Yatareni -Volumen 2 - 42
Curiosamente adentro no había mucha gente realmente. Era más la gente de afuera la que no dejaba pasar.
Los chicos de SPEED también entraron por su cuenta. Entrar a esa habitación fue como entrar a una cripta. Y no tanto por el hecho de que solo hubiera velas, mujeres rezando y otras llorando. Fue por el ambiente en sí. Se sentía tan pesado.
Ahí estaba el abuelito de Martina, acostado en su cama y cubierto por una sábana blanca. A su alrededor pusieron algunas velas que eran lo único que iluminaba ahí dentro. Debo decir que, sabiendo quién era y el estado en el que estaba, no pude evitar sentirme muy incómodo.
Alrededor del cuerpo había mucha gente, casi todos de la tercera edad, que murmuraban en silencio algunas oraciones mientras una mujer dirigía las oraciones. Había pocos niños acompañando en el rezo, y entre ellos estaba también Angelina.
Mi tía me dijo que, más tarde, ella se encargaría de rezar el rosario para el descanso del señor.
Y, en un rincón de la habitación, vimos a la abuelita de Martina.
No la pude ver bien porque estaba rodeada de un montón de gente dándole las condolencias. Pero se oía perfectamente su llanto, y se oía muy fuerte.
Personalmente, nunca me ha gustado ver ni oír a un adulto llorar, me incomoda mucho. No es lo mismo ver llorar a un adulto en alguna telenovela que verlo en la vida real. Esto iba a ser muy difícil para mí o ya lo estaba siendo.
─No veo a Martina ─murmuré.
─Ella está en su habitación ─contestó Guadalupe─. No ha salido en todo el día.
─Dudo mucho que quiera ver a alguien ─comentó Mayra Páez─. Debe estar muy mal.
─¿Deberíamos hablar con ella? ─sugirió Mayra Palacios.
─No sé si sea buena idea ─respondí─. Podría estar muy sensible. Hay que dejarla tranquila y darle tiempo.
Cuando la gente iba dejando la habitación nosotros avanzábamos y nos acercamos a la señora. Estaba hecha un mar de lágrimas. Si yo no podía creer lo que estaba pasando, ella menos. Se lamentaba por lo sucedido casi como si hubiera sido su culpa. Definitivamente no sabía qué decirle. Incluso sentía que yo no tenía nada que hacer ahí.
Nunca me ha gustado estar en este tipo de lugares y en estas circunstancias por la misma razón de no saber qué decir. En momentos así la gente suele estar muy sensible y yo tenía miedo de decir algo que quedara fuera de lugar o que fuera tomado como ofensivo. Pero bueno, teníamos que estar aquí, por Martina.
La abuelita de Martina nos vio, se levantó y fue a abrazar a mi tía.
─Lo lamento mucho ─le dijo mi tía mientras le correspondía su abrazo─. De verdad.
─Si hay algo que podamos hacer por ti ─le dijo mi tío mientras se quitaba el sombrero, cosa que debió haber hecho desde que entramos─. Solo pídelo y nosotros nos encargamos.
─Gracias ─respondió la abuela─. Pero yo me siento muy agradecida de que hayan venido tantos a acompañarme en mi dolor.
Uno a uno los chicos también le daban el abrazo del pésame y decían más o menos lo mismo. Como no sabía qué decirle, pospuse mi pésame para el final en lo que se me ocurría algo que decir. Pero al final no se me ocurrió nada. De todos modos le di el abrazo, mientras le decía que sentía mucho su pérdida. También me lo agradeció. Entonces me preguntó que si yo había sido uno de los chambelanes de su nieta. Pero me estremecí cuando me lo preguntó, quizá por las circunstancias.
─S-si ─respondí un poco tontamente.
─Muchas gracias ─respondió sin tomar en cuenta eso─. Me da gusto que los amigos de Martina estén aquí.
─Pero ella está en su habitación ¿verdad? ─preguntó Mayra Páez.
─No quere ver a nadie ─respondió─. Pero me dijo que solo quería ver a uno de ustedes, el que había sido su chambelán.
─¿A mí? ─pregunté sumamente extrañado─. ¿Ella me quiere ver solo a mí?
─Eso fue lo que dijo ─contestó la señora─. ¿Te llamas Eliseo verdad? Porque ella dijo ese nombre.
─Ve a verla entonces ─me dijo Mayra Páez.
─A todos nos gustaría verla ─comentó Guadalupe─. Pero si ella te eligió a ti creo que debemos entenderla.
─Quizá contigo pueda hablar ─habló Angelina.
─Ok ─respondí─. Pero si les soy sincero preferiría que fuera alguna de ustedes chicas, yo no tengo idea de qué decirle.
─Yo creo que sí puedes ─me dijo Mayra Palacios, sonando un poco distinta como de costumbre y además estaba sonriendo─. Siempre sabes qué decir.
Creo que fue más esa extraña frase de Mayra que otra cosa, la que me hizo aceptar la responsabilidad de hablar con la niña.
─Está bien ─acepté─. Nunca he sabido qué decir en momentos como este pero solo espero no arruinarlo.
Así que salí de aquel lugar hacia la habitación de Martina.
Era la primera vez en mi vida que me quedaba en blanco. No tenía ni la menor idea de qué decirle o cómo consolarla. No me puedo imaginar cómo estará ahorita. Siento que cualquier cosa que le diga solo empeorará las cosas. Deporsí todavía no proceso lo que está pasando.
De hecho todo esto que estaba pasando se me hacía demasiado fuera de lugar, como si fuera un sueño. Sentía que nada de esto estaba pasando realmente. Que yo seguía dormido y en cualquier momento despertaría y todo sería como siempre había sido hasta antes de esta mañana.
No podía concebir que algo así estuviese pasando y menos cuando apenas habían pasado ocho días de un evento como los XV años. De verdad que la vida a veces es tan, no se ¿bipolar? O tsundere como diría Gibrán.
Llegué a su habitación y me paré frente a la puerta. Tomé mucho aire mientras intentaba pensar qué decirle. Al final, sabiendo que me tardaría demasiado en pensar algo, decidí tocar la puerta.
─Soy Eliseo ─susurré levemente─. Tu abuela me pidió que hablara contigo.
Pasó un rato y la puerta se abrió sola, pero no se abrió totalmente. Fue como si ingresara a una casa embrujada y la puerta me diera la bienvenida. Se abrió lo suficiente como para que yo pudiera pasar. Y entré en la habitación.
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