Yankee love © - 38
Transcurrió una semana desde los últimos sucesos. El grupo formado para derrotar a Yamato Umehara siguió elaborando propuestas para las elecciones, ideando un plan estratégico que abarcara no solo el alumnado que sí votaban todos los años, sino también a los yankees. La influencia de Satoshi como veterano respetado, y el de Anzu como única mujer sirvieron para convencer a algunos de participar. La pelirroja recibió alrededor de cinco confesiones de amor, aprovechó los sentimientos de unos desdichados rechazados para persuadirlos. No frecuentaban con mujeres y ser quien les hablara era suficiente para caer rendidos.
Por otra parte, Sayumi meditó durante días sobre qué hacer con la información reunida. El asunto de la vestimenta blanca, es decir, de las armas blancas, sería clave para conocer más sobre la pandilla. Llegar a ese punto significaba que habían avanzado y estaban cerca de convertirse en verdaderos delincuentes y no solo aquellos que se manifestaban en contra de las reglas de la preparatoria.
La presidenta del club de kendo se dirigió al club de jenga, el último lugar donde decidió buscar a Manami. Según los rumores de los chicos, recurría a un pequeño salón ubicado al final del pasillo. Tocó tres veces, la puerta era diferente al resto del los salones, no era corrediza, sino que se abría hacia afuera, así que se apartó.
Anzu abrió sin preguntar quién era, creyó que se trataría de Takeshi o de Satoshi, sus más recientes aliados.
—Tú… —Anzu miró a Sayumi de pies a cabeza, sin reconocer a qué grado pertenecía.
—Soy Sayumi Yoshida, de segundo año. —Se inclinó presentándose.
—Ya veo, ¿qué necesitas? —preguntó sorprendida.
—¿Sayumi? —Manami asomó detrás de la alta estudiante.
—¡Oh! Azuma senpai. —Se exaltó llamándola por su apellido, aspecto que casi nadie de allí adoptaba, ya sea por los estudiantes adinerados que tenían poco respeto por sus pares, o por los yankees que decidían apodar.
—Dime Manami. —Sonrió y le pidió a Anzu que la dejara pasar.
Luego de servirle una taza de té, las tres se sentaron a conversar. Rina y Saki estaban ausentes del club, se encontraban en el patio repartiendo panfletos para la campaña, ambas luchando contra la timidez y la extravagancia del Chuunibyou. Anzu y Manami usaron su tiempo libre para relajarse, últimamente volvían exhaustas de sus días de clase, con todo el laborioso trabajo de ocuparse en derrotar a Yamato.
—¿De qué querías hablarme? —Manami dio un sorbo con su clásica sonrisa amistosa.
—Bueno, es que… —Sayumi titubeó mirando de reojo a Anzu. La apariencia amenazante de la chica no le inspiraba confianza, por más que sea la mejor amiga de alguien que admiraba.
—Cualquier cosa que desees decirme puedes hacerlo con Anzu presente, ella es la persona en quien más confío.
—Lo siento… es que… —Bajó la mirada, insegura.
—Descuida. No he hecho una buena reputación, estoy tratando de corregirla. —La tranquilizó la actual yankee para después probar un bocadillo, regalo de Rina.
—Es un… tema delicado. Estuve pensando en esto, lamento no haber acudido a ti antes. —Sayumi le habló a Manami.
—¿De qué se trata?
—Hace una semana, accidentalmente invadí el territorio de los yankees. Escuché a dos de ellos hablar sobre la “vestimenta blanca”.
Manami abrió los ojos como platos, Takeshi le comentó sobre esas palabras, sin embargo no logró descifrarlas. La experiencia de Anzu dentro del grupo tampoco sirvió para hacerlo, lo cual le indicaba la importancia de las mismas.
—Es una especie de código, que ellos lleven vestimenta blanca a un lugar determinado significa que pelearan con armas blancas.
—Armas… blancas. —Manami intentó conservar la calma, la sola idea de que Kimura hubiera podido formar parte de esa locura la aterraba. Depositó la tasa sobre la mesa. Anzu no parecía tan asombrada como ella, había visto superficialmente las heridas en los pandilleros, no en quienes más se le acercaban, sino en los más distantes, los veteranos. Prestaba especial atención en estos últimos, no eran idiotas matando el tiempo en peleas de escarabajos o en jugar a las cartas, se la pasaban fumando en rincones oscuros, hablando casi en susurros.
—La situación se está yendo de las manos y el director parece ignorarlo —manifestó Sayumi.
—No creo que lo ignore, apoya estos encuentros porque no suceden en su querida institución —supuso Anzu.
—Desvía la violencia hacia otro lugar —agregó Manami.
—¡Debemos hacer algo! ¡Saldrán heridos, tanto Satoshi como Ta…! —Sayumi se calló en medio de la exclamación. Aún se sentía culpable por la paliza que sufrió Takeshi para ayudarla, y en su actual ausencia en las clases. Manami la miró afligida, su preocupación por él superaba la suya. Realmente lo quería, mientras ella jugaba con sus sentimientos para apaciguar los suyos.
—Entonces lo que comentan por ahí es verdad, eres familia de Satoshi, la presidenta del club de kendo —habló Anzu pudiendo identificarla.
—Sí. —Sayumi agachó la cabeza avergonzada por el hecho de no reconocerlo con orgullo. Deseaba hacerlo, pero el comportamiento de su primo se lo impedía. Descubrir que posiblemente participaba en esos encuentros, fue una terrible noticia que opacaba los esfuerzos de Satoshi en convertirse en un estudiante normal.
—Comprendo cómo te sientes. Si me dijeran que mi familia está involucrada en una pandilla, reaccionaria de la misma forma, sobre todo si estuviera en tu posición. Debe ser duro pertenecer a una familia tan tradicional —la consoló Manami.
—… —Sayumi no dijo nada más. Se sintió diminuta, sin derecho a exigirle una pronta solución.
—Y en cuanto a Takeshi, puedes preocuparte por él sin temor. En más, una de mis amigas pasó por la misma situación que tú. —La pianista apasionada mostró estar enterada del acontecimiento. Le contó acerca de la iniciación de Kimura, de la intervención de Saki y de las consecuencias. Anzu escuchó observando la expresión de Sayumi, otra chica enamorada de un yankee respondía al estilo de vida que ellos llevaban. Cuando su amiga finalizó se animó a decirle.
—Aunque parezca que les estorbamos, esos idiotas aprecian que estemos allí. ¿Sabes por qué lo hacen? Porque son personas como nosotros, conocen su camino, pero no quieren recorrerlo solos.
—¿Su… camino? —preguntó Sayumi confundida.
Anzu recordó al derrotado Kimura de la estación de policía, a quien le rogó que lo golpeara, al débil ser humano que ya no podía aguantar tanta carga sobre su espalda. Rememoró el roce de sus dedos cuando le tocó la mejilla, apenas temblaba, pero lo hacía. Decidió proteger la fragilidad de aquella vez, para acompañarlo en un riesgoso camino.
—De seguro habrás visto la determinación en su pelea. —La hizo volver al pasado, visualizar la mano de Takeshi frenándola, escuchar llamarla por el nombre de Yori. Él mejor que nadie era consciente de su camino, no regresaría para emprender otro. Sayumi liberó unas tímidas lágrimas, se las secó y afirmó su frente contra la mesa.
—Haremos que Satoshi gane, si un veterano les demuestra a los demás que puede llegar a ser aceptado, sus caminos no estarán repletos de violencia. —Anzu se levantó de la silla, Sayumi alzó la mirada, sus palabras terminaron de convencerla. Renunciar a las tradiciones por las personas que quería, sería su nuevo objetivo.
—¡Cuenten conmigo! —exclamó con el rostro rojo de la emoción. El resto presenció la determinación de un yankee resurgiendo de las cenizas.
«Esos idiotas terminaron inspirándonos. ¿Hasta dónde iremos a llegar con esto?». Sonrió Anzu.
Las amigas miembros del club decidieron no contarle a Rina sobre las peleas con armas blancas, se decepcionaría de Satoshi y como candidata debía permanecer fuerte ante todo. No era la mejor acción, pero se ocuparían de esa cuestión como las más maduras del grupo.
Finalizada la jornada escolar, Saki y Rina descansaron en la explanada del instituto. Dedicaron un buen rato entregando panfletos y estaban exhaustas, para las dos era la primera vez que interactuaban con tantos estudiantes.
—Sobraron muchos —notó Rina apenada, contando los papeles que no fueron recibidos.
—Esperaba que no lograríamos entregar ni siquiera la mitad. —Saki destacó el lado positivo arrebatándoselos de las manos—. Los guardaré para mañana. Ya verás, los repartiremos todos.
—Eres muy optimista. —La observó sin perder los ánimos como ella.
Kimura salió al exterior, desperezándose como su hubiera dormido una larga siesta. Las encontró en la entrada y las saludó.
—Kimura senpai. —Rina inmediatamente respondió al saludo. No lo había visto desde el día anterior y siempre era agradable tenerlo cerca, podía ver como su relación avanzaba, ninguno se sentía incómodo con la presencia del otro.
—¿Dónde te metiste? No entraste a ninguna clase —dijo Saki inflando sus mejillas.
—Estuve estudiando hasta tarde y me quedé dormido bajo el árbol. Es culpa de Kurosawa por retrasarse en la primera hora. —Puso la excusa perfecta con cierto grado de mentira.
—Apuesto a que no estudiaste —descubrió Saki cargando su bolso.
—¿Cómo les fue con los panfletos? —preguntó luciendo interesado en la campaña de elección.
—Bien, supongo —dijo Rina desganada.
—Esas no son formas de responder, serás la vicepresidenta. Di algo como “¡Lo conseguiremos!” “¡Aplastaremos a Yamato como a una cucaracha!” —la alentó Saki dando pisotones en la tierra.
—¿No te agradaba Yameto? —preguntó Kimura sonriendo en tono burlón. Todavía recordaba el episodio cuando la sacó del auto del hijo del director.
—No pongas esa cara de superioridad, todos cometemos errores. —Se molestó apartando la mirada.
—Será difícil ganarle, pero haré mi mejor esfuerzo —intervino la menor de los presentes apretando los puños debajo del mentón.
Kimura le sonrió y Rina se sonrojó.
—¡Qué tiernaa! —Saki la abrazó frotando sus mejillas con las de ellas.
—¡Me estás estrujando! —se quejó moviéndose en sentido contrario a Saki, las demostraciones descontroladas de afecto la dejaban sin aire.
Oyéndose aparte de los quejidos de Rina, el estómago de Kimura comenzó a gruñir.
—¿Estás hambriento? —preguntó Saki soltando a su amiga.
—Me perdí el almuerzo por estar durmiendo —confesó sobándose el abdomen.
«¡Es mi oportunidad! ¡Los dioses escucharon mis súplicas!», festejó Rina internamente.
—Conozco una cafetería cerca de aquí, sirven unos deliciosos pasteles. ¿Por qué no vamos todos juntos? —propuso interrumpiendo las actuaciones de Saki con su sirviente, empezó a bromear con la falta de energía del súbdito.
A Kimura le pareció una buena idea, cualquier cosa que lo llenara serviría, Saki opinó lo mismo, pero tras ver la expresión de felicidad de Rina optó por dejarlos a solas y apoyarla en su conquista. Anzu y Manami también estaban enamoradas de Kimura, sin embargo consideraba que la reina del jenga requería de más empujones.
—Olvide que tenía que ir… —Se apresuró a buscar una buena excusa, superaba a Kimura en ese sentido, con su creatividad en inventar historias—. A… algún lugar. —Pero nada se le vino a la mente, así que se retiró corriendo a buscar sus zapatillas.
Los otros la observaron huir, obviamente no tenía nada que hacer después de clases.
—No tenemos que salir solos si no quieres —dijo Rina creyendo que Kimura no aceptaría acompañarla, estarían en una cita si así fuera.
—Vamos. —El yankee caminó a la salida, despreocupado. El hambre era grande como para ocultarlo.
Rina lo guio hacia la cafetería, algunos estudiantes del mismo instituto también asistieron para recuperar energías de un estresante día de estudio. A esas alturas a la chica ya no le interesaban los comentarios en torno a Kimura, de la relación del joven con diferentes mujeres que le hablaban a menudo. Anzu le aconsejó siempre mantenerse segura de sus amistades. Habían compartido medio año juntos y era tiempo de defender con uñas y dientes a quienes la acompañaban.
Un mozo se les acercó, un adolescente nuevo dentro del personal. Tenía un pañuelo blanco atado cubriéndole la cabeza y unos anteojos cuadrados escondiendo los ojos oscuros detrás del cristal amarillento. Kimura no despegó la vista del menú, hasta que su olfato percibió un leve olor a tabaco. Rina le habló al empleado, este registró el pedido asintiendo con la cabeza. Definitivamente era un fumador, pero uno adolescente era difícil de ver. El mozo se retiró antes de que pudiera observarlo con detenimiento.
—¿Qué pasa? —preguntó Rina.
—Nada. —Kimura siguió observando como el mozo caminaba hacia la cocina.
—¿Y cómo… está… el hotel? —Rina trató de iniciar una conversación, sin saber exactamente qué decir. Se sintió una tonta luego de escucharse y miró la ventana evitando ver el rostro de su confundido compañero, sin embargo a Kimura no le pareció una pregunta extraña.
—Hemos tenido muchas visitas en las vacaciones. Ha sido de los mejores años.
—¡Me alegro por ti! —expresó aliviada e intentó que el silencio no se presentara nuevamente—. ¿Cómo está tu hermanita? Me sorprendió que tuvieras una.
—Ah, Umi. Sí, también me sorprendió. El viejo participaba de orgí… —Frenó de inmediato dándose cuenta de que estaba dialogando con una mujer y reformuló su respuesta—. Participaba de retiros espirituales… y de esos retiros nació Umi —eligió sus palabras un tanto avergonzado por las nefastas costumbres de su padre biológico.
—¿Retiros espirituales? Nunca escuche sobre eso —dijo asombrada, sin tener la menor idea de qué hacían en esos espacios de interacción social.
—Espero que jamás los escuches. —Se esforzó por esbozar una sonrisa agradable, arriba de la expresión de frustración por no poder mantener una conversación sobre su familia que no le generara incomodidad.
—¿E-es la única hermana que tienes? —Rina continuó preguntando percibiendo que Kimura no quería profundizar más en el asunto de los retiros.
El mozo depositó las tazas sobre la mesa. Kimura se exaltó, sus sentidos habían sido bloqueados por un momento.
—Disculpe si lo asusté —habló el empleado de la cafetería. Tenía una voz serena pero intimidante. Kimura asoció esa voz a la de un yankee en especial. Aquella noche en el parque, sus pómulos se habían inflamado tanto que apenas pudo ver, no obstante escuchó un grito de “basta” antes de que se desmayara.
—¿Senpai? ¿Estás bien? —La chica le tocó la mano notándolo alterado. El acto de Rina fue lo que necesitó para separar sus diferentes vidas, si se mezclaban sus amigas correrían peligro.
El mozo se reverenció y se marchó intercambiando puesto con el trabajador que ocuparía el siguiente turno.
Kimura permaneció mirando la mano de Rina sobre la suya. Era pequeña, delicada y suave, mientras que la de él era áspera, con heridas en los nudillos y parecía que con solo un apretón podía lastimarla.
—¡Ah! ¡Lo siento! ¡No quise…! —Retiró la mano avergonzada.
—Tuve un hermano, se llamaba Kaito Kimimura —reveló sin temor a las repercusiones—. Murió hace años en un accidente. Fundó la pandilla que conoces.
—… —Rina se quedó sin palabras. Todo cobró sentido de repente, el por qué Kimura deseaba ser aceptado en la pandilla.
—Es el motivo perfecto para que me meta en problemas a diario, ¿no crees? Quiero ser como Kaito, como mi hermano muerto. Recuperar los ideales de la pandilla, ser respetado como él lo fue. Tengo la vida perfecta para ser como soy… Finalmente conoces al patético yankee de quien te enamoraste —bromeó riéndose al final.
Rina no pudo aceptar las palabras y la risa irónica de su compañero.
—Eres un tonto —balbuceó posicionando los puños sobre la mesa.
—¿Qué has dicho?
—¡Dije que eres un tonto! ¡Kimura tonto, tonto, tonto! —Se levantó y huyó del lugar.
Confundido, el joven la observó escapar a través de la ventana.
—¿Por qué se molestó? Le dije la verdad —bufó pagando la cuenta. Tras ponerse de pie, el gerente de la cafetería, un anciano de larga barba blanca, le propició un golpe en la mejilla con la bandeja que cargaba.
—¡!
—¡Persíguela! —le ordenó.
—¡¿Por qué hiciste eso?! ¡¿Quién demonios eres?! —exclamó Kimura enfurecido sobándose.
—¡Trabajo en una cafetería donde vienen cientos de adolescentes después de clases! ¡He visto esta situación cientos de veces! ¡Haz lo que te digo si no quieres perder a esa chica! —La sabiduría del anciano, las experiencias vividas en una larga vida de fracasos, se reflejaban en las arrugas que colgaban debajo de sus ojos y boca—. ¡No seas como yo, no cometas el mismo error! —Lo sacudió sujetándolo de la chaqueta. Era un guerrero caído, arrepentido por no haber perseguido a su enamorada cuando tuvo la oportunidad. La guerra, los campos de batalla los distanciaron por años hasta que solo quedó polvo en sus recuerdos.
Una luz dorada lo iluminó, el resto de los jóvenes se arrodilló adorando la imagen viva de una especie de mentor. El anciano estiró los brazos, palomas blancas ingresaron del exterior para posar sobre él.
—¡Maestro! —exclamaron los adolescentes al unísono.
«¡¿Qué pasa con ese viejo?!», pensó Kimura escapando de la alocada escena.
Caminó apresuradamente rascándose la cabeza, conflictivo, pensando qué hizo mal y qué haría cuando encontrara a Rina. Regresó por el mismo camino que habían tomado, preguntó en varios comercios si la habían visto circular. En una florería una anciana le dio una bofetada junto con un discurso parecido al del gerente de la cafetería. Kimura comprendió que esa zona estaba repleta de fracasados en el amor que aconsejaban a los jóvenes dándoles unos buenos golpes para que reaccionaran.
«Tsk, maldición, lo que me faltaba. Con todo lo que me he esforzado para no meterme en peleas hoy. Volveré a casa lleno de moretones, Karin se burlará y Emiko me reprenderá». Pateó una lata que tenía cerca, la cual impactó contra un poste de luz que tintineaba para encenderse. El sol se ocultaba y la noche asomaba lentamente.
—¿Dónde estará? —Miró a un costado. Hamacándose en una pequeña plaza desolada, se encontraba Rina deslizando sus pies sobre la arena—. ¡Aquí estás, Rita! —gritó contento corriendo hacia ella. La adolescente reaccionó al equivocado nombre y comenzó a temblar del nerviosismo—. Estuve buscándote toda la tarde. —Kimura descansó encorvándose. Había estado recorriendo calles y calles esquivando pandilleros, soportando a los ancianos y escapando de los adultos que lo marcaban como delincuente.
—… —Molesta, no le dirigió la palabra, aunque estuviera nerviosa con su presencia, luchó para que no lo notara.
—Dime, ¿estás enojada? —Ahora quien estaba más nervioso era Kimura, se rascó la nuca sudando como loco. Tenía experiencias de sobra siendo víctima de la ira de una mujer.
—… —El interior de Rina era un torbellino de emociones, quería decirle tanto, darle golpecitos en el pecho, empujarlo, arrojarse hacia él, abrazarlo, estrujarlo, cualquier cosa que le hiciera entender cuánto lo amaba.
Respondiendo al silencio el yankee se disculpó:
—Lo siento, si dije algo que te afectara.
—… —La pequeña kohai no se movió, permaneció con la mirada fija en sus zapatos.
Kimura creyó que cumplió con su disculpa, pero no fue así.
—Es tarde… Te acompaño a la estación de tren o… puedo quedarme a esperar contigo a tus… —El yankee se silenció al ver a Rina subirse a la hamaca colocando los pies sobre la madera—. ¿Qué haces? Te vas a caer. —Avanzó un paso. Rina se balanceó tomando impulso—. ¿No me escuchaste? Te vas a ca…
Rina saltó de la hamaca hacia Kimura, él la atrapó prácticamente por instinto. El peso de la chica, la distancia entre ambos no alcanzó para que cayeran sobre la arena. Rina se colgó del cuello de Kimura, y por temor a que resultara herida con el brusco salto, el yankee la abrazó sin pensar en lo que eso provocaría.
«Kimura… yo… pude llegar hasta ti. Eres tan fuerte que tu abrazo me duele, pero… está bien, siento tu miedo, comprendo lo que sientes así». Trató de enseñarle su propia fuerza apretándolo contra ella, aunque sea un poco para que la percibiera. Enterarse de la tragedia de la muerte de Kaito, la incentivó a romper con su timidez, expresarle que sus sentimientos eran intensos y verdaderos como los de una persona completamente enamorada.
—¡Si pudieras sentir una pizca del amor que siento por ti…! … Estoy segura de que… ¡Estoy segura de que serías más feliz! ¡Deseo con todo mi corazón que seas feliz!
—¡! —Los oídos de Kimura estaban tan cerca que la voz de la chica retumbó en cada fibra de su cuerpo. Ocupó años en recoger los destrozos que ocasionó en su familia, cuidando de su inválida madre, trabajando incansablemente en el hotel, esforzándose por cumplir las misiones, que se olvidó de apreciar los momentos de felicidad.
—¿Rin?… ¿Ri…ta? —El yankee la soltó despacio, los pies de Rina aún estaban lejos del suelo, suspendidos en el aire. Únicamente se sostenía colgando de su cuello, confiada en que no caería ni se lastimaría.
—Lo siento, Kimura senpai. Si soy un estorbo para ti, o un parásito del que no puedes librarte. No me moveré hasta que lo aceptes, eres más que un yankee, eres el chico más maravilloso que he conocido.
—De acuerdo, de acuerdo. Lo acepto. —Agitó las manos desesperado, descubriendo a un grupo de personas observándolos desde el otro lado de la calle, intercambiando comentarios acerca de la edad del pandillero con respecto a la de Rina. Estando a unos meses de la mayoría de edad, se podía decir que Kimura estaba encaminado a convertirse en el adulto de la relación.
—¿De verdad? —La joven se sorprendió con la rapidez en su contestación.
—Sí, sí, no quiero que los entrometidos piensen mal de nosotros.
Después de separarse y de que la adrenalina del momento abandonara el cuerpo de la chica, el color rojo acaparó todo su rostro.
«¡Acabo de abrazarlo! ¡Y le dije todas esas cosas vergonzosas! ¡¿En qué pensaba?! —Se cubrió la cara con las manos y volteó alejándose—. ¡Esta no soy yo, definitivamente esta no soy yo!».
—¡Her-hermanita! ¡Va-vamos a casa! —actuó Kimura dirigiéndose de esa forma a su compañera de instituto.
—¿Hermanita?
El yankee le señaló a los espectadores, de inmediato la reina del jenga supo qué hacer.
—¡Oh, sí hermano! ¡Vol-volvamos a casa!
Los civiles se dispersaron convencidos de la relación de los jóvenes, no les pareció anormal que dos hermanos se expresaran cariño, a pesar de que hacerlo públicamente no era lo más adecuado, más a esas horas donde empezaba a oscurecer.
La mano derecha del jefe de la pandilla enemiga, los Tora, terminó con su misión del día. Había conseguido trabajar en una cafetería cerca a la preparatoria Minato hace un par de días, para poder observar a los estudiantes, escuchar las conversaciones de quienes concurrían allí y enterarse sobre las elecciones del nuevo consejo estudiantil. Su apariencia no fue un problema para emplearse, su actitud mucho menos, era astuto y sabía comportarse dependiendo del contexto.
Logró recabar información importante de Satoshi como candidato, sin embargo su encuentro con Kimura despertó su interés. Encendió el celular de camino a su casa y marcó el número de Kabuto, el líder.
—Mirio, ¿qué sucede?—oyó la voz ronca del otro lado.
—Los informantes tenían razón, el revoltoso del parque es el hermano menor de Kaito Kimimura. Lo vi esta tarde en la cafetería, se lo confesó a una chica.
—Ya veo. ¿Qué piensas?
—No creo que sea el enmascarado. No tiene madera de líder… exponerse así con un acompañante, debería ser muy estúpido para hacerlo si lo fuera —afirmó deteniéndose a esperar que el tren pasara a mitad de la calle.
—Confías demasiado en tu criterio. Los lobos se han acobardado luego de probar la cima, por eso el líder se esconde. Estar en la cima atrae a los rivales, de eso no hay dudas.
—¿Qué está mal en mi criterio? —Observó las luces del interior del tren pasar como destellos fugaces.
—No subestimes al estúpido. A veces esconderse no basta, ocultar el rostro, la identidad. El lobo líder se camufla. No subestimes a ningún estudiante, este dentro o fuera de la pandilla… puede ser cualquiera.
El tren se perdió en la oscuridad de la noche, en la esquina lo esperaba un lobo veterano. Satoshi lo sorprendió antes de que pudiera percatarse que alguien lo vigilaba.
—Estaré ocupado un rato, jefe. —Finalizó la llamada y guardó el celular en el bolsillo.
—Trabajo en una cafetería de esta zona. —El yankee de los Tora tampoco planeaba iniciar un enfrentamiento. No era el momento, ni el lugar indicado. Lo esencial era averiguar qué tramaba, por qué quería ocupar el puesto de presidente del consejo estudiantil, ocupar una posición donde un yankee jamás podría liderar.
—¿Una cafetería? ¡Ja! ¿Me tomas por idiota? —Se le acercó hasta sacarle pocos centímetros de distancia. La diferencia de estatura era bastante, Mirio tuvo que alzar la vista para verlo a la cara.
—Si apuestas a ser el próximo presidente de Minato, meterte en una pelea te restará votos —le mostró que estaba enterado de su vida escolar, demostrándole a su vez, el verdadero objetivo de invadir ese territorio.
En fuerza física, Satoshi lo superaba ampliamente. Mirio podría utilizar sus habilidades en artes marciales para frenarlo, pero cuando un luchador optaba por no pelear, no existía nada que lo hiciera cambiar. La mentalidad de su grupo era resistir, fieles a sus metas y a las órdenes del líder. Este le ordenó investigar, ser cauteloso y no interferir.
—…
—…
Intercambiaron miradas desafiantes. Satoshi entendió que perdía el tiempo intentando conocer las intenciones del joven.
—Acordamos que las diferencias las arreglaríamos en los duelos. Seas de la pandilla que seas, si no eres estúpido lo entenderás —advirtió decidiendo marcharse.
Mirio calmado como de costumbre, susurró viéndolo partir.
—No subestimes al estúpido.
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