Yatareni - Volumen 3 - 18
Al anochecer finalmente llegamos a la ciudad de Santa Miranda.
Pensar que la primera vez que venimos nos tomó varias horas y ahora tardamos dos días. Pero en fin, ya estábamos aquí y eso era lo importante.
Fue un poco difícil pero logramos localizar el lugar donde vive actualmente Martina.
La niña ahora reside en un edificio departamental que forma parte de una Unidad Habitacional. En lugares como estos todos los edificios son idénticos al inicio pero cuando los residentes compran la casa la modifican al gusto.
Aquí también tuvimos dificultades pero logramos dar con el apartamento de la niña. Su casa estaba localizada en la planta baja de un edificio de cuatro niveles. Al parecer cada nivel es un apartamento único e independiente de los demás. Para subir a las demás casas se usa un núcleo de escaleras que conecta con dos edificios contiguos.
Mayra estacionó su auto frente al edificio y nos bajamos.
─¿Entonces… aquí vive? ─murmuró la chica al tiempo que nos acercábamos a la puerta y daba un vistazo al conjunto.
─Según la dirección que nos dio su abuela, sí ─contesté aunque no fue una pregunta dirigida a mí.
Viéndolo más de cerca, y considerando que cada edificio tiene cuatro casas, en realidad el departamento de Martina no es muy grande. Creo que son de esos departamentos pequeños que otorga el gobierno. Pero creo que para ella está bien porque solo vive con su madre.
Conforme nos acercábamos a la puerta me ponía más nervioso y me preguntaba si también Mayra sentiría lo mismo.
─¿Crees que nos recuerde? ─me preguntó.
─Yo creo que sí ─respondí─. Apenas ha pasado un mes.
Di un largo suspiro y finalmente tocamos el timbre. Pudimos oír desde adentro una voz infantil contestando: “Van”
─Es ella ─murmuré.
Y sí, ella fue la que abrió la puerta.
Creo que no se esperaba que fuéramos nosotros porque tardó como cuatro segundos en procesar lo que sus ojos estaban viendo. Luego de eso, comenzaron a humedecerse. Yo también tardé en darme cuenta de que era ella. Solo había pasado un mes pero estaba muy cambiada.
Sus típicas trenzas habían desaparecido, ahora solo tenía el cabello suelto el cual le llegaba a un poco más abajo de los hombros.
Ya no vestía su ropa tradicional que siempre usaba en el pueblo, ahora vestía como yo, igual que una citadina. De hecho estaba usando una sudadera amarilla con la cara de Bob Esponja bastante holgada. Exceptuando este último detalle, todo lo demás la hacía ver como si hubiera crecido tres años en un mes.
─¡Eliseo! ¡Mayra¡ ─gritó sollozando─. ¡Son ustedes!
Se abalanzó hacia mí y me abrazó.
Mayra también se nos unió en aquel abrazo.
─Hola de nuevo “Flor de Capomo” ─le susurré.
─Te extrañamos tanto ─murmuró a su vez la líder de SPEED.
─Igual yo ─respondió la niña emocionada─. ¿Cómo supieron dónde vivía?
─Tu abuela nos dio la dirección ─respondió.
─Ni siquiera sabía que mi abuela tenía la dirección ─comentó Martina─. ¡Qué gusto verlos! ¿Dónde están los demás?
─Solo venimos nosotros ─respondió la chica.
Después de aquel emotivo encuentro la niña nos invitó a pasar. Aunque la casa de Martina era pequeña todo estaba acomodado de tal modo que parecía haber más espacio. Todas las paredes estaba tapizadas de fotos familiares, casi todas de la madre de Martina, algunos diplomas de cursos y talleres que tomó, y una vieja foto de ella vestida de novia acompañando al que, supuse, es el padre de Martina. Ese mismo sujeto aparecía en otras fotos con la madre de la niña pero más joven y una bebé en brazos. Fotografías antiguas que fueron tomadas con cámaras fotografías en los 90´s.
También predominaban vitrinas con figuras de cerámica en ellas, desde animales hasta seres mitológicos, floreros y estatuas. Había también algunos platos, y utensilios de cocina que fungían como ornamento y varias macetas de distintos tamaños.
Sonaban a toda potencia canciones de La Banda MS hasta que Martina fue al estéreo y bajó el volumen.
No era como la casa de Martina en Yatareni pero hasta mi casa es más lujosa que esta. O al menos el doble de grande.
─Siéntense ─nos dijo la niña mientras se dirigía a la cocina─. ¿Quieren algo de tomar? Tengo refresco, algo de té, leche…
─Refresco está bien ─respondimos─. Gracias.
Vimos unos sillones pequeños reunidos en torno a una mesita de centro, algo así como una sala en miniatura y ahí tomamos asiento.
Aunque ella estaba en la cocina, era posible verla perfectamente porque, debido al tamaño de la casa, todas las “habitaciones” estaban bastante homogenizadas. No era posible distinguir dónde terminaba una y dónde comenzaba la otra. Exceptuando claro, las recámaras y el baño.
La niña sacó una botella de Coca-Cola de tres litros a medio terminar de un pequeño refrigerador que tenía su altura, nos sirvió dos vasos, y un tercero más para ella y nos los trajo. También se sentó con nosotros.
─¿Tu mamá no está? ─pregunté.
─Está trabajando ─respondió─. Llega más tarde, quizá ya no tarde.
─¿Muy noche?
─A veces ─respondió─. Todo depende de su trabajo.
─¿En qué trabaja?
─En un call center ─respondió─. Hace llamadas a la gente para preguntar sobre sus servicios de telefonía y otras cosas.
─¿Ese era el “gran” trabajo que dijo que tenía cuando vino por ti a Yatareni? ─comentó algo sarcástica Mayra.
─Esperen ─comenté─. Ella me dijo que no fue a tus XV años porque andaba haciendo no sé qué en Sonora, entonces ¿eso era mentira?
─No sé de qué hablas ─comentó la niña─. Mi mamá trabaja en ese call center haciendo llamadas en inglés. Así que gana el doble, y como les habla a extranjeros, gana muy bien.
─Oh vaya.
─Y bien ─preguntó Martina mientras le daba un sorbo a su refresco─. ¿A qué se debe el honor de su visita?
Hasta su forma de hablar había cambiado.
Mayra y yo procedimos a explicarle todo, desde la eventual separación de SPEED hasta el épico viaje que planeábamos a Japón como despedida. Pude ver que a medida que le dábamos los detalles la niña parecía ilusionarse cada vez más.
Creo que no lo podía creer. Bueno, de cierto modo, nosotros tampoco.
Siendo ella la más pequeña del equipo, quizá es lógico que sea la que más emocionada esté con esto. Extrañaba bastante ver a esa niña sonriendo de ese modo.
─¿Realmente… irán a Japón? ─preguntó después de nuestra explicación.
─Iremos ─respondí─. Por eso venimos por ti, para que vayas con nosotros.
─Pero… ─bajó la mirada y su sonrisa se borró─. Mi madre no me dejará ir.
─Por eso es que también venimos ─le dijo Mayra─. Para convencer a tu madre, hablaremos con ella para que te dé permiso, tú quédate tranquila.
Y sonrió de nuevo.
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