Yatareni - Volumen 3 - 02
Fue difícil, y también un poco sucio, pero después de algunas horas, finalmente le devolvimos a la cocina el esplendor que necesitaba. Pensar que solo limpiar la cocina nos tomó casi todo el día pero faltaban más habitaciones.
─Y ahora ─dijo Mayra mientras se limpiaba el polvo de las manos por medio de un aplauso─. Hora de cocinar.
─¿No podemos descansar un poco? ─pregunté, ya que también yo estaba un poco exhausto después de todo ese trabajo.
─Ya está atardeciendo ─respondió la chica─. Limpiar la cocina era urgente para preparar de cenar pero las demás habitaciones las limpiaremos mañana y si es necesario también los otros días. Nos tomará el tiempo que nos tenga que tomar.
─¿Mañana también vamos a…?
La chica me dirigió entonces una mirada intimidatoria. Me da gusto que cada vez tenga más iniciativa pero ahora que lo pienso creo que se está pasando un poco. ¿Acaso he creado un monstruo?
─Creo que deberíamos llamar a los demás chicos para que nos ayuden ¿no crees?
─Yo preferiría que no ─respondió─. Esto es algo más personal, algo que yo quiero hacer. Después de todo se trata de mi papá, mi familia.
─¿Entonces por qué estoy aquí ayudándote?
─Porque… ─dijo evadiendo mi pregunta─. ¿Qué haremos de cenar?
─¿No sabes qué preparar?
─De hecho… nop.
─¿A dónde se fue ese ímpetu tuyo de antes?
─Se me acabó mientras limpiaba la cocina.
─¿De casualidad no habrás aprendido a cocinar mientras veías tanto anime allá en la base?
─Hay animes de cocina ─respondió─. Pero es cocina japonesa, no es lo mismo. No consigues esas cosas con tanta facilidad aquí.
─No hablaba tan enserio ─dije y agregué─: Mira, no es que no sepa cocinar, mi tía me ha enseñado un poco, pero digamos que no he tenido oportunidad de poner eso en práctica.
─¿Qué te enseñó a cocinar?
─Veamos ─respondí haciendo memoria─. Huevos a la mexicana, enfrijoladas, huevos con jamón y tocino, platillos sencillos.
─¿Qué ustedes solo comen huevo?
─Comemos muchas cosas ─respondí─. Pero solo recuerdo los platillos que llevan huevo porque son los más fáciles de hacer.
─Ok ─comentó─. Veré qué hay en el refrigerador, tú busca por ahí si hay huevo.
─Creo que sí había ─respondí─. Pero ya olía mal. Hay mucha comida echada a perder.
─Entonces hay que comprar.
─¿Tienes dinero?
─De hecho… nop.
─¿Entonces? ─pregunté─. Deberías tener ¿no? Ya sabes, nuestro dinero, el que nos dieron por la mina.
─Ese lo tengo en el banco.
─¿Y tu dinero que ganaste en el concurso de la fiesta patronal?
─Eh… preferiría no usar ese dinero. Planeo utilizarlo para algo más importante.
─¿Para qué?
No me respondió. Se alejó a buscar dinero en otra parte.
La chica se dirigió a su habitación, volvió con un billete de 50 pesos y me lo dio.
─¿Voy a ir yo?
Por tercera vez me dirigió esa mirada que siempre usa para ordenarme las cosas sin pedírmelas.
─Está bien, voy yo ─comenté resignado─. ¿Qué se supone que compraré?
─Déjame ver ─pensó─. Un kilo de tortillas, un litro de aceite, medio kilo de jitomate, medio kilo de cebolla, una mantequilla… ehm… ¿un refresco?
─Que oportunista te has vuelto ─murmuré─. Si quieres mejor traigo unas papas y otras botanas para la cena y así nos ahorramos cocinar.
─Oye no es mala idea.
─No hablaba enserio.
Tomé entonces una bolsa de mandado y salí de la casa de Mayra a comprar todo lo necesario para preparar la cena.
****
─Definitivamente estoy soñando ─dijo el papá de Mayra sin poder aun creer lo que estaba viendo.
Aquella mujer a la que contemplaba incrédulo era su esposa fallecida hace más de cinco años. Y sin embargo, estaba parada frente a él con toda la naturalidad del mundo.
─Puede ser, puede que no ─respondió su esposa un poco jocosa─. Ese no es el punto. Alguien tenía que venir hasta acá a darte un jalón de orejas ¿Quién más que yo para hacerlo?
─¿Qué?
─Mira el desastre en que convertiste nuestra casa ─replicó Cecilia─. El otro desastre que provocaste el día de la fiesta patronal y el otro desastre que provocaste cuando te quitaron aquel trabajo de la residencia ¿Por qué pareces estar tan tranquilo después de eso?
─¿Crees que no me siento mal? ─respondió el papá de Mayra─. Es solo que…
─Es solo que huyes ─contestó la mujer regañándolo tiernamente─. Lo echas a perder y lo único que se te ocurre es acurrucarte en tu cama e irte a dormir esperando que todo se resuelva solo. No eres un niño al que le tienen que resolver todo sus padres, o en este caso, su hija. Es curioso cómo eres un mal ejemplo para Mayra pero ella ha demostrado más madurez que tú, aunque… creo que también debo de darle un poco de crédito a aquel chico con el que se junta, hizo un mejor trabajo que tú en los seis meses que lleva en este pueblo que tú en cinco años.
El papá de Mayra bajó la mirada. Se sentía como un niño de cinco años reprendido por su madre.
─¿Qué crees que deba de hacer? ─preguntó sin levantar la mirada.
─¿Y me lo preguntas a mí? Yo que sé, creo que nada ─respondió Cecilia─. Eres capaz de empeorarlo. Deja que el muchacho se encargue de todo y también deja que tu hija se encargue de tí. Aunque creo que sí hay algo que puedes hacer, ya ella te lo dijo. Levántate, toma un baño, sal y busca otro trabajo, otra obra, algo mejor que lo que perdiste. Intenta cambiar, demuéstrale a tu hija que aun puedes ser un padre ejemplar aunque ella no lo necesite, porque no lo necesita, no hagas esto por ella, hazlo por ti ¿o es que acaso también quieres perderla?
─No, por supuesto que no ─El papá de Mayra se puso de pie─. No quiero perderla así como a tí.
─Oye ─dijo la mujer en un tono aún más suave─. Cuando dije que podías perderla no me refería a perderla físicamente así como yo. En realidad hay otras maneras en la que la puedes perder pero no creo que quieras saberlo.
La mujer entonces comenzó a elevarse en el aire.
Las prendas que llevaba se transformaron hasta adoptar la apariencia de un uniforme escolar femenino japonés típico de los años 80´s.
─Parece ser que no has perdido tu sentido del humor ─sonrió el arqui.
─Estaré observándolos ─dijo─. Y si fuera necesario, vendré de nuevo a darte un sermón o a echarles una mano como en aquella ocasión.
─¿Eh? ¿De qué hablas?
Sin responder a la pregunta Cecilia seguía elevándose lentamente, y al tiempo que se hacía más trasparente, levantó su mano derecha, con ella hizo la señal de la victoria y la situó sobre su ojo derecho, mientras cerraba el izquierdo se despidió diciendo con un tono un poco vulgar:
─Ahí se ven.
El papá de Mayra abrió los ojos.
Todo parecía normal en la habitación donde se encontraba. Incluso permanecía tapado con la misma cobija que se supone, se había caído sola al piso.
Miró hacia todos lados y no halló rastro alguno de otra presencia aparte de la de él.
─¿Sí fue un sueño? ─se preguntó.
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