Yankee love © - 39
Luego de su cita con Rina, Kimura regresó de noche al hotel. Recorrió un largo camino y se detuvo una vez para solucionar asuntos pendientes con unos abusivos que lo interceptaron en un callejón. Aún hacía un calor insoportable, y los extranjeros no paraban de arribar para hospedarse. El verano era la estación más rentable para el negocio, su madre siempre se lo decía. Recorrió el pasillo hasta su habitación, esta se encontraba a oscuras. Trató de encender las luces, pero estas no colaboraron. Despreocupado, arrojó el bolso sobre la cama y se dejó caer hacia atrás sobre el cómodo y blanco colchón.
—Qué día. —Suspiró cerrando los ojos.
—Llegaste —escuchó decir una voz femenina debajo de las sábanas, moviéndose como un animal marino en el agua.
—¡Maldición, Karin! —Se exaltó sentándose de repente.
—No grites… mi cabeza… me duele. —Alcanzó a sujetarlo del brazo derecho. Kimura sintió los grandes pechos de la recepcionista y como su brazo se hundía en medio de ellos.
—¡Apártate! ¡¿Qué hiciste con las luces?! —exclamó estirándose para encender la lámpara ubicada en su mesita de luz.
—Sabes que no me gustan las luces cuando duermo. Tantos años juntos y no te acuerdas. —Karin se destapó, estaba vestida apenas con su ropa interior color negro.
—¿Por qué no te vas a tu habitación? O mejor dicho, ¿por qué no regresas a tu departamento? —Kimura tanteó en la oscuridad buscando las lamparillas para volverlas a colocar donde correspondía.
—Si me voy me extrañarás. —Karin lo ayudó hallando una lamparilla debajo de la cama.
El yankee arregló el desorden y por fin el cuarto se iluminó. Descubrió la escasa ropa en Karin, esperaba encontrarla de esa forma así que simplemente volteó rabiando.
—Ponte ropa, tsk.
—Hace calor. He estado trabajando todo el día —dijo jugueteando con los sujetadores, estirándolos, bajándolos y subiéndolos en sus hombros.
—¡No me interesa! ¡¿Quieres que Emiko nos asesine?! ¡Vete! —Le arrojó su chaqueta, la cual cayó sobre el rostro de Karin.
—Tranquilo, tranquilo. Los dioses te bendijeron con tu… —quiso bromear en tono lascivo, pero Kimura la detuvo a tiempo.
—Cállate, maldita sea. —Abrió un cajón de un mueble que tenía junto a la ventana y extrajo una toalla blanca para limpiarse la sangre que todavía escapaba de una ceja.
—¿Otra vez te metiste en problemas? —preguntó la recepcionista vistiéndose.
—No es lo que crees. Esta vez fue por una estupidez.
—¿Qué no es lo que creo? Tengan una buena razón o no siguen lastimándote. El señor Kento ha estado interrogándome antes de viajar. Se me están acabando las ideas.
—Estoy esforzándome para que no respondas más por mí. Dame un poco de tiempo —pidió Kimura deshaciendo su extraño peinado.
—¿Más tiempo? ¿Cuánto más necesitas? ¿Hasta que ya no te queden huesos? —Karin se puso seria al respecto. Abandonó la cama y se posicionó detrás del joven con los brazos entrecruzados.
Kimura escuchó el cambio drástico en el tono de voz y volteó.
—No es mi culpa que hayas sido cercana a Kaito antes de conocerme. Me decidí a arreglar la pandilla y lo haré sin importar qué me pase. —La miró directamente a los ojos, aquellos que le exigían detenerse, los mismos que le suplicaron a Kaito en el pasado.
—Sueño a menudo contigo… no lo llamaría un sueño, sino una pesadilla. —La mujer se aproximó.
—… —El yankee calló. Respetaba a Karin, la quería como una hermana mayor, pero ni siquiera ella y sus pesadillas lo detendrían. Se esforzó por mantenerse distante, por no decaer, ni confiarle sus temores. Imitar a Kaito y brindarle una sonrisa para tranquilizarla no era su estilo, mantendría el ceño fruncido, la expresión de enojo hacia el mundo entero.
Karin contempló al hombre en quien se convirtió el preadolescente que encontró en las puertas del hospital llorando por la tragedia que causó. Había crecido rápido, enfrentado tanto dolor que su rostro no podía expresar nada distinto en esa situación. Se sintió atraída, incentivada a cambiarlo, cambiar el rumbo que tomaría si lo dejaba a su suerte.
—Llegué a ver la inocencia adolescente de Kaito en ti, pero fue desapareciendo. ¿Por qué Kimura? No se suponía que debías ser así. —Deslizó los dedos sobre los labios de Kimura, acortando la distancia entre ambos cada vez más. El chico se apartó molesto con la acción de Karin. De su boca escapaba el olor a alcohol, el método que ella utilizaba para escapar de la realidad.
—No vuelvas a hacer eso.
Karin vio al propio Kaito diciéndoselo, con el mismo rostro de enojo que Kimura, allí supo que era suficiente de sus juegos. Convertirlos en realidad no sería bueno para ninguno de los dos.
El yankee se retiró hacia otra habitación. Pasó el resto de la noche pensando, inquieto, le dolía el cuerpo, más que nada el agujero en su pecho que no paraba de crecer. Solo con ciertas personas, ese agujero se volvía invisible, sabía que estaba allí, pero no lo veía. Quería seguir estando ciego, sin embargo hacerlo no sería la solución. ¿Cuánto tiempo necesitaría para finalmente curarse? ¿Un mes como le dio Kento? ¿Más que eso? Desconocía la respuesta.
—Rina, Anzu, Manami, Saki —nombró a cada una de las chicas, contándolas con los dedos de la mano. El número era pequeño, no obstante la responsabilidad de ponerlas a salvo se multiplicaba. Ya formaban parte de su vida y perderlas no era una opción. Las quería demasiado, a sus preciadas amigas.
Al día siguiente Karin despertó con resaca, no se lo comentó a nadie, pero debido a una acumulación de deudas fue desalojada de su apartamento. Enfrentar la situación económica en la que se encontraba no era sencillo sin la ayuda extra del alcohol. Era demasiado orgullosa como para confiarle sus problemas a Emiko y pedirle un aumento de salario. Según Karin su vida era desastrosa, a los treinta y pocos años soltera, sin objetivos concretos como estudiar una carrera, formar una familia o iniciar un negocio propio.
Salió de la habitación de Kimura, bajó las escaleras y lo halló alistando su bolso para un nuevo día de clases.
—Buenos días —lo saludó somnolienta, sintiendo como el gusto del sake abandonaba su paladar tras dar un sorbo de agua fría.
—Buenos días. Tienes suerte de que Emiko viajara de compras a la ciudad —le dijo mientras guardaba dinero para el almuerzo.
—No le cuentes que me embriague anoche. Te dejaré tocarme los senos si me ayudas —propuso echando su cara sobre la mesa.
—Me voy. —Kimura le entregó los billetes que disponía para comprarse comida y se marchó.
Karin los observó a centímetros de sus ojos pesados.
—Este chico me conoce demasiado bien, hasta me asusta —lamentó.
Kimura tomó el tren y se bajó en la estación más cercana a la preparatoria. Pasó primero por una vieja panadería apretujada entre dos grandes edificios, nada llamativa al público por los escasos colores en las paredes ocres. Abrió la puerta, una campanilla le avisó al empleado de la presencia de un cliente.
—Bienvenido. —Tras verlo, sonrió con melancolía—. Ignoras este negocio todos los días. ¿Qué te trae por aquí hoy? —Era un hombre un poco más bajo que Kimura. Tenía puesto un gorro gris que dejaba ver apenas el cabello verdoso. Algunos pelos de la barba se alojaban en el mentón recto, maltratado por tantas peleas.
—Rokuto senpai —lo nombró el yankee.
—Ya no soy tu senpai, supéralo… Te ves bastante mal. ¿Has estado durmiendo bien?
—No mucho gracias a ti. —Kimura apoyó sus brazos sobre el mostrador de vidrio a pesar de que en el cartel claramente estaba escrito “no apoyarse”.
—Saca tus brazos de ahí, ¿no sabes leer?
—Una abusiva mujer me robó el dinero del almuerzo, dame un pan gratis o estaré hambriento al mediodía —pidió mintiendo descaradamente.
Conocía a Rokuto desde que ingresó a Minato. Se llevaban dos años de diferencia, fueron compañeros en primer grado. Kimura repitió y Rokuto al año siguiente se volvió su senpai, sin embargo la relación de amistad se mantuvo como siempre.
—Para empezar… —Rokuto buscó un trozo de pan viejo que solía guardar para los perros callejeros—… ¿Desde cuándo te habla una mujer? ¿Desde cuándo eres el blanco perfecto para que te roben?
—Me hablan muchas mujeres. —Sacó los brazos de encima del mostrador y los colocó en sus bolsillos.
—Las espantabas con tus “¡¿eeh?!” La sangre, los moretones, los ojos como platos y esas cosas. —Envolvió el pedazo de pan riéndose del antiguo Kimura con el cabello más corto al que conservaba en la actualidad.
—No eras muy distinto a mí y aun así tardaste años en conseguirte novia. —Kimura miró las sobras que obtuvo al mendigar, insatisfecho.
—Es lo que puedo darte. Si te doy el pan recién orneado gratis mi jefe me matará.
El yankee lo tomó, el trozo pesaba como una enorme piedra, pensó en sus pobres dientes tratando de triturar. Lo guardó en su bolso comentando que sería útil para romper el vidrio del auto de Kurosawa. Después de unas risas, Kimura dejó de lado las bromas para preguntarle a su senpai.
—¿Cómo está tu hijo?
Rokuto se silenció unos segundos recordando el momento, cuando le contó que su novia estaba embarazada.
—Aún está en el vientre de su madre. Será una niña… una niña sana. —Sonrió agachándose para extraer un trozo de pastel de queso que exhibía en un estante.
—Ya veo. —Kimura mostró una sonrisa sincera.
—Toma, esto va por mi cuenta. Nunca tuve la oportunidad de agradecerte por apartar mis demonios de mi familia. —Rokuto le entregó el pastel, no sería suficiente para agradecerle un acto así, nadie más que Kimura podría haber ayudado a un yankee retirado cuando lo necesitaba.
El joven lo aceptó. Recordó las notas dedicadas a Kaito en la orilla de la carretera, los agradecimientos de sus compañeros cuando los ayudó en su adolescencia. Estaba recibiendo un agradecimiento de esos. Pensó que no se lo merecía, pero al tratarse de Rokuto el senpai que lo sacó de varios problemas en el pasado, se sintió feliz viniendo de alguien que respetaba tanto.
—No me gusta el queso, lo sabías bastardo —dijo Kimura.
—Entonces deberás regalárselo a una chica. Me dijiste que te hablan muchas. —Rio despidiéndose.
Los estudiantes de la preparatoria Minato prepararon el gimnasio para la realización de los discursos previos a la elección. Utilizaron un amplio espacio colocando sillas plegables. La matrícula del alumnado disminuyó el último año, así que un poco más de la mitad del espacio fue ocupado.
Los profesores los observaron trabajar, compartiendo una preocupación en común, el discurso de Satoshi. Este podría generar rivalidad entre ambos bandos, sin embargo ningún yankee apareció para colaborar con la organización, lo cual les brindó tranquilidad. El temor a que hubiera altercados entre estudiantes siempre estaba presente, afortunadamente el desinterés de estos últimos les ahorró problemas.
Kurosawa recorrió el lugar, a diferencia del resto de sus compañeros conocía la mentalidad de los yankees, haber formado parte de una pandilla fue crucial para postularse a trabajar en aquella institución.
«Si Satoshi es escuchado, vendrán», afirmó en su mente sentándose en la primera fila.
Rina detrás del telón, espió la cantidad de adolescentes que la escucharían.
—Tranquilízate, no estarás sola. —Anzu puso su mano sobre el hombro dándole confianza para enfrentarse al público.
—Lo sé, estarán acompañándome. —Rina intentó sonreír, pero una mueca tensa se formó.
Saki percibiendo la ternura de Rina en la distancia, se escabulló entre los que se encargaban de preparar las luces, y abrazó a la pequeña candidata por la espalda.
—¡Eres más tierna cuando estás nerviosa!
—¡Ay, ay, ay! —Pataleó perdiendo el aire.
—Oye, déjala. Vas a exprimirla. —La pelirroja le dio un toque en la cabeza y Saki la soltó en respuesta.
—Les agradezco el apoyo que me han dado estas últimas semanas. Me esforzaré por dar el mejor discurso. ¡Nuestro equipo vencerá! —dijo Rina motivada estirando el puño hacia el centro del trío.
—Derrotaremos a Yamato. —Anzu se sumó, posteriormente lo hizo Saki. Las tres sonrieron, la campaña las unió como amigas enfrentando cada una con la reputación que construyó en la preparatoria. Todas debían trabajar más para ser reconocidas, pero habían avanzado mucho en ese tiempo.
—¿Van a derrotarme? —las chicas oyeron a su oponente intervenir. Lucía impecable, rebosando confianza y arrogancia.
Lo miraron serias, sin nada que pudieran decirle para expresar el odio que sentían al manipulador hijo del director.
—Me gustaría verlo —continuó acercándose a ellas.
Saki avanzó, descubrir el motivo detrás del interés que Yamato manifestó cuando decidió cortar vínculos con los miembros del club, la movilizó para decirle unas cuantas cosas.
—Tú… quisiste separarme de mis amigas.
—Eso no es verdad. Tú quisiste hacerlo —negó el joven.
Saki se detuvo a pensar un momento, él tenía razón, no la obligó a tomar esa decisión. Anzu se tocó la frente desistiendo de ayudarla.
—Yo solo me aproveché de ti. —Sonrió Yamato cerrando los ojos.
—¡Eres un…! —La líder de los demonios le enseñó los dientes como un perro rabioso.
—¿Qué harás? ¿Me lanzarás una maldición de bruja? —El presidente se burló del Chuunibyou sin acertar en el personaje que Saki solía interpretar, acto que enfureció más a la adolescente.
—¡No soy una bruja! ¡¿Quién te has creído que eres para llamarme así?! ¡¿Eeeeh?! —Adoptó el hábito de Kimura de estallar en ira y arrastrar la muletilla que lo caracterizaba.
Rina la retuvo jalándola del brazo con una fuerza increíble para su delgado cuerpo. Saki sintió esa fuerza, no únicamente en su brazo, sino en su interior. La pequeña creció para convertirse en una poderosa contrincante que defendía sus propios principios.
—N-no te tenemos miedo, ta-tampoco nos importa que cuentes con la mayoría de seguidores, o que te rías de nosotras. —Lo enfrentó.
La presencia inesperada de Satoshi, quien metros atrás se aproximó junto a un aura asesina, acompañó las palabras de Rina incrementando su efectividad. Yamato percibió el peligro y volteó. Aquel yankee era como una avalancha que lo desplomaría con solo estar cerca. Decidió retirarse sin intercambiar diálogo con él.
—¿Las estaba molestando? —preguntó remangándose el apretado uniforme nuevo que Manami le consiguió para reemplazar el anterior roto.
—No, no, no pienses en peleas por favor —pidió Rina agitando las manos.
—Lo que tú digas —obedeció Satoshi endulzado por el sentimiento que le despertaba su compañera de clase.
—¿Llevas contigo el papel con el discurso que preparamos ayer? —quiso verificar Anzu.
—Claro que sí, está… —Satoshi buscó en sus bolsillos.
—Lo tienes contigo… ¿Verdad? —habló Rina.
—Claro que lo tengo conmigo, lo dejé… —El yankee volvió a buscar. Saki y Anzu intercambiaron miradas de preocupación, habían pasado toda la tarde redactando el discurso y olvidaron sacar copias para evitar futuros indeseables.
—¡No puede ser! ¡Lo olvidaste! —exclamó Rina, a lo que Satoshi rápidamente finalizó su actuación dando un chasquido detrás de la oreja de la chica.
—¡Aquí está! —Tratándose de otro truco de magia, sacó el papel de su manga y se lo enseñó al resto.
—¡Oh, me engañaste! —Rina se asombró para después emitir una carcajada.
—¡No es momento de coquetear! —Anzu le pateó la pantorrilla a Satoshi, era dura y resistente, pero el inesperado golpe le produjo una electricidad que recorrió todo su cuerpo.
—¡El dragón ha lanzado sus llamas! —alentó Saki. Anzu envió algo más efectivo que las llamas, una mirada fulminante que paralizó a Saki.
El escandaloso grupo molestó a los consejeros de Yamato, quienes repasaban el discurso prácticamente en silencio. Manami fue la única en observarlos con una sonrisa. A pesar de estar en el otro bando, le alegraba verlos ser auténticos, sin actuar ni aparentar madurez. Aún eran jóvenes, apasionados, inseguros, ingenuos, aspectos normales en la edad que en la preparatoria Minato cada vez estaban menos presentes por la rigidez de su política.
Apartado de los demás, Kimura decidió dirigirse al tercer piso, donde la vista hacia la calle era mejor. En las últimas semanas, coincidiendo con las que se destinaron a las campañas de elección, había avistado a varios yankees que le resultaron familiares. El mozo de la cafetería fue la gota que derramó el vaso para ponerse en acción. Si sus oídos no le mintieron, era él, el yankee que con pronunciar una palabra bastó para que sus agresores se detuvieran. Esa clase de obediencia solo la imponía un líder o la mano derecha de uno.
Koji lo sorprendió en una esquina, estaba buscándolo para pedirle otra rebanada del pastel de queso que le dio en la mañana.
—¿Qué haces aquí solo? Te reprenderá un profesor si te ve.
—… —El rubio no respondió, permaneció atento a los peatones, los autos y motocicletas que transitaban en la calle.
—¿Qué sucede? —Koji también miró por la ventana. En ese momento, un repartidor de comida aceleró con suma rapidez cuando el semáforo cambió de color:
—Es mucha velocidad, debe estar apurado —bromeó.
—Es una motocicleta bastante extraña para un repartidor —comentó Kimura—. Ha estado pasando por aquí cada diez minutos. —Señaló el patio de la planta baja, especialmente la zona donde los yankees se reunían, estando vacía.
—¿Piensas que es de una pandilla enemiga?… Lo dudo, no pueden venir aquí —preguntó Koji y se respondió a la misma vez.
—…
—¿Por qué arriesgarse a venir? Y con un disfraz así. —El intermediario tuvo un mal presentimiento, miró a su compañero intentando averiguar qué le pasaba por la mente.
«Este lugar era impenetrable, era seguro… ¡Maldición! ¡Debí deducirlo antes!». Kimura apretó los dientes, el sudor le corrió por la frente. Finalmente sus sospechas se confirmaron, la amenaza de Satoshi en las calles, custodiando la zona para que ningún enemigo ingresara con malas intenciones, fue menos frecuente gracias al tiempo dedicado en las elecciones.
—¿Kimura?
—Jack tiene que estar afuera —dijo llegando a una conclusión.
Simultáneamente el gimnasio fue invadido por un número importante de yankees, desde los recién iniciados, hasta los senpais que estaban a un paso de llegar a la adultez. Tal y como pensó Kimura, Jack era una gran influencia en el grupo y su candidatura despertó interés en aquellos que estaban tentados en participar de la vida escolar. Los duelos con vestimenta blanca no fueron destinados para todos, se basaban en cortar y ser cortados, esto requería de una determinación y lealtad absoluta que muchos carecían.
Los profesores se levantaron de sus asientos perplejos, los estudiantes por el contrario, permanecieron clavados a sus sillas con miedo de siquiera abrir la boca para protestar. Los yankees se ubicaron despatarrados en sus asientos, desordenando el espacio que el resto dedico especial trabajo en preparar.
“¿Qué está pasando?” “¿Qué son esos ruidos?”, fueron preguntas que se acumularon detrás del telón. Los jóvenes asomaron para comprobar la fuente de tanto alboroto.
—¡Están aquí! ¡Los yankees han venido! —exclamó Rina sorprendida.
—Imposible —balbuceó Yamato retrocediendo. Temió más que sus compañeros cerca de ellos, una sensación fría le erizó la piel, como si le advirtiera un mal suceso avecinarse.
—¿Tienes miedo? —Manami sonrió disfrutándolo.
—Maldita, sabías que esto pasaría —rabió entre dientes.
—¿Qué dirán tus seguidores si te escuchan maldiciendo? Deberías cuidar más tu imagen —aconsejó enrulándose un mechón de cabello con un dedo.
—Tú lo planeaste —la acusó.
—Te equivocas. Aunque me hubiese gustado quedarme con el crédito, no es mío. Los subestimaste, ahora recibirás las consecuencias. —Cambió su expresión a una de completa seriedad. Yamato sintió que estaba siendo acorralado por la chica sin que esta demostrara agresividad.
—Yo vi al líder, conozco su identidad. —Desesperado, uso una última carta para dar vuelta la situación.
—No te molestes en contármelo, Takeshi me habló sobre tu encuentro con él. No viste su rostro porque estaba oculto. Apuesto a que también quieres que crea fielmente los resultados de los estudios caligráficos y que Kimura es el líder malvado que ha estado incrementado la violencia estos años. Lamento decepcionarte, pero he aprendido de tus manipulaciones. Me he aferrado a lo que siento, nada de lo que digas volverá a asustarme. —Se le acercó y le susurró al oído—: No importa cómo actúe, ni con quién salga… amo a Kimura Kimimura y nadie va a cambiar eso.
—… —Yamato no supo qué responder. La Manami que conocía había desaparecido, la niña fácil de manipular, la que mantenía un trauma con su madre vacía de amor. La actual Manami contaba con poderosos amigos, a quienes Yamato prefería llamar aliados, aliados que la respetaban y sobre todo, la querían por cómo era en realidad. No podía ganarle a eso, teniéndola a su lado o no, Yamato la perdió.
El profesor Kurosawa tomó las riendas de la situación en nombre del plantel docente, pidió orden con un tono elevado y dominante, haciendo mérito de sus habilidades obtenidas en su adolescencia.
Al cabo de quince minutos, la representante de la clase 2 de tercer año hizo la presentación del evento. Manami fue la primera en mostrar su discurso, y Saki la primera en darse cuenta de que algo en el cuerpo de la vice presidenta no lucía igual.
—¡¿Dónde están sus enormes senos?! —preguntó para después formular una respuesta que lo explicara—: ¡Desaparecieron con la pubertad!
—No seas idiota, está utilizando una faja —razonó mejor Anzu.
—¿Por qué lo haría? Le costará respirar así —pensó Rina en voz alta.
Anzu quedó pensativa.
Manami inició destacando las razones por las que sus compañeros debían votar a Yamato Umehara. En ciertos aspectos era beneficioso ser gobernado por el mejor conocedor de la institución que algún día heredaría, sin embargo el discurso demasiado formal y rebuscado provocó rechazo por parte de sus seguidores. Además, la actitud desganada en el tono de voz de la joven provocó bostezos en los espectadores, inclusive los yankees emitieron ronquidos similares a los de osos invernando. Eso sin mencionar lo único que los pandilleros podrían contemplar embobecidos había sido ocultado.
Sentada a un costado del escenario, Rina preocupada preguntó.
—¿Qué está haciendo? Ella no suele ser así. —Miró a su derecha y halló a Saki dormida, babeando sobre el hombro de Anzu. La pelirroja observó a su amiga de la infancia entendiendo perfectamente qué intentaba lograr actuando de esa manera.
«Son adolescentes, es normal que estas instancias les resulten aburridas. La muy astuta armó este momento y aprovechó las herramientas que tenía para que nadie le prestara atención a su discurso». Sonrió con confianza, la ayuda de Manami fue valiosa para lo siguiente.
Cuando Yamato tomó el micrófono para hablar sobre sus propuestas, visualizó a sus compañeros dormir así como hacían los yankees.
«Son todos unos…», pensó sumamente enojado, a tal punto de explotar de ira, querer lanzar el micrófono lejos. Apretó los puños sobre el estrado y dio un fuerte golpe que resonó en cada rincón junto a una exclamación.
—¡DESPIÉRTENSE, HOLGAZANES, SON TODOS IGUAL DE PATÉTICOS! ¡PASÉ HORAS APRENDIÉNDOME ESTE DISCURSO PARA QUE USTEDES SE DUERMAN ANTES DE QUE EMPIECE!
…… …… ……… ……… …………
Un silencio sepulcral se apoderó del gimnasio. Manami retirándose del escenario sentenció.
—Jaque mate.
Los murmullos se comenzaron a oír, la otra cara de Yamato acababa de quedar expuesta.
«¡Esa perraaa!». Su odio hacia Manami solo lo puso más en evidencia frente a los espectadores. Intentar arreglar el error que cometió sería inútil. Nadie votaría a alguien que en lugar de apoyarlos en sus ideas escolares facilitando la organización de los estudiantes, los insultara considerándolos patéticos.
ntre el descontento de los “normales”, resaltaron las carcajadas de los pandilleros. Todos lo veían como un gatito indefenso a quien simplemente podían ahuyentar. El rumor de su líder intimidándolo se oyó gracias a las influencias de Takeshi, ahora Yamato no solo era odiado por los rebeldes, sino también motivo de burla.
Cuando el momento para el presidente del consejo estudiantil no pudo ser peor, una luz de esperanza brilló abriendo la puerta. El último ser sobre la Tierra que lo ayudaría, se presentó.
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