Yatareni -Volumen 2 - 26
─No puede ser ─dije─. Jim ¿Por qué?…
─Tampoco ser culpa de mi hijo ─respondió el jefe─. Solo siguió mis órdenes. Jim siempre querer que yo me fijara en sus cualidades, y qué mejor oportunidad que esta, en la que me permitió capturarlos. Creo que, después de todo Jim si tiene madera para esto.
─Jim ─dijo la chica─. ¿De verdad estás bien con esto? Siempre decías que tu papá creía que eras un inútil, y la verdad no creo que eso cambie aunque hagas esto, solo te está usando.
─De verdad lo lamento ─comentó Jim cabizbajo─. Él obligarme.
─No te saldrás con la tuya güerito ─replicó Mayra Páez al jefe.
─Pero señorita ─contestó el papá de Jim─. Ya no pueden detenerlo, ser tarde.
─No enserio ─exclamó la chica sonriendo─. No te vas a salir con la tuya.
De inmediato la chica levantó un puño y dio un grito muy fuerte. Creo que gritó algo en japonés pero no entendí qué dijo. Los que nos rodeaban quedaron pasmados después de esto.
Y nosotros aprovechamos para movernos a gran velocidad por entre las máquinas y poder escapar. Como aún estaba oscuro y no había mucha iluminación fue fácil escaparnos mientras nos perdíamos.
Mayra y yo nos dividimos, y ejecutamos nuestro plan. Bueno, la realidad era que el plan ya se estaba ejecutando desde mucho antes. Mayra usaría los documentos que tomó antes como cebo, mientras yo escaparía con los reales. Pero los guardias y los mineros no sabían esto, y les hicimos creer que ella tenía los verdaderos, de manera que mientras la perseguían, yo escapaba con los verdaderos.
Jim también estaba al tanto de este plan. Él ya sabía que yo llevaba los documentos reales, y simplemente fingió que me perseguía cuando en realidad me estaba ayudando a escapar. Siguió de nuestro lado incluso después de “traicionarnos” con su padre. O, dicho de otro modo, todo lo anterior fue planificado. Todos reaccionaron tal y como lo supusimos. Parece ser que los tres tenemos excelentes dotes de actuación.
Sin embargo, aun la teníamos difícil, sobretodo yo, que era el que tenía la prioridad de escapar porque tenía los documentos auténticos.
Estábamos lejos de todas las salidas posibles y para llegar a la más cercana había que pasar por varios mineros.
Y para rematar, algunos mineros capturaron a Mayra y descubrieron que no tenía los documentos verdaderos. De manera que todos se enfocaron en buscarme a mí.
Jim y yo nos escondimos detrás de un automóvil situado casi hasta el final del estacionamiento y desde ahí, pudimos ver cómo todos corrían de un lado a otro buscándome.
─Tengo que llegar a alguna salida ─murmuré─. Pero necesitamos algo que los distraiga a todos.
─¿Y los demás chicos? ─preguntó Jim.
En ese momento pudimos oír un pequeño tumulto que se estaba gestando en una de las entradas de la minera.
─Deben ser ellos ─dije sonriendo─. Se tomaron su tiempo.
Tal y como también lo habíamos planeado, Gibrán y los demás miembros de SPEED llegaron, ingresaron por la fuerza a la minera y comenzaron a hacer mucho alboroto. Nos dieron valioso tiempo para que pudiera escapar.
Mayra Páez, que ya se había librado de sus captores aprovechando la confusión, se encontró conmigo.
─No sé qué están haciendo Gibrán y los demás ─dijo─. Pero hay que irnos.
─Y no creo que quieras saberlo ─le dije al tiempo que nos encarrerrábamos.
Decidimos intentar escapar por la salida más lejana. Nos tomaría más tiempo llegar a ella, pero por lo mismo, era la más desprotegida.
─Yo sí querer saber qué hacer ellos ─comentó Jim.
─Pues digamos ─respondí─. Que le dije a Gibrán que creara una distracción, y a él se le ocurrió la brillante idea de que él y los demás practicaran un poco de cosplay.
─¿Cosplay?
─Espera ─increpó Mayra─. ¿Qué fue lo que hizo ese tarado?
─Míralo por ti misma ─le respondí.
Aunque pasamos de lado y de manera fugaz cerca de donde estaba aquel disturbio, Mayra vio cómo los chicos de SPEED estaban disfrazados de distintos personajes de anime y se tomaban muy enserio eso de ser héroes.
─Soy una otaku y me muero de la pena de ver esto ─dijo la chica al tiempo que se ponía la palma de su mano en su rostro.
─Alégrate ─le dije─. La historia recordará este día como el día en el que un montón de otakus salvaron un pueblo entero.
Pero tuvimos que detenernos. A medio camino, un guardia apareció frente a nosotros. Era bastante alto y corpulento.
─Este debe de ser la mano derecha del jefe final ─sonrió Mayra Páez.
─Eso no es un videojuego ─mencioné.
No había terminado de hablar cuando vimos cómo aquel guardia caía desplomado después de haber recibido un potente golpe en la cabeza. Producido por un balón de futbol.
─¿Qué demonios? ─dijimos los tres a coro.
─Oye hermanito ─pudimos oír─. ¿De verdad pensabas dejarme fuera de esto?
─Renata ─exclamé sorprendido─. ¿Qué haces aquí?
─¿Qué más haría aquí? ─respondió.
Le devolví una sonrisa antes de que de nuevo nos pusiéramos en marcha.
Para entonces, muchos de los chicos de SPEED ya estaban sometidos, y ahora los guardias, que ya nos habían localizado, se dirigían a nosotros.
─Ese fue el último apoyo ─lamentó Mayra un poco melancólica─. Ahora estamos solos.
Eso lo dijo resignada porque podíamos ver cómo la marea de gente se acercaba vertiginosamente a nosotros.
Pero nadie se lo esperaba.
Una segunda oleada de aliados apareció. Aunque ya no era tan ridícula como la primera. Mayra era las más sorprendida de los tres.
Un grupo de chicos y chicas comandados por una pelirroja. Yo supe de quiénes se trataban simplemente por la constitución atlética que casi todos tenían, lo cual los hacia un rival digno de los mineros corpulentos.
Alice, la cosplayer que alguna vez dijo cosas horribles de Mayra, aparentemente había convencido a los demás miembros de Nipponkenkyo a que nos apoyaran. Esto sí no lo teníamos planeado.
Todo lo que vimos antes de seguir corriendo fue a Alice sonreírnos. Y no nos podíamos detener. Después de todo, los mineros seguían siendo muy numerosos, y en cualquier momento también someterían a aquellos chicos.
Ya nos estábamos acercando a la salida. Era una salida ya previamente abierta, supongo que por ahí entraron los de SPEED. Ya no podíamos perder el tiempo en buscar otra salida e intentar abrirla.
Sin embargo, una última persona nos bloqueó el camino.
Una niña rubia de unos 16 años de edad que Jim identificó como su hermana.
─Rebeca ─murmuró Jim.
La niña nos miraba con mucho recelo.
Sin darnos cuenta, los demás mineros nos dieron alcance, pero se detuvieron a unos metros de nosotros. Y esto fue porque el papá de Jim les ordenó que lo hicieran.
Según nos diría Jim después, fue porque él confiaba demasiado en su hija, y creía que ya todo estaba resuelto. Ella nos atraparía.
Se podría decir que estábamos acorralados, por delante, obstaculizando nuestra única salida, la persona de más confianza del jefe. Por detrás, un montón de mineros canadienses. ¿Se había acabado todo?
─Te dije que no ibas a poder hacerlo ─murmuró la chica─. Pero nunca oyes nunca haces caso a lo que papá dice.
─Y yo te dije que no importaba ─respondió Jim─. Solo hago lo que es correcto para este pueblo, no para papá.
Y la rubia suspiró.
Entonces hizo algo que nadie, ni mucho menos Jim se esperaba. Se hizo a un lado de la puerta dejándola libre y acto seguido levantó la mano, como permitiéndonos escapar.
─Haz lo que tengas que hacer ─fue todo lo que dijo y luego asomó una pequeña sonrisa.
Creo que tardamos en entender lo que estaba haciendo.
Como naturalmente nadie de los mineros ni su padre se lo esperaban, ellos también tardaron en reaccionar. Para cuando comenzaron a perseguirnos, nosotros ya estábamos afuera.
Una horda de mineros, que al parecer eran más que al inicio nos pisaba los talones.
Pero retrocedieron porque vieron otra horda acercándose, mucho más grande. Incluso nosotros nos detuvimos.
Debido a la oscuridad fue difícil saber cuántos eran pero yo calculé más de 100.
Los miembros de SPEED y de Nipponkenkyo y también mi hermana se les unieron.
Supongo que era la primera vez en la historia en la que todo el pueblo estaba en vigilia, asegurándose de que sus salvadores cumplieran su misión. Lo siento no supe decirlo de otra forma.
Los mineros sabían que ahora no podrían ir contra “literalmente” todo el pueblo. Pero sí, ahí estaba todos, hasta mis tíos. Y mi tía me sonrió. Creo que ella ya sabía de esto desde un inicio. Quizá fue ella la que les dijo a todos lo que estaba pasando. Realmente fue impresionante verlos a todos, decididos.
Sobre todo por el hecho de que, yo esperaría que llevaran antorchas y cosas así, pero no, no llevaban nada, solo eran ellos mismos.
Era Yatareni.
Todos formaron una especie de valla, para que pudiéramos escapar, y cuando nos alejamos, esa valla se cerró para impedirles el paso a los mineros. Todavía tuvimos el tiempo para agradecérselos. Y finalmente corrimos hasta la carretera.
Ahí nos estaba esperando la camioneta de la hermana de Angelina, ya con las puertas abiertas.
─Suban ─nos indicó la chica desde dentro. Así que Mayra, Jim y yo subimos.
Casi de inmediato Evangelina arrancó el auto y nos pusimos en marcha. Angelina estaba con ella.
Fue una jornada pesada y cansada, pero me sentí satisfecho, y también muy emocionado.
Esa sensación que sentí en ese momento, que sentimos los tres en ese momento fue épica, no sé cómo describirla. El saber que estábamos haciendo lo correcto, que todos estaban unidos, que literalmente, todo el pueblo nos respaldaba, fue algo de verdad impactante. Pero había que descansar un poco.
Así que dormiríamos un rato mientras Evangelina conducía. Creo que nos lo merecíamos.
─Y bien ─sonrió Evangelina─. ¿Hacia dónde los llevo?
─Hacia Santa Miranda ─contestó Mayra Páez─. Terminaremos con esto de una vez.
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