Yatareni -Volumen 2 - 27
Aunque salimos desde las cuatro de la mañana, nos tomó literalmente todo el día llegar a Santa Miranda. Llegamos a eso de las cinco o seis de la tarde. Incluso, tuvimos que detenernos en algunas ocasiones para cargar gasolina y comprar algo de comida en una tienda de conveniencia.
Pero finalmente llegamos a la capital del estado.
Definitivamente estábamos en un lugar completamente diferente a todas las demás poblaciones del estado, como Sayula y Yatareni. Era una verdadera ciudad urbanizada. E incluso, en el centro de la ciudad, comenzaban a aparecer los primeros edificios de más de diez pisos de altura, como rascacielos en miniatura.
Creo que ya lo había mencionado antes, pero Santa Miranda es la ciudad más grande y más poblada del estado, y la única que supera el millón de habitantes. Es también la que tiene el nivel de vida más elevado. Una verdadera ciudad de primer mundo. Es como la ciudad de México pero más pequeña.
Como Evangelina ya había venido aquí antes, fue fácil para ella llevarnos al centro de la ciudad, y al Palacio de Gobierno Estatal. Pero, aun así tardamos porque como en toda ciudad grande que se precie de serlo, hay siempre tráfico.
Y finalmente, llegamos al palacio. Bastante soberbio a mí parecer. Parecía más un templo griego que un Palacio de Gobierno.
─Ahí está ─señaló Mayra Páez─. Es el gobernador.
El susodicho iba ingresando acompañado de varios hombres, tanto guaruras como miembros de su equipo de gobierno. Iba subiendo las escaleras de aquel “palacio” enfilándose hacia la entrada. A su alrededor, una enorme legión de periodistas y reporteros esperaban obtener unas palabras del mandatario.
Bajamos del vehículo e intentamos acercarnos pero, debido a la gran cantidad de gente que había, resultó imposible.
Finalmente, los políticos y un grupo de reporteros ingresaron al recinto cerrando la puerta tras de ellos. Intentamos entrar también, pero los policías de la entrada no nos lo permitieron.
Por lo que nos enteramos después, supimos que en pocas horas habría una conferencia de prensa en la que el gobernador anunciaría de manera oficial su intención de contender en las elecciones presidenciales del próximo año.
─Pero si eso pasa ─nos explicó Mayra─. Significa que tendrá que renunciar a la gubernatura del estado en los siguientes días.
─Si hacen eso, entonces tendrían que elegir a un gobernador interino ─comentó Angelina.
─Así es ─afirmé─. Pero eso tomaría unas dos o tres semanas a lo mucho, y para entonces quizá ya sea tarde.
─Por eso tenemos que resolver esto aquí y ahora ─anunció Mayra.
Pero mientras no pudiéramos hablar con él no podíamos hacer nada. De manera que nos sentamos en las escaleras del palacio mientras pensábamos qué hacer.
─¿Y ahora qué? ─preguntó Angelina.
─Habrá que esperar a que salga ─comentó Jim.
─No podemos quedarnos mucho tiempo aquí ─dijo la líder de SPEED─. Ya está oscureciendo y el camino de regreso será largo además de que no traigo dinero para un hotel.
─¿Disculpen? ─oímos tras de nosotros y volteamos.
Una chica de alrededor de treinta años nos estaba hablando. Era una chica de cabello corto y de unos lentes bastantes finos. Vestía un traje ejecutivo como de secretaria y cargaba con ella un grupo de folders con papeles dentro.
─¿Se les ofrece algo? ─comentó─. Es que no pueden permanecer aquí sentados en la escalera, para eso hay unas bancas al lado.
─Lo sentimos ─dijimos mientras nos levantábamos.
─Se ven bastante desanimados ─nos dijo la señorita.
─Se podría decir que sí ─respondí.
─¿Vinieron a hacer algún trámite en el palacio? ─nos preguntó─. No pueden pasar ahora, en unos minutos comenzará una conferencia de prensa ahí dentro.
─Queríamos hablar con el gobernador ─comentó Angelina─. Era algo urgente pero no nos hizo caso.
─¿De qué se trata? Si se puede saber.
─Preferiríamos decírselo nosotros mismos ─respondió Mayra─. Sin ofender.
─Oh, no se preocupen ─contestó─. Resulta que soy la secretaria del gobernador. Si de verdad es algo importante, podría hacérselo llegar, pero se lo tendría que mostrar después de que acabe la conferencia.
─¿De verdad? ─y todos sonreímos.
Mayra le dio los documentos a aquella mujer y ella los observó detenidamente.
─Esto es de la minera canadiense que está en Yatareni ¿cierto?
─Así es ─respondió Mayra─. Tenemos las escrituras de los ejidatarios, y también algunas pruebas de que la minera opera de manera ilegal en la zona.
─Esto es perfecto ─sonrió la chica ejecutiva─. Con esto podemos detener la mina
─¿Usted también…?
─Yo también estoy en contra de la mina ─explicó─. Y muchas veces le sugerí al gobernador que hiciera algo. Él siempre decía que la única manera de detenerlos era con los documentos de las propiedades de los ejidatarios, y aquí están. Y con estas pruebas de fraude creo que será más fácil.
─Da gusto ver que no somos los únicos que están interesados en salvar el ecosistema ─exclamó Mayra.
─Por supuesto ─dijo la chica ejecutiva─. Bueno, la realidad es que el gobernador piensa ayudarnos solo porque quiere conseguir gente que lo apoye en las próximas elecciones presidenciales. Ya saben, quiere votos.
─Me lo imaginaba ─murmuré.
─Pero al menos a mí sí me interesa salvar aquel lugar ─dijo la mujer─. Después de todo, yo nací ahí.
─¿De verdad?
─Confíen en mi ─comentó levantando un poco el puño─. Yo le haré llegar sus peticiones al gobernador. Cuando la conferencia acabe, hablaré con él y después les diré lo que pasó.
La chica tomó los documentos y entró al palacio. De manera que nos volvimos a sentar. Esta vez, en las bancas donde nos había indicado.
Contra todo lo que esperábamos, la conferencia sólo duró media hora. De nuevo, una multitud de hombres de traje que rodeaba al gobernador se enfiló hacia la salida, seguidos por varios miembros de la prensa. Y así abandonaron el recinto.
Al final salió aquella mujer acercándose a nosotros.
─Buenas noticias chicos ─nos dijo─. El gobernador prometerá hacer algo al respecto. Será su último acto antes de dejar la gubernatura.
─¿De verdad? ─exclamamos emocionados─. Muchas gracias, de verdad.
─No fue nada ─respondió sonriente─. Todo sea por salvar el pueblo.
─Nos ayudaste mucho ─dijo Angelina─. Y ni siquiera te preguntamos tu nombre.
─Ah, cierto ─respondió─. No me he presentado. Me llamo Lidia, y aunque ya se los dije, también soy de Yatareni.
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