Yatareni - Volumen 3 - 04
El día de la posada llegó dos días antes de Navidad.
Tal y como lo prometieron, los miembros de SPEED estuvieron aquí desde muy temprano para ayudarnos con los preparativos. Sin embargo, por lo menos yo estaba un poco confundido ya que no sabía realmente qué hacer. Aunque ya he estado en varias posadas antes, esta es la primera vez que me toca estar tras bambalinas.
─No es tan difícil ─comentó al respecto la líder de la Sociedad─. Ya he ayudado en otras posadas antes. Solo tenemos que conseguir la piñata, los dulces y otras cosas necesarias.
─¿Y la comida que daremos? ─pregunté.
─De eso se encargarán tu tía y las demás vecinas.
─¿Dónde compraremos las cosas? ─preguntó Guadalupe─. ¿En Sayula?
─Supongo ─respondió Mayra Páez─. Es lo malo de vivir en un pueblo tan pequeño.
Mayra, junto con algunos de los chicos, nos dirigimos en su automóvil hasta el mercado de la cabecera municipal y ahí conseguimos todo lo necesario. Una piñata hecha de cartón y papel maché, serpentinas, globos, luces de bengala, velitas de colores, dulces que servirían tanto para la piñata como para los aguinaldos, bolsitas decoradas, novenarios para pedir posada, etc. Nunca me pareció que se gastara tanto en las posadas a las que había ido antes.
Otros de los chicos se quedaron en casa de mi tía y ayudaron con la limpieza de la casa, barrieron, sacudieron y limpiaron.
Y tal y como lo había dicho Mayra, muchas vecinas se juntaron para ayudar a mi tía con la preparación de la comida que darían en la posada, principalmente tamales de diversos sabores y buñuelos azucarados. Asimismo también prepararon ollas repletas de ponche de fruta y atole de maíz.
Llegamos rápidamente a la casa y procedimos a preparar los aguinaldos y a rellenar la piñata. Para los aguinaldos, lo que hicimos fue tomar un ejemplar de cada dulce que habíamos comprado y meterlo en las bolsitas decoradas. Logramos formar cuarenta aguinaldos ya que, como habían mencionado los chicos, no vendría mucha gente.
El sobrante de los dulces, lo usamos para rellenar la piñata, en la cual además agregamos algo de fruta y una que otra moneda de diez pesos.
─¿Pero, y si vienen más niños? ─pregunté incrédulo al ver que eran pocos aguinaldos.
─Te aseguro que lo que menos verás en la posada serán niños ─contestó Gibrán.
Y sí. Cuando oscureció y la gente comenzó a reunirse para la posada, lo que más vi fueron adultos, y adultos mayores, pero no vi muchos niños. Quizá no pasaban de veinte.
Entonces me explicaron la razón de esto: resulta que en este pueblo, y también en los demás del lugar la población infantil no es muy numerosa. En el caso de Yatareni este sector de la población es tan bajo que aquí no hay escuelas primarias. Todos los niños del pueblo tienen que migrar a pueblos cercanos para estudiar. Sabía que no había escuelas aquí pero creo que nunca me pregunté la razón de eso.
Solo hay una secundaria en el pueblo, la escuela a la que asistía Martina. Y hablando de la “loli”. Ver a todos esos chicos de algún modo me hizo recordarla.
La ya deporsí baja estadística de población adolescente de Yatareni disminuyó aún más hace unas semanas. Si ella estuviera aquí, haríamos todos lo posible para que ella fuera la primera en pasar a romper la piñata, o incluso, que ella sea quien la rompa.
Al final, con la poca gente que ya se había reunido, decidimos comenzar la posada. Procedimos a dividirnos en dos grupos. Uno permanecería dentro de la casa, en el patio, y el otro, se quedaría afuera. Ellos serían los “peregrinos” que pedirían posada. Mi tía repartió las luces de bengala y velitas de colores para que los “peregrinos” las encendieran.
Las dos Mayras y yo permanecimos dentro de la casa, los demás chicos de SPEED se quedaron afuera. No es como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, creo que cada quien lo pensó por su cuenta. La gente que estaba afuera, usando sus novenarios, comenzaron a cantar pidiendo posada y nosotros les respondíamos. Y es curioso cómo uno percibe una cierta magia en esto. Cómo, aunque hacía mucho frío, todo aquello me parecía muy cálido.
Después de que abrimos las puertas, los peregrinos entraron y los chicos y yo procedimos a repartir todo lo que habíamos preparado para la cena. Como verdaderos meseros, le dábamos a cada uno un tamal, y un vaso, ya sea de ponche o de atole, según la preferencia de cada uno, y del mismo modo repartimos los buñuelos.
Poco después hicimos que los pocos niños que había se formaran y cada uno recibió su aguinaldo. Como nos sobraron algunos, nos los guardamos para nosotros.
Entonces llegó la hora de romper la piñata. Un acontecimiento que de cierto modo, era el que más esperaba aunque no sabía por qué. Estaba un poco emocionado aunque sabía que yo no iba a pasar a romper la piñata. Aunque los chicos me habían dicho que pensaban comprar una piñata para nosotros pero no recuerdo por qué ya no se dio aquello.
Los pocos niños que había se arremolinaron en el patio de la casa alrededor de la piñata que colgaba del lazo y que era balanceada por mi tío desde la azotea. Mi tía consiguió un palo, y un lazo para vendarles los ojos a los niños, luego de ello, les daba vueltas para que perdieran el sentido de la orientación y entonces, procedían a intentar golpear la piñata al tiempo que los demás les gritaban tratando de guiarlos para que acertara. Aunque no siempre eran honestos.
Sin embargo, lo que no me esperaba fue que aquellos niños fueran muy impulsivos y llenos de energía. Golpeaban la piñata con una rudeza tal que parecía que la odiaban a muerte, y eso era cuando acertaban, ya que la mayoría del tiempo agitaban el palo en el aire con tal violencia que tuvimos que retirarnos varios metros para evitar ser golpeados. Daba un poco de temor pensar que a alguno se le zafara el palo y este saliera volando hacia alguno de nosotros.
Aun cuando la piñata estaba en espera de que alguien pasara a golpearla aquellos niños intentaban alcanzar la piñata con las manos, saltando lo más alto que podían o hasta tirándole piedras pequeñas, pero mi tío lograba siempre elevarla antes de que la atraparan.
Y después de que pasaron ocho niños, lo consiguieron.
Una niña, la más alta, aprovechó el descuido de mi tío y saltó en un momento en el que la piñata estaba a baja altura. Logró atajarla con las manos cual balón de futbol y debido al peso de la niña, la cuerda que funcionaba como asa, y que estaba atada a la cuerda que sostenía mi tío se rompió, apoderándose de este modo de la piñata y todo su contenido. De inmediato la niña salió disparada de la casa huyendo con la piñata mientras era perseguida por todos los demás niños hasta que finalmente se perdieron entre las calles del pueblo. Fue un final inesperado.
─¿Así son todos los niños en el pueblo? ─me pregunté mientras veía a los niños alejarse.
Y así, aquella jornada llegó a su fin.
Cuando todos los invitados se fueron ya entrada la noche, los chicos, mis tíos y yo cenamos algo de la comida sobrante que habíamos repartido. Los tamales y el atole olían rico pero no tuvimos oportunidad de probar nada de eso hasta ese momento. Y sí, sabían delicioso.
─¿Verda’ que nos quedaron ricos? ─exclamó mi tía al probar bocado de los tamales.
─Pero pus hace falta un traguito de pulque pa’ acompañar ─replicó mi tío.
─Yo paso ─dije de inmediato.
─Pero el atole sabe muy bien ─comentó Angelina─. También les quedó delicioso.
─Y ni se diga el ponche ─argumentó Claudio.
─Al final creo que fue una buena posada ─dijo Mayra Páez─. Y aunque nos cansamos preparándolo todo creo que valió la pena.
─Yo pienso lo mismo ─respondí─. Aunque, ver a esos niños me hizo recordar a Martina.
De repente todos guardaron silencio. Supongo que dije algo incómodo porque de la nada el ambiente cambió.
─Me pregunto qué estará haciendo ─murmuró Mayra Palacios.
─Seguramente viendo anime ─contestó Gibrán seguro de sí mismo─. Pero ya no lo ve por diversión, ahora lo hace para sentirse cerca de nosotros.
Luego, posando como un orador profesional, dijo:
─Aunque la distancia nos separe, el anime siempre nos mantendrá unidos.
Las frases que suele decir Gibrán como esas, que antes me causaban pena ajena, poco a poco me provocan algo de nostalgia, pero no sé si sea por la ausencia de la niña o por alguna otra razón.
Al final, creo que el mundo del anime y la cultura otaku, y este pequeño mundo de tradiciones y costumbres regionales mexicanas se van diluyendo cada vez más. Es inevitable que una me haga pensar en la otra.
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