Yatareni - Volumen 1 - 23
Cuando Eliseo abandonó la iglesia, Mayra Páez dejó de nuevo el manga en la mesa y miró a donde minutos antes, estaba parado el chico como si aún estuviera ahí.
Dio un suspiro, volvió a la lectura del manga y así estuvo durante poco más de dos horas, hasta que sintió hambre.
Se levantó, guardó el manga en el lugar de donde lo había sacado, sacó de una de las bolsas de su vestido varias monedas y las contó todas.
Tenía 37 pesos.
Dejó la iglesia y bajó por el sendero del cerro. Afuera el cielo ya se había nublado. En poco tiempo caería la lluvia, y se percibía que sería muy intensa.
Llegó a la tienda de abarrotes del pueblo, que, aunque era la más grande de Yatareni, apenas era tres veces más grande que la iglesia de donde había salido minutos antes.
Se llamaba “La Poblanita” nombre demasiado reconocido por los habitantes de Yatareni, quizá porque era la única tienda de abarrotes grande en aquel lugar. Era la que, por decirlo así, ejercía el monopolio en el pueblo, y también porque se vendía de todo, desde alimentos, hasta artículos de limpieza, pan, ropa, calzado e incluso laptops y cámaras digitales.
El encargado, un hombre que se acercaba a los 60 años, y que usaba un mandil de color negro hecho de cuero, no se inmutó por la apariencia de la recién llegada. Seguramente, al igual que casi todos los habitantes, ya conocían a la chica de la capa roja y se mostraban indiferentes a ella.
Aunque sí había dos niños ahí que se quedaron largo rato mirándola, dejando, por momentos, de jugar en las consolas de videojuegos de la tienda, llamados comúnmente “maquinitas”.
La chica vio todo el stand de las botanas pensando qué elegir, recorrió los pasillos y finalmente tomó dos bolsas de frituras, una de queso y otra de chile. También tomó un refresco de lata, unas galletas con chispas de chocolate y un jugo.
Pagó 35 pesos por todo y el encargado le dio una bolsa para que pudiera llevar su compra.
Ella agradeció y salió del local.
Mayra, antes de regresar a su escondite, decidió hacer una parada.
Se desvió, y tomó otro camino, hasta llegar a su casa.
Se acercó con algo de cautela y se asomó por una de las ventanas.
Afortunadamente, las cortinas estaban recogidas, lo que le permitió tener una buena vista del interior.
Y él estaba despierto, y aparentemente muy alegre.
Sentado en el sofá de la sala principal, el arquitecto estaba degustando unas cervezas en lata junto con otras personas desconocidas, excepto unas tres que ella identificó como algunos albañiles de la obra que acababan de suspender.
Por la cantidad de latas vacías regadas en el suelo y por el rostro de todos, dedujo que ya llevaban varias horas tomando.
─Tiene que ser una broma ─dijo la chica muy molesta─. ¿Se puso a tomar de nuevo?
Estaba a punto de entrar para reclamarle a su padre, pero no lo hizo por tres razones.
La primera, no quería armar un escándalo frente a los “invitados” de su padre.
La segunda, tenía miedo de que, estado en ese estado, su papá se pusiera violento.
Y la tercera, simplemente creyó que no valía la pena.
Decidió dejar la casa y encaminarse hacia la iglesia. Apretó el paso ya que comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia.
Pasó toda la tarde en aquel lugar. Se había aburrido rápidamente del manga, aunque la realidad es que estaba tan molesta que simplemente ya no pudo seguir leyendo.
Escampó cuando el sol comenzó a ocultarse. Ella dedujo que su padre aun seguiría tomando con aquellas personas, pero sea lo que fuere lo más seguro es que estaría así al menos hasta la mañana del día siguiente.
Eso, más el coraje que sentía en aquel momento, le hicieron tomar la decisión de pasar la noche en aquel lugar.
En otra época, cuando SPEED aún no se establecía ahí, eso le habría parecido una locura, dormir ahí en esa época la habría convertido en una verdadera indigente. Pero ahora, la iglesia era más” habitable” aunque eso no significara que se pudiera dormir ahí.
Además de las sillas y mesas de plástico que había en la iglesia, también había dos taburetes pequeños forrados de piel, que fueron adquisiciones posteriores del club. Pero no había mucho espacio en el suelo. Además por las noches, el frío intenso se filtraba por los huecos de las ventanas. Definitivamente no era buena idea pasar la noche ahí, a menos que tuviera un cobertor o un futón y varias cobijas gruesas. Pero no las tenía.
Y al final pudo más su molestia que otra cosa.
Dejó de llover pero el frio aumentaba cada vez más.
La chica expandió el espacio en el suelo moviendo un poco la mesa y las sillas de la biblioteca del manga, trajo los dos taburetes de piel y los acomodó de tal manera que filtraran un poco el frio. Al final su creatividad afloró un poco y terminó haciendo una especie de “fortaleza” con la mesa y todas las sillas. Fue una tarea algo difícil, sobretodo porque en aquel lugar no había ningún tipo de iluminación y apenas y podía ver lo que tocaba. Aunque lograron traer electricidad a la iglesia, solo era para la televisión y los pocos aparatos eléctricos que tenían, no necesitarían luz para iluminar porque nunca se les ocurrió poder pasar la noche ahí.
Y se dispuso a dormir.
Afuera el cielo retumbó lo que indicaba que la lluvia se reanudaría pronto. Y así fue.
La chica entonces se acurrucó lo más que pudo y trató de cubrirse con su capa roja, pero esta no alcanzaba a cubrirla totalmente.
Bien podía en ese momento ir a su casa, y encontrar a su padre completamente perdido. No tenía que sufrir eso, pero era bastante orgullosa.
─Que sufra un poco ─se dijo a si misma─. Por no verme llegar a casa esta noche.
Aunque sonrió, aquella sonrisa se veía bastante forzada.
Ella se decía estas cosas para darse ánimo, porque la realidad era que estaba sufriendo.
No solo estaba molesta, estaba triste, frustrada, y también tenía miedo.
Qué diferente se veía la iglesia cuando estaba junto con los otros miembros de SPEED a como la veía ahora. Era la primera vez que los extrañaba tanto.
Y entonces comenzó a sollozar, dejando escapar unas incipientes lágrimas.
Y susurró:
─¿Por qué no dejé que se quedara?
Así que intentó dormir para que la noche se le pasara más rápido.
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