Yankee love © - 40
Quince minutos antes del discurso…
Koji siguió a Kimura después de comprender la situación en la cual se encontraban. Sin Satoshi en las calles, los yankees de otras pandillas invadirían su zona para perjudicarlos. Los Tora de a poco asomaban desde el olvido a retomar el prestigio que sus antepasados construyeron y que Kaito destruyó en su retiro. Kabuto tenía bien en claro sus movimientos, y de qué forma atraer al lobo principal, tarde o temprano el misterioso líder aparecería a mostrar su rostro. El futuro de los Okami de Minato dependió de Kimura, el único que supo cómo actuar sin medir las consecuencias.
—No tienes que hacerlo —le dijo el intermediario viéndolo caminar apresurado hacia el otro extremo del edificio.
—A estas alturas no tengo nada que perder —respondió Kimura decidido a interferir.
Metros adelante, hallaron a Takeshi ingresando al patio sobándose el abdomen con una expresión decaída. Desde que se reconcilió con su hermana menor, esta le preparaba generosos desayunos que a Takeshi le costaba bastante digerir. Pensando en las buenas intenciones de Yori, terminaba cada plato con una gran sonrisa. Por este motivo arribó tarde al acto de elección.
—Kimura, Koji. ¿Qué hacen por aquí? Los reprenderá un profesor —dijo acomodándose los nuevos anteojos.
—Apártate, cuatro ojos. —El yankee rubio lo esquivó, a lo que Takeshi respondió jalándolo del hombro hacia atrás.
—Espera. Te meterás en problemas si vas para allá. —Se puso serio.
—No estoy de humor para ti. —Le quitó la mano del hombro.
Takeshi miró a Koji, este movió la cabeza a un lado indicándole que no podía hacer nada para detenerlo.
—Espera. Cuéntame qué harás y te ayudaré —se ofreció dándole un voto de confianza a su rival. Por más que le tuviera envidia y que detestara su personalidad, reconocía su fuerza. Por otra parte, Kimura había comprobado la lealtad de Takeshi en su plan para asustar a Yamato, así que apostó a volver a confiar en él. Le explicó su reciente descubrimiento. Este estuvo de acuerdo con actuar cuanto antes, a pesar de que Koji no opinara lo mismo. El trío partió. Koji consiguió lo que Kimura le solicitó y Takeshi atrajo a dos yankees para caer en la trampa.
Presente…
Acorralado, desesperado por recuperar la imagen que tenía, Yamato vio como sus posibilidades de reelección desaparecían. Esa condenada mujer no necesitó mucho para arruinarlo. A Manami le despreocupaba la campaña de Satoshi, los prejuicios que tenían sobre él. Sabía que destapar la segunda cara de Yamato defraudaría a sus seguidores a tal punto de renunciar a ser sus seguidores. No existía herramienta más efectiva que la traición.
“¿Quién se piensa que es para tratarnos así?” “Se piensa que porque es el hijo del director tiene derecho a despreciarnos” “Mi padre no pagó una alta suma de dinero para que el presidente del consejo estudiantil me hable así” “Creí que Yamato Umehara era una persona mejor”, fueron apenas algunos de los comentarios que se escucharon por parte de los espectadores, entre ellos, Manami alcanzó a oír su nombre acompañado del insulto “perra traicionera”. La chica cerró los ojos y se tragó su orgullo bajo la sombra del telón.
Cuando el momento para el presidente del consejo estudiantil no pudo ser peor, una luz de esperanza brilló abriendo la puerta. El último ser sobre la Tierra que lo ayudaría, se presentó. Kimura ingresó abruptamente como resultado de un fuerte golpe propiciado por otro pandillero.
—¡Maldito fracasado! ¡¿Tienes idea de cuántos combates he ganado con ese escarabajo?! ¡Vas a pagármelas por deshacerte de mi Candy! —El yankee se abalanzó sobre Kimura, pero este se apartó haciendo que su agresor se estrellara contra otro rebelde que estaba sentado presenciando el discurso, desatándose así, una batalla campal entre la pandilla.
Esta confrontación sin ningún aparente motivo fue producto de una artimaña de Kimura. Liberó uno de los escarabajos estrellas utilizado en combates, e incrementó la ira de su dueño, un apostador compulsivo que amaba a su insecto campeón, tanto así que guardaba en su bolsillo una pila de fotografías de él y su Candy en un día de campo.
Takeshi entró al gimnasio justo a tiempo para golpear con su bokken la cabeza de un tercero que levantó una silla para atacar a su compañero. Este se desplomó en el suelo comprobando en carne propia el resurgimiento del apodado “rompecabezas”.
—No creas que no lo vi —rabió el rubio limpiándose la sangre del labio inferior.
El descontrol llegó hasta los estudiantes normales, quienes huyeron despavoridos. Afortunadamente para ellos nadie salió herido, debido a que los conflictos se centraron en los pandilleros y su adicción a la violencia sin sentido. Ni siquiera los profesores lograron calmar a sus alumnos.
Rina, Saki y Anzu salieron al escenario viendo el terrible espectáculo. La única oportunidad de hacerse escuchar, de exponer la desigualdad entre estudiantes, se había perdido. Todo el trabajo que invirtieron no sirvió de nada, los mismos yankees demostraron ser incapaces de adaptarse a las actividades escolares, mucho menos convivir con personas diferentes a ellos.
—Esto no puede estar pasando —se lamentó Rina.
Satoshi saltó hacia la cancha de basquetbol donde se llevaba a cabo el acto, y empezó a separar a sus colegas de la pandilla con una brutalidad que no pudo medir. Quería defender a toda costa el esfuerzo de Rina en las últimas semanas, los momentos que pasaron juntos como grupo y la confianza que todos depositaron en él, no obstante ganó la fuerza bruta, su maldición desde pequeño. Hirió a más de los que consiguió salvar.
Manami se quedó detrás del escenario, solamente oyendo los gritos. En la oscuridad se quitó la parte superior del uniforme, para luego retirarse la faja que aplanó sus senos durante el discurso. Respiró agitada cubriéndose el pecho con un brazo.
—¡Vicepresidenta! —Sayumi la sorprendió recogiendo su uniforme y ofreciéndoselo alterada.
—Gracias. —Lo aceptó deteniéndose un momento a ver que el rostro sudado de Sayumi.
—Afuera es un caos. Todos están corriendo a refugiarse en los salones, los profesores intentan recobrar el orden, pero es imposible.
—¿Por qué comenzaron a pelearse? —trató de indagar Manami, ya que el conflicto comenzó después de que abandonara el escenario.
—Alguien ingresó al gimnasio… parece que inició un pleito… un pleito entre yankees que desató lo demás. —Sayumi miró al piso nerviosa, sin saber de qué forma explicase mejor.
—¡¿Quién lo hizo?! ¡¿Qué desgraciado arruinó las elecciones?! —exigió Manami enfurecida.
—Si bien recuerdo su apellido era… Kimimura —afirmó la chica insegura, temiendo el enojo de su compañera.
—¿Ki… mura?
La pesadilla acabó cuando aumentó el número de heridos y derrotados. En la tarde reinó la calma, para ese entonces, la preparatoria Minato fue una vez más el hazmerreír de la prefectura. El director rescribió las normas de la elección del consejo estudiantil para fracasar de la peor manera posible. Recuperarse de aquella vergüenza, le costaría un buen tiempo. Para el director el demonio de Kaito Kimimura continuaba presente en su hermano menor. Deshacerse de Kimura no era una opción, si lograba derrotarlo, hacerlo irse por su propia cuenta habría ganado la batalla.
Convocó a los profesores a una reunión urgente. Allí, se tomó la decisión de arrebatarles a los estudiantes el derecho a votar y habilitar ese derecho a los profesores, únicamente ellos tendrían la potestad de elegir a los nuevos miembros del Consejo estudiantil.
Los docentes decidieron que ninguno de los postulantes era apto, así que elaboraron una lista de estudiantes con buena conducta y rendimiento. El comunicado se esparció en los salones, el nuevo presidente del consejo estudiantil fue el capitán del equipo de béisbol, Yuuta Fukuyama. El cargo de vicepresidenta se le fue otorgado a la representante de una clase de tercer grado, Chisato Kugimiya.
Después de que la mayoría del alumnado se retirara del instituto, Kimura como principal responsable, y de los pocos que logró seguir en pie, se quedó en el gimnasio esperando el castigo de Kurosawa. El profesor no tardó en presentarse con una cubeta y un trapeador.
—Limpia todo —ordenó ubicándose en una esquina a leer un libro. Al yankee le extrañó que la orden no estuviera acompañada de un largo sermón. Sin decir nada se dispuso a limpiar. La cancha era enorme, estando solo para la tarea no terminó hasta que anocheció.
Kurosawa finalizó su libro, no necesitó verificar si Kimura estaba limpiando correctamente, el joven era habilidoso, dejó el suelo reluciente.
—¿Ya puedo irme? ¿No va a decirme nada más? —preguntó Kimura.
—Puedes irte —respondió el profesor levantándose de su asiento.
—¿No va a decirme nada más? —insistió considerando que el castigo no era suficiente.
—Si lo hiciera… ¿De qué sirve? Tú nunca escuchas. —Kurosawa era el único profesor que aún confiaba en que Kimura mejoraría como estudiante. Verlo irse resignado, habiendo renunciado a ayudarlo, le indicó que había pasado los límites.
—Espera… —Kimura lo detuvo.
—¿Qué quieres? Tengo trabajo atrasado por hacer. —No volteó a prestarle atención a lo que tuviera que decir en su defensa.
—De verdad lo intenté —confesó. Estaba avergonzado de lo acontecido, pero no arrepentido.
Hubo un instante de silencio, antes de que Kurosawa hablara.
—… Lo sé.
El hombre retomó su camino hacia la salida. Siempre sintió empatía por su alumno, sin embargo eso no bastaba para perdonarlo. En su lugar no hubiera actuado así. Esa era la principal diferencia entre los dos, Kurosawa sí reconocía sus propios límites.
Las sorpresas para el protagonista no pararon de llegar. Permaneció unos minutos en el gimnasio sentado en el escenario, pensando en si Rina había dado su discurso, pensando en lo mucho que le costaría pararse enfrente de tanto público para defender lo que ella creía correcto.
—Espero que me perdonen algún día. Supongo que todo acabó conmigo y ellas. —Sonrió levemente, luego se tocó la frente quitando el ceño fruncido—. ¿Qué estoy haciendo? —Los dedos le temblaron, apenas sentía el roce con su piel. Había peleado tanto que ya no le dolían las heridas y las voces se oían más lejanas. A pesar de descubrir las cosas que perdía con el tiempo, algo se mantuvo en su vida, ese algo ingresó por la puerta burlándose siempre de los resultados de sus locuras. Este desenlace para él, fue una iniciación más del montón.
—Te castigaron mucho hoy. Y no me refiero a la tarea de limpiar el gimnasio —dijo Tai observando el ambiente reluciente.
—¿No tienes una cita con tus libros? No estés molestándome. —La visita de su mejor amigo lo animó, aunque su rostro no expresara lo mismo.
—La cancelé cuando vi que la preparatoria seguía abierta. Es inusual así que pensé… debe tratarse del idiota de Kimura. —Subió las escaleras hacia el escenario y se sentó a su lado.
—¿Pudiste huir a tiempo? —le preguntó haciendo referencia a la avalancha de yankees golpeándose.
—Fui el primero en huir. Si algo me enseñó nuestra amistad es a reconocer el peligro. —Levantó el dedo índice como si expusiera una gran enseñanza.
—Es bueno escucharlo.
Después de un día revolucionario para la preparatoria Minato, ambos disfrutaron la calma y el silencio por unos momentos. Kimura se dejó caer de espaldas, la madera no era cómoda como el césped, pero le fue de utilidad para descansar.
—Oye, Kimura. Tu senpai me contó que lo visitaste. Creí que ustedes estaban peleados.
—No quería que estuviera en la pandilla. Fui muy estúpido en tratarlo como lo traté cuando lo aceptaron —se refirió a un episodio pasado. El inmaduro Kimura que se metía en problemas, pero aún estaba indeciso si involucrarse de lleno en la pandilla a causa de la delicada salud de Emiko.
—Me dijo que te vigilara. Aquí estoy, dejando mis estudios para cuidarte como un bebé —comentó Tai.
—Te aconsejé no comprar en esa panadería. Su comida está vieja como Rokuto. ¿Quién se piensa que es? ¿Un anciano sabio? —Kimura escupió molesto con la petición de su senpai.
—¡Ja, ja, ja, ja!… arruinas lo que acabas de limpiar. Has cambiado en estos meses —rio Tai.
—Tsk, sí ríete. —Kimura se levantó y saltó del escenario haciendo un fuerte ruido al aterrizar.
—¿Qué harás ahora? ¿Alguna otra idiotez?
—Tal vez… pero no dejaré que me golpeen tanto. Vuelve a estudiar, tu futuro es más importante que este idiota sin remedio —aconsejó Kimura.
Sus caminos se unieron una sola vez para crear una amistad duradera. A partir de la adolescencia, esos caminos parecían separarse, sin embargo siempre se conectaban de algún modo. Ya luego de graduarse, difícilmente podrían mantener el contacto. La despedida estaba muy cerca, aunque Tai la sintiera mucho más cercana cada ocasión que lo veía marcharse.
—Voy a tomarlo como un “gracias por animarme”. —Tai lo despidió levantando la mano.
Otra sorpresa lo esperaba en la entrada: Rina, Anzu, Manami y Saki aguardaban su llegada. Todas lo miraron exigiéndole una explicación de su comportamiento, sin embargo Kimura no tenía nada que explicarles. El único que merecía saber el por qué, era la persona que se acercaba detrás.
—No se esfuercen con entender las acciones de este sujeto —dijo Satoshi quitándose la chaqueta y arrojándola al piso.
—¡Satoshi, espera! ¡Estoy segura de que Kimura senpai tuvo una razón! —Rina se desesperó intentando interferir para que los yankees no pelearan.
El resto de las chicas permanecieron en silencio, el tiempo junto a los pandilleros les sirvió para saber cuándo hacerse a un lado. Existían asuntos que solo ellos podían resolver, aplicando los métodos que los caracterizaban.
Anzu sujetó a Rina por la espalda, Manami y Saki quedaron expectantes a los próximos sucesos. Estaban igual de impotentes que la pequeña, pero supieron controlarse para no empeorar la situación.
—Este sujeto no hablará con palabras… ¡Sino con los puños! —sentenció Satoshi lanzándose hacia Kimura. El rubio bloqueó el potente golpe con ambos brazos, el impacto lo forzó a retroceder arrastrando los pies contra la tierra. Sobrevivir a la violencia de Jack era prácticamente imposible, solo el propio Kimura logró escuchar como un hueso se le astillaba.
—Tch —chistó pensando en descartar ese brazo para combatir con lo que se avecinara. Alzó una pierna y pateó el abdomen de su adversario haciéndolo inclinarse para después acertar un rodillazo en el mentón. Satoshi lo resistió, sus rodillas no tocaron la tierra, al contrario, haber recibido golpes de Kimura lo motivó a continuar. Lanzó otro puñetazo, esta ocasión, pudiendo herirle el rostro. Mareado, el yankee se tambaleó y soportó otro ataque de Satoshi, una patada en medio del pecho lo llevó a desplomarse.
—¡Kimura senpai! —gritó Rina tras verlo caer.
Saki cerró los ojos y se movió hacia Manami, esta puso su mano sobre la cabeza de su amiga susurrando.
—Es normal para él caer. No te asustes.
—¡! —Saki abrió los ojos, la desconcertó la concentración de Manami, parecía estar analizando cada movimiento de la pelea.
Kimura se levantó limpiándose la sangre del rostro con su brazo sano. Satoshi notó el temblor en el otro miembro y optó por seguir agravando la herida. Envió un puño hacia allí, el joven lo esquivó apartándose a un costado.
«¡Maldición!». Jack descubrió el error, una abertura le permitió a Kimura golpearle la nariz con un puño. Ahora era Satoshi quien mareado retrocedía con el rostro adormecido.
El rubio avanzó, pateó dos veces alternando piernas en el mismo lugar, el abdomen, para arrebatarle el aire y derribarlo. A pesar del plan de usar su brazo inmóvil como distracción, Satoshi arremetió con gran potencia sin importar hacia qué sitio iba dirigido. Logró darle en el rostro una vez, lo cual fue suficiente para detenerlo. Más sangre escapó de la boca, Kimura tosió, pero Satoshi no le dio respiro, envió otro puño, el menor de los hermanos Kimimura lo sujetó abrazándolo con ambos brazos.
Sus caras se encontraron, las caras de dos luchadores enfrentándose, defendiendo diferentes posturas, poniendo su orgullo en juego.
—Decidamos esto de una vez por todas, fracasado.
—Finalmente estamos de acuerdo en algo, Jack.
Satoshi se movilizó usando una mano para sujetarle la cabeza a su rival y así zafarse del agarre, sin embargo Kimura lo soltó antes de que lo hiciera. Se desplazó detrás del inmenso estudiante y le pateó la pantorrilla para desestabilizarlo. Anzu reconoció el movimiento, lo realizó varias veces para hacer que Satoshi se concentrara en el trabajo durante los días que permanecieron reunidos planeando su candidatura.
«Es… más observador de lo que parece», pensó asombrada.
Jack reaccionó al golpe, su pierna se debilitó por un momento, Kimura aprovechó ese pequeño instante sabiendo que no se presentaría de nuevo. Saltó y lo sujetó del cuello aplicándole una llave. Presionó con todas sus fuerzas para someterlo. Satoshi trató de quitárselo moviéndose bruscamente, pero Kimura no cedió. Estaba empecinado en mostrarle que tenía razón, que había tomado la mejor decisión. De nuevo un crujido se escuchó proveniente del brazo herido, la quebradura se hizo más notoria. Kimura se mordió el labio inferior resistiendo el dolor, deseando que su cuerpo no se detuviera en contra de su voluntad.
De a poco la falta de aire obligó a Satoshi a arrodillarse hasta quedar rendido. El vencedor se apartó tambaleándose, con una fractura que los demás pudieron descubrir cuando dejó de ejercer presión.
—¡Su brazo! —exclamó Saki.
—¡Debemos buscar a la enfermera! —propuso Rina.
Las chicas corrieron hacia la enfermería, hallando a la anciana a punto de abandonar el lugar.
Mientras tanto Satoshi agitado, miró arriba encontrándose con el rostro ensangrentado de Kimura. Asoció el color rojo con la máscara del líder y no pudo evitar sentirse intimidado. Lo había superado, aun estando más herido que él, consiguió vencerlo.
—No quería hacerlo… —le dijo desde las alturas—… Lamento que haya arruinado tus intenciones de formar parte del consejo estudiantil. Hiciste que mis amigas se unieran con un propósito en común. Ellas… son buenas chicas… me alegra que hayas podido conocerlas… pero otra pandilla entró a esta zona y eres más útil estando afuera. —La revelación de Kimura le recordó su encuentro con Mirio, un miembro de la pandilla Tora, los tigres que actualmente los perseguían para recobrar su título como los más fuertes.
—… Entiendo. —Satoshi se puso de pie. Estaba avergonzado de haber sido derrotado, para lograr ver lo mucho que debía mejorar.
—Supongo que estaré inactivo hasta que mi brazo se recupere. Eres el desgraciado más fuerte que he enfrentado —se quejó Kimura recostándose en un muro.
—Y tú el primer fracasado que me vence. —Satoshi sonrió sentándose.
Las nubes se apartaron del cielo nocturno, liberando a la luna para que los iluminara con todo su esplendor.
—Es raro estar en la preparatoria de noche —comentó Satoshi.
—Sí, todo se ve pequeño.
—¿Qué dices? ¿Estás delirando? Eres un tipo extraño.
—Sí, me lo han dicho.
Ambos escucharon el nombre de “Kimura” provenir de la puerta principal, la enfermera junto a las cuatro chicas se dirigieron a auxiliarlo.
—Oye, fracasado. Seré tus ojos dentro de la pandilla, así que no te preocupes. —Jack se marchó antes de que los demás llegaran. Este llamado de atención le permitió pensar con detenimiento el rostro conocido que visualizó en la calle. De camino a la estación de tren, obtuvo la respuesta que necesitaba.
—Ese yankee era… de los Tora. Ya veo, estamos en un gran problema.
—¡MALDITA SEA, VIEJAAA! —exclamó Kimura cuando la anciana acomodó los huesos rotos y los vendó mientras esperaba una ambulancia.
—¡Deja de gritar, bebé llorón! ¡Esto pasa por meterte siempre en peleas! —lo regañó dándole un bastonazo en la cabeza.
—¡Aaah! ¡No debería hacer eso, señora! —intervino Rina protegiendo a Kimura de las agresiones.
—Rina tiene razón. Pobre de Kimura. —Manami abrazó la cabeza herida del chico atrayéndola contra su blando pecho.
—¡M-me ahogo! —trató de decir el yankee haciendo señas para que lo auxiliaran.
—¡Manami estás matándolo! —interpretó Saki jalando a Kimura hacia su lado, tomándolo por el brazo lastimado.
—¡MALDITA SEA, CHUUNIBYOUUU! —El joven logró escapar de Manami para dar un alarido de dolor.
—¡No me grites! ¡Intentaba ayudar! —se excusó inflando las mejillas ruborizadas.
—¡Estabas haciendo lo opuesto, tonta!
—¡Tú eres el tonto por enfrentarte a Satoshi! ¡Y no creas que olvidé que arruinaste las elecciones! ¡Que no haya ganado Yamato es bueno, pero no voy a perdonarte tan fácilmente! —Anzu lo jaló del cuello de la chaqueta hacia atrás.
—¡Están todas locas, dejen de tocarme! ¡¿No ven que estoy heri…?! —Kimura se calló al ver las lágrimas escapar de los ojos cansados de Anzu. Deteniéndose a mirarlas mejor, todas sus amigas estaban llorando tras presenciar su brutal enfrentamiento.
—Tsk, maldición. Qué problemáticas son.
Querer a un yankee, no era nada fácil.
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