Yatareni -Volumen 2 - 05
Para Jim, de 17 años de edad, toda aquella gente que se manifestaba contra su padre y sus hombres le causaba, más que nada, curiosidad. No le llamaba tanto la atención su vestimenta tradicional, aunque sí le resultaba un poco extraña, ni tampoco el idioma en el que se comunicaban ya que él también tenía conocimiento básico del español.
Era más bien, su inconformidad.
Él había nacido y se había criado en Canadá, en la provincia de Saskatchewan. Proveniente de una gran familia de empresarios y hombres de negocios, desde el inicio de su vida estuvo acostumbrado a una vida de gran poder adquisitivo como consecuencia de todo aquello. Pero también de mucho movimiento, porque la familia viajaba mucho.
Por las empresas que establecían sus familiares, principalmente en Latinoamérica, llegó a conocer todas las naciones que conforman la región, y eventualmente, terminó familiarizándose con todas sus costumbres y su idioma, pero nunca se interesó más allá de eso. Y por esa misma razón tampoco perdía el tiempo haciendo amigos que sólo vería por pocos meses para después nunca más volver a verlos.
Su padre, un rico empresario en el área de la minería llamado Howard Stevens, había fundado varias compañías mineras a lo largo y ancho de todo centro y Sudamérica. Muchas veces estas mineras se asentaban en zonas rurales y, siempre sucedía que aquellos lugares se urbanizaban de una manera impresionante, pero a costa de que los habitantes perdieran muchas de sus costumbres y su modo de vida.
Pero a Jim no parecía importarle esto, o no parecía percatarse de ello. Él solo sonreía con satisfacción porque pensaba que su padre era una especie de salvador, enviado para civilizar a toda esa gente que vivía aun en la miseria. Y, también era frecuente que algunas veces, los pobladores se opusieran a la construcción de las minas, pero no siempre eran los pobladores los que salían ganando. En México no fue la excepción.
Jim seguía sin entender por qué la gente se reusaba al cambio de estilo de vida que su padre les ofrecía con la construcción de la minera, ¿Por qué se negaban a aceptar el progreso?
No hacía mucho tiempo que llegó en compañía de su padre y su hermana dos años menor que él, y, hasta ese día jamás había salido de su base, su pequeño “pedazo de Canadá” como él solía llamarle. Aquella base era el campamento donde vivían de manera temporal los trabajadores y todo el personal involucrado en la construcción de la mina. Era una especie de ciudad en miniatura y desmontable, conformada principalmente por autobuses caravana.
Su padre no hacía mucho tiempo que había sido consciente de la falta de amigos de sus hijos. Aunque a su hija menor, llamada Rebeca no parecía llamarla la atención en lo más mínimo los nativos, Jim era mucho más curioso.
Así que, a diferencia de otras ocasiones en las que no dejaba que salieran de la base, esta vez permitió que los dos chicos salieran y conocieran el lugar donde vivirían temporalmente, más que nada, con la intención de que hicieran amigos, recomendándoles por supuesto no alejarse tanto para que no se perdieran.
Al parecer, su padre no era consciente del dilema de su hijo. Jim no quiso discutir con su padre acerca de la fugacidad de las amistades que pudiera llegar a hacer y solo se limitó a hacerle caso porque no quería estar cerca de su hermana, la cual definitivamente hizo caso omiso de la sugerencia de su padre y nunca abandonó la base.
Por esa razón Jim acompañaba a su padre al mitin que se celebraba en la plaza central de Yatareni. Sin embargo, no estaba del todo cerca, precisamente por si la situación se salía de control. Jim estaba viéndolo todo desde una banca del parque en la que se paró para poder tener una mejor visión. Mientras se preguntaba todas esas cosas acerca de la resistencia al cambio que presentaban los habitantes de aquel pueblo.
Y entonces la vio, de entre toda la multitud, alcanzó a ver una capa roja ondeando al viento. Por su mente cruzó el célebre superhéroe del traje rojo y azul y se preguntaría porqué habría alguien disfrazado en un lugar así.
La curiosidad lo hizo seguirla y terminó dando con una chica con un vestido negro, portadora de aquella capa, quien se reunía con un grupo de chicos. No era el superhéroe que él se imaginó, pero igual llamaba su atención.
Recordó las razones por las cuales su padre permitió que saliera de la base y se preguntó si aquellos chicos lo aceptarían como amigo, siendo que todos estaban en contra de los mineros y naturalmente, lo terminarían vinculando con ellos.
Se acercó un poco para escuchar su conversación. Quizá hablarían del extraño atuendo de esa chica. Conforme iba escuchando su conversación, si bien, no escuchó todo, se enteró de que hablaban de unos documentos que de algún modo, podrían afectar el avance de la mina.
Entonces, al escuchar las palabras que mencionaba su padre, acerca de unos documentos perdidos, entendió todo, y se estremeció. ¿Qué pasaría si ellos lo revelaran? Se detendría el progreso que su padre traería a aquel lugar.
De inmediato se le ocurrió la idea de hacerse con aquellos papeles. Lo hacía no tanto por ayudar a su padre, aunque sí era su intención. Más que nada, lo que quería, era llamar su atención de manera poderosa.
Por su timidez, Jim no era tomado en cuenta por su padre, porque él creía que, debido a su condición, el chico no destacaría en algún ramo de la industria, o mejor dicho, no tendría esa “chispa” emprendedora que presentaban los demás miembros de la familia.
Pero sobre todo, porque esa “chispa” iluminó de manera potente a Rebeca.
A pesar de ser dos años menor, la niña ya mostraba cualidades dignas de un verdadero líder empresarial, a tal grado, que muchas de las operaciones e implementaciones que se estaban dando en la minera habían sido sugeridas por ella a su propio padre. Pero ese talento nato se contrastaba con una personalidad egocéntrica y un poco manipuladora.
Sabiéndose tan talentosa y admirada por su propio padre y sus amigos empresarios, no perdía la oportunidad de vanagloriarse de todo aquello. Y si alguien se atrevía a contradecirla en lo más mínimo, aun si ella estuviera equivocada, era capaz de tener verdaderos ataques de ira.
Lo ideal al tratar con ella, pensaba su hermano, es mejor no tratar con ella.
Por eso intentaba en la medida en lo posible no interactuar con ella.
Pero eso no evitaba la envidia que él sentía de su propia hermana, tan elogiada por su padre. Sin embargo, esta sería su oportunidad de poder hacer algo para que su padre pusiera sus ojos en él. Esta vez, él salvaría la minera.
Cuando la muchedumbre se dispersó, siguió de lejos al grupo de la chica de la capa roja para intentar descubrir el paradero de aquellos documentos. Los vio dirigirse a una casa del pueblo. Uno de ellos entró y unos minutos después, salió con una bolsa que contenía un folder. Esos debían ser los documentos.
Se movieron de nuevo y Jim los volvió a seguir.
Se internaron en el bosque y subieron por un cerro hasta llegar a lo que él identificó como una iglesia abandonada en proceso de restauración. Vio que entraron y salieron minutos después sin los documentos. Ahí los habían escondido.
─Perfecto ─se dijo el canadiense─. Solo esperaré a que se vayan, entraré y recuperaré los documentos.
Esperó unos minutos después de la partida de los chicos y se acercó a la iglesia.
Primero la contempló. Aunque era un edificio que estaba originalmente destinado al culto religioso, adivinó que actualmente ya no cumplía esa función. La examinó por todas partes esperando encontrar alguna manera de entrar pero no pudo hallarla. Las ventanas eran demasiado chicas para que pudiera pasar y la única entrada, la puerta principal, estaba cerrada con un candado.
Se asomó por una de las ventanas y vio mesas, sillones y lo que parecía ser un estante con libros.
─¿Será esto una biblioteca? ─se preguntó.
Como se dio cuenta de que el espacio era muy pequeño para una biblioteca asumió que se trataba entonces de un club de lectura.
─Un club ─se dijo de nuevo y recordó el propósito por el cual su padre lo llevó con él.
─Creo que la única manera de entrar sería… ─murmuró y terminó su oración en su mente.
Decidió que vendría al día siguiente para ver si estarían reunidos ahí y ejecutar su plan.
Así que decidió volver a su base.
No había llegado a su campamento aun, cuando una voz femenina lo llamó por su nombre.
─¿Dónde andabas? ─le preguntó su hermana con una actitud más como de madre, y muy molesta─. Papá te ha estado buscando.
─Papá me dijo que podía pasear por ahí para conocer el lugar ─respondió Jim sin muchos ánimos de querer hablar con ella.
─Él no te dijo que te alejaras tanto ─replicó la chica─. Además, pierdes tu tiempo intentando socializar aquí, no me agrada este lugar, deporsí no quería venir.
─Entonces te hubieras quedado en Canadá con mamá ─murmuró.
─¿Qué dijiste?
Por experiencia personal, Jim sabía que lo mejor que podía hacer al hablar con su hermana era evitar toda clase de discusión. Sobre todo por el carácter explosivo de Rebeca.
─Olvídalo ─dijo el chico.
Afortunadamente su hermana perdió el interés y se alejó cuando él aún estaba hablando.
Pero, por primera vez sonreía, porque por primera vez podía competir contra ella, y por primera vez podía ganarle.
Y mantuvo su plan en secreto. Ella sería la persona que menos quisiera que se enterara de eso.
─Esta vez seré el favorito de papá ─se dijo lleno de orgullo.
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