Yatareni - Volumen 1 - 24
El arquitecto finalmente abrió su oficina hasta el jueves. Así que hasta ese día me presenté a trabajar.
Y no fue porque la borrachera le haya durado cuatro días. Más bien, fue porque el martes y el miércoles parece que estuvo yendo muy seguido a Santa Miranda a ver lo de la obra suspendida. O eso me dijo a medias. Pero tengo la sensación de que también intentó, quizá, disculparse con su hija. O al menos debió haber hecho eso.
Esos dos días, jueves y viernes el arqui estaba muy poco tiempo en su oficina porque seguía yendo a la capital a resolver el asunto de la obra suspendida. Lo bueno es que, según él, como la obra está detenida, puedo avanzar más rápido en las correcciones, aunque llegará un momento en el que ya no podré avanzar, porque ya no habrá nada que corregir.
Por cierto no vi a su hija en toda la semana. Ocasionalmente ella se aparece en la oficina para pasar a saludar, dejarle comida a su padre o cosas así. Incluso, a veces viene únicamente a ocupar una de las computadoras de su padre, aprovechando que tienen conexión a internet.
Pero estos dos días no se apareció para nada. Me imagino que debe de estar en la iglesia leyendo manga o algo así.
Tengo ganas de visitarla, pero no se me ocurre un buen pretexto. Además, conociendo el carácter que tiene, seguramente aun seguirá molesta.
Supongo que mejor esperaré hasta verla en la reunión del sábado, si es que se aparece.
Y sí se apareció, aunque como de costumbre, casi no habla. Se veía igual que siempre, así que asumí que estaba bien aunque no le pregunté nada. Personalmente no supe cómo abordar el tema. Además, teníamos otra cosa de que preocuparnos.
Durante la reunión, Gibrán mostró a todos un sobre. Era un sobre blanco, de los típicos sobres en los que antes se enviaban cartas en el correo postal.
Según Gibrán, lo encontró clavado en las tarimas que fungen como puerta en la iglesia. Ya que él fue el primero en llegar, fue el primero en descubrirlo.
Este sobre era totalmente blanco excepto porque tenía rotulado unos ideogramas japoneses que no supe leer.
─Nipponbunka kenkyū kyōkai ─dijo el líder.
─¿Eso es lo que dice?
─Exacto ─contestó─. Es el nombre de la Sociedad de la que les hablé, significa algo así como “Asociación para el Estudio de la Cultura Japonesa”
─¿La que nos está retando? ─preguntó Martina.
─Correcto.
Dentro del sobre hallamos una hoja. Era un mensaje escrito a computadora. Me sorprendió por el hecho de que parecía más bien una invitación a algún baile de esos que celebra la nobleza, por la cantidad de adornos y rótulos que tenía con el nombre de la Sociedad.
Era verdaderamente una carta formal.
Y me pidieron que yo lo leyera en voz alta:
“Líder y miembros de SPEED:
Nuestra Sociedad “Nipponbunka kenkyū kyōkai”, o para abreviar, “Nipponkenkyo”, se ha enterado de la existencia de un grupo similar al nuestro que existe actualmente en Yatareni.
Es imposible que en este pueblo existan dos Sociedades dedicadas al estudio del manga y el anime, de modo que hemos decidido resolver el conflicto a través de la realización de un bunkasai.
No hace falta entrar en detalles de lo que esto significa puesto que ya deben conocerlo si se dicen llamar amantes del manga y el anime.
Esperamos contar con su presencia el día de mañana al mediodía en el parque a las afueras del pueblo.
La Sociedad que pierda será disuelta”
─¿Bunkasai? ─pregunté al final.
Creo haber escuchado esa palabra en algunos animes que había visto antes, pero no recordaba su significado.
─Se refiere a los festivales escolares que celebran en las escuelas japonesas ─contestó Claudio haciéndose el listo─. Creo que esto significa…
─¿Qué nos están retando a una competencia de habilidades deportivas, así como lo hacen en esos festivales? ─sentenció Angelina.
─Exacto ─respondió Gibrán mientras se acomodaba sus lentes oscuros─. Tal y como se los mencioné, será fácil, tenemos las de ganar.
─Pero ni siquiera sabemos quiénes son ─comentó Angelina.
─Los conoceremos ese día.
─Un momento─ interrumpí─. Es verdad que ahora ya sabemos que es una competición deportiva, pero eso no significa que sea como en los animes que hemos visto. Me pregunto si todos aquí tienen la suficiente condición física para realizar las cosas que vemos en los animes.
Todos callaron por un momento, aunque no dijeron nada. Se les notaba en los rostros que al parecer mi deducción era correcta.
─Pero no importa ─Gibrán, como de costumbre jamás perdió su actitud positiva─. Ellos harán lo mismo que nosotros, y, ya que ambos vemos anime, ambos tenemos las mismas probabilidades de ganar, sobre todo si lo hacemos sabiendo que la Sociedad que pierda será disuelta.
Y dirigiéndose a los demás, les animó diciendo:
─Y no dejaremos que la nuestra desaparezca.
Levantando un puño al aire, Gibrán logró hacer que el club recuperara la confianza.
Cuando la reunión terminó, quise alcanzar a Mayra, pero como si ella ya supiera lo que planeaba hacer, fue la primera en irse. No se quedó ni siquiera a hacer nuestra acostumbrada despedida.
─¿Le sucede algo? ─me preguntó Gibrán.
─Esta semana la ha tenido difícil ─respondí─. Con eso de que le suspendieron la obra a su padre y él se puso a tomar, creo que anda algo sensible.
Y volteando a verlo, le dije:
─No creo que se presente mañana a la competencia.
─Ella vendrá ─me dijo Gibrán lleno de confianza.
─¿Cómo estás tan seguro?
─Porque ella es la que menos desea que nuestra Sociedad se disuelva.
Y creo que tenía razón.
Al día siguiente, después de indagar con mi tía la ubicación de ese parque que mencionaron los de la otra Sociedad, me presenté unos diez minutos antes de la hora acordada.
El parque como tal, tan solo consistía en un área ajardinada, aunque el pasto estaba seco, un área de juegos infantiles, que en su mayoría estaban en mal estado y dos canchas para jugar futbol o baloncesto.
Ahí ya estaban los demás chicos de SPEED.
Y tal y como Gibrán lo mencionó, Mayra también estaba ahí, aunque no podría decir si de verdad vino porque no quería que la sociedad se disolviera.
Me sorprendió ver que todos, excepto Mayra y Martina llevaban un uniforme escolar deportivo. Es decir, Martina también llevaba uno, pero de su respectiva escuela. A lo que me refería era que los demás llevaban el mismo uniforme de la misma institución.
Una playera de algodón, completamente banca, excepto por que ostentaba el escudo de su escuela en la parte izquierda. Pantalón también deportivo, de color verde oscuro que también llevaba impreso en la rodilla derecha, el logotipo de la escuela a la que asistían.
El uniforme de Martina era en esencia parecido al de los demás, solo que el color de su escudo y de su pantalón era de color vino.
Mayra era la única, además de mí, que no llevábamos uniforme escolar.
Ella venia como de costumbre. Y yo, pues simplemente no se me ocurrió llevar ropa deportiva. No me traje ropa como esa de mi casa y mi tía tampoco tiene.
Todos estaban haciendo estiramientos y calentando en las canchas.
─¿Por qué todos vienen vestidos así? ─les pregunté aunque ya lo sabía de todos modos.
─Es nuestro uniforme escolar ─contestó Gibrán─. Ya que será una competencia deportiva, lo ideal es usar este uniforme.
Los miré mientras seguían calentando y leí un poco los escudos de sus instituciones.
Ahí me enteré que Gibrán, Guadalupe, Claudio y Angelina estudian en una escuela preparatoria ubicada en Sayula. Tardé un poco en entender lo que eso significaba porque recordé que tienen distintas edades.
Creo recordar que Gibrán tiene 21 años, Claudio y Guadalupe tienen 20 y Angelina tiene 18, sin embargo, todos aun estudian la preparatoria.
Lo normal sería que ya todos fueran estudiantes universitarios.
Recuerdo que mi tía mencionó alguna vez que, es costumbre en estos lugares, que los padres saquen a los hijos de estudiar antes de los 18 para que les ayuden en el campo, no parecen estar muy interesados en que sus hijos hagan una carrera profesional.
Muy pocos logran pasar a la preparatoria y universidad. Y no tanto por nivel académico, sino porque de vedad quieren estudiarlo, y algunos ya desde esa edad tienen que trabajar al mismo tiempo que estudian. Y eso es lo que hace que varias veces se atrasen semestres o años.
Es rarísimo encontrar a estudiantes de preparatoria y universidad en Yatareni, y justo aquí, tenía frente a mí a cuatro, que ya eran una multitud.
Martina, la más pequeña del club, acaba de ingresar a tercero de secundaria, según leí en su escudo, perteneciente a la única secundaria en Yatareni.
Y Mayra, como ya sabía, comenzó a estudiar la carrera de leyes, pero la abandonó en los primeros semestres.
─Perdón por no traer ropa deportiva chicos ─me disculpé─. Pero mi tía no tiene ese tipo de prendas.
─No te preocupes ─me dijo el líder del grupo─. Creo que aun así lo lograremos.
─Mayra lleva su vestido gótico y su capa ─comentó Guadalupe─. Y aun así participará.
Es verdad que mi ropa no es la adecuada para hacer deporte, pero lo de Mayra es otra cosa.
─Oigan ─dijo Martina─. ¿No son esos de allá?
La “loli” nos estaba señalando a cinco personas que venían caminando en dirección a nosotros.
De cierto modo, la escena se veía como en las películas donde los protagonistas se acercan caminando hacia la cámara. Solo les falto la explosión por detrás.
Los cinco venían vestidos también con ropa deportiva, pero era de ese tipo de ropa que usan los que van a gimnasios carísimos.
Y finalmente llegaron para quedar frente a nosotros.
Pero a medida que se acercaban, Mayra y yo nos llevábamos una sorpresa.
Solo Gibrán no reaccionó al verla, él había dicho varias veces que ya la conocía.
Justo recuerdo ahora, aquello que le dijo a Mayra cuando la conoció en aquel día del concurso de cosplay. Gibrán dijo que al inicio confundió a Mayra con otra persona, pero al darse cuenta de que no era ella, se sintió aliviado. Cómo no me di cuenta antes.
Guadalupe también ya la había conocido porque ese día estaba comiendo en la fonda cuando ella estaba trabajando de tehuana.
Y los demás que no la conocían, simplemente se llevaron la sorpresa de sus vidas al ver a una chica idéntica a Mayra Palacios.
Incluso los demás miembros de Nipponkenkyo no lo podían creer.
Es verdad que este pueblo es pequeño, pero aun así, era una coincidencia casi extraordinaria.
Vistiendo un uniforme deportivo sensiblemente diferente al resto de los demás miembros de su club, la líder de Nipponkenkyo, hablaba de una manera franca, retadora y soberbia.
─Me da gusto que no hayan huido y aceptaran el desafío ─dijo Mayra Páez mientras acomodaba sus muñecas en su cintura─. Pero prepárense, porque no pasarán de este día como club.
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