Yankee love © - 42
El insulto hacia su persona la obligó a hacerlo, abofetear a uno de los veteranos de la pandilla. El resto de los yankees quedaron perplejos por el atrevimiento de Anzu. Aunque no hubiera una jerarquía definida más que la del líder, los jóvenes sabían distinguir con quien no meterse en una pelea, respetaban a los miembros más antiguos del grupo. La experiencia para los pandilleros era importante, podía ser decisiva entre el triunfo y la derrota. Un luchador que supiera moverse, hacerse inmune a los puños de los demás era extremadamente valioso.
Anzu aún tenía mucho que aprender, ser la primera mujer en los Okami tampoco la dotaba de un trato especial. Un veterano que no recibiera respeto por parte de un recién llegado ameritaba un castigo que le enseñara lo que ellos consideraban “buenos modales”.
«¿Cómo… llegué a esto? Yo… soy una tonta», se lamentó la chica mientras los ojos oscuros del yankee se posaban sobre los suyos.
Dos días antes…
El encuentro con el presidente del consejo estudiantil las sorprendió. Todas esperaban que se tratara de un sucesor de Yamato Umehara, u otro estudiante adinerado que buscara el poder de controlar a sus compañeros. Sin embargo hallaron a un pacífico chico que intentó entablar amistad con los yankees desde el primer día, alguien que parecía no medir el peligro, ni controlar sus precipitadas acciones. Rina, Anzu, Manami y Saki hablaron acerca de Yuuta, arribaron a la conclusión de que no debían preocuparse por él, era mejor concentrarse cada una en su propia estadía en la preparatoria. Para tres de las cuatro chicas era su último año y deseaban pasarlo sin mayores inconvenientes, a pesar de que ya se habían metido en varios, gracias al problemático Kimura.
Al día siguiente, la rutina de Anzu se repitió. Su padre como la mayoría de las mañanas recogió a sus hijos para acompañarlos a la escuela, recibiendo las palabras frías de la adolescente.
Viajó hacia la preparatoria y en cuanto llegó Yuuta le dio la bienvenida interceptándola en el pasillo correspondiente al tercer grado.
—Mizuno, estaba esperándote —la saludo con su clásica sonrisa amistosa.
—¿Qué quieres?
—Tengo que darte un comunicado. Como bien sabrás, el consejo estudiantil pronto organizará el festival escolar de este año.
—No tenía idea, suerte con eso. —Anzu le restó importancia al comunicado y retomó su caminata hacia el salón.
—¡Espera, espera! —Yuuta corrió y se posicionó delante de ella—. Los profesores les han arrebatado a los estudiantes la capacidad de escoger al comité por clases. Ha habido tantos problemas cuando se les da libertad de votar, que decidieron otorgarle esa tarea a la vicepresidenta y a mí. Decidí que formarás parte del comité de tu clase.
—… ¿Qué? —No supo si creerle, con esa cara de idiota era difícil tomar al presidente en serio.
—No me veas así. Pensé mucho en lo que te ocurrió con los pandilleros enemigos. Ninguno de tus compañeros corrió por ayuda al verte ser secuestrada por esos sujetos. —Con solo mencionar el episodio, a Anzu le hirvió la sangre. Por más que intentara olvidarlo, su debilidad de no poder defenderse la continuaba persiguiendo.
—Te daré la oportunidad de mostrarle a todos lo encantadora que eres. —Yuuta alzó el pulgar y le enseñó una amplia sonrisa, tan amplía que se veía forzada.
Anzu lo jaló de la corbata agresivamente.
—¡¿Estás jugando conmigo?! —No le agradó nada que la llamara “encantadora”, cuando ella no solía serlo.
—¡N-no estoy jugando! ¡Me-me desataste del árbol ayer! ¡Eres una persona muy amable! ¡Varios me ignoraron estando colgado! —expresó titubeando.
Anzu lo soltó sin lograr quitarse el malhumor.
—Tomo en consideración el bienestar de mis compañeros —se animó a hablar Yuuta después de acomodarse la corbata.
—Sí, ya me di cuenta. —Resignada, Anzu aceptó. De cualquier forma estaría obligada a colaborar con la nueva administración de Minato.
Yuuta la acompañó a oficializar el anuncio. Con una capacidad increíble de liderazgo, se paró frente a la clase rebosando de confianza. Los estudiantes lo escucharon atentamente, hasta que el nombramiento de Anzu llegó a oídos de todos. Allí, comenzaron las quejas y los reclamos, no querían que una yankee los organizara, fuera parte del comité del festival escolar o no, preferían mantenerla lejos. Anzu no dialogaba con nadie y su actitud desafiante los espantaba. Tanto chicas como chicos compartían un desagrado en común hacia ella.
El presidente esperó el rechazo, pero no a tal grado, esto le indicó la gravedad de la situación.
«Supongo que debo ayudarlos para que entiendan lo encantadora que es… pero es bastante difícil». Miró a Anzu y puso una expresión de desentendimiento. Anzu frunció el ceño, Yuuta la expuso sin considerar las consecuencias y eso la hizo enfadar más.
Luego de un minuto de constantes exclamaciones, la voz potente de la adolescente retumbó entre las cuatro paredes del salón.
—¡YA CÁLLENSE!
Absolutamente todos los presentes cerraron la boca al mismo tiempo. Anzu no había ingresado a la pandilla solo por patear a Yamato en el rostro, sino por demostrar estar dispuesta a hacer cualquier cosa por sus objetivos.
—¡Tenemos dos opciones de aquí en adelante! ¡Cooperar como un grupo unido, o desistir de participar en el festival!
—… —Yuuta, así como el resto, permaneció quieto oyendo lo siguiente.
—¡Por culpa de nuestra falta de compañerismo no tenemos el derecho de elegir a quienes queremos que nos representen, o que hagan una simple tarea de organizar un día de actividades!
Sus compañeros intercambiaron miradas, Anzu estaba en lo cierto, los conflictos del pasado, las diferencias entre estudiantes los había privado de la participación en una elección escolar, un evento al que las demás preparatorias podían acceder.
—Está bien… —dijo el primer alumno, un chico que se puso de pie para animar a los otros.
De a poco la clase de Anzu aceptó colaborar. Yuuta vio innecesaria su presencia y la dejó con su grupo, satisfecho con haberla escogido.
En el primer receso, Kimura acudió al club en busca de un botiquín de primeros auxilios. El brazo fracturado no le impidió estrellar a un abusivo contra la pared tras verlo agredir a su octava víctima del día. La herida en la cabeza del héroe no fue producto del contragolpe de su contrincante, sino de un desafortunado accidente con un balón de basquetbol que imprudentemente otro chico lanzó.
—Apenas es martes y ya estás herido —destacó Saki mirándolo ingresar con un moretón en la frente.
—No es lo que crees, fue un accidente —aclaró.
—Si Kimura senpai se hubiese metido en una pelea, sus heridas serían peores —dijo Rina con acierto, empezando a demostrar sus conocimientos adquiridos luego de tantas experiencias vividas junto a él.
—¿Ves? Rita sí entiende. —Tomó una silla y se sentó cerca de Rina, a lo que ella reaccionó sonrojándose de felicidad.
—¿Me dirás que tampoco golpeaste a nadie hoy? Prometiste que te comportarías. —Saki lo observó, como hacía Emiko al descubrir las travesuras de su hijo menor.
Kimura no pudo mentirle, el silencio lo inculpaba, así que decidió no darle más vueltas al asunto.
—Bueno… sí golpeé a alguien hoy.
—¡Lo sabía! —Saki festejó tener la razón. Últimamente sentía que conocía bien a Kimura y eso la alegraba.
Pasaron unos minutos, Anzu también se reunió con ellos retrasándose por sus nuevas tareas como parte del comité.
—No van a creer lo que hizo el presidente. —Azotó la puerta, molesta. Rina se exaltó y le preguntó un tanto asustada.
—¡¿Qué sucedió?! … te ves enojada.
—¿Kuuta espió debajo de tu falda? —supuso Kimura mientras retiraba una pieza de la torre de jenga.
—Es imposible, un mísero mortal no podría acercarse a las llamas del dragón rojo sin ser carbonizado —agregó Saki mirando como la torre se tambaleaba.
—Ya veo. Es un buen punto, Kuuta moriría —entendió el yankee colocando la pieza de madera en la cima.
—¿Por qué dedico mi tiempo a hablar con idiotas? —rabió Anzu.
—Puedes contármelo a mí, yo te escucharé —se ofreció Rina sonriendo nerviosa. Anzu era de temer cuando se enojaba, pero sabía que en el fondo era una chica bondadosa. Y como una de sus amigas, la ayudaría estando en cualquier estado.
La pandillera suspiró e inició.
—Me eligió para representar a mi grupo en el comité.
—¿Qué es el comité? —indagó Kimura, completamente apartado de las actividades estudiantiles.
—Cada clase tiene el deber de elegir a dos representantes para formar parte de un comité para el festival escolar. Estos se encargan de dirigir al grupo en las actividades que vayan a desempeñar el día del festival, también compran materiales para exposiciones, espectáculos, realizan controles… —explicó Rina.
—En otras palabras, es un fastidio —la interrumpió Anzu.
—¿Decidieron qué harán para el festival? —preguntó la menor de los presentes.
Anzu se avergonzó de solo pensarlo, de la cantidad de grupos que existían en la preparatoria Minato, justo la suya escogió organizar…
—Un café de maids.
Saki explotó de la emoción, su amiga se vestiría con un atuendo que ella siempre soñó confeccionar. Tenía como pasatiempo diseñar y coser trajes de todo tipo, habilidad que le permitió integrarse en el club de teatro.
—¡Te vestirás de maid! —Se levantó de golpe derribando a su vez la torre de jenga, dejando a Kimura inmóvil con la pieza en la mano.
—¡Nooo! ¡Estaba por ganarte! —lamentó el yankee, detestaba perder y creyó que jugar contra Saki le daría por primera vez la victoria.
—¿Por qué te entusiasmas? Es una idea ridícula. —Anzu se puso a la defensiva, la mirada acosadora de Chuunibyou la incomodó.
—¡Déjamelo a mí! ¡Yo misma haré tu traje! ¡Serás la maid más bonita del mundo! —La sujetó de la mano fuertemente.
—¡No, no, no, no! —negó imaginándose una tragedia.
—Vamos, nos divertiremos —insistió.
—Dije que no.
Saki no se rindió, necesitaba la aceptación de Anzu y quería lograrla a toda costa. Una increíble idea se le vino a la mente, no le importó que su amiga se enfadara, en el fondo se lo agradecería. Miró a único hombre del club, le arrebató las piezas que estaba juntando del suelo y le preguntó.
—¿Te gustaría ver a Anzu vestida de maid?
El silencio reinó, Kimura no tuvo tiempo de pedirle que le devolviera las piezas del jenga, la pregunta era demasiado importante como para ignorarla. Las miradas de las chicas no se despegaron de él, se sintió acorralado, forzado a responder sí o sí.
«¿Por qué me lo pregunta? ¿Qué debería responder? ¿Qué esperan que responda?”». Entró en una encrucijada, eligiera la dirección que eligiera, habría controversias, ya sea de cualquiera de las partes involucradas. Entender a las mujeres no era su fuerte, y para peor tres de ellas aguardaban su siguiente paso. Decir que “sí” enojaría a Anzu, seguramente lo patearía, después de recibir tantas confesiones de yankees y cumplidos no solicitados, uno más afirmando que le gustaría verla vestir así desataría su ira. Optar por la segunda opción haría enfadar a Saki, quien estaba complacida con ayudar a una amiga. No supo asegurar si recibiría un golpe de su parte, pero sí un buen grito. Cualquiera de las opciones tendría sus consecuencias.
El tiempo se le terminaba y la impaciencia de sus compañeras empezó a notarse en sus rostros.
—No… me desagradaría. —Escogió las palabras con sumo cuidado, conservando la honestidad por sobre todo lo demás. Bajó la mirada esperando sentir la patada de Anzu en su cabeza, sin embargo solo escuchó la exclamación de felicidad de Saki.
—¡Sabía que podía contar contigo!
—¿Eh? —Kimura alzó la vista encontrándose con la sonrisa de Saki. Rina a diferencia de ella, volteó para esconder su tristeza. Recordaba que Anzu también estaba enamorada de Kimura. Ambas en ese momento combatían por su atención, siendo Anzu la ganadora del encuentro. Quiso llorar, pero se dijo a sí misma que seguiría adelante. Estuvo acercándose más al corazón del yankee desde aquel momento en la plaza cuando lo abrazó por primera vez.
«Tenemos el mismo derecho de intentar enamorarlo. No debo ser egoísta». Sonrió reuniendo fuerzas para apoyar a Anzu.
—Te verás hermosa —comentó descubriendo la actitud sumisa de la pelirroja.
Anzu confundida, no supo qué hacer. Kimura acababa de dar vueltas su mundo, simples palabras consiguieron convencerla de algo que jamás haría. Odió esa facilidad que tenía de hacerla sentir especial y femenina, interesada por lucir como él quisiera, transformarse para desterrar a una niña que siempre deseó verse bonita, al igual que Manami, la niña hermosa que nunca pudo ser.
«Anzu está contenta», observó Rina, contagiándose con esa alegría.
Saki tomó la mano de Anzu y juntas partieron. Finalizada la jornada pasarían la tarde preparando el traje, afianzando el lazo que unía a dos chicas completamente opuestas.
Minutos después apareció Manami. Retomar el coro escolar no fue fácil, sus compañeros habían perdido el rumbo en su ausencia. Los cerebritos antisociales veían a Manami como una diosa que descendió del cielo para devolverles la vitalidad a sus creyentes.
—Lamento la demora. Tuve que dedicarles más tiempo a los miembros del coro.
—Bienvenida —la saludó Rina sirviéndole una taza de té.
—¿Dónde están las otras? —preguntó sorprendida de solo hallar a Kimura y Rina en el salón.
—El grupo de Anzu organizará un café de maids y Saki la ayudará con su traje.
—Oh, eso sí es inesperado. —Llevó la taza de té a sus labios observando a Kimura concentrado en armar la torre del jenga.
—¿Qué opinas, Kimura? ¿Te gustaría ver a Anzu vestida de maid? —Lanzó una bomba y dio un sorbo analizando la reacción del joven.
—¿Por qué tú y Saki me preguntan lo mismo? —Se vio molesto por tener que responder de nuevo.
Manami se deleitó con la expresión de Kimura, al parecer sus amigas habían estado avanzando. Las elogió internamente, sin embargo a pesar de que compartieran el objetivo de ablandar el corazón del pandillero, ella tenía que recuperar un poco de ventaja. El rompimiento con Takeshi le enseñó un par de cosas antes de volver al juego. El corazón de un hombre también puede ser complicado de entender, siempre y cuando se topase con los indicados.
Posicionó la tasa sobre la mesa y continuó.
—Es sencillo, porque le gustas a Anzu.
—…
—…
Tanto Kimura como Rina quedaron boquiabiertos.
«Eres tan cruel. ¿Por qué lo dijiste? Anzu no estaba preparada para confesarle su amor». Rina se decepcionó. Aun desconociendo la respuesta de Kimura, intuyó que no sería buena.
—¿Qué? — el rubio habló segundos después.
—No me mires así, estaba bromeando. —Manami sonrió.
Sorprendió a Kimura con la guardia baja, había olvidado lo traviesa que era cuando lo probaba.
—Debiste ver tu cara, era muy tierna. Apuesto a que soy la primera en contemplarla. —Rio con picardía.
—Maldición, no te burles de mí. —Chistó avergonzado por caer en los juegos de Manami.
—No te preocupes, tus rivales no se enterarán. Será un secreto entre los dos. —Entrecruzó las piernas.
Una gota de sudor corrió por la mejilla del adolescente. Su orgullo había sido manchado. Debía limpiarlo para sentirse como antes.
—Juguemos una partida. Si gano dejarás de burlarte de mí.
—Me encantaría —aceptó entusiasmada. Su estrategia resultó a la perfección.
Rina analizó la situación, descubrió que la pianista era mucho más habilidosa que las demás, podía poner a Kimura entre la espada y la pared fácilmente.
Quince minutos después Kimura comprendió que no podía ganarle a nadie en el jenga.
En la tarde Anzu y Saki fueron de compras, luego a la casa de la costurera que se ofreció a confeccionar el traje de maid. La líder de los demonios llevó a una segunda amiga a su hogar desde que se mudaron, a causa del episodio trágico de Oma. Únicamente su padre estaba en la casa encargándose de la limpieza. Al verla acompañada, lágrimas de emoción brotaron de sus ojos, lo mismo ocurrió cuando vio a Rina por primera vez.
—Papá ya no estés llorando. Me pones en vergüenza —balbuceó Saki sonrojada.
—Lo siento… es que… —El hombre secó su rostro con las manos, la familia había soportado tanto odio por parte de los vecinos de la antigua ciudad, que apreciaba cualquier vínculo formado por su hija.
—¿Qué le pasa? —le preguntó Anzu hablándole a Saki al oído.
—Es que mis padres son algo… sensibles —intentó explicar evitando mencionar su pasado.
Ambas subieron a la habitación. Anzu se sorprendió de no hallar un dormitorio que hiciera honor a su síndrome. Las paredes eran de un color crema, la cama estaba cubierta por sábanas violetas. Tenía una biblioteca repleta de libros de estudio, mangas de varios géneros, peluches de osos, gatos, hasta de peces.
—Ponte cómoda. —Saki notó el asombro en su compañera y sonrió. Había hecho un buen trabajo transformando su anterior habitación en una normal que pudiera agradarle a los demás. En un lento, pero constante proceso, dejaba su pasado atrás y la imagen de Oma como el caballero que debía derrotar siendo un demonio.
Anzu se sentó sobre una alfombra. Saki depositó una libreta sobre una pequeña mesa en medio de las dos.
—Vamos a comenzar a diseñar tu atuendo, será divertido.
—Sí, lo que digas. —La pelirroja aún se encontraba inquieta imaginándose los posibles resultados, sin embargo el entusiasmo de Saki le dio razones para no rehusarse. No pensaba solo en Kimura, sino en el momento que compartía con alguien que solía sacarla de sus casillas.
Juntas construyeron un diseño, dibujando y redibujando sobre una silueta. Las bromas fueron y vinieron, entre risas y golpes inofensivos de Anzu.
Pasaron las horas hasta que llegó el anochecer. Saki se animó a preguntarle a su amiga (después de pensarlo por un largo tiempo) sobre un tema de su interés.
—¿Qué… te atrajo de Kimura para enamorarte de él?
—¡! —Anzu se quedó pensativa, poner en palabras sus sentimientos era difícil.
—Perdón, no tienes que responder —se disculpó Saki agachando la cabeza. Hablar de amor con ella era muy diferente a hacerlo con Rina.
—No te disculpes. Estoy… trabajando en esto de los sentimientos, nunca me sucedió antes. Si tuviera que decir algo… sería… —Sonrió levemente, sus ojos se iluminaron de repente con un brillo especial, embelleciéndola.
—Sería… —Chuunibyou se aproximó afirmándose sobre la mesa, mostrándose impaciente en escuchar su respuesta.
—Kimura me hace sentir… especial.
—¿Especial? ¿A qué te refieres?
—Estando a su lado, no existe nadie más… como si… fuera la única chica en el mundo. —Decirlo fue liberador, oírse confesándolo sin temer a ser juzgada o ridiculizada. Saki guardó silencio, descubrió que no sabía nada sobre el amor, que lo que antes había sentido no se comparaba con lo expresado por Anzu. Se sintió diminuta, muy pequeña e insignificante.
—Ya veo, en ese mundo… solo existen ustedes dos… es hermoso. —Apenas separó sus labios. Anzu estaba concentrada en el cosquilleo de su interior, que no percibió la pena escondida detrás de los cabellos oscuros que caían sobre el rostro de la joven.
Más tarde se despidieron en la puerta de la casa, Anzu caminó hacia la estación de tren y Saki se dispuso a empezar a coser. Tomó una aguja, siempre enhebraba con rapidez, pero esta vez fue diferente, en un descuido torpe se pinchó el dedo índice. El dolor la hizo reaccionar y una gota de sangre escapó recorriéndole el resto de la mano.
—Soy una torpe. —Succionó la sangre, era amarga. La desagradable sensación sumada al ardor de la herida la hicieron llorar.
—¿Qué… estoy…? No me duele mucho. ¿Por qué estoy…? —No entendía su angustia, no obstante tampoco quería entenderla. Se aferró a la tela negra y luchó por retener el llanto.
—Oma… ayúdame a volver a ti. Tengo amigas, todas ellas son importantes para mí, no puedo… yo… pensar en… —le suplicó al niño que arraigaba en su corazón, al recuerdo de una maravillosa relación que no pudo perdurar. Solo así podría alejar esos malos pensamientos de nuevo.
A la medianoche, dieron inicio los nuevos duelos en los viejos almacenes que rodeaban el muelle. Pandillas de diversas zonas se reunieron para apostar y defender el prestigio de sus luchadores, en su camino por proclamar al más fuerte de la prefectura. Una nueva pandilla ingresó en la lista, pueblerinos que habían sido atraídos por estos duelos y pretendían hacerse conocer y respetar. No eran numerosos, la mayoría eran delgados y vestían un uniforme oscuro con botones dorados, bastante prolijos para ser yankees.
Ninguno llamó la atención, hasta que un adolescente de cabello largo ondulado de color marrón, se presentó a combatir. Tenía un tapabocas blanco y lentes negros en plena noche. Muchos se rieron de él, sin embargo cuando lo vieron derrotar a un poderoso adversario de un solo golpe, provocándole una herida profunda en el abdomen que lo hizo vomitar, no se atrevieron ni siquiera a dirigirle la palabra.
—Quiero a la chica pelirroja… la que viste un uniforme azul —dijo el vencedor con voz apagada, mirando detrás de los oscuros cristales, a los yankees de la preparatoria Minato.
—¿Qué dice? ¿Quiere a Anzu? —Uno supo a quién se refería. Anzu aún no estaba lista para representarlos en los duelos. Solo los seleccionados por los veteranos tenían el derecho de asistir y luchar en nombre de los lobos.
—¿Por qué a ella? —Un reconocido yankee destacó entre los otros por su gran altura y fisionomía. Satoshi se enfrentó al extraño pandillero.
—Hay algo que debo proteger —contestó manteniendo el tono de voz sombrío.
—No sé en qué diablos estás pensando, pero te recomiendo que lo olvides. No eres nadie para decidir aquí, pueblerino. —Satoshi hizo notar la diferencia de estatura, mostrándole que no tendría oportunidad de derrotarlo como lo hizo con su más reciente víctima.
—Satoshi, déjalo —intervino un veterano de la preparatoria Minato.
—¿Que lo deje? Debo enseñarle varias cosas.
—El líder aceptó a una mujer dentro del grupo, la noticia se esparció rápido. Haremos que defienda su lugar como cualquiera de nosotros. Los lobos luchamos unidos, sin excepciones.
—Pero Anzu… —Satoshi no estuvo de acuerdo.
—Devorar o ser devorado, así son las cosas. Este pueblerino lo sabe mejor que tú.
Satoshi rabió. El tratado de paz entre pandillas organizando estos encuentros, se había vuelto más riesgoso que las batallas en las calles. Haberse apartado de estos eventos las últimas semanas fue un error. Otros grupos escalaban desde las sombras, no solo los Tora.
La mañana siguiente…
La novedad desconcertó a todos, principalmente a Anzu. Lo relatado por Sayumi fue cierto, los yankees de Minato participaban en duelos nocturnos donde incluían armas blancas. Los puños no bastaban para hacerlos caer, se necesitaban los cortes, derramar más sangre para que se desmayaran. Pocos desfallecían sin necesidad de soportar la tortura de seguir adelante, sobreviviendo a su propio orgullo.
Anzu quiso negarse, pero si lo hacía no podría descubrir más sobre la pandilla y el líder. Se acumularon quejas a su alrededor, como pensó Satoshi, ella era inexperta para que la incluyeran en la lista de luchadores. El veterano que oyó al pueblerino reclamarla, fue quien le notificó. Un estudiante cuyas cicatrices en su cuerpo no lo enorgullecían, pero no ocultaba. Poseía una en el rostro que recorría diagonalmente desde la ceja hasta el mentón.
—Yo… —La chica temblaba de miedo, era consciente de que sucedería, sin embargo no de esa forma, sin poder prepararse ni prevenirlo.
—¡No la convoques, hermano! —Se desesperó un yankee del montón, de los que estaban enamorados de la chica.
—Ya está hecho. Mírate, mujer. Por fin harás algo importante para los lobos, aparte de abrir tus piernas —la provocó.
El insulto hacia su persona la obligó a hacerlo, abofetear a uno de los veteranos de la pandilla. Cuando la adrenalina la abandonó, comprendió que no existían salidas, estaba acorralada y sola. Nadie la rescataría, lo haría ella misma, por el amor que sentía por Kimura, por la necesidad de sacarlo de ese mundo.
«Esto es lo que buscaba Kimura, estar aquí en este rincón, con estos idiotas adictos a la violencia». Cerró los ojos para que no exponer su miedo.
Creó la imagen de Kimura en su mente, siempre herido, con moretones y sangre bañándole la frente. Anzu se paró delante de él y confesó: «estoy aquí para que veas lo que planeaste hacer. Estoy aquí para convertirme en ti, para sentir tu dolor, para aprender a calmarlo».
El chico en su imaginación no se movió, ni alejó su mirada, la escuchaba atentamente, como ella hubiese querido que el real lo hiciera.
«Haré toda esta mierda porque te amo». Alzó la vista y despertó de aquel efímero momento.
—Iré, pero no para defender a esta pandilla… lo haré por el cachorro de lobo que no pudo ser el alfa de la manada. —Sonrió de oreja a oreja.
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