Yatareni -Volumen 2 - 44
Después de un buen rato en el que me quedé con la niña hasta que sacara todo lo que tenía que sacar, finalmente salimos. Aparentemente estaba más calmada pero ya todos sabían su estado ya que todos lo habían oído.
Nadie dijo nada, ni una palabra, pero le sonrieron dando a entender que estaban con ella. Y nos reunimos todos en un gran abrazo solidario.
Creo que el hecho de que nadie dijera nada hizo que ese momento fuera más emotivo de lo que deporsí ya era. De verdad, estas personas son increíbles.
Esa misma tarde mi tía comenzó con el rosario para el descanso eterno del abuelito de Martina. Por lo que sé, porque después mi tía me lo explicó, para el descanso del difunto, se reza un novenario, es decir, durante los nueve días posteriores al fallecimiento se reza un rosario cada vez. Y cuando esos nueve días han pasado, se hace el levantamiento de la cruz, que consiste en bendecir y llevar a la tumba la cruz con el nombre de la persona y todo lo demás. Hacen también algo un poco curioso. Forran una caja de zapatos completamente de negro y ahí ponen los pétalos de una flor bendecida, pero no pregunté el significado de esto.
En esa primera noche el primer rosario fue de cuerpo presente. Para entonces, ya el abuelito de la niña estaba reposando en la caja que ya habían mandado comprar desde Sayula. A esto, debo de agregar que todos los chicos y yo pusimos parte de nuestro dinero para pagar todos los gastos funerarios.
Esa primera noche fue de vigilia, así que casi nadie durmió. Aquel primer rosario duró casi toda la noche, pero, además también estuvimos ayudando a la abuela de Martina a preparar la comida para los que asistían a los rezos y otras cosas por el estilo.
Al día siguiente, al mediodía, fue la misa de cuerpo presente en la iglesia. Quién diría que nueve días antes, estábamos ahí todos juntos en la misa de los XV años de Martina. Todavía no me creo que esté pasando esto.
Cuando acabó la misa, nos fuimos todos en procesión hacia el panteón del pueblo, el mismo donde está la madre de Mayra Palacios. Para entonces ya los sepultureros habían hecho el agujero listo para recibir la caja.
Mientras lo enterraban, algunos lloraban, entre ellos, obviamente la familia cercana, otros rezaban, y otros más cantaban canticos religiosos que sonaban muy fúnebres.
El ambiente se sentía muy pesado y sombrío pero teníamos que estar ahí, por ella.
Incluso vino a acompañarnos un mariachi pero nadie sabe quién lo llamó o contrató. Normalmente los mariachis cantan en festividades alegres pero parece que tienen repertorio para todos los eventos. Es más, creo que fueron los mismos de la fiesta de Martina. Es probable porque no hay muchos grupos de mariachis en la región.
Y así, aquella triste jornada terminó. Cada quien volvió a su casa, o en mi caso, a la de mi tía. Todos volveríamos a la vida normal de siempre. Pero Martina y su abuelita la tendrían difícil.
Sin embargo, uno tiene que seguir adelante porque así es la vida, y creo que al abuelo de Martina no le habría gustado que su familia viviera por siempre afligida.
Durante toda esa semana, cuando se hacían los rosarios del novenario, en un gesto de solidaridad, los chicos de SPEED y algunos vecinos siempre veníamos apoyar para preparar comida y ayudar en otras cosas, ya que es costumbre que después del rosario, la familia anfitriona ofrezca algo de comer a los invitados.
Pero como ninguno de nosotros sabe cocinar, o no cocina para tanta gente, se nos hizo fácil encargar un lote de tamales y algunos litros de atole, y eso era lo que le dábamos de comer a la gente.
Y pues, yo, a petición de los demás chicos, y después por voluntad propia, iba seguido a casa de Martina solo para ver cómo estaba. A veces me quedaba con ella a platicar o a hacer cualquier cosa para que se distrajera.
Desde muy temprano iba a verla, ya que durante esa semana y la siguiente, la niña no fue a la escuela debido a la situación por la que estaba pasando. Se me hace curioso también que, durante esos días no vi a ningún compañero de su escuela que viniera a apoyarla. Parece que era cierto eso de que, por su afición, no tenía muchas amistades en su escuela. Aunque en su fiesta de XV años sí vi algunos compañeros suyos.
A veces también salíamos de paseo a Sayula, o íbamos al cine de esa ciudad. Por cierto, hasta ese momento supe que había algo como un cine en Sayula.
También, a veces íbamos a la base en días entre semana para leer manga o ver anime. O incluso, la llevaba a casa de mis tíos a pasar el rato. Cualquier cosa para que ella se distrajera estaba bien. Y tanto en la iglesia como en la casa de mis tíos, Mayra Palacios también nos hacía compañía.
Unos pocos días después del fin de semana del funeral, Mayra Palacios, Martina y yo acabábamos de bajar de la iglesia.
Habíamos pasado todo el día leyendo mangas y viendo anime, y como ya estaba atardeciendo, decidimos bajar.
¿De verdad Mayra Palacios hacía esto todos los días? Es una buena vida, pero no puede durar para siempre.
Planeaba pasar a casa de Martina a dejar a la niña. Pero de la nada, la “Flor de Capomo” dijo que se le antojaron unas botanas.
─Pero vas a comer en tu casa ¿no? ─le pregunté.
─Pero yo quiero unas ahora ─insistió.
Y suspiré.
La complací, pero no tanto por solidaridad, fue más por el puchero que me hizo. Poco a poco estaba volviendo a ser la misma “loli” tierna de siempre.
Llegamos entonces a la tienda “La Poblanita” y entramos.
─Elige lo que quieras ─ordené.
Y la niña recorrió entonces la tienda en busca de algo que satisfaciera su antojo.
─¿Tú no quieres nada? ─pregunté a Mayra Palacios.
─No gracias ─respondió─. Estoy bien.
No pasó mucho rato hasta que ella otra vez me dirigió la palabra:
─Oye.
─¿Qué cosa?
─¿Puedo pedirte un favor?
─¿De qué se trata?
─Después de lo que pasó con Martina ─me dijo─. Yo… estuve pensando mucho las cosas, sobretodo porque todo esto me recordó cuando mi madre se fue. Aunque mi madre, de cierto modo, también se “despidió” me dolió mucho cuando se fue. Y no quiero pasar por eso de nuevo.
─Entiendo.
─Así que ─la chica titubeó─. Quiero… hablar de nuevo con mi papá. Ya perdí a mi madre y a él tampoco quiero perderlo.
Hasta ese momento fue que dirigí mi mirada hacia ella.
─¿Quieres hacer las paces con él?
─Creo que si ─respondió─. Pero, bueno, para mí es difícil simplemente ir y hablar con él, así que… me gustaría que me acompañaras.
─Claro ─respondí─. ¿Cuándo planeas ir a verlo?
─No lo sé ─respondió─. Aun no me siento lista, pero no quiero dejar pasar mucho tiempo, así que cuando te diga, por favor acompáñame.
─Por supuesto.
Justo en ese momento iba saliendo Martina con todo lo que había elegido. Dos bolsas de papas, un refresco de 350 ml, y unas galletas. Así que pagué por todo eso y nos fuimos de ahí.
Creo que estoy considerando ser padre.
Pasamos por la plaza central del pueblo y ahí, ella nos vio.
─Hola chicos ─nos saludó Mayra Páez desde lejos al reconocernos.
Y dirigiéndose a la “loli”, se agachó un poco para quedar a su altura y le preguntó:
─¿Cómo te has sentido? ¿Ya estas mejor?
─Un poco ─respondió sonriendo mientras degustaba sus frituras─. Aun estoy triste pero ya me estoy acostumbrando. Eliseo siempre está conmigo para ayudarme y a veces también tu gemela está con nosotros.
─¿Los tres juntos? ─comentó Páez─. Cuando los vi desde lejos a ustedes dos, junto con ella comiendo sus botanas, los vi como una familia feliz. El papá ─dijo señalándome─. La mamá ─comentó señalando a la otra Mayra─. Y la hija─. y señaló finalmente a Martina.
Y los tres nos sonrojamos, volteando hacia direcciones distintas. No había pensado en eso, ahora que lo dice.
─Pero bueno, qué bien que estés mejor ─Mayra acarició la cabeza de Martina─. Espero que lo superes pronto.
─Gracias ─dijo la niña.
Y dirigiéndose a mí, me dijo:
─Contigo quiero hablar.
─¿Conmigo?
─Ve un día de estos a la sede de Nipponkenkyo. Hay algunas cositas que quiero discutir contigo acerca de tu novela y el anime.
─Cla-claro ─estaba algo nervioso porque se había acercado demasiado a mí. Incluso llegué a pensar que me daría un beso.
Se despidió de nosotros y se fue.
Seguimos caminando hasta la casa de Martina.
Ya desde lejos habíamos visto a una mujer que nos estaba viendo como si intentara recordar quiénes éramos. Era una mujer que estaba vestida elegantemente como si fuera a alguna cena de gala.
Cabello corto color marrón, unos lentes negros no tan oscuros, una bolsa negra muy elegante y unas zapatillas de tacón alto y grueso complementaban su atuendo. Evidentemente no era de por aquí. Llegué a pensar que era la madre de Mayra Páez aunque me preguntaba qué estaría haciendo ahí.
Se acercó presurosa a nosotros y dijo mientras se levantaba los lentes oscuros:
─Oh, aquí estas Martina, te he estado buscando por todos lados.
Mayra y yo entonces nos preguntamos de quién se trataba. Pensaba que era alguna conocida de Martina o algo por el estilo, hasta que las palabras de la niña solo me confundieron más:
─¿Quién es usted señora?
─¿No me recuerdas? ─preguntó─. Bueno, tiene bastante tiempo de que te vi por última vez, estabas muy chica. Creo que es normal que no me reconozcas.
─¿Quién es usted? ─pregunté lo mismo.
La mujer se levantó y se presentó:
─Me llamo Natalia ─respondió─. Pueden llamarme Nataly.
Y después dijo algo que nos dejó estupefactos:
─Soy la madre biológica de Martina.
─Su… ¿su qué?
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