Yatareni - Volumen 1 - 30
Más tarde, Mayra y yo salimos juntos a comprar la comida y todo lo necesario para la piyamada de esa noche.
Fuimos a “La Poblanita”, la tienda más surtida que hay en Yatareni, aunque es la única que conozco.
Si acaso, hay otras más pequeñas, pero son pequeños negocios familiares que por lo general, están ubicados en alguna habitación de la casa, y siempre es común que atiendan por medio de una ventanita.
Le pregunté a Mayra lo que pensaba comprar pero no me contestó. Pasó largo rato observando todo lo que vendían en la tienda. Estaba por alejarse cuando la detuve indicándole un consejo:
─De todos modos no gastes demasiado. No es como si fuéramos a pasar tres días ahí, solo compraremos lo necesario para una noche.
─No tengo problema con el dinero ─respondió indiferente mientras tomaba las primeras frituras del estante─. Tengo 2000 pesos.
─¿2000 pesos? ─pregunté sorprendido─ Pero no pensarás gastártelos todos ¿o sí?
─Por supuesto que no ─respondió─. Ese dinero pretendo usarlo para… algo importante, además, lo traje conmigo por seguridad.
─¿Qué quieres decir?
─Si lo dejo en mi casa, mi papá es capaz de tomarlo para comprar más bebida.
Al final, compramos varias bolsas de frituras tamaño familiar, dos refrescos de tres litros cada uno, una bolsa con bombones, papas fritas y demás botanas.
Tratamos de no comprar tanto para no desperdiciar la comida, considerando que seriamos siete los que comeríamos todo eso. Aclarando que fue a nosotros los que nos tocó la compra de la comida para todos.
Naturalmente, el día de la junta, los demás chicos me dieron la parte del dinero que les correspondía para que yo comprara todo.
La única que no me dio su dinero fue Mayra. Planeaba dármelo más tarde supongo, pero como me terminó acompañando, al final no fue necesario.
Por la tarde, mi tía ya nos había preparado un juego de dos cobijas y unas almohadas para cada uno, y, en el caso de Mayra, también le había preparado su piyama. La chica pidió tiempo y decidió cambiarse poniéndose la piyama debajo de su ropa (su vestido) para no tener que cambiarse en la iglesia.
A las ocho de la noche, después de misa de siete, nos reunimos todos en la iglesia.
Para entonces, ya estaba completamente oscuro, pero podíamos ver perfectamente debido a la luz de la luna que lo iluminaba todo.
Gibrán mencionó que parecía un paisaje típico de un anime isekai, o de fantasía y con una buena animación.
Pero, de hecho noches como estas son excepcionales. La mayoría, si no es que todas, siempre están nubladas, precisamente por la altitud a la que nos encontrábamos. Esto, aunado a las pocas casas que hay en el lugar, hace que en la noche verdaderamente no sea posible ver nada a más de cinco metros de distancia.
Todos veníamos además muy bien abrigados porque hacia bastante frío. Sin embargo, eso no detuvo nuestros planes.
Entramos todos a la iglesia y lo primero que hicimos fue acomodar las cosas para que pudiéramos hacer espacio y poder meter todo.
Como no dormiríamos inmediatamente, no quitamos las mesas, y ahí pusimos todo lo que trajimos para comer.
Acto seguido, el líder de SPEED hizo la apertura formal de la piyamada con estas palabras:
─Bienvenidos sean a la primera reunión nocturna de SPEED. Esta vez variaremos un poco nuestra acostumbrada rutina.
─¿Qué haremos entonces?
─Comeremos botanas, encenderemos juegos pirotécnicos, leeremos manga…
Y entonces tomó una lámpara que tenía cerca, la encendió iluminando su mentón y dijo:
─…Y más entrada la noche, contaremos historias de terror.
La más pequeña se estremeció.
─Dijeron que no harían eso ─replicó Martina. Evidentemente no le agradaban ese tipo de cosas.
─Quizá para entonces tú ya estés dormida ─comentó Angelina.
─Y entonces la piyamada será sólo para adultos ─continuó Claudio.
─No pude evitar pensar otra cosa al oír eso ─intervino Guadalupe.
─Yo sé lo que estás pensando ─le respondí─. Chica de mente sucia
─Jamás haríamos algo así ─replicó Claudio─. Y menos con una “loli” presente, pero si ella no estuviera aquí, pues…
─Nosotros somos SPEED ─interrumpió el líder mientras se acomodaba los lentes oscuros─. No nos dejamos llevar por los encantos de las imperfectas 2D, jamás se compararán a las DDDD.
─¿DDDD? ─pregunté─. ¿Qué significa eso?
─Diosas De Dos Dimensiones ─respondió.
A veces me sorprende lo creativos que llegan a ser.
─Pero también me sorprende que sus padres la hayan dejado venir a la piyamada ─dije refiriéndome a Martina─. Me imagino que los conocen bien.
─¿Sus padres? ─dijo Gibrán─. Querrás decir sus abuelos.
─¿Abuelos?
─Martina no vive con sus padres ─comentó Guadalupe─. Vive con sus abuelos.
A mi menté llegó la imagen de aquel anciano al que le compramos el pulque en mi primera noche en este pueblo. ¿Ese señor la crió desde pequeña?
─¿Y sus padres?
Como nadie me contestaba y hasta parecían evadir el tema, asumí que acababa de tocar un tema delicado.
─Mi madre me abandonó cuando era una bebé ─contestó la niña─. Me dejó con mis abuelos, así que me crié con ellos, y pues no tengo idea de quien sea mi padre.
─¿Tampoco conoces a tu madre?
─Recuerdo haberla visto alguna vez hace muchos años cuando visitó la casa de mis abuelos ─contestó─. Solo recuerdo que discutió con mi abuela y se fue. Pero era muy pequeña para recordarlo bien.
Guardé silencio unos segundos y, lo primero que hice fue disculparme por hablar tan a la ligera.
─No te preocupes─ me dijo Martina─. No es tu culpa, no lo sabías.
Pues no me sorprende mucho el asunto, porque resulta que mi madre tiene una historia parecida.
─En fin ─comentó el líder de SPEED al tiempo que tomaba una bolsa negra del suelo─. No creo que aun quieran comer, así que lo primero que haremos, será encender estos juegos pirotécnicos.
Y así lo hicimos. Los chicos habían conseguido una bolsa llena de cohetes de diversa variedad. Había bolas de humo, cometas o mejor conocidos como “ratoncitos”, cerillos, buscapiés, palomas, hasta cohetes más grandes y poderosos como los llamados R-15 o cañones.
También trajeron un juego de bengalas de los que se usan en las posadas navideñas.
Todos sacaron los juegos, y los encendieron. De un momento a otro, el lugar se iluminó por el fuego que producían los cohetes, las chispas de las luces de bengala que revoloteaban en las manos de la más pequeña, el ensordecedor ruido momentáneo de la explosión de un cañón y la estela de humo que dejaban todos esos juegos al extinguirse.
Aunque trajeron poco más de un kilo de puros cohetes, nos lo acabamos todo en menos de quince minutos.
Entramos de nuevo a la iglesia, ya que el frío comenzó a aumentar.
A continuación tocaba la hora de comer.
Lo que hicimos fue abrir todas las bolsas de frituras y botanas que habíamos comprado, vaciar su contenido en un tazón gigantesco que trajeron y mientras leíamos manga, comer las botanas y el refresco. Aunque creo que no fue correcto hacer eso porque podríamos haber manchado las páginas del manga o haber derramado refresco. Pero fuimos cuidadosos.
Aun después de haber terminado de comer lo que traíamos, aunque sobró un poco, seguimos leyendo manga hasta aproximadamente las diez de la noche.
Limpiamos la mesa y guardamos todo el manga, entonces la piyamada, en palabras de Gibrán, se puso más interesante.
Apagaron las luces y aunque quedamos a oscuras, aún era posible ver un poco por la luz de la luna que se filtraba de las ventanas. Ya todos sabíamos qué era lo que seguía.
Y creo que la que mejor lo sabía era Martina, quien decidió al final quedarse callada, por mucho que protestara contra aquella dinámica la iban a hacer de todos modos.
Así que se acercó más a Angelina, quien estaba a su lado y ella la abrazó por la espalda, como para darle tranquilidad.
Gibrán volvió a hacer aquello de hablar mientras iluminaba desde la parte inferior su rostro.
─Es hora de las historias de terror.
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