Yatareni -Volumen 2 - 25
Esa misma noche, aproximadamente a la una de la mañana, Mayra Páez y yo nos acercamos sigilosamente a la entrada de la minera. Vestíamos ropas predominantemente negras para que no nos descubrieran.
Todo el lugar donde la minera se desplantaba estaba cercado por una valla de acero de unos dos metros de altura, que permitía ver todo lo que pasaba dentro.
A cada cierta distancia en el perímetro, estaban colocadas cuatro casetas de vigilancia, por donde se entraba y se salía. Una de estas casetas estaba colindante a un cerro pequeño, de manera que estaba rodeada de mucha vegetación. Decidimos intentar ingresar por aquí precisamente por ese detalle.
Fue ahí donde, como lo habíamos acordado antes, nos encontraríamos con Jim.
El canadiense había fingido irse a dormir más temprano de lo usual y a una hora a la que todos, excepto los vigilantes, estaban dormidos. El chico se levantó y se dirigió a nosotros, también con mucho cuidado.
No sé exactamente qué fue lo que hizo, pero provocó una distracción para que el guardia de aquella caseta fuera a revisar y entretanto, tomó la llave de la entrada de la caseta y nos dejó pasar, cerrándola de inmediato, para posteriormente, dejar de nuevo la llave donde la había tomado.
─Gracias Jim ─agradeció la chica─. Y ahora a moverse.
Para cuando el guardia regresó parecía como si nada hubiera pasado.
Dentro, había un gran estacionamiento que estaba dividido esencialmente en dos partes. En una primera mitad del estacionamiento abundaban todos los automóviles particulares y en la otra mitad, las caravanas o casas rodantes de la mayoría de los mineros, sobretodo de los jefes.
Nos movimos entre el estacionamiento, agachándonos para evitar ser vistos, ya que ocasionalmente los guardias daban rondines por todo el lugar.
Finalmente llegamos hasta la parte de las caravanas. Jim entonces nos condujo a la caravana de la oficina de su padre, situada en el centro de todas.
─¿Y bien? ─murmuró Mayra─. ¿Cómo vamos a entrar?
─Costarme mucho trabajo ─dijo el canadiense al tiempo que se sacaba una llave del bolsillo─. Pero yo poder conseguir la llave de la caravana.
─Perfecto ─dije.
Nos acercamos a la puerta de la caravana, y Jim, con mucho cuidado y lentamente, metió la llave para poder abrir la puerta del vehículo. Teníamos que tener mucho cuidado de no hacer sonar la llave o que la puerta no soltara un chirrido, de modo que Jim hizo la operación extremadamente lenta.
Reconozco que en ese momento, estaba muy tenso, y me imagino que ellos dos también. Y no sé cómo explicarlo, pero también estaba un poco emocionado.
Cuando finalmente el canadiense abrió la puerta esta soltó un chirrido. Fue inevitable. Aunque no fue muy fuerte, nos estremeció porque creímos que nos habrían descubierto. Pero afortunadamente no fue así. Entramos rápidamente y dejamos la puerta entreabierta cuidando de que no volviera a sonar.
Naturalmente no podíamos prender la luz del interior porque seriamos detectados. Por eso preparamos unas lámparas pequeñas que fácilmente podrían cubrirse con la palma de la mano para poder buscarlos.
Dentro de la caravana que era más bien, una especie de oficina móvil, únicamente había escritorios, computadoras, y muchos estantes. Todo estaba repleto de papeles, documentos, folders y demás, y en un completo desorden.
─¿Qué tu papá no puede ordenar sus cosas? ─preguntó Mayra.
─Él decir que aunque todos piensen que está desordenado ─contestó Jim─. Para él todo estar en orden, ya que si alguien mueve algo él ya no encontrarlo después.
─Creo que lo entiendo ─murmuré─. Yo tenía mis anotaciones cuando hacia los planos del arqui, todos decían que era un desorden pero yo era el único que los entendía.
─¿Chicos, pueden concentrarse? ─nos interrumpió Mayra─. Tenemos que buscar esos papeles, y por lo que veo esto nos tomará bastante tiempo.
Ocasionalmente otros guardias daban sus rondines cerca de la caravana, pasando sus lámparas por las ventanas pero nunca nos veían porque siempre nos agachábamos.
Pero de todos modos, aunque éramos tres y aunque nos habíamos dividido los lugares de búsqueda, no avanzábamos.
Luego de casi media hora de buscar y rebuscar (tratando de dejar todo como estaba antes) por fin los encontramos.
Los documentos de los ejidatarios de Yatareni y los otros pueblos. Y también otros documentos que estaban a su lado, que identificamos como recibos de pago y cheques. Además de algunos permisos ambientales que identificamos como apócrifos.
─Estos tienen que ser de los sobornos ─comentó Mayra sonriendo─. Ya solo tenemos que salir de aquí.
Pero de inmediato oímos una voz al exterior que hablaba en inglés.
─Alguien dejó abierta esta puerta ─pudimos oír─. Iré a dar un vistazo.
─Mierda ─murmuró Mayra─. ¿qué hacemos?
─Yo encargarme ─respondió Jim─. Escóndanse.
Mayra y yo, con los documentos en mano, nos situamos detrás de un escritorio, hasta la parte posterior del vehículo. Pudimos ver que Jim platicaba con los guardias, pero no pudimos oír que decían, sobretodo porque hablaban en inglés. Después de aquello, Jim salió de la caravana con los guardias, y uno de ellos cerró con llave, dejándonos atrapados ahí dentro.
Cuando se alejaron nos movimos más libremente.
─¿Y ahora qué? ─pregunté─. Ya no podemos salir.
─Supongo que habrá que esperar a que Jim venga ─respondió Mayra─. ¿O se te ocurre… otra cosa? ─dijo al tiempo que sonreía de una manera picara.
─¿Para salir de aquí o para pasar el tiempo? ─respondí entendiendo lo que me estaba queriendo decir─. No creo que sea el momento ni el lugar.
─¿Qué quieres decir?
─No te hagas ─respondí─. Se lo que estás pensando, chica de mente sucia.
─¿Yo? ─se dijo como si la estuviera acusando de algo muy grave─. Bueno, mi mente estaba desvariando, ya sabes, he visto este tipo de cosas en otros lados y…
─Olvídalo ─la interrumpí─. Y no quiero saber qué tipo de cosas has visto.
─De todos modos ─comentó la chica un poco más seria─. No podemos salir de aquí. Si abrimos la puerta a la fuerza nos descubrían de inmediato.
─Creo que lo mejor será esperar a Jim ─me resigné.
Y eso hicimos. Y esperamos por casi una hora.
A ratos nos ganaba el sueño pero creo que lo que menos podíamos hacer en ese momento era quedarnos dormidos. Qué curioso que no se nos ocurriera conversar para matar el tiempo. Quizá fue porque creíamos que Jim volvería en muy poco tiempo.
Después de esperarlo por un buen rato, nos percatamos de que un haz de luz se acercaba a la caravana, y también pudimos oír pasos acercándose.
Como asumimos que era uno de los guardias, decidimos escondernos de nuevo y no movernos. Oímos entonces que alguien abría la puerta y pasaba al interior.
Era Jim. Nos indicó que saliéramos.
─¿Qué sucedió? ─le preguntó Mayra─. ¿Por qué tardaste tanto?
─Lo siento ─respondió─. Yo tener que hacerles creer que yo irme a dormir de nuevo.
─No importa ─murmuré─. Hay que salir de aquí, ya tenemos lo que queríamos.
─Síganme ─dijo el chico─. Sé por dónde salir.
Mayra me dio la carpeta con los documentos y ella tomó otros del escritorio que tenía más cercano. Era parte de nuestro plan.
Jim entonces nos guió a otra parte del lugar, uno diferente de donde habíamos entrado.
Desde el momento en el que nos percatamos de que no nos estaba llevando a la salida nos dimos cuenta de que algo andaba mal.
─¿Seguro que es por aquí? ─preguntó Mayra.
─Sí ─respondió fríamente el chico.
Llegamos a una zona donde había varias máquinas de construcción. Todas estaban formadas de tal manera que parecían formar una barrera evitando nuestro escape.
─Espera Jim ─Mayra se detuvo conmigo mientras contemplábamos aquello─ ¿Que está pasando?
─Yo… ─respondió lentamente─. Lo siento.
Casi de inmediato, nos vimos rodeados por varias personas que parecieron salir de la nada. Eran alrededor de treinta.
Y al centro de todos ellos, el jefe de la mina, y padre de Jim.
─Es una trampa ─dijo Mayra─. Nos tendió una trampa.
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