Yatareni -Volumen 2 - 40
─Tranquila ─le dije sonriendo─. No es como si mi madre me obligara a volver si se entera.
─¿Pero entonces que harás?
─Me quedaré aquí más tiempo ─respondí─. Puedo usar como pretexto el que estoy esperando a que tu papá abra de nuevo su negocio, aunque… siendo sinceros, no podré mantenerlo para siempre. Algún día tendré que regresar, aunque deporsí era algo que tenía que hacer desde el inicio.
Mayra me mostró un rostro aún más desanimado que antes.
─¿Crees que puedas convencer a tu madre… de que te deje vivir aquí?
─¿Vivir aquí? ─me sorprendí por la pregunta que me hizo─. Pues… no sé. Es decir, puede que me deje quedarme un tiempo más, pero, vivir aquí es otra cosa. No creo que sea correcto vivir aquí con mi tía, porque tanto mis tíos como yo sabemos que esto es solo temporal. Además, yo tengo otros planes a futuro, así que, aun si se pudiera, no podría quedarme a vivir aquí. Es un lugar hermoso, quizá me gustaría pero, no sé, solo el tiempo lo dirá. Yo tampoco estoy seguro de lo que pase después.
Mayra también dio un gran suspiro.
─¿Estas bien? ─pregunté.
─No… bueno ─titubeó─. Si te vas te extrañaré mucho.
─Yo también ─respondí─. A todos. Pero no es como si me fuera a ir mañana, ya te lo dije, por ahora me quedaré más tiempo.
Pero Mayra me hizo un puchero.
─¿Y ahora qué?
─No, ya nada ─me dijo mientras se volteaba evadiéndome.
─Pero mejor dejemos de hablar de eso ─cambié de tema─. Ya que estamos hablando del futuro ¿Tú tienes algún plan?
─¿Yo? ─Mayra contestó haciéndose la sorprendida y, aparentemente olvidándose de su pequeño berrinche─. Pues… estuve pensando un poco en la plática que tuve con tu prima en Sayula.
─¿De verdad?
Y entonces anunció tajantemente:
─Quiero retomar mi carrera.
Eso sí que fue inesperado para mí.
─No pues ─le dije─. Que bien, me da gusto ¿Qué piensas hacer?
─Aún no lo sé, no he investigado ─respondió─. En la escuela donde estaba antes no hay inscripciones hasta el otro año y pues… no sé, no tengo idea, solo quería decirte eso, pero aún no sé qué hacer.
─Pero quieres hacerlo y eso creo que ya es un avance ─exclamé─. Solo es cosa de que no lo dejes ir.
─Sí.
Mayra sonrió como pocas veces lo ha hecho, como si sintiera mucha ternura, y siguió comiendo. Supongo que eso era todo lo que tenía que decirme. ¡Ah!, pero hace unos minutos me hizo más preguntas en una hora que todas las que me ha hecho desde que la conozco.
─Bueno ─me levanté─. Me voy a dormir.
─¿Está bien que vayamos a dormir inmediatamente después de comer? ─me preguntó.
─¿Por qué lo dices?
─Dicen que hace daño.
─¿Quién te dijo eso?
─No me acuerdo.
Aunque al inicio me mostré escéptico ante lo que dijo, sí lo estuve pensándolo, pero al final decidí subestimarlo de todos modos.
─No creo que nos pase nada.
─Bueno ─dijo mientras también se levantaba de la mesa.
─Buenas noches ─le dije.
Y ella me deseó lo mismo.
Y así nos fuimos a dormir.
****
Debido a ciertos problemas relacionados con la comida que acababa de ingerir Mayra Palacios no pudo pegar el ojo.
Sí, siempre sí tuvo razón. Comer antes de dormir sí hace daño. Pero también tenía mucho en que pensar.
Estaba un poco molesta después de lo sucedido con Mayra Páez, y en su intento de aclarar las cosas como solo ella lo sabe hacer terminó por obtener una preocupación más.
¿Qué pasaría si de verdad Eliseo se fuera de Yatareni?
Él ya le ha asegurado que eventualmente alguna vez pasará. Aunque ella ya debería haber sabido aquello casi desde el día en el que lo conoció debería de haberse dado cuenta de que él no se quedaría ahí para siempre.
¿De verdad él se iría sin saber lo que ella siente por él?
Pero ni siquiera ese era su principal problema. Su más grande preocupación era, ¿Cómo hacérselo saber?
No es algo tan sencillo como simplemente ir y decírselo. No es cualquier cosa.
Si cualquier chica promedio, según el parecer de Mayra, tiene problemas para expresar aquello, con más razón a Mayra le costaría más trabajo.
¿Y si alguien se le adelantaba? ¿Y si él la rechazaba (aunque técnicamente ya la rechazó)? ¿Y si se iba sin decírselo?
Todas estas dudas asaltaron su mente hasta que se quedó dormida.
Mayra Palacios no era la única que permanecía en la cama pensativa.
La quinceañera tampoco podía dormir. Y no fue por un mal de la comida.
Martina tenía mucho de qué pensar después de cierta plática que tuvo con su abuelo durante el vals. Por algo sus amigos la vieron distante durante el resto de la fiesta.
****
Martina y su abuelo danzaban al ritmo de la canción del vals.
Era una balada lenta. Llegó un momento en el que todo a su alrededor se esfumó y solo quedaron ellos dos.
─¿Cómo te la has pasado mija? ─le preguntó el abuelo.
─Muy bien abue ─respondió emocionada la niña─. De verdad esto es hermoso, muchas gracias.
─No mija ─respondió el abuelo─. No me tenes que agradecer a mí. Qué más hubiera querido yo haberte pagado esta fiesta porque sé que ha sido siempre tu sueño, tener tu fiesta de XV años, pero… no pude, aunque me da gusto que al final sí cumpliste tu sueño.
─Abue ─la niña se enterneció y se recargó en su abuelo─. Yo estoy tan feliz, y no porque hayas pagado o no la fiesta. Estoy feliz porque tú y abuela están conmigo. Porque mis amigos están también aquí compartiendo mi felicidad. ¿Qué más puedo pedir?
─Has crecido tanto ─murmuró el abuelo cada vez más emocionado─. Me sento orgulloso de ti, aunque seas mi nieta. Sabes que tu abue y yo te’mos querido como nuestra hija.
─Yo lo sé abue ─comentó la niña─. Y por eso les estoy agradecida de que me criaran como a una hija suya. Sé que no podría estar en mejores manos porque mi madre jamás me quiso y… ─la niña derramó algunas lágrimas─. Aun así estoy tan feliz de que ustedes me hayan criado.
─Mi niña ─el abuelo le correspondió─. Creciste maravillosamente. No puedo estar más orgulloso de ti, pero me siento satisfecho al saber que vas por buen camino y que te volverás una mujer maravillosa a partir de ahora aunque ya no pueda verlo.
Martina, un tanto confundida, levantó su mirada y vio a su abuelo con un poco de extrañeza.
─Abue ¿De qué hablas?
El anciano le sonrió de una manera muy sincera y le dijo:
─Me da gusto haberte podido acompañar hasta este día.
Justo en ese momento, la canción se terminó.
─Sigue divirtiéndote ─le dijo─. Y vive feliz. Es todo lo que te deseo.
El abuelo se alejó dejándola sola y pensativa.
A partir de ese momento Martina ya no se pudo sacar esas últimas frases de su cabeza.
Nadie se esperaba que aquellas últimas palabras del abuelo de Martina resultaran ser “proféticas” de cierto modo.
El abuelo de Martina, aquel hombre que la crio desde niña, que era conocido en Yatareni por ser uno de los últimos vendedores de pulque de la región, y que era conocido por sus largas charlas en el jacal de su casa finalizaba con aquellas palabras su misión en la vida.
Pero esto no se haría patente sino hasta ocho días después, cuando ya no despertó para contemplar el amanecer, ni para ocupar aquella silla en la que siempre descansaba, la cual quedaría vacía desde entonces.
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