Yatareni -Volumen 2 - 23
Anduvimos paseando por las calles del pueblo.
Para ese momento, los habitantes de Yatareni, quitaban todos los adornos, limpiaban las calles…
El bullicio de la fiesta patronal había quedado atrás y la gente volvía a sus actividades cotidianas. Los carteles del programa de la fiesta patronal y de los invitados musicales eran sustituidos poco a poco por carteles que iban en contra de la minera canadiense.
Mayra caminaba y andaba como siempre, es decir, sin hablar mucho.
Al inicio noté que se apenaba cuando alguien la miraba, quizá extrañados de que ya no usara aquel vestido elegante de siempre. Qué curioso que no hubiera reaccionado así cuando lo tenía puesto antes.
Pero parece que se acostumbró rápidamente porque, en ciertos momentos, esbozaba una leve sonrisa, como si se sintiera orgullosa de haber dado un paso adelante. Y yo diría que sí tenía motivos para hacerlo.
Al poco tiempo, volvió a ser la de siempre, ignorando a toda la gente que siempre la veía de una manera extraña.
Después de dar vueltas por todo el pueblo decidimos complacer a mi hermanita y dirigirnos a las canchas.
Luego de que en aquel lugar se hubiera celebrado la final del futbol el día anterior, ahora todo tenía un aparente estado de abandono, que era como siempre había sido.
─¿Jugamos de nuevo otra vez como la otra vez? ─preguntó mi hermana.
─Solo somos ahora dos ─respondí─. La tendríamos más difícil. Si en esa ocasión nueve personas no pudimos ganarte, ahora que somos dos personas, será imposible.
─Qué fácil te rindes hermanito ─respondió mi hermana y continúo mientras señalaba a Mayra─: Entonces sólo ella ¿Podrás jugar mejor con ese vestido?
─El hecho de que haya cambiado de vestimenta no la hace mejor jugadora de futbol.
─Yo de todos modos no sé jugar futbol ─respondió la chica.
Pero, aun así lo intentó, y efectivamente, no pudo ni siquiera tocar el balón. Yo lo hubiera intentado, pero tampoco lo hubiera logrado. Solo me cansaría en vano. De modo que mientras mi hermana practicaba un poco sus tiros, Mayra y yo nos sentamos a observarla.
A veces veía cómo Mayra la observaba, y cuando se daba cuenta de que la estaba mirando, volteaba hacia otro lado rápidamente. Curiosamente, ahora era yo el que no sabía de qué hablar.
─Me encanta este vestido ─dijo Mayra de la nada, mientras otra vez se contemplaba a sí misma.
¿Enserio? yo estaba buscando un tema de conversación, y ella solo dijo lo primero que se le vino a la mente, y que además, ya había dicho antes. ¿Acaso ya estaba mejorando a tal grado que me estaba superando?
─Creo que ya sé que haré con el dinero del premio ─dijo.
─¿Qué harás?
─Me compraré vestidos ─contestó─. Todos los vestidos que quiera, y mucha ropa.
Eso me provocó un deja vu, qué raro.
─Pero aquí en Yatareni no venden mucha ropa ─murmuró─. Quizá tenga que ir a Sayula.
Ahora me daba la impresión de que estaba hablando sola.
Al menos hasta que se dirigió a mí:
─Oye, no sé qué día vaya a comprar la ropa, pero cuando vaya… ─dijo mientras evitaba mirarme de frente─. ¿puedes acompañarme?
─Cla-claro ─contesté─. Te acompaño.
─Puedo comprarte algo si gustas.
─No es necesario ─respondí─. Es tu dinero, tú te lo ganaste.
─Aunque… ─soltó─. Ahora que recuerdo, había otra cosa más importante que debería de hacer con ese dinero.
─¿De qué se trata?
Un tono de llamada que entró a mi celular la interrumpió. Era Mayra Páez. Así que le contesté.
Me percaté de que algo andaba mal desde el momento en el que oí su voz.
Normalmente ella al llamarme, siempre lo hace en un tono bromista. Pero esta vez se oía muy seria, y creo que angustiada. Tuve un mal presentimiento.
─Hola, ¿Qué sucede?… ¿Qué cosa?… ok, iremos para allá de inmediato.
Y colgué.
─¿Qué sucede? ─me preguntó Mayra.
─Te explicaré en el camino ─dije al tiempo que me levante y llamé a mi hermana.
****
Una chica pelirroja acababa de bajarse de un autobús que había llegado al centro de Yatareni. Cargando una pequeña maleta, la chica contemplaba cómo la gente volvía a la normalidad después de varios días de fiesta.
─Quizá debí haber venido días antes ¿de qué tanto me perdí?
La chica siguió caminando como si ya supiera a dónde tenía que ir. Llegó entonces a una hacienda pequeña situada a las orillas del pueblo, una casa en verdad grande. La base de la antigua Sociedad a la que pertenecía. Alice titubeó bastante. Se preguntaba si sería buena idea volver después de todo lo sucedido. O se preguntaba cómo la recibirán sus antiguos colegas.
Al final, se acobardó y regresó por donde vino.
Se sentó un rato en las bancas del parque del pueblo viendo pasar a la gente. También se entretuvo leyendo los letreros que hablaban acerca de la minera canadiense.
Hasta que vio a un chico cerca de uno de los letreros. Parecía estar realmente interesado en saber lo que decían porque hacia un esfuerzo mayor de lo normal para leerlos.
Por el color de su piel, Alice adivino rápidamente que no se trataba de un nativo de Yatareni, quizá ni del país. Se preguntó entonces si él era uno de los extranjeros que habían venido con la mina. Ahora no sabía qué decir al respecto.
La chica se levantó y se situó detrás de él. Si de verdad era uno de los que venían con los mineros, le entró curiosidad por saber qué pensaría de todo aquello, de la oposición de la gente hacia la mina.
Hasta que lo escuchó murmurar algo en español, naturalmente con acento inglés:
─Ser lástima que mina destruya pueblo bonito ─y soltó un suspiro.
De todas las frases que Alice pensaba escucharle decir, él dijo lo que menos se esperaba.
─Perdón por interrumpirte ─preguntó Alice─. Pero ¿tú no vienes con los mineros también?
─Si ─respondió el chico─. Pero gustarme pueblo, gustarme gente y gustarme manga y anime.
─¿Anime? ─Alice reaccionó extrañada─. ¿Te gusta el anime?
─Amigos me enseñaron anime ─dijo.
─¿Tus… amigos?
─SPEED.
─¿SPEED? ─preguntó la pelirroja─. ¿Entonces conoces a Gibrán, Eliseo…? ¿Quién más?
─Claro ─contestó el chico─. Y también a su líder Mayra.
─¿Cuál Mayra?
─Páez ─contestó─. Ellos reunirse siempre en iglesia sobre un cerro.
─¿Ahora Mayra está con ellos? ─murmuró la chica─. ¿Y era yo la traidora?
Y se dirigió al chico:
─¿Puedes llevarme con ella?
─No reunirse hoy ─contestó Jim─. Solo reunirse sábados, no saber dónde están ahora.
─Aun así ¿puedes llevarme a ese lugar? ─pidió la pelirroja─. A decir verdad jamás supe dónde se reunían ellos.
Jim entonces guió a la chica a la iglesia, la base de SPEED. Jim aceptó guiarla únicamente porque, aunque sabía que era poco probable, esperaba ver ahí reunidos a sus amigos. Y ya que, aquella chica parecía conocerlos, ella también podría darle alguna pista de dónde estarían. O al menos eso creía.
Pero lo que vieron al llegar no se lo esperaba ninguno de los dos.
La puerta de la entrada había sido violada. Alguien había cortado el candado con unas pinzas de presión y permanecía semiabierta. Y al asomarse encontraron un completo desastre.
Los muebles, mesas y sillas estaban derribados y desperdigados por todo el lugar.
Los anaqueles donde estaban los mangas y demás libros también habían sido tirados al suelo y muchos de los libros estaban regados ahí mismo, algunos incluso hechos pedazos.
No hubo rastro alguno de los aparatos electrónicos. Todos habían desaparecido.
El aparente lujo con el que Mayra Páez había recreado la base de SPEED se había perdido.
De cierto modo, la iglesia volvía a ser un sitio lleno de basura y cosas viejas y rotas.
─¿Qué pasó aquí? ─se preguntaron ambos chicos.
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