Yatareni -Volumen 2 - 43
─¿Martina? ─entré lentamente a la habitación sin hacer mucho ruido.
Di un primer vistazo a mí alrededor. Aparentemente la habitación estaba vacía. Hasta que vi un bulto de cobijas en la cama.
─¿Martina? ─volví a preguntar.
La niña estaba acostada en posición fetal en el centro de su cama como si estuviera dormida. Pero no lo estaba.
─Cierra la puerta ─oí que me ordenó.
Así que cerré la puerta y me acerqué a la cama.
─Yo… ─dije haciendo pausas muy grandes porque no encontraba palabras─. No me esperaba que algo como esto pasara… así que perdón por no saber qué decirte…
─Eliseo ─Martina balbuceó sin levantarse ni destaparse.
─¿Qué cosa? ─respondí con la misma cadencia con la que le habría respondido a un militar.
La niña se levantó de la cama, aunque no se bajó, simplemente ahí se quedó sentada. Con aquella cobija que la cubría parecía una pequeña monja sobretodo porque la cobija era negra con franjas blancas. Tenía los ojos muy rojos, lo cual evidenciaba que había llorado bastante, aunque ahora me pareció más calmada. Deslizándose por la cama, la chica se acercó a mí mientras yo tomé asiento a su lado.
─Él lo sabía ─murmuró levemente.
─¿Qué quieres decir? ─pregunté.
─Mi abue ya sabía que se iba a ir ─respondió─. Quizá ya lo presentía, o no lo sé realmente, pero creo que él ya sabía que se iba a morir.
─¿Por qué crees eso?
─Él me lo dijo en la fiesta.
─¿Te lo dijo? ─pregunté extrañado.
¿De verdad su abuelito le habrá dicho algo así como “En ocho días me voy a morir”?
Bueno, es verdad que él ya estaba grande, pero, de eso a simplemente saber qué día exacto se iba a morir es algo increíble.
Pero aun sí de verdad él lo sabía, lo que menos debió haber hecho fue decírselo a su nieta el día de su fiesta. O quizá estoy malinterpretando las cosas. Así que esperé a que la niña me explicara.
─Mi abuelito estaba muy orgulloso de mi ─dijo Martina─. Y pienso que al verme en lo que me he convertido él se sintió satisfecho. Seguramente creyó que ya no tenía más que hacer aquí. Me da gusto que al menos ya está descansando ─Martina esbozó una sonrisa pequeña─. Pero aun así… aunque ya sabía que se iría… no dijo nada, no se despidió.
Tuve un presentimiento así que me acerqué más a la niña y la abracé. Parecía que ya no podría contener más su llanto.
─Oye Martina ─le dije─. Yo creo que sí se despidió de ti. Esas palabras que te dijo en tu fiesta son la prueba. Puede que tu abuelito se haya ido de repente, pero, te aseguro que se fue muy feliz, y orgulloso de ti así como dices. Te aseguro que esté donde esté te seguirá viendo cómo sigues creciendo y te conviertes en una gran mujer, aunque yo creo que ya lo eres. Yo también me siento orgulloso de ti. Sé que aunque no tenemos mucho tiempo de conocernos, soy el menos indicado para decirte estas cosas, pero aun así, puedo decir con total certeza que serás una gran mujer.
Mayra tenía razón. De algún modo, siempre encuentro las palabras adecuadas. Eso creo.
Martina se sonrojó, así como suele hacerlo Mayra Palacios. Después se acomodó más en mi regazo.
De todas las veces en la que Martina tenía sus momentos de ternura o se portaba muy “kawaii” como diría Gibrán esta fue la más tierna de todas. Parecía un bebé grande que se acomodaba en el regazo de su madre para dormir. Dios, esta niña me iba a provocar diabetes.
Es cierto que verla así me provocaba una ternura inmensa pero eso también me hacía sentir un intenso dolor. Me dolía verla sufrir.
Martina, para nuestro club, era alguien que aliviaba nuestras cargas emocionales de cierto modo. Si en la semana nos iba mal, bastaba con verla el sábado en las reuniones para levantarnos el ánimo, y, cada vez que se portaba de manera tierna, casi siempre sin querer, nos alegraba a todos el día. Realmente era lindo verla. Nos purificaba el alma.
De hecho, creo que esa fue la razón principal por la cual, originalmente Gibrán permitió que ella se uniera, cuando aquí todos somos mayores de edad y ella es la única menor, ya que nuestras diferencias de edad son más distantes con respecto a la ella. No fue tanto porque Martina no encontrara a nadie de su edad con quien compartir su afición, fue porque ella en sí, era algo así como la personificación de lo “moe” que es un estilo de anime que causa ternura.
La niña, de este modo, encontró amigos con quien compartir sus aficiones, y nosotros encontramos una paz interior que sólo ella podía darnos.
Por esa razón era la consentida del grupo, la hija más pequeña o “la de chocolate” Incluso, en alguna ocasión, Gibrán propuso crear la mascota de SPEED, y planeó que se basara en Martina.
Por eso es que me dolía tanto, y seguramente a los demás también verla sufrir así.
Martina es de esas personas a las que no se les desea ni el más mínimo ápice de maldad, dolor o sufrimiento. Personas que son la encarnación de la bondad e inocencia como ella, no se merecen algo así, no se merecen sufrir jamás en la vida. No aguanto verla así, no lo soporto, me parte el corazón de verdad.
De verdad quería hacerla sentir mejor, o por lo menos aliviar un poco su pesar, pero no sabía cómo. Mientras acariciaba su cabello, y a ratos, también sus trenzas, yo seguía diciéndole:
─Recuerda que somos un equipo, los demás chicos también están preocupados por ti, también lamentan tu perdida, no estás sola… así que… no te dejaré ─yo tampoco me pude contener─. Estamos juntos Martina.
─De verdad duele ─Martina estalló en llanto mientras me aferraba a mí con fuerza─. Me duele, fue mi culpa. Yo fui quien quería la fiesta, él solo estaba esperando la fiesta para poder irse… si yo no hubiera pedido la fiesta, él aun seguiría aquí…
─!Tú no tienes la culpa de nada¡ ─repliqué en el mismo estado que ella─. No te aflijas a ti misma, eres una niña tan alegre e inocente y no quiero que pierdas eso. Tú eres la última persona a la que le desearía esto, tú menos que nadie, y menos a tu edad, así que déjame quedarme contigo, déjame llevarme tu sufrimiento lejos… déjame cargar con eso. Para mi está bien si tengo que hacerlo, pero tú no, por favor tú no…
El llanto de la niña inundó toda la habitación. Probablemente los que estaban afuera debieron escucharlo claramente. Y eso quizá era porque también el mío se le unió.
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