Yatareni - Volumen 1 - 21
─¿Y ahora qué? ─me pregunté.
El vigilante me reconoció porque el arqui le ha platicado mucho de mí.
─El señor Víctor no está aquí ─me dijo─. Ve a buscarlo a su oficina, a lo mejor ahí está.
─Vengo de ahí ─respondí─. ¿Qué paso? ¿Por qué suspendieron la obra?
─El viernes en la noche el arquitecto vino a supervisar la obra ─respondió─. Como ya habían acabado las labores cuando llegó, sorprendió a algunos albañiles tomando cerveza ahí mismo, lejos de regañarlos, aceptó la invitación de ellos para que se les uniera, y pues el arqui se pasó de copas. Cuando yo llegué, ya estaban bastante tomados. Por la noche armaron un escándalo y siguieron tomando en la calle frente a la obra, entonces los vecinos llamaron a una patrulla y lo multaron por andar tomando en la vía pública, y de ahí se agarraron.
─¿Qué quiere decir?
─Las autoridades aprovecharon para hacer una revisión en los permisos de construcción de la obra y en otras cosas ─continuó─. Descubrieron que el arquitecto aun no tenía la licencia ambiental, además de que la residencia no cumplía con algunas cosas del reglamento de construcciones, así que le suspendieron la obra.
─Demonios─ me exalté─. ¿Y dónde está el arquitecto ahora?
─Se fue temprano el sábado a Sayula a tratar de arreglar el asunto, pero como el sello que pusieron es de Desarrollo Urbano Estatal, probablemente tenga que ir a Santa Miranda.
─¿A Santa Miranda? ─pregunté─. Pero eso está muy lejos.
─Sí ─contestó─. Si no lo encontraste en su oficina, significa que no ha regresado.
Santa Miranda es la capital y la ciudad más poblada del estado. Por lo que sé, es la única verdadera ciudad, y la única que supera el millón de habitantes. Calculo que está mínimo a 300 km de Yatareni. Eso hace que este aún más lejos que mi casa en la Ciudad de México.
Tratar de volver a obtener los permios quizá le tome varios días. Y todo por andar tomando en la calle.
Agradecí al vigilante y me retiré de ahí.
Ahora no sabía qué hacer, si irme a casa de mi tía o ir a casa del arquitecto. Bueno, quizá no haya nadie ahí tampoco.
Y luego me acordé de su hija. Me acordé de ciertas promesas que el arqui comentó cuando vistamos la tumba de su esposa. Me acordé del vicio con el alcohol que tenía el padre de Mayra y del que me habló alguna vez ella.
Y me puse a pensar entonces que, si eso sucedió el viernes en la noche, al día siguiente, cuando fue la reunión de SPEED, Mayra no dijo nada al respecto. La vi ese día y se veía tan normal, es decir, tan tímida como de costumbre.
No imaginaba que quizá estaba pasando por un momento difícil.
Definitivamente tengo que ir a buscarla y hablar con ella.
No me duró mucho tiempo ese ímpetu porque nada más avancé unos veinte metros y vi a lo lejos a otra persona. Al inicio, creí que era la persona que estaba buscando, pero luego entré en razón. Aun no me acostumbro al hecho de que hay dos chicas idénticas viviendo en Yatareni.
Era Mayra Páez.
Caminaba entre los puestos que se ponen en la plaza del centro del pueblo. Llevaba una bolsa de mandado que tenía impresa un anuncio promocional de la Fonda de Comida Económica.
Quizá iba a comprar la comida o algo así.
Y me acordé entonces de otra promesa, hecha por mí mismo. Sabía que no debía dejar pasar esta oportunidad. Reuní todo el valor del mundo y me acerqué a gran velocidad antes de que se me perdiera de vista.
─Mayra ─le hablé en voz alta y ella me escuchó.
─Hola Eliseo ─contesto sonriente─. ¿No deberías estar trabajando ahorita?
─Si, bueno ─dije preguntándome si sería buena idea decirle lo que pasó─. Tengo tiempo libre.
─Que bien ─comentó.
Bueno, igual y no le incumbe tanto, y también creo que es irrelevante que lo sepa.
Antes de que me cambiara el tema, le solté de golpe:
─Quiero platicar contigo de… algo ─y me llevé la mano a mi nuca.
─Dime ─dijo sin perder su sonrisa.
Tiene una sonrisa linda, me pregunto si en la Mayra otaku se verá igual de linda.
─Cuando comimos en la fonda hace unos días ─murmuré apenado─. Mencionaste que tienes una editorial en Sayula.
─Claro ─contestó─. Bueno, es de mi madre.
─Yo… bueno ─dije tratando de encontrar las palabras adecuadas, ya no me podía echar para atrás─. Verás, resulta que yo escribí una novela y quería saber…
─¿Quieres publicarla? ─preguntó rápidamente. De algún modo eso me alivió.
Asentí tímidamente.
─No está completamente finalizada ─acepté─. Me falta corregirla y editarla un poco.
─Pues eso es lo de menos ─contestó─. Si ya la tienes terminada, puedes imprimirla y darme una copia, yo se la llevaría a mi madre para que ella la evalúe si puede ser publicada.
─¿De verdad?
─Claro ─respondió─. Precisamente estamos buscando gente que escriba historias. Verás, la editorial de mi madre apenas va comenzando, y ella cree que los chicos que publican sus historias en páginas web pueden tener potencial, un nicho de mercado como ella lo llama. Claro que ese tipo de historias se tienen que pulir mucho más, pero ella ve potencial ahí.
─Pues, yo publicaba algunas historias cortas en esas páginas ─respondí─. Pero nadie las leía. En fin, esta novela de la que te comento, no la he publicado ahí, pero es lo mejor que he escrito hasta ahora. Tengo que pasar aun algunas partes a computadora, pero cuando la acabe, la imprimiré y te daré una copia.
─Claro ─dijo y agregó─: Tengo que irme, tengo que preparar el almuerzo.
─Gracias ─me despedí.
Ya estaba por irse cuando dio de nuevo la vuelta, y con su sonrisa acostumbrada, me dijo:
─Esperaré tu novela con ansias ─y se alejó.
Creo que esa última frase estuvo de más. Ella parecía más interesada en mi novela que yo.
Pero en fin, me sentí bien conmigo mismo porque aunque me moría de la pena, creo que valió la pena.
Tengo unas inmensas ganas de irme a casa de mi tía y pasar toda la novela a computadora, ahora que tengo un día libre creo que debería…
No, eso lo haré después, primero tengo que buscar a Mayra.
****
Mayra Páez seguía su camino un poco más alegre de lo que estaba antes de encontrarse con Eliseo. Por momentos incluso caminaba dando saltitos y murmuró entonces:
─Veremos qué tienes para mi Eliseo.
─¿Tú no pierdes el tiempo verdad?
La chica oyó una voz que la hizo detenerse borrando su sonrisa y su semblante en menos de un segundo.
Al voltear para verificar la procedencia de aquella voz, se llevó una sorpresa desagradable.
Un tipo vestido a la usanza citadina, ropas predominantemente del típico rockero, recargado en el muro de un edificio, estaba terminando de fumar un cigarro.
─¿Qué-que haces aquí? ─preguntó la chica con voz entrecortada.
─¿Tú qué crees? ─dijo mientras tiraba la colilla al suelo y se acercaba peligrosamente a ella. La chica, adivinando sus intenciones, retrocedió unos metros atrás, así que el muchacho apretó el paso.
Era una lástima que por esa zona del pueblo no transitara mucha gente.
─Sabes bien que no puedes estar con otro más que yo ─dijo mientras la sujetaba del brazo de manera violenta y la apretaba lastimándola─. ¿Quién era ese con el que estabas hace rato?
─Eso es algo que no te importa ─respondió la chica─. Lo nuestro ya se acabó, ¿Por qué no entiendes eso? ¿Por qué viniste hasta acá?
─Para mí no ha acabado ─respondió el tipo─. Así que más te vale que no te vea con ese o con alguien más porque si no, ya sabes cómo te irá.
─Yo estaré con quien se me dé la gana ─dijo mirándolo con unos ojos desafiantes─. Así que ya suéltame idiota o te armo un escándalo.
─No me hagas tus berrinches ─replicó─. Ya estás advertida.
Con un fuerte empujón, el tipo la soltó, haciendo que la chica perdiera el equilibrio y cayera de lleno al suelo. La chica soltó entonces la bolsa con todo lo que había comprado y todo terminó dispersándose por el suelo.
El muchacho ni se molestó siquiera en levantarla, o incluso mirarla, se alejó rápidamente para no llamar la atención.
Mayra aún seguía en la misma posición, se incorporó un poco y miró al suelo.
Trató de juntar las verduras que compró del suelo, algunas cosas como un kilo de huevos que también había comprado ya no tenían remedio, se habían hecho pedazos en el suelo de la calle.
Mayra seguía sonriendo, o mejor dicho, estaba haciendo un esfuerzo por sonreír pero, de sus ojos comenzaron a salir unas incipientes lágrimas que trató de reprimir.
Levantó todo lo que pudo salvar, se limpió las lágrimas y emprendió el camino a casa.
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