujeto amante del heavy metal se lo dijera en tono lascivo.
—¡Aléjate de mí! ¡Quiero mantener mi virginidad! —Se levantó como pudo, con ese pequeño cuerpo, temía ser profanada antes de que terminara la pesadilla.
—¿Vas a ir así a clases? No me opondría si estudiara ahí, pero la directora se molestará —bromeó levantándole el camisón.
—¡No me toques! ¡Te romperé la cara! —lo amenazó, le era difícil pensar que ese joven en realidad era Karin.
—Estás agresiva hoy, me gusta. —Espantó a Kimura con el comentario, este regresó a su habitación a mudarse de ropa. Si era solo un sueño, tarde o temprano despertaría, se adaptaría a esa nueva vida, ya que no podía despertar como planeaba. Revisó el armario, el traje escolar pertenecía a la academia Minato, por lo tanto debía enfrentarse a sus conocidos y amigos viéndolos en cuerpos diferentes.
Se vistió y descendió las escaleras hacia la salida cuidando de que nadie la descubriera. Aferrada al bolso, caminó con un tranco gracioso, avanzando con las piernas abiertas. Sin tener su miembro masculino colgando, era complicado caminar con la sensación de haber sufrido una tremenda pérdida.
—Espero que esto termine pronto —deseó.
Tomó el tren como lo hacía diariamente. Fue el centro de atención de un grupo de estudiantes de otros institutos. Kimi era hermosa, pero en su actual estado era demasiado masculina para el agrado de los jóvenes. Algunos intentaron ver debajo de su falta, al sentarse con las piernas muy separadas, no obstante la mirada aterradora de un yankee plasmado en el rostro de muñeca los asustó. Cuando abandonó la estación, se encontró con un ser identificable, a pesar del cambio de sexo, Tai lucía exactamente igual a su anterior yo. El único cambio fueron las dos trenzas de tres centímetros que caían debajo de sus orejas.
—Tai —la saludó.
—Kimi, ¿te ves rara hoy? —La examinó de arriba a abajo—. No te has peinado. Tu cabello es lacio y brilloso, no lo descuides de un día para otro. Has trabajado bastante en mantenerlo sedoso.
—Es lo más gay que has dicho —dijo Kimura.
—No comprendo.
—Nada, olvídalo. En cualquier momento sonará mi reloj despertador. —Suspiró retomando su caminar. Mantuvo sus pensamientos en idear formas de no llamar la atención, lo fundamental era no toparse con ninguna de sus amigas, principalmente con Rina y Manami. Si esa realidad imitaba las actitudes o personalidades de las personas reales, se avecinarían dos grandes dramas amorosos, ahora ellas serían hombres enamorados y temía lo que eso significara.
Otra cuestión que tuvo en cuenta fueron las peleas, evitaría enfrentar bravucones o enojarse con cualquiera que se le cruzara. Cumpliría con las tareas del día como toda buena estudiante, se sentaría con las piernas cruzadas, comería su almuerzo con la boca cerrada, no se olfatearía las axilas, ni se hurgaría la nariz, respondería a los profesores con “Sí profesor” o “Usted tiene la razón, no me opondré a su decisión de echarme del salón”.
En la entrada del recinto estudiantil visualizó a una profesora voluptuosa, esbelta y alta reteniendo a los adolescentes para revisarlos, desde sus uniformes hasta sus posturas. A Kimura le extrañó que una docente desempeñara ese papel, acostumbraba a hacerlo un funcionario más capacitado como el entrenador del equipo de baloncesto, un enorme hombre, morocho, ancho e impenetrable igual que un muro de concreto. Recordaba haberlo visto persiguiendo a los pocos pandilleros que se animaban a entrar por esa puerta, incluyéndolo. Cuando el vigilante se dormía, él tomaba el mando siempre y cuando no entrenara temprano en el gimnasio para dar el ejemplo a su equipo, de que los entrenadores también entrenan y no solo dan órdenes.
La profesora era respetada, sus estrictas exigencias eran acatadas por los varones con una gran sonrisa, estaban agradecidos de que esta mujer les gritara, cada vez que lo hacía sus pechos se movían de arriba a abajo. Presentaba una chaqueta y una falda ajustada de color azul oscuro, una vestimenta formal para el trabajo, sin embargo para los demás era una invitación para expandir la imaginación.
—Esa es… —Kimi sospechó, aquel hombre en la realidad era el centro de atención para las chicas.
—La profesora Kurosawa. Tardaremos en entrar, hay una larga fila de chicos. —Tai se deprimió.
—Saltemos el muro del patio trasero —sugirió Kimi moldeando su tono de voz para que sonara agradable, acorde a su actual actitud de inmaculada, pura e intocable chica rubia de preparatoria.
—¿Qué dices? ¿Desde cuándo se te ocurren esas cosas tan imprudentes? Además allí se amontonan los yankees, te dirán groserías —dijo asombrada.
—¡¿Crees que porque soy una mujer no puedo hacerlo?! ¡Sigo teniendo brazos fuertes, obsérvame! —Kimi se dirigió al mencionado muro siendo perseguida por Tai. Arrojó el bolso al patio y comenzó a trepar, afirmando sus pies sobre los ladrillos.
«¡No llego! ¡Maldición! ¡Soy una enana!». Rabió, falló, rabió y volvió a fallar.
—Vamos, nos encontrará Kurosawa —la apuró su amiga.
—¡No le temo a Kurosawa! ¡¿Quieres saber la cantidad de veces que me castigó?! ¡Fueron veinte en tres meses! ¡Escribí un cuaderno entero de reflexiones sobre mi comportamiento! —Las exclamaciones atrajeron a la controladora docente.
—Conque escribiste un cuaderno entero. ¿Por qué no empezamos el siguiente? Kimi Kimimura.
«No entiendo cómo todos la adoran, continúa teniendo ese tono de superioridad que tanto detesto», pensó antes de voltearse y actuar como una chica dulce.
—Profesora, no lo malinterprete. Planeaba usar este atajo para no llegar tarde a clases.
Kurosawa la leyó como a un libro, no existía inocencia en ese rostro, ni usando todo el rubor del mundo la engañaría. Puso el dedo índice debajo del mentón y habló:
—Pretendías entrar por este lado… ya veo, como lo hacen los yankees. ¿Vas a unirte a ellos? Permíteme facilitarte las cosas. —La tomó de la parte trasera del cuello del uniforme y la arrastró contra su voluntad.
—¡N-no pretendía unirme a ellos! ¡Míreme, soy una tierna chica!
Minutos después, Kimi fue a parar a la sala de detención. Había olvidado la reciente implementación del espacio destinado a los desobedientes y buscapleitos. Debían quedarse allí un determinado tiempo mirando una frase escrita en un pizarrón. La última vez que Kimura fue detenido, se peleó con un bravucón por el estúpido motivo de generar ruido con el movimiento de una silla, como consecuencia escribió páginas y páginas explicando el por qué de sus acciones.
Se sentó en medio del salón, rodeada de la mirada de los demás yankees. No se percató en sus anteriores estadías, ese lugar apestaba a sudor, fracaso estudiantil y a futuro criminal. Al ser una chica, las miradas no se despegaron de ella, comenzaba a molestarse, sin embargo se mantuvo quieta, callada, con la vista fija en el pizarrón.
«¿Cuánto tiempo tengo que quedarme aquí? Ya no lo soporto». Se rascó la cabeza, llevaba la cuenta de los segundos retenida para concentrar su mente en algo, noventa segundos fue su única y máxima marca. Desgraciadamente no tenía sueño para matar el tiempo y el obeso adulto vigilante de la esquina no dejaba de roncar.
—¡Ahhhh! ¡Estoy harto! —Se levantó de golpe. Miró atrás, un pandillero robusto y calvo se encontraba agachado con la intención de espiar debajo de su falda, creyendo que tendría la oportunidad de verle la ropa interior—. ¡¿Qué mierda ves?! —La transformada joven pateó la mesa colocando la pierna encima de la misma, dándole la oportunidad perfecta al pervertido para sacar una captura mental de lo que se ocultaba en la penumbra. La inexperiencia de Kimura en utilizar esa prenda lo expuso.
—¡Está usando ropa interior de hombre! —exclamó el pandillero hallando un desconcertante descubrimiento. Kimura no accedería a vestir algo tan vergonzoso, estuviera en un cuerpo distinto o no, así que robó una prenda de su madre/padre antes de ponerse el uniforme escolar.
—¡Deja de mirarme, maldito pervertido! —Kimi alzó la silla y se la lanzó, la escasa fuerza no logró que la silla diera con su objetivo, quedó a mitad de camino. Los presentes escucharon un gritito como el de un pequeño animal luego de que realizara ese arriesgado movimiento.
El lamentable lanzamiento los hizo reír.
—Es adorable —comentó el mirón acercándosele—. Las perras rudas siempre me entretienen. —Elevó el mentón de Kimi, tocándola con una sucia mano portadora de cientos de gérmenes y de posiblemente otra sustancia que Kimura prefirió no imaginar.
«Este lugar… recuerdo haber hecho algo aquí…». Pensó en la forma que tuvo de vencer a un oponente que superaba su tamaño. Darle un rodillazo en una zona frágil sería la salida ideal de aquella humillación. Movió la cabeza a un lado librándose de los dedos gruesos, cuando un tercero intervino poniendo la mano sobre el hombro del pandillero. Se trataba de un pelirrojo con una cicatriz en la mejilla. De ojos fríos como el hielo y cabello puntiagudo. No dijo nada, lo miró frunciendo el ceño.
—¿Qué quieres? ¿Quedarte con la chica? —bufó el calvo enojado.
Kimi asomó detrás y lo comprobó enseguida, era Anzu. Reconocía los colores de su piel, ojos y cabello, además el aura amenazadora que envolvía a la ruda chica, se intensificó más siendo un hombre. Claramente podía repartir golpes poderosos.
«Vamos, Hanzo. Defiéndeme, así no tendré que recurrir a patearle los testículos», deseó internamente con una sonrisa. Una dama en peligro alertaría a cualquier defensor de la justicia.
—No me importa lo que pase con la rubia teñida, estás sobre mis zapatillas de baloncesto —contestó señalando el piso.
—Oh, lo siento. —Se apartó el abusivo.
«¡¿No defenderás a una mujer?!… ¡¿Y qué hacen tus zapatillas ahí?! ¡Tienes un lugar para guardarlas! ¡¿Por qué las traes a la sala de detención?! ¡Lo hace para molestarme, de seguro lo hace para molestarme!», rabió viendo como la apabullante sombra del sujeto ennegrecía su pequeña presencia.
Hanzo las recogió y volvió a sentarse con los brazos cruzados. La inexpresividad e indiferencia del chico hacia la situación sacó a Kimura de sus casillas.
«¡Desgraciado!». Estalló en ira y llevó su rodilla a la entrepierna del calvo yankee. Un terrible dolor azotó a Kimi, como si su rodilla hubiese impactado contra una roca.
—¡Dueleeeee! —gritó despertando al vigilante.
—¡¿Qué está sucediendo?! —Con la mayor rapidez que pudo (veinte segundos) se puso de pie. El resto esperó a que finalizara el largo proceso sin interrumpirlo con explicaciones sobre el conflicto.
—Este instituto es más desastroso que el real —comentó Kimi observando el reloj en la pared.
—¡Están prohibidas las peleas! ¡Sepárense! —ordenó el adulto avanzando en un corto e inseguro paso.
—¡Ella me golpeó los testículos! —la acusó el yankee sobándose el protector que escondía debajo del pantalón. Su líder había implementado esa norma para evitar bajas en su pandilla, era importante proteger la virilidad.
Kimi confundida, miró a los demás asentir la acusación, incluso Hanzo.
—… ¡Desgraciados, los voy a matar a todos! —expresó enfurecida. No era su culpa, se encontraba atrapada en el mundo del revés sin ningún aliado.
—Te quedarás a la hora de la salida limpiando los baños —sentenció el vigilante.
Quince minutos después, Kimi fue liberada de la sala de detención para asistir a clases. El mismísimo vigilante la acompañó a su salón para que no se escapara a holgazanear en los pasillos, como era la costumbre de los que eran detenidos. Ingresó cabizbaja, con el cabello despeinado cubriéndole el rostro. Escuchó murmullos de sus compañeros, estando en un sueño o no, siendo hombre o mujer, estos nunca cesaban. Se sentó en su asiento y echó su cabeza sobre la mesa.
—Los demonios han tocado el réquiem, la bienvenida a los suburbios del Inframundo. —Oyó a alguien delirar a su derecha. Giró la cabeza, entre el dorado de sus mechones divisó una figura masculina posar.
—Chuunibyou. ¿También serás un desgraciado que me abandonará? —lamentó desganada.
—¿Qué balbuceas, mi fiel sirviente? ¿Tu boca ha sido sellada por un encantamiento? —Le corrió el cabello con la ayuda de un lápiz. Kimi logró verlo, no llevaba puesto los cuernos, pero sí conservaba dos mechones teñidos de un color llamativo. La melena oscura resaltaba sus ojos verdes, igual de animados como cuando era una chica. Kimura vio a la verdadera Saki detrás de esa apariencia, tal vez ahora sí halló a un aliado.
—No te ves bien —descubrió Saiko, nombre que reemplazó el de Saki.
—Estuve detenido, un calvo quiso propasarse conmigo y me castigaron —contó incorporándose.
—Has roto tus cadenas y te aprisionaron de nuevo. No te preocupes, tu amo te rescatará —manifestó escribiendo en un papel.
—¿Qué haces? ¿Es un talismán? Tu Chuunibyou subió de ni… —bromeó con la verdad. Saiko pegó el papel sobre la frente de Kimi—… vel —terminó diciendo.
—Ku, ku, ku, ku. ¡Ahora regresa a tu misión mi fiel sirviente! —Estiró los brazos tocando por accidente el pecho de una estudiante que pasaba. Esta reaccionó violentamente por instinto y le propició un golpe en la cabeza usando su bolso. El fuerte estruendo de Saiko cayendo sobre la mesa, alertó a los compañeros de clase. Kimi se retiró el papel de la cara y observó al vencido. Los ojos se volvieron blancos, le pareció ver que su alma escapaba de la boca abierta. Concluyó que convivir con el chuunibyou en esa realidad era asunto serio.
—Matsurina —lo llamó la profesora Kurosawa, quien presenció el hecho mientras entraba al salón.
Kimi alzó la mano notificando:
—Creo que está fuera de juego.
La bien dotada mujer suspiró y le ordenó que llevara a Saiko a la enfermería.
Los jóvenes caminaron por el pasillo en silencio. Saiko se tambaleaba de un lado a otro, veía estrellas y planetas orbitando a su alrededor, mientras Kimi cuidaba de que no se estrellara contra la pared. En la puerta de la enfermería se toparon con Hanzo, estaba acomodándose los vendajes en sus manos. Con su aire de chico malo no era de extrañarse que se hubiera metido en una pelea saliendo de la sala de detención. Kimi envió una mirada fulminante hacia él, Hanzo la ignoró hasta que visualizó a otro estudiante acompañarla. Esto lo molestó en cierta manera.
—¿Qué hizo ese idiota esta vez? —preguntó fingiendo no estar interesado en hablarle directamente a ella.
—Pajaritos… hay muchos pajaritos volando —divagó Saiko sonriendo, observando la ventana.
—Tuvo un accidente. —Kimi jaló al desorientado del brazo, acto que molestó más al pelirrojo.
—Nunca aprenderá a dejar sus fantasías. —Las palabras de Hanzo le brindaron información a Kimura. Anzu y Saki se conocían, las relaciones se mantenían intactas en ambas realidades.
—¿Hanzo? —Kimi probó llamarlo erróneamente con el nombre masculino que solía utilizar con ella.
—¿Qué? —respondió nervioso tras escucharla. Kimi solía apodarlo “Hantaro”, apodo que odiaba con todo su ser, pero lo hacía sentirse único para la joven.
Nadie se animó a seguir el diálogo. Por fortuna para el enamorado, un anciano abrió la puerta empujándolo hacia Kimi. Sus rostros estuvieron cerca momentáneamente. Hanzo le quitaba varios centímetros de altura, haciéndola ver como una doncella débil frente a un caballero potente de espalda amplia, aspecto que espantó más aún al yankee convertido en mujer.
—Oh, tengo visitas —dijo el enfermero, un anciano delgado de columna desviada, ojos achinados por la acumulación de arrugas y un peluquín canoso prendido firmemente en su cabeza.
—¡Vieja! —La alegría de verla, aunque fuese un hombre, se incrementó a causa del incómodo momento. Kimi se abalanzó sobre el enfermero poniendo a Saiko en medio.
—¿Qué le hiciste al pobre muchacho? —le preguntó guiando al herido dentro de la enfermería. Kimi cerró la puerta rápidamente para perder a Hanzo de su vista. Suspiró aliviada dejándose caer sobre sus rodillas.
«¿Qué rayos fue eso? Me recordó a ese día en el gimnasio». Rememoró el partido de basquetbol que tuvo con Anzu, cuando ella cayó sobre él al intentar arrebatarle el balón. Estuvieron así de cerca hace unos segundos. Su mente jugaba con los recuerdos, mezclándolos, transformándolos para que los reviviera desde otra perspectiva.
Entre los dos depositaron a Saiko en la cama. El anciano le colocó una toalla mojada en la cabeza, procedimiento médico que Kimura no comprendió. Abandonó el lugar para comer su almuerzo dejándolos a solas.
«¿Cuándo despertaré?». Se frotó la frente preocupado. Experimentaba dolor físico, sensaciones tan reales que lo asustaban. ¿Y si de verdad estaba viviendo en el mundo real? ¿Y si un fenómeno sobrenatural se presentó en el universo alterando el curso del mismo y solo él lo sabía? Descansó sobre la cama de Saiko, cansado de tanto esfuerzo mental en encontrar una solución.
Transcurrieron minutos suspendido en una pantalla negra, sin sentir ni oír nada, hasta que una leve voz lo atrajo nuevamente.
—¿Saki? —preguntó somnoliento. Kimura volvió en sí como Kimi, estaba recostada en la cama de Saiko. Se había salteado la clase de Kurosawa para acompañarlo. Elevó la cabeza somnolienta, el chico quiso agradecerle su compañía de la forma que su madre le enseñó a hacerlo, sin embargo por un repentino movimiento de Kimi, la besó en los labios. Kimura no supo explicar qué sintió realmente, si unos labios más grandes que los suyos, o unos más pequeños.
Segundos después, Saiko se apartó descubriendo su equivocación y se cayó de la cama. Al mismo tiempo, el vicepresidente del consejo estudiantil entró a la enfermería con una mano ensangrentada, herida por un vidrio roto en el salón donde se realizaban las reuniones.
—¿Qué pasa aquí? —Halló a Saiko en el suelo arrastrándose hacia atrás y a Kimi helada sobre la cama.
«¿Qué acaba de…?», pensó el yankee transformado. ¿Por un instante besó a Saki? ¿Ella tenía la respuesta para que todo regresara a la normalidad? Miró adelante, el avergonzado joven se cubría el rostro con las manos.
«No, es imposible. Si es un sueño solo yo le pondré fin».
El recién llegado se puso delante de Kimi consternado por la situación. Era extremadamente apuesto, tanto así que tenía un club de admiradoras. El cabello reluciente, brillaba con luz propia como sus ojos violáceos y una sonrisa conformada por perlas blancas. Los rasgos faciales eran delicados, pero masculinos, el equilibro perfecto para atraer a todas las orientaciones sexuales que hasta el día de la fecha habían sido admitidas por la raza humana.
—¿Estás bien? ¿El rarito te molestó? —Ocultó la herida de su mano, ahora su prioridad era saber si ella se encontraba bien.
—¡Manami! —exclamó Kimi echándose hacia atrás.
—¿Quién es Manami?… No me digas que vas a apodarme a mí también. Es una lástima, de los cuatro era el único sin un apodo ridículo. Mi nombre real, Manamino suena bien, ¿no crees?
«¡Claro que no, suena horrible!», pensó Kimura.
—¿Qué hacías en la enfermería? ¿Te lastimaste? —El joven saltó ágilmente sobre la cama aterrizando en una espectacular entrada de héroe.
«¡Es un ninja de la conquista! ¡Es muy muy peligroso!». Retrocedió aumentando la velocidad, temiendo ser atrapada.
—Estás temblando. Déjame ver qué tienes. —Manamino estiró el brazo sin pensar en la mano lastimada. Kimi visualizó la sangre recorrerle los dedos, como solía hacer la verdadera Manami, ponía la seguridad de otros antes de que la suya. Enojada apartó la mano y le dijo:
—¡No te preocupes por mí, hazlo por ti! ¡Estás sangrando, tonta!
—… ¿Tonta?… —Sorprendido, obedeció alejándose con seriedad.
—Perdón por gritarte —Se disculpó la joven, tomó un rollo de vendaje y se lo ofreció.
—No, lamento asustarte. —Aceptó el vendaje entendiendo la preocupación.
Saiko a gachas, huyó de la enfermería, ese fue su primer beso. Como gran parte de los acontecimientos de su vida, pasó accidentalmente.
Kimi ayudó a Manamino a cubrirse la herida. El adolescente no se quejó pese a la rudeza de quien lo atendía. Permanecieron en silencio, ese día en especial lucía alterada. Preguntarle al respecto significaría insistir y llegar a molestarla, ya que hacerlo no ameritaba mucho trabajo.
—Manami…no. ¿Desde cuándo eres… hombre? —preguntó espontáneamente.
—¡¿Qué?! —Cerró el puño aprisionando la mano de Kimi sin querer.
—¡Oye, desgraciado eso…! —Reaccionó al dolor soltando un insulto, que luciera como un chico engañaba sus sentidos. Hablarle así a alguien que conocía como una mujer, estaría faltándole el respeto a una amable compañera del otro mundo.
—¡Perdón, no quise insultarte! —Se inclinó.
Manamino rio sin control. La pregunta, la forma de referirse a él, no le desagradaba en lo mínimo, de hecho le pareció encantadora.
«Se está riendo. ¿Cómo debería interpretarlo?… ¡Maldición, esto es muy muy confuso!». Levantó la cabeza, inseguro.
—Te estás comportando raro. Primero te encuentro asustando a Saiko, ahora…
—Perdón que te interrumpa Manami… no, planeo despertar de una vez. Ya te conocí siendo un chico y pude ver que no eres desagradable. Ninguna de ustedes lo es, conoceré a Rina, aprenderé alguna clase de lección y esto terminará. —Quiso retirarse, pero Manamino la tomó del brazo obligándola a sentarse.
—¿Pensaste en mi propuesta? —Ignoró las incoherencias que acababa de decir.
—¿Propuesta? ¿Qué propuesta?
—La de ayudarme a ser el líder de la pandilla de delincuentes. Tu hermano formó ese grupo, sabes lo que se necesita para liderarlos. Quiero hacerlo y disolver la pandilla.
«¿Mi… hermano?». Kimura descifró una pista importante, su hermano no cambió, siguió siendo un hombre. Formuló una loca teoría y con desesperación se aferró a los brazos del joven.
—¡¿Dónde está Kaito?!
—No lo sé… tú eres su hermana. ¿No viven juntos?
—¡¿Kaito está muerto en esta realidad?! ¡Vamos, dime, dime dónde diablos está!
Kimura empezó a sudar, a susurrar el nombre de Kaito mientras su cuerpo dormido se sacudía. El sueño que inició siendo una tortura soportable, se convirtió en una insoportable, en una verdadera pesadilla.
Kimi salió corriendo por los pasillos, descendió por las escaleras hacia la planta baja, allí avistó en un rincón oscuro a un estudiante siendo acorralado por un trío de yankees. Era de baja estatura, delgado y de cabello castaño. Si su hermano estaba vivo en esa realidad, podría disculparse, decirle la cantidad de cosas que deseaba desde niño, no obstante si continuaba corriendo sin rumbo detrás de un anhelo improbable, abandonaría a la Rina trasformada en chico, la golpearían hasta que se retorciera de dolor como hacían los de la academia Minato. Se detuvo secándose las lágrimas, dirigió sus intensos sentimientos a los abusivos, los apartó de la víctima, los golpeó con sus débiles puños hasta quebrárselos. Dolía, dolía mucho, pero siguió aun sabiendo que se lastimaría protegiéndolo.
—¡Soy Kimura Kimimura, no hay nada que no pueda hacer! —Derrotó a uno de los yankees con un cabezazo. Rina chico lo miró, estaba asustado y maravillado al mismo tiempo. Movió los labios pronunciando las palabras “senpai, detente.” Kimi liberó sus lágrimas, librándose finalmente del profundo sueño.
Kimura se despertó empujando a alguien que trataba de tranquilizarlo. Estaba empapado en sudor, con el corazón latiéndole a mil por hora.
—Tranquilo, fue una pesadilla —dijo Kento. Eran las cinco de la madrugada, hora de partir a su próximo viaje de negocios. Fue a la habitación de su hijastro a despedirse.
El yankee se tocó la frente, pudiendo recuperar la calma a medida que asimilaba que se había tratado de un simple sueño.
—Me iré al aeropuerto. —Kento se sentó en la cama.
—Sí… que tengas un buen viaje —habló Kimura.
Kento lo observó, esperó a que se despabilara para tener una breve conversación con el único menor que tenía a cargo. Para él era muy importante que Kimura evitara darle más disgustos a su madre. Últimamente las peleas callejeras se hacían frecuentes, además notó que Karin sabía algo que ellos no y estaba encubriéndolo.
—Escucha con atención, Kimura.
—¿Qué quieres? Voy a comportarme, ya viste que saqué buenas calificaciones. —Bebió un poco de agua de un vaso que ubicaba siempre en una mesita de luz
—Tienes un mes, solo uno. Si no encuentras otro lugar donde dirigir tus caprichos de niño con síndrome de hermano mayor, te transferiré de escuela. —Se lo dejó en claro, escogiendo las palabras adecuadas para que no las olvidara ni bien pusiera un pie fuera del hotel.
—… —Kimura calló, comprendiendo perfectamente a qué se refería su padrastro. Le dio un voto de confianza, una oportunidad de poner en orden sus ideas. Miró su reflejo en el agua. El cabello le había crecido tanto desde que se lo coloreó, que se parecía a Kaito en su época de adolescencia. Sabía que jamás sería como él, que no tendría la cantidad de amigos y seguidores, que su fuerza no se comparaba, mucho menos su actitud con el mundo. Sin embargo tenía cosas que proteger, más de las que Kaito pudo cargar. Era el peso de los años, de las generaciones que vivieron para luchar por razones inmundas.
Kento caminó hacia la puerta, tan distante y serio como siempre lo fue. Kimura abrió la boca, la cerró inseguro y la volvió a abrir para decir:
—Gracias.
—… —El hombre esperó unos segundos, quieto frente a la puerta. El adolescente no supo con exactitud qué pensó en ese momento, imaginó que estaría insultándolo “mocoso irresponsable que no cuida de su madre” “parásito inservible sin futuro”, no obstante el hombre no estaba insultándolo, al contrario, reconoció su coraje en corregir lo que escapaba de sus manos, le deseó buena suerte con su silencio y se marchó.
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