Yatareni -Volumen 2 - 38
El vals familiar continuó y, ahora fue el turno de algunos de los padrinos y madrinas de Martina. Para el final de la canción, le tocaba pasar ahora a cada uno de los chambelanes, uno por uno.
Y finalmente, llegó el turno de los más importantes, los abuelos de Martina. La abuela de Martina se fue con uno de los chambelanes, pero el abuelo fue con su nieta. Como ya estaba viejo, le ayudaron a que se acomodara para el baile.
Fueron ellos dos los que duraron más tiempo bailando con Martina. Incluso pude ver que platicaban un poco. Martina hablaba con su abuelo y en ocasiones se acercaba a hablarle al odio porque él ya no escucha bien. A ratos parecía que la quinceañera se soltaría a llorar, y a ratos parecía que el que iba a llorar era el abuelo.
La canción acabó de ese modo, pero ellos se fundieron en un abrazo que duró alrededor de un minuto entero. Todos veíamos la escena conmovidos, pero nadie quería interrumpirla. Nadie, ni siquiera el encargado del sonido.
Pero en fin, el show debía de continuar.
Hubo un descanso de unos minutos porque la quinceañera y los chambelanes nos cambiaríamos de vestuario para la última canción, la cual sería más “moderna” en comparación con todo lo anteriormente bailado. Nuestra vestimenta cambió radicalmente a una más citadina, o más bien, algo estrafalaria.
Ropa demasiado casual, y, en el caso de Martina, un poco más reveladora de lo usual. Tiempo después la niña diría que se sintió incomoda con aquella vestimenta.
Lo que ella llevaba era una blusa escotada de color morado sin mangas, y un short de mezclilla que no le llegaba ni a las rodillas.
Además usaba tenis y se había deshecho el peinado que le habían hecho las chicas dejándolo completamente suelto. Ya no se lo podría volver a hacer.
Entonces bailamos la última canción del repertorio. Un pop en español un poco antiguo. La canción que bailamos fue Lo haré por ti, interpretada por Paulina Rubio. Creo que no es una canción ideal para vals, sobretodo porque no tiene mucho movimiento, pero en fin, fue otra elección de la quinceañera.
Después de bailar, como siempre se acostumbra en estos casos, el público nos pidió que volviéramos a bailar esa canción, y eso hicimos.
Y ahí acabó todo el número. A partir de ese momento, exceptuando la partida del pastel, todo fue baile, baile y más baile.
Martina fue a cambiarse y se puso de nuevo su vestido de XV años, solo que sin la gran falda quedándole algo más ligero.
Toda la gente, animada por el sonido comenzó el baile y, cada cierto tiempo salían y entraban parejas a la pista de baile. Obviamente nosotros también bailamos. Creo que por eso, al inicio no nos percatamos del estado de ánimo de Martina.
Si bien, la niña al inicio bailó algunas canciones, y eso, porque como era la quinceañera, todo el mundo quería bailar con ella, poco tiempo después pareció fastidiarse un poco.
Pero la realidad es que no estaba fastidiada, pude darme cuenta de que más bien estaba muy pensativa. No sé qué tanto estaba pensando pero eso la distraía mucho.
Se lo comenté a los demás chicos y nos reunimos en torno a ella.
─¿Estas bien? ─le preguntó Mayra.
─Estoy bien ─respondió─. ¿Por qué la pregunta?
─Estas desconectada ─comentó Gibrán.
─¿De verdad?
─¿Pasa algo? ─pregunté.
─No, nada, estoy bien, sigamos bailando ─respondió─. Perdón por preocuparlos chicos.
─¿Segura? ─preguntó ahora Guadalupe─. Recuerda que estamos para ayudarte.
─Gracias.
Pero era evidente que algo tenía en la cabeza. Sin embargo, dejamos de insistir.
Tocó entonces la hora de partir el pastel.
Un gran pastel de tres leches, y también de tres pisos fue traído hasta la fiesta.
Martina y nosotros, los chambelanes nos pusimos frente a todos.
Le cantamos las mañanitas a la niña. Martina partió el pastel, y tampoco podía faltar la costumbre de empujarla contra el pastel cuando diera la mordida. Y entonces se repartió entre todos los invitados.
Eran aproximadamente las diez y media de la noche. El baile se reanudó y a, medida que la noche avanzaba, algunos invitados se iban retirando, quedando únicamente algunos hombres que simplemente, estaban reunidos por ahí tomando. Mi tío estaba entre ellos por cierto.
Sin embargo, la música seguía sonando y todavía había algunas parejas bailando.
Los chicos de SPEED se despidieron y se retiraron quedando solamente Martina, Mayra Palacios y yo.
Martina, bueno, ella vive aquí. Y pues, yo estaba acompañando a mis tíos los cuales aún seguían tomando. En realidad el que tomaba era mi tío, mi tía conversaba con los abuelos de Martina. Y Mayra estaba conmigo porque, todavía en esos días, ella seguía viviendo en casa de mi tía.
Ya había pasado poco más de un mes después de lo sucedido en la fiesta patronal y todavía Mayra no se reconciliaba con su papá. Le he dicho a la chica que vaya a verlo pero ella solo evade el tema.
No he insistido porque sé que en algún momento tendrá que hacerlo. En algún momento se encontrarán en la calle o algo por el estilo y será peor para ella.
Además, creo que otra de las razones por las cuales no se ha ido es porque mis tíos la consienten mucho. Le agrada mucho pero creo que tampoco está bien que hagan eso.
La fiesta finalmente acabó poco después de las dos de la mañana.
Los pocos invitados que quedaban se fueron a sus hogares, muchos con ayuda de los demás ya que se habían pasado de copas. Mi tío no fue la excepción.
Como mi tía ya se había ido antes y los abuelos de Martina también ya se habían ido a dormir, nos despedimos de la quinceañera y, entre Mayra y yo, nos llevamos a mi tío a la casa.
A ratos él se quedaba dormido y a ratos despertaba bruscamente. Gritaba que quería seguir en la fiesta o decía cosas sin sentido.
─Tío, la fiesta ya se acabó ─le dije─. Vamos a dormir.
─No me diga qué hasher señorita.
─Oiga señor, no se recargue tanto ─se quejó Mayra.
─Ya casi llegamos ─comenté.
Al llegar a la casa mi tía aún estaba despierta, nos estaba esperando.
Recostamos a mi tío en su cama y mi tía preparó algo que no sé bien qué era ni de qué lo hizo, pero según ella, le serviría para que a mi tío se le bajara la borrachera.
─Ya verás que con este menjurje, tu tío velve a la vida.
─Oiga ─preguntó Mayra─. ¿Aun tiene comida?
─¿Tienes hambre? ─pregunté.
─No hemos comido nada desde las cuatro de la tarde que fue cuando sirvieron de comer ─replicó la chica─. ¿Qué tú no tienes hambre?
─Y es curioso cómo, solo después de que ella lo menciono, empecé a darme cuenta de que yo igual tenía hambre.
Sin que se lo pidiéramos, mi tía nos preparó un poco de comida y nos pidió que nos sirviéramos mientras ella le administraba, lo que fuera que le hubiera preparado, a mi tío.
Después de eso, nos deseó las buenas noches y se fue a dormir dejándonos a los dos solos.
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