Yatareni - Volumen 1 - 25
Los que jamás habían visto a las dos Mayras juntas reaccionaban atónitos.
─No nos dijiste que tenías una hermana ─alcancé a oír que uno de los miembros de Nipponkenkyo le murmuró a su líder.
─No es mi hermana ─respondió─. Solo se parece a mí, es todo.
─Pero demasiado ─comentó una chica pelirroja de cola de caballo.
Y de nuestro lado, las reacciones tampoco se hicieron esperar.
─Se parecen demasiado ─exclamó Claudio.
─¿Cómo es posible? ─increpó Angelina.
Gibrán, Guadalupe y yo, que ya las habíamos visto juntas antes, no nos dejamos impresionar tan fácilmente. Pero yo sí estaba sorprendido por otra razón.
Siempre consideré a Mayra Páez como la persona más madura que he conocido en Yatareni, o, más bien, quizá la única.
Y lo seguí pensando aun después de enterarme que también tenía gusto por el anime.
Digamos que ella era algo así como la aficionada ideal. Aquella que sabe mantener el equilibrio entre sus hobbies y sus responsabilidades como adulta.
Pero saber que también lidera una tropa de otakus es un poco… decepcionante quizá.
Al final, la discusión sobre si eran hermanas pérdidas o clones o lo que se les ocurría subió de tono y decidí cortar de tajo la conversación.
─Solo se parecen y ya ─dije─. Yo tampoco lo puedo creer, pero no son parientes, así que vayamos olvidándonos de ese asunto. Hagamos lo que venimos a hacer.
─Tienes razón escritor ─me contestó Mayra Páez sonriendo.
─¿Escritor? ─oí murmurar a mis espaldas.
¿Por qué demonios tenía que mencionarlo?
─Tal y como se los comuniqué antes ─dijo la chica acercándose más junto con su grupo─. Realizaremos un bunkasai, una festividad deportiva como las hacen en las escuelas de Japón. Con esto decidiremos qué Sociedad permanece y qué Sociedad desparece.
─Se los dije ─comentó Gibrán pasando al frente hasta quedar frente a nosotros y frente a Mayra creando una escena como de poster de película que se exhibirá en cines próximamente─. Será pan comido.
─Claro, claro ─comentó la líder de Nipponkenkyo─. Para alguien que ve mucho anime, sería pan comido, por eso también implementaremos unos cambios, si no, esto no tendría chiste.
─¿Cambios? ─refunfuño el líder de SPEED─. Para empezar, ¿Quién te puso a cargo de las reglas del juego? Nosotros también deberíamos participar en su elaboración. Además, cualquier cambio que hagas, rompe el espíritu deportivo del bunkasai.
─Nosotros lanzamos el reto ─comentó un chico de lentes deportivos que estaba por detrás de Mayra─. Así que nosotros ponemos las reglas.
Gibrán no dijo nada, algo raro en él. Supongo que aceptó que tenían razón, si ellos lanzaron el desafío, era lógico que establecieran las reglas.
─Haremos eventos deportivos ─dijo la líder rival─. Pero lo haremos a la mexicana.
─¿A la mexicana?
─Jugaremos juegos tradicionales mexicanos ─sentenció al fin Mayra Páez recargando sus manos en su cintura de nuevo.
─Bueno ─interrumpió otro de los miembros de su Sociedad, un tipo alto y rubio adelantándose un poco─. Sería más bien juegos latinos, porque estos juegos se realizan en otros países, pero con otros nombres…
─Diego ─interrumpió a su vez Mayra.
─¿Si?
─Cállate.
─Ok ─dijo sonriendo apenado y volvió a donde estaba.
Y volviendo a nosotros, la chica siguió hablando:
─Trajimos todo lo necesario para hacer las competiciones.
Y acto seguido, una chica, rubia y de lentes, que se veía bastante tímida, abrió una mochila pequeña que llevaba con ella, sacó algunas cosas y se las entregó a su líder.
Pude ver unos gises, una cuerda para saltar y un frasco pero no podía ver lo que había dentro.
─Haremos tres competiciones ─explicó─. En cada competición, cada Sociedad elegirá a los miembros que participarán en esa competición, ningún jugador puede participar más de una vez. La Sociedad que pierda más competiciones, será disuelta. Así de simple.
─De acuerdo ─murmuró nuestro líder acomodándose los anteojos oscuros─. Eso no cambia nada, seguirá siendo fácil. Muchos de esos juegos los jugábamos cuando éramos niños ¿cierto tropa?
─Cierto ─contestaron todos.
─Será un buen ejercicio para recordar nuestra infancia.
Mayra, tomando una actitud de liderazgo bastante natural, decidió la primera competición.
Caminamos hasta la cancha de pavimento donde se jugaba futbol, la única que había de ese material, tomó un gis y dibujó una serie de cuadros, cada uno con un número diferente consecutivo del uno al diez.
Los cuadros tomaron la forma de un “avioncito” de manera que todos entendimos de qué se trataba.
─Ah, ya sé qué es esto ─dijo la otra Mayra, siendo la primera vez que habló desde que todo esto comenzó─. Yo jugaba con mis amigas esto cuando iba en la secundaria.
Era obvio, todo mundo sabía a qué jugaríamos nada más ver ese dibujo en el… espera ¿dijo amigas? ¿Tenía amigas?
─Este juego no necesita explicación ─comentó Mayra Páez─. Aunque de todos modos les haré un resumen de las reglas.
Este juego es conocido como Rayuela, aunque en mi escuela lo llamaban “avioncito”. Consiste en que se dibuja, un cuadro con el número uno dentro, arriba de este, se dibuja otro con el número dos y otro así hasta llegar al diez, aunque en algunas variaciones sólo llega al nueve, este último número rematado dentro de un círculo.
Todos los cuadros forman una especie de “avión”, de ahí su nombre.
El juego comienza cuando el jugador, cada uno con algún marcador, como una piedra, por ejemplo, la lanzan intentando que caiga dentro del cuadro número uno, pero sin tocar las líneas que los delimitan, entonces se comienza a saltar con un solo pie por los cuadros, uno por uno, tratando de no pisar el cuadro donde cayó nuestro objeto.
En los cuadros cuatro y cinco, y siete y ocho que son perpendiculares a la estructura del “avión” es posible poner ambos pies, uno en cada cuadro, pero en los demás, es forzoso usar un solo pie, tampoco es posible pisar las líneas.
Al llegar al cuadro diez, de un solo salto se da la media vuelta y es necesario hacer el recorrido de regreso exactamente con las mismas reglas.
Al llegar a la casilla uno, tenemos que agacharnos sin tocar el suelo y estando sobre un solo pie, recogemos nuestro marcador.
Entonces hay que repetir la misma operación ahora lanzando la piedra al número dos, hacer el recorrido de ida y vuelta con las mismas reglas y así sucesivamente hasta terminar con los diez cuadros.
Se pierde si se toca una línea, si se pierde el equilibrio o si el marcador sale de uno de los cuadros. Entonces la piedra se queda en el número al que se llega, como mudo testigo de hasta donde llegó el esfuerzo del jugador.
Aquí la cuestión es que, el segundo participante la tiene más difícil, porque, si por ejemplo, el primero perdiera y dejara su señal ahí, el segundo jugador no puede pisar tanto su propia marca como la del anterior jugador.
Para este evento cada Sociedad eligió a su representante.
Nuestro club eligió a Martina, quizá porque creímos que, siendo la más chica, podría ser la que mejor sabe de estas cosas.
Y los de la otra Sociedad eligieron a la chica pelirroja.
Mayra Páez les dio a Martina y a su compañera, una ficha roja y una azul respectivamente, usarían eso como marcador.
La pelirroja participó primero. Era una chica alta y esbelta, quizá era por efectos de la ropa deportiva que usaba pero se veía bastante atlética. Le calculé unos veinte años.
La chica tomó su ficha, la arrojó y aunque estuvo a punto de salirse del recuadro uno, permaneció adentro, aunque estaba a centímetros de tocar uno de los bordes.
Acto seguido, comenzó a saltar sobre el pie derecho, saltando el recuadro donde cayó su ficha, directamente al dos.
Estuvo jugando mientras la mirábamos un poco impacientes.
Y, finalmente, cometió un error, cuando su ficha ya estaba en la casilla seis, perdió el equilibrio y estuvo a punto de caerse, para evitarlo, inconscientemente puso el otro pie sobre la misma casilla, y accidentalmente sacó la ficha fuera del dibujo.
La pelirroja volvió con su club cabizbaja, sin embargo, le infundieron ánimos.
Ahora era el turno de Martina. Aunque no terminara el juego, bastaba con que superara la sexta casilla de la pelirroja para ganar.
─Mientras la “loli” no pase del sexto recuadro, tenemos posibilidades de ganar ─dijo uno de los miembros de Nipponkenkyo para consolar a su compañera, el tipo de lentes deportivos y cabello con corte militar.
Martina, que ya estaba tomando posición, escuchó lo que dijo el tipo, y dándose la vuelta, lo señaló con una de las características poses de su líder, mientras reclamaba llena de energía:
─Solo los miembros de mi Sociedad pueden llamarme “loli”.
Acabamos de presenciar cómo una niña de catorce años logró intimidar a siete chicos que superaban los veinte años de edad, o quizá más.
Tengo que admitir que un gesto como ese, aparentemente infantil, me llenó un poco de orgullo. Pero no sé por qué, y no me interesa saberlo por ahora.
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