Yatareni -Volumen 2 - 35
Después de admirar a la quinceañera por un rato más de lo normal, todos nos dirigimos hacia la iglesia del centro del pueblo donde se oficiaría la misa.
Al inicio éramos alrededor de treinta personas las ahí reunidas, pero permanecieron en la casa alrededor de diez. Cuando llegamos a la iglesia, mucha gente, más invitados se nos habían unido. Éramos poco más de cincuenta. Por lo que sé, los abuelos de Martina invitaron a unas 120 personas. Comparado con la población del pueblo, era una cantidad significativamente grande aunque también había invitados de otros pueblos.
Todos esperábamos a la salida de la iglesia, al sacerdote. Y cuando este apareció, dio algunas palabras de bienvenida a todos los invitados y, acto seguido ingresamos al recinto.
Es curioso, porque esa fue la primera vez desde que llegué al pueblo en la que la iglesia estaba a menos de la mitad de su capacidad. Eso fue porque fue una misa especial. Era por los XV de Martina y solo estaban los invitados, de manera que no llenaron la iglesia.
La quinceañera y los chambelanes nos sentamos hasta adelante, en una banca especial para nosotros. Atrás estaban los abuelos de Martina y sus padrinos. Y más atrás, estaban los miembros de SPEED, y también los de Nipponkenkyo. Y hasta atrás, mis tíos, los parientes de los chicos, y el resto del pueblo.
El sacerdote tomó su lugar en el altar y comenzó a oficiar la misa. Siendo una misa especial resultó ser aún más corta de lo normal. Quizá porque, como siempre acompaño a mi tía a las misas dominicales, me había acostumbrado ya a que siempre eran muy largas.
Aun así, cuando acabó todavía permanecimos mucho rato adentro porque había muchos invitados que se tomaron fotos con nosotros. Pero tuvimos que irnos de inmediato porque nosotros teníamos que ir a un foto estudio para que nos tomaran las fotos “oficiales”
Llegamos en pocos minutos y nos tomaron distintas fotos, algunas individuales, otras en grupo. Estas fotos más adelante las mandarían a enmarcar.
Lo que no me esperaba fue que, al final, el fotógrafo nos dijo que nos regalaría una foto en la cual podríamos salir como nosotros quisiéramos.
Todavía no sé cómo fue que Martina logró convencernos, de que en esa foto todos posáramos como normalmente lo suele hacer Gibrán. Me dio pena en ese momento, pero después, cuando vi la foto, se veía un poco épico.
A lo mejor por eso Gibrán siempre hace ese tipo de cosas.
Salimos del estudio en dirección a la casa de Martina. Para entonces, ya todos los invitados estaban reunidos esperándonos.
Nada más entrar sonó la música de un mariachi que habían contratado, y que comenzó a cantar las mañanitas al tiempo que nos arrojaban confeti.
Pasamos y tomamos nuestro lugar en una mesa central desde la que era posible ver todo el panorama de la fiesta. Las demás mesas estaban distribuidas a los lados dejando el centro como pista de baile. También había otras mesas con algunos dulces a manera de buffet para que la gente tomara lo que quisiera. Y en otro lado ya estaban empezando a poner el sonido. Había también un templete donde más adelante, una banda regional tocaría en vivo.
Mientras las meseras (que de hecho eran las tehuanas del restaurante de la madre de Gibrán) comenzaban a servir la comida a los invitados, los chicos de SPEED se acercaron a felicitarnos personalmente.
─Ya quiero verlos bailar el vals ─exclamó Guadalupe─. Seguramente vas a lucir muy bien con ese vestido.
─Sobretodo porque fuimos nosotras quienes la dejamos así de bella ─comentó Mayra Páez.
─Valdrá la pena ─respondí sonriendo─. Creo que ustedes, más que nadie, quedarán complacidos.
─¿Qué quieres decir? ─preguntó la otra Mayra.
─Espéralo ─sentencié.
─Yo me disculpo ─dijo Mayra Páez cambiando de tema─. Pero apenas hasta hoy pude conseguir tu juguete.
─¿Juguete? ─preguntó Claudio.
─Ah, cierto ─mencioné─. Tú eres la madrina del último juguete.
─El juguete ya está en Sayula ─dijo la chica─. Después de que termine de comer iré por él. Me dará tiempo de llegar al vals.
─Gracias ─dijo la quinceañera.
Nos sirvieron de comer los mixiotes que habían preparado un día antes. Mientras, el mariachi amenizaba el evento, ocasionalmente pidiendo canciones al público para interpretar, o incluso, haciendo una que otra broma.
Y naturalmente, la primera a la que complacieron fue a Martina. La chica pidió la canción de Flor de Capomo. Los chambelanes también pudimos pedir la canción que quisiéramos.
El mariachi estuvo tocando por dos horas más hasta que se retiraron. Al mismo tiempo, la banda de música ya se estaba acomodando en el templete y empezaron a tocar. Al igual que los mariachis ellos también tocaron canciones para complacer a los invitados.
En ese momento vi que Mayra Páez se retiraba. Iría a recoger el juguete de Martina a Sayula. Según me dijo Gibrán, Mayra Páez iría en el auto convertible de su madre de modo que estaría de regreso en una hora máximo.
Cuando terminamos de comer, la abuela de Martina dijo unas palabras en las que agradeció a toda la gente el haber asistido a la fiesta de su nieta. Y también agradeció por la oportunidad de que la fiesta se realizara. Creo que la abuela sabía bien de dónde había salido el dinero para la fiesta pero lo dijo de modo que la gente no se enterara. Bueno, no todos lo sabían realmente. Aunque quizá algunos los adivinarían de todos modos.
Después de eso, el ambiente se puso más festivo y mientras la banda de música seguía tocando, la gente comenzó a bailar en la explanada. Lo que sí me sorprendió de esto es que, no pasó mucho tiempo antes de que la propia Mayra Palacios tomara la iniciativa de sacarme a bailar.
Aun así, decidí no decirle nada porque creí que le habría costado mucho trabajo decidirse.
Debimos haber bailado unas ocho canciones al hilo.
Lo que también me percaté es que, a diferencia de aquella vez en la fiesta patronal, ahora bailaba un poco mejor. Y de hecho se lo dije.
─No es nada ─respondió tímidamente─. Solo he practicado un poco desde entonces.
Me dio la sensación de que ya no diría más, así que dejé de hablar y solo nos limitamos a bailar. Hasta tenía la sensación de que ella lo disfrutaba más que yo.
****
Mayra Páez conducía a toda velocidad por la carretera vacía que la llevaría de vuelta a Yatareni. Acababa de recoger el último juguete de la quinceañera, el cual permanecía envuelto en una bolsa negra en la parte trasera del vehículo. Ya no le faltaba mucho para llegar al pueblo.
Mientras tanto, tarareaba una canción japonesa que escuchaba en el estéreo del vehículo, al tiempo que gesticulaba un poco:
“Miwataseba ichimen, Hakkin no sekai ni, ippo dake fumidashite”
“Itsumademo tomaranai, kono mune no, tokimeki de, issho ni odorou”
Aun no oscurecía del todo, de manera que, desde lejos pudo ver aquel obstáculo. Dejó de cantar, desaceleró y se detuvo completamente en medio de la carretera.
El tronco de un árbol recién cortado obstruía el camino. No era muy grueso, pero el auto no pasaría de ahí sobretodo porque logró bloquear todo el camino.
Mayra bajó del vehículo a examinar la escena.
─No se ve tan grande ─meditó─. Quizá yo misma pueda quitarlo.
Pero al intentarlo no pudo moverlo, y se dio cuenta de que aun permanencia unido al tronco. Ella entonces se dirigió a la base del árbol. Se agachó y contempló que al tronco no le faltaría mucho para separase del suelo.
─¿A quién se le ocurre tirar un árbol en medio de la carretera? ─pensó.
Solo entonces se dio cuenta de algo. El corte era demasiado reciente. Era posible que el que hubiera cortado el árbol estuviera cerca.
─Podría cortarlo yo misma pero no tengo con qué ─se dijo a si misma─. Quizá si lo jalo y luego…
Pero no pudo continuar pensando.
Sintió de la nada que alguien por detrás la sometía, al tiempo que en su boca ponía un trapo empapado en cloroformo.
No tuvo ni tiempo de pedir ayuda.
Poco a poco perdía la fuerza para liberarse. Y finalmente perdió la conciencia.
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