Yankee love © - 37
Otra mañana de concentración fallida. Kimura se batió a duelo con la clase de matemáticas. Nunca le agradaron los números, y a pesar de que estos ahora fueran reemplazados por equis, seguía siéndole difícil incluir esa información a su cerebro. A Saki no parecía irle tan mal, acertó en varias resoluciones plasmándolas en el pizarrón. Kimura aprovechó para ojear sus apuntes sobre la mesa, sin embargo no logró distinguir entre los dibujos de murciélagos y las respuestas.
—No estés espiando, tramposo —le dijo Takeshi descubriéndolo, para luego acomodarse los lentes como si llevarlos puestos aumentara su intelecto. Se ubicaba a la derecha de Saki, estando ella en medio de los dos.
Kimura observó el cuaderno de su rival, las ecuaciones estaban planteadas, pero en lugar de resolverlas, había dibujado murciélagos.
—A veces me sorprende lo estúpido que eres —comentó poniéndose el lápiz en la boca y balanceando la silla hacia atrás. El rechinar molestó a sus compañeros, algunos voltearon a verlo tímidamente. El yankee siempre infundía terror en la clase, queriendo o no asistir su presencia no pasaba desapercibida.
—¿Qué están viendo? ¿Eeeh? —Los espantó haciendo una mueca.
El docente detectó el particular tono prepotente y lo mandó a callar. Se escucharon rumores casi silenciosos de los adolescentes. Takeshi oyó a un chico delante desear que los yankees se extinguieran, bromeando con que eran una especie de raza inferior. Pensó que Yamato utilizaría las burlas y el miedo como poderosas herramientas para ganar las elecciones. No podía luchar contra la reputación de años de abusos escolares, la única opción era la de formar un grupo resistente que fuera capaz de enseñarles que la convivencia es posible.
Arribó el primer receso, Takeshi le pidió a Saki que invitara a Kimura a la azotea, donde el nuevo grupo que acompañaría la candidatura de Satoshi, se reuniría para planear la campaña. Sería problemático, pero la participación de otro yankee haría visible la realidad que todos ellos vivían intentando encajar. Kimura accedió sin enterarse del verdadero motivo de la invitación, hasta que vio a los demás.
—¿Qué hace el fracasado aquí?
—¿Qué hace Jack aquí? —preguntaron Satoshi y Kimura al mismo tiempo.
Saki sonrió nerviosa. No pretendía interponerse en los altercados de dos pandilleros, así que se alejó y se sentó junto a Anzu. Rina frenó a Satoshi poniéndose en medio. Ninguno necesitaba una razón justificable para enfrentarse, los atraía su naturaleza primitiva de ser el macho dominante de la manada, aunque existía un tercer macho que no fue tomado en cuenta en ese momento.
—¿Qué pasa con esos dos? —le preguntó Anzu a Takeshi.
—Velos como simios y encontrarás la respuesta —contestó despreocupado, tenía cosas más importantes en que pensar.
—Tranquilos, tranquilos. Somos todos compañeros, no tenemos que pelear —dijo Rina. Satoshi fue el primero en retroceder. Kimura confundido, miró a Saki exigiéndole una explicación. La chica notó la rabia y manifestó:
—¡Si te lo decía no aceptarías venir!
—Por favor, senpai. Sé que te sientes incómodo con esto, pero siéntate y escúchanos —pidió Rina.
Kimura obedeció de muy mala gana, sin apartar la vista de Jack.
El grupo le explicó sobre la candidatura de Satoshi, sus ideas de destronar a Yamato, sobre la ayuda que Manami les proporcionaría desde el bando enemigo para que triunfaran. Todo le pareció una locura, desde el plan hasta quien figuraba como presidente.
—El director inició este enfrentamiento —contó Anzu—. El contrato obligaba al yankee más listo a participar. Sabía que estudiantes se agruparían, que lucharían para cambiar este lugar.
—Anzu tiene razón. El director nos dio esta oportunidad, debemos esforzarnos dando lo mejor de nosotros. Como estudiantes de primer año, tanto Satoshi como yo queremos dejar una buena imagen de este instituto, no solo para los que estudiamos este año, sino para las generaciones futuras. Nosotros estaremos aquí más tiempo que ustedes los de tercero. —Las palabras de Rina denotaron coraje y osadía. Siendo una chica tímida, hablar de esa forma impresionó al resto. Estaba decidida a cambiar, crecer y vencer sus miedos.
Satoshi contempló a la pequeña como un gran gigante. Se emocionó viendo lo mucho que avanzó. Liberó una fugaz lágrima que se perdió en la curtida mejilla.
—Será un reto vencer a Yamato Umehara —agregó Takeshi.
Kimura se mantuvo en silencio. Desconocía cómo funcionaban las elecciones, el propio consejo estudiantil, no obstante era hora de aprender sobre la otra cara del instituto. La forma en la que actúa un líder que no usa los puños para liderar.
—Primero evaluaremos la figura del presidente. Haremos una lista con las fortalezas y debilidades de Satoshi para trabajar sobre ellas. Saki, toma apuntes. —Anzu le entregó una libreta y un lápiz.
—¡A la orden! —Se preparó.
—Es una buena idea… veamos… Satoshi es muy inteligente, absorbe conocimientos rápidamente. Tiene la capacidad de razonar frente a diferentes problemas, halla soluciones analizando las variantes —destacó Rina basándose en su experiencia como tutora.
—Sí, soy muy listo. —Presumió cruzándose de brazos con una gran sonrisa.
—Ya veo… capacidad para analizar y resolver problemas, es muy conveniente. Anótalo —ordenó Anzu, Saki obedeció registrando con exactitud.
—Es respetado por todos. La pandilla lo hace porque es un veterano y los estudiantes… bueno, por su… —Takeshi intentó ser sutil para mencionar el gran físico amenazante, la apariencia de asesino serial de ojos rojos como la sangre, pero no encontró una manera de decírselo sin resultar herido. Anzu interpretó las señas nerviosas del chico y resumió en una simple palabra:
—Respetado.
—Sí, anota solo respetado. —Agradeció internamente con un largo suspiro.
—Tiene una cabeza enorme —intervino Kimura.
—¡No digas tonterías! —lo regañó Anzu.
—Ca-bee-za… e-norr-me —registró Saki riéndose al hacerlo.
—¡Y tú no lo alientes! —La pelirroja le golpeó la cabeza con el puño y siguió—: Dejemos las fortalezas. Prosigamos con las debilidades.
Un silencio sepulcral invadió el ambiente, Kimura levantó la mano pidiendo la palabra, pero Takeshi se la bajó despacio. La principal debilidad era obvia para todos, aunque no para Satoshi. Herirían sus sentimientos si se lo decían abiertamente, sin embargo una personita entre ellos, fue sincera y dijo:
—Su apariencia.
El sonido de las cigarras se escuchó, el sonido que emiten esos insectos antes de pasar a la siguiente vida. Una cayó muerta al centro de la ronda formada por los presentes. El apodado Jack el destripador miró el inerte y diminuto cuerpo, seco de vitalidad como su corazón. Para Rina su apariencia era una debilidad, incluso para ella se veía como un monstruo.
—El uniforme, obsérvenlo —señaló Rina—. Satoshi no utiliza un uniforme a su medida. No tiene mangas y está rasgado. Lo he visto romperse cientos de veces. ¡Propondremos que se elaboren uniformes para toda clase de cuerpos! —La preocupación y amabilidad de Rina traspasaron su corazón como una flecha de Cupido. Se echó para atrás inundado de felicidad.
—¡Sa-Satoshi! ¡¿Estás bien?! —exclamó Rina arrebatándole la libreta a Saki y agitándola para devolverle el aire.
—Ahora que lo mencionas, el asunto de los uniformes puede usarse como propuesta. Por ejemplo los yankees se destacan por no usar botones, no sé cuál sea la ridícula razón, pero los uniformes son algo que todos tenemos en común, puede servirnos para unificar el alumnado —verbalizó Anzu.
—¿Rehacer los uniformes? No me parece mala idea. Es una arriesgada apuesta, pero quién sabe, tal vez funcione —concordó Takeshi.
—Sí, es una buena estrategia —dijo Kimura.
—¿De verdad lo crees? —Anzu se asombró deteniéndose a observarlo pensativo. Lo que tuviera que ver con la pandilla le interesaba, y a ella le intrigaba lo que pasaba por su cabeza.
—Los yankees de Minato se quitan los botones de sus chaquetas porque eso representa una separación, el camino distinto que se elige al pertenecer a la pandilla. No están obligados a hacerlo, pero quienes se comprometen con los ideales de ir contra las normas lo adoptan —relató esa costumbre impuesta por Kaito.
Satoshi lo oyó desde el suelo, recomponiendo su corazón del flechazo y comentó:
—Hace tiempo que no escuchaba sobre los ideales. Rubio, hay nostalgia de un viejo pandillero en ti… me despierta una extraña sensación. —Sonrió. El funcionamiento del grupo no parecía el mismo que antes. Era un veterano, sin embargo no tan antiguo como deseaba serlo.
Takeshi tocó su chaqueta, nada unía las mitades de la prenda, él también había optado por esa separación estando consciente de las consecuencias. El golpe que le dio a su hermano menor para defender a su madre, no se borraría fácilmente. Debía separarse del estudiante que debería haber sido, para fortalecerse y apaciguar su lado violento.
Anzu se odió por subestimar esa razón, por denominarla “ridícula”. El hermano de Kimura estaba presente en el instituto hasta en la actualidad, en pequeños actos escondidos por los abusos que practicaban los pandilleros. Arrugó su falda, no se atrevió a volver hablar. Saki situada a su costado, descubrió la expresión de su amiga, era egoísta que únicamente ella supiera sobre la muerte de Kaito, cuando las chicas del club estaban enamoradas de Kimura, pero no podía traicionar su confianza contándoselos, no después de ver lo difícil que fue para él confesárselo. Así que hizo lo que mejor sabía hacer, actuar como la líder de los demonios.
—¡Ya veo, ya veo! ¡Las carcasas de los mortales son esenciales para su formación! ¡Arrebatárselas sería fatal!
—¿Carcasas? —Satoshi no comprendió los delirios de Saki.
—Tiene Chuunibyou —reveló el resto restándole importancia.
Espiando detrás de la puerta entreabierta, Sayumi, la encargada de organizar el club de kendo, bajó sus prismáticos cuya inutilidad era notoria, para observar mejor a su objetivo. Las situaciones vergonzosas con Takeshi produjeron una atracción que no lograba controlar. Se enteró de su relación con Manami y decidió averiguar si los rumores eran ciertos.
«No los he visto juntos. Todavía tengo esperanzas». Se animó conflictiva en reconocer sus sentimientos hacia el yankee del cabello azulado.
«¡¿Qué estoy pensando?! ¡¿Cómo puede gustarme un pervertido?! ¡A las chicas no nos gustan los pervertidos!». Huyó de la tentación regresando con prisa hacia su salón, cuando se topó con el tesorero del consejo estudiantil.
—Sayumi, estaba buscándote. Apresúrate, pronto comenzará la reunión del consejo estudiantil con los organizadores de los clubes. —Miró los prismáticos en las manos temblorosas de la chica y preguntó—: ¿Qué haces con eso?
—¡Nada, nada! ¡No estaba haciendo nada indebido, lo juro! —Los escondió inquieta.
Ambos asistieron a la reunión. Los convocados los estaban esperando para iniciar. Yamato pidió a los clubes una lista de observaciones sobre el desempeño de sus miembros, el espacio de trabajo y si requerían de abastecimiento de materiales. Revisó los papeles y atendió las demandas de cada representante. Sayumi permaneció en silencio; antes de ser sorprendida por el tesorero, había escuchado la conversación en la azotea sobre el rival de Yamato para las elecciones, era nada más ni nada menos que su primo. Satoshi nunca se preocupó por sus estudios, ni siquiera sabía lo bueno que era con ellos hasta que vio sus notas en la cartelera días previos a las vacaciones de verano. Postularlo para ese puesto era una completa locura.
—Sayumi Yoshida. ¿Qué puedes comentarme del club de kendo? —le preguntó Yamato, observándola con la mente en otra parte.
—Nosotros… bueno, nosotros competiremos el próximo mes —comentó tratando de centrarse en su trabajo.
—Espero mucho de ustedes. Sé que no me defraudarán. —Sonrió el presidente. Sayumi lo respetaba, solía ayudarla ofreciendo recursos a su club y era atento a sus demandas. Yamato hacía una buena labor organizando a los estudiantes y como hijo del director estaba al tanto de las políticas educativas. Imaginaba que en el futuro se convertiría en un profesor y en un director, por lo cual era bueno tenerlo de presidente. Era el chico ideal, si existía algo que aprendió de su familia, era que lo ideal siempre era lo mejor.
Manami revisó los mismos papeles y tachó las solicitudes ambiciosas de los protegidos por Yamato, tomando en cuenta el presupuesto destinado para reparar los daños provocados por las peleas de los yankees en su zona. Era común que pintaran las paredes o que los vidrios estuvieran rotos. Sayumi la vio hacerlo, la vicepresidenta decidía sin consultar con nadie más. La admiró, esa chica era hermosa, refinada, valiente y atrevida. No le importaba lo que se comentara de ella, de su noviazgo con un pandillero, seguía viéndose venerable, tan distante de una simple chica como ella, la dueña de un club de competidores sin corazón. Si tuviera aunque sea una pizca de su vigor, podría transmitir el estilo que su abuelo le inculcó.
Al terminar de discutirse los asuntos del presupuesto en los clubes, el tesorero puso un tema importante sobre la mesa.
—Yamato, ¿es verdad que Jack el destripador será tu rival en las elecciones?
Manami alzó la mirada hacia él, silenciosa como una fiera al asecho, mientras que Sayumi se mantuvo atenta a la respuesta mirándolo nerviosa, temerosa de que revelara el parentesco que tenían.
—Así parece. Me alegra que a un yankee le interesen sus compañeros. —La sonrisa de Yamato no convenció a Sayumi. Era arrogancia lo que expresaban esos labios, la arrogancia de aplastar a Satoshi, de humillarlo por ser quien es en un territorio que controlaba. Los estudiantes de alta posición odiaban a los yankees, no los culparía a causa de la reputación que conocían, pero que llevaran ese odio a su primo era diferente. Sería Satoshi el representante de la pandilla, la cara visible para poder escupir.
—Estoy ansioso por ver qué hará para vencerte. Será divertido verlo parándose frente a los estudiantes con promesas de un primate que ganó un par de plátanos por pasar unos exámenes.
Sayumi se contuvo de responder a los insultos del tesorero. Pocos sabían el vínculo de sangre que compartía con el otro candidato, le prometió a sus padres que nadie se enteraría de que se apellidaban Yoshida porque pertenecían a la misma familia. Se quedó quieta en su asiento, acorralada por las carcajadas de sus compañeros. Manami la miró, pensó que debía ser duro para ella estar allí sin tener el derecho de defenderlo, encadenada a la obligación de limpiar el apellido Yoshida, ensuciado por el comportamiento de un delincuente.
—Si fuera tú no lo subestimaría. Muchos piensan que las pruebas de los yankees contaron con un nivel inferior al nuestro, pero no fue así. Se pidió a los profesores que implementaran consignas muy similares a las nuestras con inclinaciones diferentes. Te preguntarás a qué me refiero con esto —habló la vicepresidenta.
El tesorero se sintió atacado con la intervención, pronto le daría una razón para retractarse.
—Los problemas que ellos resolvieron están involucrados con lo que ellos están habituados a vivir. ¿Cómo le enseñas a un marginado sobre la estratificación social? Recordando las dificultades que viven a diario. Un niño que viene de una cuna de oro no puede entenderlo. Por esa razón Satoshi Yoshida te superó ampliamente en ciencias sociales. ¿Quieres que te dé otro ejemplo? También funciona para el sistema muscular, el cual veo que careces bastante.
Los jóvenes quedaron boquiabiertos, excepto Yamato que previó una acción así por parte de Manami. El rostro del tesorero se tornó rojo por la ira acumulada con la vergüenza de ser puesto en evidencia. No era inteligente, ni estudiando sin descanso consiguió una nota destacable como la del resto de los reunidos en el salón.
Para el infortunio de Manami, su historial con los chicos y el actual rumor de salir con un yankee fue lo único que necesitó el tesorero para contraatacar.
—Tú sabes bastante sobre cómo piensan esos mugrosos violentos. Cuéntanos, vicepresidenta, ¿cuántos más te han enseñado además de Takekeshi? —La descarada insinuación movilizó a Sayumi. Se puso de pie bruscamente y lanzó una mirada hacia el joven. Quería responder a sus agresiones verbales, pero eso la marcaría como una defensora de los pandilleros, y eso no era bien visto por la mayoría.
Yamato ejerció su autoridad finalizando con la discusión. Que un aliado de la familia Yoshida, dueños de un prestigioso dojo, se uniera a Manami para defender a los yankees ponía en peligro su reelección.
—Todos aquí creemos que ganaremos. Somos un equipo inteligente y resistente, nadie nos moverá del consejo. —Yamato terminó de hablar con los ojos clavados en Sayumi invitándola a confirmarlo. Ella era la indicada para hacerlo, conocía a Satoshi y sabía que era imposible que pudiera cumplir el papel de líder de los estudiantes. Un rechazado no tenía ningún lugar al cual llamar propio.
La chica abandonó el salón en silencio. Caminó afligida por el extenso pasillo recordando los momentos que vivió con Satoshi.
Nació cuando él tenía cuatro años, ambos fueron hijos únicos así que se criaron como hermanos. Desde pequeños los unió la pasión por el kendo. En las tardes su abuelo se sentaba a tomar té y los observaba agitar ramas, palos de madera, todo lo que estuviera al alcance se convertía en una poderosa espada para los niños. Con el paso de los años, los primos optaron por rumbos diferentes. Sayumi no tenía problemas en la escuela, era una niña tranquila y aplicada, se concentró en sus estudios y en aprender el arte del kendo para honrar a la familia. En cambio Satoshi siempre se metía en problemas golpeando a quienes lo insultaban o le jugaban bromas de mal gusto. Descuidó su entrenamiento, prefirió usar los puños para demostrar su fuerza, era corpulento y con eso podía derribar a cualquiera. No necesitaba el kendo, ni a su familia, conservarlos presentes le recordaba lo inútil que serían sus esfuerzos.
«¡Satoshi idiota! ¿Por qué sigues adelante con esta locura? Te humillarán, se reirán de ti como lo hacían cuando éramos niños». Aceleró y aceleró en línea recta, los rayos del sol del mediodía la encandilaron, impidiéndole ver hacia dónde iba. Estaba tan hundida en sus pensamientos, que no descubrió a dónde fue a parar hasta que escuchó dos voces desconocidas.
—Nos desafiaron de nuevo en una vieja bodega abandonada cerca del río —dijo uno.
—Ese maldito lugar lleno de ratas —añadió el otro.
—No podemos quejarnos, los policías no patrullan esa zona.
Sayumi se ocultó detrás de una pared. Había invadido el espacio de los pandilleros. Temió emitir sonidos con respiración agitada, así que se tapó la boca. Se encontraban a pocos metros de distancia, fue afortunada en reaccionar antes de impactar directamente con ellos. Continuó oyéndolos, aguardando a que se marcharan para poder irse. Le temblaban las piernas, tanto que apenas podía mantenerse de pie. Los sujetos conversaron sobre portadas de mujeres desnudas de las revistas que coleccionaban, empleando un catálogo de palabras vulgares.
Al cabo de unos minutos, una pregunta la desconcertó.
—¿Iremos con vestimenta blanca? Es un fastidio —se quejó el menos alto de los dos. Tenía la mitad del brazo izquierdo vendado, señal de que combatió en una riña callejera.
«¿Vestimenta blanca?». A la joven le extrañó la expresión. Por un momento dejó de temblar, estaba sumamente interesada en averiguar más acerca de ese lejano mundo del que Satoshi formaba parte. Ahora tenía la oportunidad de hacer algo por él, comprender por qué perdía el tiempo frecuentando con esas personas.
—¿Tienes miedo de los cortes? Maldito miedoso. —Lo empujó con un puño en el brazo herido.
—Quiero verte cosiéndote, maldito debilucho. —Le devolvió el empujón.
«¿Coser… cortes?». Sayumi se asomó para espiarlos, tenía que ver si sus especulaciones eran ciertas. Si dialogaban acerca de cortadas, era porque peleaban con armas blancas, eso explicaría la utilización de la palabra vestimenta para referirse a ellas en el instituto. Pese a su correcta deducción, los yankees no eran tontos. Llevar navajas, cuchillos estaba prohibido, descubrirlos portando esos objetos era motivo suficiente para expulsarlos. No visualizó ningún arma, ni indicio de que contaban con una. Solo escuchó palabras, sin hechos no probaría nada. El miedo se transformó en adrenalina, deseaba obtener pruebas que mostraran el gran problema que enfrentaba la preparatoria Minato.
De repente, alejándola de toda posibilidad de alcanzar lo que buscaba, la sorprendió otro yankee.
—Se ha perdido una ratoncita. —La sujetó del brazo jalándola hacia atrás. Se trataba del enorme estudiante que Kimura venció en la sala de detención, el calvo que sufrió una patada en la entrepierna, estrategia que Kimura no hubiese considerado si su rival no lo superara en todos los aspectos.
—¡No! ¡Suéltame! —Sayumi intentó zafarse, pero el hombre no la dejó.
El resto acudió, alertados por los gritos de la chica.
—¿Qué hace aquí? —preguntó el bajito.
—Los espiaba. Quién lo diría… tenemos una acosadora. Nosotros, que siempre somos rechazados por las mujeres. —Sonrió sintiéndose halagado.
Sayumi forcejeó, el brazo le estaba quedando rojo y le dolía. Permaneciendo prisionera de tres yankees, no le quedó otra salida más que gritar por ayuda.
—¡Auxilio!
En respuesta el sujeto la arrojó al piso.
—¡Maldición! Esto es tu culpa, la asustaste con tu bestialidad. No sabes tratar a una dama —recriminó el del brazo vendado.
—¡¿Que yo tuve la culpa?! —El calvo alzó los puños contra su propio compañero.
—Qué problema. ¿Alguien la habrá escuchado? —preguntó el último rascándose la abundante cabellera teñida y despeinada.
—Sí, yo la escuché. —De pronto asomó la punta de una espada de madera sobre el hombro de quien agredió a Sayumi. El hombre volteó lentamente, no esperaba la llegada de un miembro de la pandilla.
—¡Takeshi! —exclamó la chica.
—Rompecabezas —lo nombró muy sonriente el enorme yankee. Ese era el apodo que le otorgaron a Takeshi tras vencer a Kimura en su iniciación. Lo asombró con su aparición, pero no lo reflejó en su rostro.
—Aléjense de ella —ordenó sin mover su espada.
—Guarda esa cosa, ¿quieres? Comienzo a preocuparme. —Intentó tocar la espada para apartarla, pero Takeshi realizó un rápido movimiento y la colocó en el otro hombro.
—Eres habilidoso con esa cosa, ya todos lo sabemos. Deja de bromear —pidió quitando la sonrisa.
—No estoy bromeando. Les dije que se alejaran de la chica.
—Mole, creo que no está bromeando —dijo el bajito retrocediendo un paso. Estuvo en primera fila cuando visualizó los trozos de la espada de madera volar por los aires después de golpear la cabeza de Kimura. Tener una pelea con Takeshi era riesgoso, más si luego asistirían a un encuentro llevando vestimenta blanca. Los cortes se multiplicarían si no contaban con buenos reflejos.
—Veo que tienes razón. —El apodado Mole por su duro cuerpo cubierto de firmes músculos, se volteó por completo. Los otros dos, visualmente más débiles, obedecieron a Takeshi.
Sayumi se levantó apartándose de los hombres:
«¡Llamaré a los profesores! ¡Takeshi será herido si no actúo rápido!». Emprendió la marcha decidida a interferir. Uno de los yankees la frenó poniéndose adelante, mientras que el restante la abrazó por la espalda. Estaban asustados de ser golpeados por Takeshi, pero apoyarían a Mole.
Takeshi cambió de objetivo, su prioridad era que Sayumi no fuera tocada por nadie de la pandilla.
—¡Suéltenla! ¡Ella no tiene nada que ver con ustedes!
Su rival le arrojó un puño viendo su distracción, Takeshi lo recibió en su mejilla. Las gafas se rompieron con el impacto. Quedó tumbado en el suelo con el rostro adormecido. El golpe de un veterano no se podía tomar a la ligera. Tenía experiencia, incontables peleas, incontables victorias y derrotas. Estaba acostumbrado al dolor hasta tal punto de no sentirlo. Así era Mole, un peligroso adversario difícil de derrotar.
—Vamos, levántate. —El macizo hombre se tronó los dedos sucios con la sangre que escapó de la boca del joven.
—Tch —chistó Takeshi incorporándose. Por unos segundos el mundo dio vueltas, lo tomó con la guardia baja, y no solía caer en peleas con un descuido así. Probó una porción de lo que experimentó Kimura al ser vencido por él. Apretó con fuerzas su bokken, no cambiaría su forma de combatir, aunque su espada se rompiera usaría los trozos para luchar. Sus manos servían para sostenerla, amaba el kendo como lo hacía Sayumi, independientemente de la enseñanza de distintos dojos, la pasión era la misma.
Mole avanzó lanzándole un puñetazo hacia el brazo derecho, Takeshi lo bloqueó, los huesos dentro de aquel cuerpo parecían de acero, apenas logró lastimarlo. La madera rebotó por la fuerza ejercida, Takeshi la mantuvo firme, pero otro puño arremetió contra el ya herido rostro. Mole fue increíblemente veloz. Takeshi cerró los ojos resistiendo el dolor, pero no retrocedió, se movió hacia adelante para darle una estocada. Consiguió hacerlo retroceder, escuchó los zapatos desplazarse contra la tierra. Abrió los ojos y se apartó, una patada casi le arrebató el aire. Su adversario tenía la potencia de un toro.
—¡Alguien, por favor que alguien lo ayude! —exclamó Sayumi forcejeando para liberarse del agarre de los demás pandilleros. Uno le quitó el pañuelo del cuello y se lo ató sobre la boca.
—Por cosas como estas no asciendes en la pandilla. Eres demasiado blando. Es una lástima, Rompecabezas. Enviar al hospital al fracasado de Kimimura es un gran logro, ese nunca visitó uno desde que empezó a asistir a Minato.
—No es un logro. Si no hubiese sido por una chica, se hubiera defendido y me hubiera dado una buena tunda. —Se limpió el corte en la mejilla, esta comenzaba a inflamarse.
—Así que desde el comienzo fue una pelea de blandos. Son patéticos, en las peleas no existen las distracciones. —Sonrió disfrutando de ver las heridas que con dos movimientos había provocado—. ¿Qué harás cuando te encierren en un sitio oscuro, te escupan, te insulten y te arrojen porquerías? No estás hecho para esto, niño bonito.
—Resistiré. Yo… soy el hermano mayor. Debo ser capaz de resistir. —La imagen de su hermano menor se le presentó siendo acurrucado entre los brazos de su madre, sangrando, inconsistente. No era la clase de hermano mayor que quiso ser, sin embargo en ese momento poco importó. Aguantó el desprecio de una madre maltratada, el silencio de una adolescente que ignoraba su existencia y evitaba que sus amigas lo vieran.
—¿Hermano mayor? No eres el mayor aquí, sino un mocoso pretencioso. ¿Qué te hace creer que puedes ganarme?
Durante el receso en la secundaria del Sur, Yori, la segunda hija nacida después de Takeshi, abrió la lonchera que contenía su almuerzo y encontró una nota encima de la servilleta. “Que tengas un buen día”, estaba escrito en una hoja de cuaderno doblada a la mitad, con una escritura que reconoció perfectamente. La preadolescente de catorce años, quien cursaba su último año antes de asistir a la preparatoria, frunció el ceño, le había dicho muchas veces que no quería nada que viniera de su parte. Aún no lo perdonaba por el episodio donde Takeshi agredió al hermano menor de trece años.
—¿Qué ocurre? —le preguntó una compañera de clase observándola enojada con la comida.
—Toma, es tuyo. —Le ofreció la lonchera. Prefería pasar hambre antes de comer algo elaborado con manos destructivas. Su compañera se negó a recibirla, Yori recorrió el salón en busca de alguien que sí la aceptara. Un estudiante enamorado de ella cumplió con su petición y la chica salió al patio.
—Lo odio, lo odio, a ese pandillero violento. Ese no es mi hermano —repitió entre balbuceos.
Takeshi avanzó contra el muro de Mole. Se odiaba a sí mismo, su pasado, sus acciones, tratar de redimirse de ellas era la tortura que sufría todos los días. Desquitó su ira en intentos fallidos por destrozar el cuerpo duro que lo atacaba. Sintió como el arduo entrenamiento no rendía frutos, como el tiempo dedicado a liberar el odio no significó nada. ¿Qué ganó eligiendo la vida de un yankee? Que su hermana se avergonzara, que su madre jamás le dirigiera la palabra. Manami no lo eligió por ser un pandillero escolar, solo estuvo en el momento y en el lugar indicado. ¿Qué hay de los demás estudiantes? Todos perseguían a Kimura, el rival que derrotó resultó ser la figura más fuerte. ¿Qué le quedaba? ¿Por qué razón seguía adelante?
Una patada en el abdomen lo devolvió al piso, de donde no debió levantarse. El enemigo acumuló moretones en sus miembros superiores y uno notable en la frente. Estaba limpio de sangre, mientras la mandíbula de Takeshi goteaba en cada exhalación.
«Es un monstruo», pensó tambaleándose para reanudar el enfrentamiento.
—No te rindes. —Mole puso las manos en los bolsillos y elevó la pierna—. Lo lamento, Rompecabezas, tu espectáculo heroico termina aquí. —Movió la pierna hacia abajo pisándole la parte posterior de la cabeza con agresividad. Sayumi presenció el acto, horrorizada. Takeshi quedó inmóvil sobre un pequeño charco de sangre. Los yankees que la aprisionaban la soltaron, la chica corrió hacia el joven desfallecido, sin embargo antes de auxiliarlo, Takeshi movió una mano mostrándole la palma llena de ampollas.
El abusivo perplejo por verlo todavía consciente, se preparó para golpearlo de nuevo. Sayumi se detuvo, percibió la determinación en el temblor de la mano pidiéndole a gritos que no diera un paso más. Reunió las pocas fuerzas que le quedaban aferrándose a su bokken, el cual sirvió como un bastón.
—Tú… —Mole rabió, incrédulo.
Takeshi se erguió como un guerrero herido en plena batalla. Miró a su oponente a los ojos. Su vista borrosa no le impidió ver claramente la expresión de inseguridad.
—¿Un espectáculo heroico? No sé de qué hablas. Soy una bestia desalmada. —Sonrió enseñando los dientes manchados de color rojo. Así lo llamó Manami insultándolo por herir a su amado. Mentalizó esas palabras, adoptándolas como la mejor descripción de su persona. Defender a los débiles de los abusivos, sin importar si compartían la misma sangre o no, esa era la razón de seguir allí, parado delante de una mujer que lo necesitaba. Los ideales no estaban perdidos como creyó Kimura, ahora contaba con un aliado, un amigo que los mantendría vigentes.
—¿Bestia desalmada?… ¡No me hagas reír!
Era inaudito que continuara despierto después de maltratarlo tanto. Takeshi aguardó la llegada del oponente conservando la calma. Sería despiadado con él, de eso no cabían dudas, sin embargo para hacerlo tenía que imaginarse en un combate de kendo. Marcar un punto dependía de la concentración y la observación. Descubrir a tiempo una abertura en la guardia del contrario, era decisivo entre la victoria o la derrota.
«Un punto, solo un punto». Apretó la empuñadura. Si fallaba sería su fin, si acertaba también. La satisfacción de perder consiguiendo un punto residía en el placer de dejarle una secuela visible a aquel indestructible yankee.
Esperó y esperó, hasta que halló la abertura que buscaba. Mole se inclinó hacia adelante, lanzó el brazo derecho concentrando la mayor cantidad de fuerza en este, el izquierdo, descuidado, flojo, se balanceó alejándose del torso. Takeshi se escabulló y lo golpeó con la espada empujándolo atrás. El pecho de Mole se expuso, el amplio pecho que recibió la última voluntad de la bestia despiadada. Un, dos, tres, cuatro movimientos ofensivos lo hicieron retroceder. Rompecabezas obtuvo una serie de puntos inesperados que lo motivaron a no parar. Mole se vio acorralado, trastabillándose, intentando mantener el equilibrio. Experimentó un intenso dolor abdominal que no lograron provocarle los puños de otros de sus contrincantes.
A pesar de ello, hiciera lo que hiciera, el condenado abusivo seguía de pie, como si unas largas raíces hubieran crecido clavándolo a la tierra. Fue arrebatándole el aire, desesperado por acabar cuanto antes, usar los segundos finales con la esperanza de derribarlo, pero su cuerpo le dijo basta. Su querida espada escapó de sus manos, estaban calientes, parecían estar envueltas en llamas, rojas, inflamadas y desechas. Las rodillas tocaron el suelo, dándole tiempo suficiente para que Mole recobrara los sentidos.
—¿Hasta aquí… he llegado? —La sangre de su cabeza corrió por las mejillas, sobre los parpados.
—¡Takeshi!
El joven oyó una dulce voz femenina. La asoció con la de Yori, deseaba que lo llamara aunque sea por su nombre, ya que perdió el aprecio que le tenía como hermano.
Sayumi corrió hacia él sin importarle si Takeshi se lo impedía. De los dos luchadores demostró ser el noble, eso valía mucho más que la fuerza física o la resistencia.
—¡Takeshi, Takeshi!
La voz se oyó cerca, tanto que podía sentir el respirar en su cuello. Sayumi lo cubrió con sus brazos. Le serviría de escudo, de cualquier forma que pudiera protegerlo.
—¡Lo siento, todo es mi culpa! —Lloró empapándole la ropa con sus lágrimas.
—Yori… no llores… —El deseo escuchar a su hermana decir “lo siento” fue grande, creyó que estaba allí, abrazándolo en ese insoportable momento de dolor.
—¡Yo pelearé por ti! ¡Soy la presidenta del club de kendo! ¡Debo asumir la responsabilidad! —Sayumi recogió la espada tragándose sus miedos.
La exclamación lo despertó de la ilusión. Era Sayumi, la chica que se esforzaba por compartir su amor por el kendo y honrar al estilo que practicaba su familia.
—Rompecabezas… ¡Me las pagarás, desgraciado! —Mole estalló de ira. Sayumi no se quitó de en medio, una avalancha se le avecinó encima, pasaría sobre ella para llegar a Takeshi.
—¡Soy parte de los Yoshida! ¡Los Yoshida nunca sueltan sus espadas! ¡Nacen con ellas y mueren con ellas! —recitó las frases del abuelo, las mismas que Satoshi desechó al marcharse del dojo.
Cuando creyó que el impacto sería inevitable, una sombra pasó velozmente hacia Mole, una enorme sombra que cubrió la luz que iluminaba a la pareja de estudiantes.
—¡¿NO ESCUCHASTE AL CUATRO OJOS?! ¡TE ORDENÓ QUE TE ALEJARAS DE LA CHICA! —Satoshi le propició un golpe ascendente en la barbilla. Mole fue despedido hacia atrás, los pies se despegaron del piso y durante unos segundos en cámara lenta, voló.
Los otros yankees espantados huyeron despavoridos. Un veterano más experimentado venció al inquebrantable calvo. Takeshi se mantuvo despierto para ver el resultado, a Mole noqueado, tendido con los ojos blancos.
—Satoshi… tú… —Sayumi liberó el llanto reprimido. Su primo comprensivo le puso la mano sobre el hombro y se disculpó—: Perdón por permitir que te asustaran. No podía meterme en una pelea de un hombre y su orgullo. Ahora todo estará bien, ningún yankee te tocará de nuevo.
—¡Eres un idiota! ¡¿Por qué no lo ayudaste antes?! ¡Mira al pobrecillo! —Socorrió a Takeshi abrazándolo contra su pecho.
—¡¿Q-q-qué estás ha-ha-ha?! —tartamudeó. Los huesos, las ampollas y los cortes le dolieron menos entre los blandos y reconfortantes senos de Sayumi.
—No es ningún pobrecillo, míralo, lo está disfrutando —lo delató Satoshi molesto.
—Oye, mancha borrosa azul y anaranjada. Olvidas quién es la víctima aquí —respondió Takeshi en actitud sumisa.
—¡Te sangra la nariz, pervertido! ¡Te daré una buena razón para que te sangre! —exclamó Satoshi.
—¡Me sangra porque me dieron una paliza! —argumentó Takeshi.
—¡Apártate, mi prima es una chica pura e inocente! —Lo arrastró atrás jalándolo de la chaqueta.
—¡Ten cuidado, animal! —se quejó.
—Lo llevaré a la enfermería. Sayumi, ve a clases. Si te ven con nosotros tendrás problemas. —Satoshi cargó sobre sus hombros a Takeshi, no dejaría al pervertido a solas con su prima, desconfiaba de él y de los accidentes que ocurrían cuando estaban juntos.
—¿Estás seguro? Puedo acompañarlos —insistió la chica.
—¡Bájame, no soy una bolsa de papas para que me lleves así! ¡Bájame en este instante! —exigió mientras se alejaban.
Sayumi recogió su pañuelo y lo ató como correspondía. La estadía en el territorio de los yankees sería inolvidable. Actualmente conocía una verdad, una poderosa verdad que cambiaría el rumbo de muchos, incluso de su propia vida.
—Takeshi… me gustas —confesó cerrando los puños con determinación, arrugando el desprolijo y sucio pañuelo—. Apoyaré a tu grupo. Esta realidad, la que Satoshi y tú viven, debe acabar.
Pasaron las horas, el herido fue atendido por la enfermera. Lo derivaron a un hospital tras examinarlo y constatar que la nariz se había partido a la mitad. La entablillaron, estaba inflamada como gran parte del rostro.
Regresó a su casa por la tarde, cargando con el bolso y el estuche que llevaba su bokken, una carga que pesó más al tener el cuerpo entumecido.
—He vuelto —dijo descalzándose, ubicando los zapatos junto a los de un integrante del hogar.
—Bienvenido. —Yori creyó que era su padre, a esa hora retornaba de trabajar. Asoció el tono agotado de Takeshi al del hombre.
—¡! —El joven se sorprendió al escucharla. Ambos se miraron en silencio, extrañaban hablarse, un error les regaló un momento de interacción, uno que le permitió a Yori observar el deplorable estado de su hermano mayor. Nunca lo había visto tan lastimado, ni debilitado.
—Yo… —intentó decir Takeshi, trabándose al instante. Bajó la mirada, apenado por la apariencia que tenía. Esperaba que volteara y lo ignorara, o le ofreciera una migaja de atención contándoles a sus padres sobre la forma que arribó a la casa.
—Estás todo… —A Yori se le llenaron los ojos de lágrimas. Su querido hermano que tanto perseguía de pequeña, había sido apaleado seguramente por un pandillero.
—¡Esto no es nada! ¡No te preocupes! —Intentó tranquilizarla, pero Yori se le arrojó encima para abrazarlo.
—¡Hermano, no vuelvas a pelear! ¡He sido una tonta! ¡Lamento tratarte como un extraño! —Lo estrujó igual a como lo hacía cuando Takeshi se iba de campamento por días.
—¿Yori? —Impactado con la reacción, le devolvió el abrazo. Deseó tanto que volviera a quererlo, que no le importó su horrenda nariz, su segunda bokken casi rota, ni sus manos inservibles para proteger. Recuperó el cariño de la persona que más apreciaba, la única que lo consideraba como su héroe.
Takeshi lloró, sin avergonzarse si era escuchado.
«Ya veo… los yankees también lloran», pensó esbozando una sonrisa.
Comments for chapter "37"
QUE TE PARECIÓ?
Muy buen capítulo, me encanta ver como los personajes se van uniendo con metas en común.
Me parece muy extraño, Takeshi sería exactamente el tipo de personaje que adoraría, tiene todos los elementos que me gustan, pero por alguna razón no logro empatizar con él…
Sin embargo Satoshi cada vez me gusta más.
Gran capítulo, y ¡excelentes los dibujos!