Yatareni - Volumen 1 - 01
Parte Uno
Acompañé a mi madre a su pueblo natal, Yatareni, ya que ella necesitaba realizar unos trámites con relación a su acta de nacimiento.
Ahora que ya todo se está haciendo de manera virtual, se digitalizan todos los documentos y papeles importantes, pero para las personas que aún no cuentan con ella, tienen que dirigirse al lugar donde nacieron a que les entreguen un acta certificada para que esta pueda agregarse a la base de datos.
Mi madre decidió aprovechar las vacaciones de Semana Santa para darse una “escapada” unos días y hacer el trámite ya que el acta antigua que tenía ya no le era válida, forzosamente tuvo que venir aquí a sacar la nueva.
Y como dije antes, esto hizo que ella volviera a su pueblo natal.
Yo era el único disponible para acompañarla, porque mi hermana, aunque también está de vacaciones, quiso aprovechar para entrenar para un torneo de futbol en que participará pronto.
Ella juega futbol, por cierto.
Y en cuanto a mi padre… pues, prefiero no hablar de ese tema.
No tenía muchas ganas de acompañarla. Prefería pasar mis vacaciones viendo anime.
Esta semana se estrenaría un nuevo anime de un género que me gusta mucho. Los llaman isekai. Son animes donde un protagonista de nuestro mundo es enviado a otro, por lo general, de temática fantástica, a tener diversas aventuras.
Pero yo era la única persona que podía acompañarla, así que tuve que ir. Ni siquiera tendría caso quejarme.
Aunque, también debo admitir que me causaba un poco de curiosidad conocer el pueblo donde nació mi madre. Jamás he ido, pero ella siempre habla de él, casi siempre de manera melancólica. Y aun así se le ve feliz. Supongo que la invade la nostalgia.
Cuando habla de Yatareni, siento como si me estuviera contando acerca de un pueblo desierto, solitario y triste donde nadie tiene esperanza, y también donde nunca pasa nada. Por esa misma razón nunca me llamó la atención conocer ese lugar. Pero, eventualmente, en algún momento tendría que ir.
Creo que su infancia en aquel lugar fue dura.
Y es de esperarse, porque, para empezar, ella ni siquiera se crió con sus padres.
Mi madre fue producto de una relación pasajera entre su madre y un tipo que la dejó cuando ella iba a dar a luz. Cuando ella nació, mi abuela materna encontró a otra persona con la que se juntó, pero esta persona le impuso la condición de que tenía que deshacerse de la niña, y entonces mi abuela materna dejó a mi madre con sus abuelos.
Aunque mi madre se crió con ellos, creo que al final fue lo mejor, ya que siempre que habla de ellos se le iluminan los ojos, como si le llegaran a la mente muchos bonitos recuerdos. Solo cuando habla de ellos, Yatareni parece ser otro pueblo completamente diferente.
Creo que la querían demasiado.
Pasaron varias horas y el camión en el que viajábamos comenzó a internarse en la sierra poblana. Los caminos se hacían cada vez más empinados y el vehículo vibraba por los caminos de terracería, además todo comenzó a cubrirse de un verde tupido, gracias a la vegetación abundante.
Y finalmente, ella me mostró el pueblo.
─Ahí es ─anunció alegre mientras señalaba con el dedo─. Yatareni.
Lo primero que vi fue una torre de iglesia que sobresalía entre techumbres de color rojo en su mayoría, que a su vez destacaban entre densa vegetación. Conforme nos acercábamos, aparecían cada vez más.
Yatareni es un pueblo bastante pequeño. Aquí predominan las casas de adobe con teja roja o de techo de lámina, ya sea de asbesto, de aluminio o de cartón. Es raro encontrar una casa hecha con ladrillos y concreto. Las calles no están pavimentadas, están cubiertas de piedras de rio redondas. La práctica totalidad de la gente lleva sombrero o rebozo, en el caso de las mujeres, y todavía algunos caminan con huaraches. Según me explicó mi madre, todavía hay gente que habla náhuatl. Incluso ella sabe un poco.
Por ahí vi pasar un hombre viejo con una yunta de bueyes y otro en compañía de un burro que usa para cargar costales de lo que parece ser abono. Pasamos por el parque central, donde hay una explanada repleta de árboles y en el centro, un kiosco. Ahí puedo ver varios niños jugando y corriendo por todo el lugar.
Mi primera impresión de Yatareni fue similar a la de un pueblo colonial similar a Taxco o Guanajuato.
El camión se detuvo en la parada y mi madre y yo descendimos.
─Nos quedaremos esta noche con tu tía ─señaló─. Y mañana iré a la cabecera municipal a sacar el acta.
La tía de la que ella hablaba tampoco la conocía, o, mejor dicho, no la recordaba. Parece ser que es su prima o eso supongo. Creo recordar vagamente que mencionaba a una prima que vivía aquí y que jugaba con ella cuando eran niñas.
Seguimos caminando por aquellas calles empedradas, hasta que llegamos a una parte del pueblo donde no había tantas casas como en el centro. A partir de ese punto, las casas se dispersaban más hasta perderse entre la vegetación de los cerros.
La casa de mi tía estaba en la periferia del pueblo, por decirlo así. Era la ultima de la mancha urbana. Mas allá, empezaban las viviendas dispersas entre los cerros y la vegetación.
No era tan grande a primera vista, aunque al inicio no vi toda la extensión de la misma, pero me sorprendió un poco que la casa de mi tía fuera de esas pocas que estaban construidas con concreto y ladrillo.
Mi madre tocó el timbre y una mujer de baja estatura salió a recibirnos. Aunque llevaba también un rebozo, toda su ropa en realidad era más “citadina”. Si no fuera por aquel rebozo, hubiera pensado que era de la ciudad.
─Oh ya llegates ─exclamó mi tía usando un acento pueblerino mientras abrazaba a mi madre.
─¿Y este es Eliseo? ─preguntó al verme─. Ya está regrandote.
Ahora que la veo bien, recuerdo haber visto a esta señora en fotografías antes, pero no sabía entonces quién era. Sin embaergo, ella me conoce bien. Su nombre es Julia, y en cuanto lo escuché, me llegó algo a la memoria, pero no pude interpretarlo.
─Si, Eliseo ya ha crecido bastante ─respondió mi madre─. Ya está por terminar su carrera.
A veces mamá suele hablar de más, diciendo cosas innecesarias antes de que se las pregunten.
Mi tía nos hizo pasar a su casa, la cual ahora se veía mucho más grande que por fuera, y esto más que nada por el patio que era enorme.
Vi por ahí algunas gallinas corriendo espantadas al vernos. Un perro dormía en una casita de madera improvisada, ropa secándose al sol en un tendedero y hasta el fondo, la casa de mi tía en sí, que era más chica que el resto del terreno y también estaba hecha de concreto, aunque había un cuarto aledaño que estaba construido de madera y de donde vi salir un poco de humo.
Y detrás de la casa, otra extensión de terreno dos veces más grande que la casa donde habían cultivadas algunas hortalizas. Ahí sembraban maíz, alfalfa, haba y había también algunos árboles frutales. Predominaban los manzanos y las nueces.
De una grabadora situada en el borde de una ventana, sonaba la canción “Perfume de gardenias”
Entramos a la casa y dejamos nuestras cosas donde mi tía nos indicó.
─¿Queren comer algo? ─nos preguntó con una calidez amable─. Seguramente han destar hambrientos.
─De hecho si ─respondió mi madre─. Pero déjame ayudarte, ¿Qué vas a preparar?
Un rato después, la comida ya estaba servida y los tres nos sentamos a almorzar.
Fue algo impresionante. Jamás había percibido el aroma de unos frijoles refritos que olieran tan bien. Estaban revueltos con huevos de las gallinas que mi tía tiene. Acompañamos la comida con unas tortillas azules hechas a mano que son verdes realmente, pero son más grandes y más gruesas que las que conozco, que suelen estar hechas industrialmente.
Asimismo, mi tía preparó agua fresca de manzana, también de su huerto. Juro que fue el agua mas deliciosa y refrescante que he probado en mi vida. He escuchado que la comida de campo sabe más deliciosa, pero no me imaginé que tanto. Todo sabia muy rico.
Creo que después de todo, no fue tan mala idea haber venido aquí.
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