Yatareni - Volumen 1 - 03
Esa noche, mientras caía una ligera llovizna, mi madre y mi tía decidieron que al día siguiente las dos irían a Sayula para ver lo del acta de nacimiento de mi madre. Yo no las iba a acompañar. Me pidieron que me quedara en la casa para cuidarla, ya que no habría nadie más.
De todos modos, mi tía me sugirió que, si quería, podía dar unas vueltas por el pueblo para conocerlo y familiarizarme con él. Considerando que dentro de cuatro meses me quedaré a vivir aquí, sería lo ideal.
Y así fue, cuando desperté al día siguiente, ellas ya se habían ido. Me dejaron pan y café con leche para que desayunara.
Después de comer, ya no supe qué hacer.
Permanecí unas dos horas en la casa, intentando entretenerme primero con la televisión, pero no había muchos canales, y definitivamente no encontraría uno que trasmitiera anime. Además, se trataban de canales locales que hablaban de temas referentes a todo el municipio de Sayula y los alrededores, como, por ejemplo, la noticia de una minera canadiense que quería asentarse en esta zona.
Apagué la televisión, seguí la sugerencia de mi tía y salí a conocer Yatareni.
Traté de no alejarme tanto de la casa de mi tía para no perderme, ya que, aunque el pueblo es pequeño, aún no lo conozco del todo, así que sólo traté de recordar por dónde me movía.
Al igual que el día anterior, también estaba nublado. De hecho, estaba más nublado que ayer. No lo comenté en su momento porque pensé que el cielo se despejaría en poco tiempo, pero hoy, eso definitivamente no pasaría. La cantidad de nubes grises en el cielo me indicaron que la lluvia era inminente.
¿Qué tan aburrido tendría que estar en casa de mi tía para que prefiriera salir a las calles con la amenaza de una fuerte lluvia?
Hablando de lluvia, mi tía mencionó que, por la ubicación geografía, aquí en Yatareni siempre hace frio y llueve incluso en verano.
No tengo problemas con la lluvia, me agrada un poco, pero el frío es otra cosa.
Y me puse a recordar lo que mi tía dijo acerca del clima del pueblo y de cómo se ponen las cosas aquí en diciembre. Ella comentó que en aquellas fechas hace tanto frío que a veces hasta llega a caer hielo y algo de nieve que, a veces, destruyen los cultivos o los animales de granja se mueren.
Me emocioné cuando dijo que caía nieve hasta que me sacó de mi fantasía: no nieva como lo hace en, por ejemplo, Japón o Estados Unidos, sólo aparece hielo en las plantas y algo de nieve acumulada a los lados de los caminos. Nada de mantos blancos ni muñecos de nieve.
Supongo que cuando venga traeré mucha ropa abrigadora.
Se me ocurrió primero caminar al centro del pueblo, donde hay un parque y en el centro de este, un kiosco. La parte más poblada.
Como es un pueblo pequeño, me imagino que no debe de haber muchos habitantes. Hice un rápido cálculo, tomando en cuenta todas las casas y la extensión de la mancha “urbana” que había visto desde que llegué y calculé que Yatareni no debía tener más de 2000 habitantes.
Lo cierto es que esa cantidad era una cifra muy alta para un lugar como este.
En la plaza central había mucha gente yendo a todas partes, también puestos de comida, de ropa, y de mercancía diversa.
Un tianguis que dominaba una de las calles laterales de la plaza, donde la gente se juntaba a comprar de todo.
Por la plaza también caminaba un hombre con un árbol de algodones de azúcar, otro señor de avanzada edad empujando un carrito de helados de los antiguos mientras sonaba su corneta. Niños jugando en el kiosco, otros más comprándole globos a un señor…
Muchas mujeres llevaban a sus niños de meses de edad en rebozos que ataban a sus espaldas, otros llevaban jaulas hechas con juncos, llamados jacales, donde tenían encerrados a animales de corral, conejos, gallos, que llevaban a vender… o a comerse.
Algunos hombres transitaban por las calles a caballo, compartiendo camino con los pocos automóviles que pude ver, y si no eran automóviles, eran tractores los que pasaban por ahí.
Y casi todas las personas que vi llevaban sombrero. Hasta los niños.
Era un pueblo lleno de vida en más de un sentido. La amenaza de la lluvia no parecía apresurarlos.
Ya deben estar acostumbrados a eso.
Otra cosa curiosa de este lugar, es que todos, aunque no me conocían, me saludaban con un “Buenos días”, ese tipo de cosas no se ven en la ciudad así que al inicio me incomodó un poco, pero les devolví el saludo.
Y cuando digo que todos lo hacían, eran todos, desde los más viejos hasta los niños, o chicos de mi edad. Todos me saludaban.
Decidí alejarme del centro, y, para no perder el camino hacia la casa de mi tía, regresé por donde había venido.
Desde donde estaba pude ver que la casa de mi tía, junto con otras, estaba situada delante de uno de los tantos cerros llenos de vegetación que rodean el pueblo, en la frontera “urbana”, tal y como lo mencioné antes.
Y se me ocurrió entonces subir a aquel cerro para poder ver todo el pueblo desde arriba. Total, el cerro no parecía ser tan alto.
Cuando ya estaba por llegar a la cumbre, la lluvia se soltó repentinamente. Como ya había recorrido un tramo considerable, pensé que no sería práctico volver corriendo a la casa de mi tía y decidí subir más rápido para buscar refugio en la cima, ya que desde abajo había visto que en la cima del cerro abundaba más la vegetación. Así que apreté el paso.
Y tal y como lo vi, así fue.
En la cima había aún más árboles, de toda clase de tamaño y especie. De cierto modo parecía una selva. Al adentrarme un poco, la lluvia ya no me caía encima, debido precisamente a la abundante vegetación.
Y fue cuando la vi.
Una vieja construcción abandonada.
Una pequeña iglesia, quizá una capilla, de estilo arquitectónico románico, o eso supuse, que se erguía entre toda la vegetación que la estaba ahogando, aunque por lo menos la entrada parecía estar libre.
No debía tener más de veinte metros cuadrados de extensión y unos cinco de altura tomando en cuenta el campanario que yacía relativamente intacto, el punto más alto de la iglesia.
Estructuralmente se veía estable, aunque presentaba algunas grietas menores, salvo el techo, con algunos vestigios de loseta que presentaba algunos agujeros. Casi todo se había caído y solo quedaba una porción de la estructura de madera que la sostenía.
Si el agua no entraba, era por la vegetación y no por la existencia de un techo.
Y decidí entrar para refugiarme.
La planta de la iglesia tenia forma de cruz, pero sus “brazos” eran mas anchos y cortos, y en la parte trasera, una tercera saliente delimitada por una pared curva. Ahí donde, en otra época, debió haber estado el altar.
Algo de luz entraba por las pequeñas ventanas que estaban distribuidas a lo largo del cuerpo de la iglesia, pero no era suficiente como para iluminar el interior.
Supuse que debía tener por lo menos unos tres siglos de haber sido construida, aunque solo eran palabras. No tenía ni la menor idea de saber cuánto tiempo tenia de existir, pero, definitivamente, pasaba de los cien años.
También pensé que debía haber sido abandonada hace por lo menos unos 40 años, considerando su estabilidad y su deterioro, que aun con el paso del tiempo, la capilla seguía firme gracias a los materiales con que fue construida.
Adentro no había nada más que basura, desde envolturas de alimentos y botanas que llevaban años de estar ahí, hasta algunas más recientes. Incluso, al notar otro tipo de “basura” adiviné que ese lugar en ocasiones también era usado como sanitario. También había rastros de lo que pudieron haber sido bancas de madera o trozos de piedra que podrían haber pertenecido a una pila bautismal.
El suelo presentaba un decorado de azulejo aunque era casi imperceptible debido al polvo acumulado y también a la basura ya mencionada.
Quizá no soy el primero que usa esta iglesia como refugio.
Echando un vistazo a la lluvia que caía afuera, me di cuenta que, desde ahí, donde estaba parado, era posible ver todo el pueblo y por primera vez tuve una idea de su tamaño.
Volví a la iglesia, a seguir analizándola mentalmente, a tratar de adivinar todo sobre ella, ¿Quién la pudo haber construido? ¿Cuánto tiempo podría tener? Me causaba mucha curiosidad.
Cosas como esas las hacía inconscientemente, todo por la carrera que estoy estudiando.
Estaba ensimismado en esos pensamientos, hasta que una voz que provino detrás de mí me trajo otra vez a la realidad:
─¿Quién eres y qué haces aquí?
Al voltear, vi a la persona que me dirigió esas palabras. Una chica de cabello largo y suelto empapado por la lluvia en las puntas ya que aún le escurría agua.
Usaba un vestido negro, parecido a los que usan las lolitas góticas, y cubría su cabeza con un gorro que pertenecía a una especie de caperuza color rojo oscuro que cubría gran parte de su atuendo. Digamos, como la caperuza de la Caperucita Roja, solo que más largo ya que le llegaba hasta las rodillas, lo cual daba la apariencia de una capa como la de los superhéroes de los comics americanos.
Llevaba consigo una mochila con un personaje de anime que no pude identificar, y dentro llevaba, supongo, algunas herramientas porque pude observar asomándose por ahí una soga, y unas tijeras gigantes, como las de jardinería.
Tenía una mirada fría y perdida, como si, aunque sus ojos me estuvieran enfocando, no me mirara a mí. Era tan fría como las palabras que me dirigió y como el ambiente que nos rodeaba.
Y me estremecí, pensé que este lugar era propiedad privada y lo estaba invadiendo sin permiso. Ni siquiera me sorprendí por el extraño atuendo de la chica, al menos no de momento.
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