Yatareni - Volumen 1 - 06
Y finalmente, los cuatro meses se pasaron volando.
Me gradué en una ceremonia bastante sencilla para ser una ceremonia de graduación de licenciatura. Nada emocionante ni emotivo.
Días después, preparé mis cosas para irme a vivir a casa de mi tía en Yatareni.
No era una maleta muy grande, llevé diez cambios de ropa, algunos zapatos y tenis más que nada. Sólo ropa.
Me habría gustado empacar algunos mangas que tengo conmigo pero se habrían maltratado entre tantas cosas en la maleta y al final no me los llevé.
Podré leer algunos que tengo en mi celular para entretenerme en el camino.
Mi madre ya no me acompañó esta vez, así que me explicó cómo moverme, qué camión tomar y cuánto gastaría de pasaje.
Aunque yo ya me sabía el camino para llegar al pueblo atendí la explicación de mi madre.
Me basta con ir una sola vez a un lugar para saber cómo llegar ahí después. Tengo muy buena memoria espacial.
Llegué a Yatareni ya en la noche. Hacía mucho frío.
Mis tíos me encontraron en la parada.
Y digo mis tíos, porque esa noche conocí a mi tío Isidoro, al cual nunca había visto, al menos que yo recuerde.
Creo recordar que mi tía mencionó que él estaba en Estados Unidos y volvería en un mes.
Así que ya estaba aquí. Y él también me conocía de pequeño.
Bigote frondoso, baja estatura, un poco canoso, unas manos durísimas quizá de tanto trabajar en el campo. Vestía un sombrero, como todos aquí, y una chamarra de mezclilla con interior de algodón, para el frío.
Así que yo, nada más bajarme del autobús, me puse también una chamarra gruesa.
─¡Como has crecido mijo! ─dijo mi tío al verme y abrazarme─. Me ‘cuerdo que estabas ben chiquito cuando te vi por última vez.
─Bienvenido ─dijo mi tía Julia a su vez─. ¿No te acuerdas de tu tío Isidoro?
─La verdad no ─respondí mientras lo veía de nuevo para ver si algo se activaba en mi memoria, pero no fue así.
─Stabas ben chiquito cuando te vio como dice ─comentó mi tía─. A lo mejor por eso no te acuerdas.
Mi tío me ayudó con mi maleta y los tres nos fuimos a su casa.
Nada más entrar mi tía me preguntó qué es lo que me gustaría cenar.
─Lo que sea está bien tía, gracias.
─Horita te preparo algo delicioso ─sonando maternal, se dirigió a la cocina.
De hecho sí, no me importaba lo que cocinara, tenía la sensación de que fuera lo que fuera, sabría muy delicioso.
Mi tío y yo nos sentamos a la mesa, ellos también iban a cenar. Primero me platicó un poco de él y de la familia, de las cosas que hacía en Estados Unidos y porqué se regresó.
─En el gabacho me dedicaba a recoger naranja de los sembradíos de allá de Arkansas ─explicó─. Al inicio pagaban bien, pero de repente bajó el precio de la naranja y ya no se ganaba tanto. Además sí se extraña harto la familia y la tierra.
─¿Cuánto tiempo estuvo allá?
─Dos años ─respondió─. Hasta que ya la migra hacia sus rondines por ahí, y ya no era seguro, así que mejor me regresé solito antes de que ellos me tiraran acá.
Luego cambió repentinamente de tema:
─Horita que acabes de tragar, ‘amos a celebrar que ya acabaste tu carrera.
─¿Celebrar?
─Ya me vinieron con el chisme ─dijo─. ¿De qué te graduaste?
─Soy arquitecto ─respondí─. Pero soy pasante, todavía no tengo el título.
─Son de esos que construyen las casas ¿verdad? ─preguntó mi tío─. Como los albañiles.
─No exactamente ─aclaré─. Los arquitectos hacen los planos, calculan estructuras, lo diseñan todo, y los albañiles construyen la obra.
Pues horita nos tomamos unas frías para que te sientas contento ─dijo─. Te va a gustar este lugar.
─No le des de tomar, es su primera noche ─replicó mi tía─. ¿Qué tal si Euge me echa bronca?
─No creo que se agüite ─respondió mi tío─. No tomaremos mucho, ya ves que después no puedo dormir.
─Al contrario, te quedas bien dormidote ─y agregó─: Deberías por lo menos llevar sus cosas a su cuarto, para que ya se vaya acomodando, ya horita les sirvo la cena.
─Ah, cierto ─y me dijo─. Sígueme.
Mi tío se llevó mi maleta, y me condujo a una habitación semivacía, donde sólo había una cama de hierro con un colchón delgado y algunas cobijas dobladas, casi todas de esas que llaman San Marcos, las que tienen tigres y otros animales grabados en ellas.
También había un ropero vacío, una mesita pequeña, y otra más grande con una televisión de las análogas. Tenía bastante tiempo que no veía una.
─Está habitación es de tu prima ─dijo mi tío─. Pero ella ahorita está viviendo en la capital, así que no hay problema si te quedas aquí.
─¿Tengo una prima?
─¿Tampoco te acuerdas de ella? ─me preguntó extrañado─. Lidia, mi hija, es mayor que tú, tiene 26 años.
─No la recuerdo ─comenté.
─Es que no nos vemos mucho ─replicó─. Y ella ya no viene muy seguido por acá, trabaja en el gobierno del estado, así que renta allá en la capital.
Mi tío dejó la maleta sobre la cama y me dijo:
─Puedes acomodar tu ropa en el ropero y te vienes a cenar.
─Gracias.
Saqué toda mi ropa de la maleta y la acomodé en unos ganchos metálicos que había dentro del ropero, también puse mis zapatos y todo lo demás, tendí la cama y como seguía haciendo frío, puse todas las cobijas.
Justo cuando acabé, contemplé mi nueva habitación. No era como la de mi casa en la ciudad, pero se veía agradable.
─Aquí viviré por un tiempo ─me dije a mí mismo como para darme ánimos.
Justo en ese momento, mis tíos me llamaron para que fuera a cenar.
Tal y como lo supuse, la cena estuvo deliciosa, mi tía hizo unos nopales refritos con huevo a la mexicana y también un poco de café de olla que probé con un pan calientito, mucho más delicioso que los que comía en la ciudad.
Después de que acabamos de comer, mi tío se levantó y me dijo:
─Acompáñame.
─¿A dónde vamos? ─pregunté.
─Ya verás.
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