Yatareni -Volumen 2 - 04
Y no me equivoqué. Demasiada gente, quizá todo el pueblo estaba ya reunido en torno al kiosco del centro. Al parecer llevaban tiempo que sabían todo esto, pero solo hasta que vieron que ya se estaba destruyendo el ecosistema decidieron protestar.
Pero eso no significaba que estuvieran en contra desde antes. Había visto desde hace algunas semanas que la población de todo el municipio estaba en contra de la construcción de esta mina, porque sí, estaban abriendo una mina. Tengo la teoría de que, de algún modo habían logrado frenar su establecimiento y por eso parecían más tranquilos. Así que esto realmente los agarró a todos por sorpresa. Muchos de ellos llevaban ya hechas pancartas y carteles exigiendo que se detuvieran los trabajos de la mina y que se fueran del lugar.
Vi entre toda esa población a varios conocidos, la madre de Gibrán y su hijo, algunas de las tehuanas que trabajaban en su restaurante, a Mayra Palacios y su papá, aunque estaban algo distanciados por cierto y también vi a Martina y sus abuelos, y también a mis tíos.
Y también pude ver a Angelina y a su hermana Evangelina, y a Claudio y Guadalupe junto con sus padres.
Esto significaba que había gente no solo de Yatareni sino de otros pueblos cercanos.
Reclamaban contra un grupo de personas que estaban en el kiosco del centro del pueblo que estaban dirigiéndose a la gente. Casi todos los presentes eran de piel blanca. Cuando se presentaron, supimos que eran de origen canadiense.
Eran el director, y también dueño, de las obras de la mina, algunos ingenieros, todos vistiendo casco y chalecos. Con ellos estaba también el alcalde del pueblo, siendo esa la primera vez que lo veía.
El director de la obra era un tipo alto y pelirrojo, de barba y bigote, teniendo más pinta de ser leñador aunque le faltaba músculo. Y el alcalde, aunque supongo que no quería que se notara, era evidente que estaba bastante nervioso, como si no tuviera control de la situación, bueno, realmente no la tenía. Su aspecto físico era acorde con su personalidad al parecer.
─Lo siento, no puedo hacer nada ─respondió tímidamente el alcalde por medio de un micrófono─. Yo tampoco tenía conocimiento de esto, pero ellos obtuvieron las concesiones para explotar toda esa área y construir la mina, y si es el caso, no podemos hacer nada.
─¿Qué quieres decir con que no podemos hacer nada? ─reclamó gritando una mujer en el centro de la turba─. ¿Quién les dio permiso?
Entonces el director de la obra, viendo que el alcalde ya no podía más, decidió tomar la palabra.
Aunque hablaba español aún se le oía el acento inglés, sonaba bastante seguro de sí mismo aun cuando hablaba en un español bastante básico.
─Me gustaría… aclarar dudas acerca de mina que… estamos construyendo ─explicó─. Presidente municipal de… ¿Sayula? Darme permisos para construir mina.
─¿Fue el presidente municipal de Sayula? ─murmuró el alcalde─. ¿Por qué no me dijeron nada?
─Al no haber… documentos de ejidatarios que probar que tierras ser suyas ─exclamó─. Habernos dado la concesión.
─Eso es imposible ─la gente estalló en una marea de furia─. Todos esos documentos deberían estar en el archivo municipal de Sayula.
─Es verdad ─replicó el alcalde─. Hace algunos meses que los documentos desaparecieron. Nadie sabe dónde están, y sin esos documentos…
─Alcalde de Sayula… decir… al no existir documentos, tierras no ser de nadie.
─No me jodas güerito ─gritaron unos hombres aparentemente pasados de copas.
Y los ánimos de la gente comenzaron a subir.
Yo estaba escuchando todo eso. Para ese momento, todos los miembros de SPEED se habían reunido en una parte de la plaza así que decidí integrarme para comentarles lo que había pensado. Mayra Páez ya estaba también con ellos y al parecer llegó a la misma conclusión que yo.
─Esos documentos desaparecidos de los que hablan ─dijo─. ¿Podrían ser los que nosotros encontramos en la hacienda abandonada?
─Yo también pensé lo mismo ─comenté─. Mi tía dijo que le pertenecían a algunos vecinos de Yatareni y de otros pueblos, tienen que ser esos.
─Pues a mí se me hace todo muy raro ─razonó Gibrán─. Se supone que la minera no tenía permiso de establecerse, y solo hasta que esos documentos desaparecieron, resulta que ya podían hacerlo.
─Alguien entró y logró conseguir esos documentos ─continuó Guadalupe─. Y los escondió en la hacienda abandonada.
─Eso es obvio ─replico a su vez Angelina─. ¿Creen que hayan sido los mismos trabajadores de la mina?
─O incluso el presidente municipal de Sayula ─contesté─. Por lo que están diciendo, parece que incluso el presidente esta coludido con ellos.
─¿Entonces deberíamos decirles a todos que nosotros tenemos los documentos? ─sugirió Guadalupe─. De esa manera detendríamos la mina.
─No es tan fácil ─comentó Mayra Páez─. Lo más seguro es que sí hayan sido los mismos mineros los que escondieron los documentos. Si revelamos que nosotros los tenemos, sabrán que nosotros los recuperamos. Podemos salvar el pueblo, pero podrían tomar represalias con nosotros, lo mejor es dejar esto en manos de las autoridades.
─Además ─continúe siguiendo la línea de Mayra─. El hecho de entregar los documentos no garantiza que la minera se detenga, porque tienen el permiso del presidente municipal de Sayula, recuerden que es un posible cómplice.
─¿Qué hacemos entonces? ─preguntó Mayra Palacios.
─No hay que decirles nada ─contestó Mayra Páez─. De todos modos, es posible que los ánimos se calmen esta semana.
─¿Por qué lo dices?
─Recuerden que la fiesta patronal de Yatareni es la siguiente semana. La gente estará más ocupada preparándose para la fiesta del pueblo. Así que no harán nada por ahora.
─¿La fiesta patronal? ─pregunté un poco sorprendido─. ¿Ya es la semana que viene?
─Así es ─respondieron─. ¿No lo sabias?
─No sabía que era por estas fechas ─respondí─. Siento que es muy poco tiempo desde que se anuncia la fiesta hasta que se realiza.
Mi madre mencionó alguna vez la fiesta patronal de Yatareni aunque ya tiene bastante tiempo de eso, y naturalmente no recordaba ni la fecha ni lo que hacían en ella. Aunque sí recuerdo que lo decía con mucha nostalgia porque me hablaba más de lo que hacían cuando ella era niña. Y de algún modo a mí también me dio curiosidad.
─El punto es que durante esa semana pensaremos bien qué hacer ─dijo la líder de SPEED.
─¿Se lo daremos al alcalde?
─No me inspira mucha confianza el alcalde ─contestó Mayra Páez─. Por eso quiero buscar alternativas.
Y dirigiéndose a mí me dijo:
─Eliseo, me gustaría que le pidieras los documentos a tu tía, nosotros los esconderemos, si se enteran que los documentos los tiene ella, podría estar en peligro.
─Es cierto ─dije─. Iré de inmediato.
Para ese momento la muchedumbre ya se había dispersado. El director de la mina les había asegurado que su minera no dañaría el ecosistema aunque ya habían talado muchos árboles, pero la gente no le creyó, y como las cosas estaban por salirse de control, llamaron algunas patrullas y dispersaron a la gente.
Mi tía y mi tío ya se habían ido a su casa y yo, junto con la tropa, fui a alcanzarlos.
Les dije a los demás que me esperaran afuera en lo que yo entraba por los documentos.
Le pedí a mi tía que me entregara los papeles, pero traté de no revelar nuestro plan. Solo me limité a decirle que nosotros nos encargaríamos del asunto pero tampoco le aseguré que tendríamos éxito. También le mencioné que no le dijera a nadie que ella tuvo los documentos y que ahora éramos nosotros los que lo teníamos. Ella solo me deseó suerte aun sin saber qué planeábamos hacer.
De verdad que esa mujer es un amor, creo que a como estaban dándose las cosas, lo que más necesitaba era el apoyo sincero de alguien.
─¿Y ahora qué? ─pregunté a la líder de SPEED una vez afuera.
─Por ahora hay que dejarlos en la base de SPEED ─respondió la chica─. Somos los únicos que conocen ese lugar, será un buen escondite.
Y eso hicimos. Nos dirigimos a la base y ella dejó los documentos detrás de varios volúmenes de manga en uno de los libreros de la biblioteca.
─Dejaremos que pase la fiesta patronal ─comentó la chica─. Y entonces decidiremos qué hacer.
Entonces dejamos la base y volvimos a nuestros hogares. Mayra nos ordenó que no le dijéramos a nadie que teníamos los documentos.
No sé si fui el único que volvió con un sentimiento de incertidumbre, o más bien, yo tenía sentimientos encontrados.
Por un lado, la satisfacción de que podíamos realmente hacer algo por detener la mina que, aunque el dueño diga otra cosa, realmente estaba dañando el ecosistema. Pero también sentía un poco de temor porque nos estábamos metiendo en algo grande. Nosotros, un grupo de otakus, que solo buscaban divertirse con nuestra afición en común, ahora íbamos a salvar todo un ecosistema.
Bueno, eso espero, mientras nadie nos descubra.
Y decían que la vida real no es como la pintan en el anime.
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