Yatareni - Volumen 3 - 19
Luego de unos segundos en los cuales ninguno dijo nada Martina tomó la palabra:
─¿Quieren ver mi habitación? En lo que llega mi madre.
No respondimos nada, pero como ella ya se estaba levantando simplemente la seguimos.
La habitación de Martina estaba situada hasta el fondo de la casa. Era lo suficientemente pequeña para una casa de ese tipo pero lo suficientemente grande para una niña de quince años de edad. Creo que su habitación en la casa de Yatareni era más grande.
Y en esta, así como en la anterior, también estaba presente la mercadotécnica relacionada al anime. Las paredes y la puerta del lugar estaban tapizadas con posters de anime y algunos cuadros del mismo tema. Tenía también una vitrina con varios muñecos, DVD´s, mangas y demás parafernalia relacionada al anime.
Pero lo que llamó mi atención fue el objeto central de todo este “santuario” como ella lo llamaba. Sobre una especie de pedestal y encerrada en una vitrina, se encontraba la muñeca María que yo le regalé cuando se fue del pueblo.
─Qué bien la conservas ─le dije mientras la contemplaba.
─Es… solo… solo le compré la vitrina para que… no se ensuciara, hay mucho polvo aquí ─Martina se sonrojó─. Es mi… posesión más preciada.
Ahora yo también me puse rojo de la pena.
─Qué… bueno ─titubeé.
Justo en ese momento oímos que alguien entraba por la puerta. Martina fue la primera en asomarse y nos dio la noticia:
─Mi madre acaba de llegar.
Ella salió a recibirla y nosotros permanecimos en su habitación. Realmente no entiendo aun del todo porqué decidimos esperar ahí dentro pero gracias a eso pudimos observar algo interesante.
La madre de Martina entró, se quitó la gabardina que llevaba y se dejó caer sobre uno de los sillones al tiempo que daba un profundo suspiro.
Después de eso gritó:
─¡Martina, espero que ya esté preparada la cena! ¡Estoy muerta de hambre!
─Cla-claro que sí mamá ─respondió rápidamente la niña─. Te voy a servir.
De inmediato, Martina corrió hacia la cocina, destapó una olla con mucho vapor saliendo que estaba en la estufa y sirvió un plato.
─¡Tráemelo! ─gritó de nuevo─. Voy a cenar aquí.
La mujer se quitó las zapatillas hasta quedar descalza, tomó el control de la televisión y encendió el aparato. Martina le llevó el plato con la sopa, o lo que fuera eso, y su madre probó bocado, como si fuera alguna jueza de un concurso de comida.
─Se te pasó un poco la sal ─sentenció─. Pero comparado con las porquerías que preparabas cuando llegaste aquí creo que has mejorado.
Creo que era obvio que ella no sabía que estábamos aquí. No me agradaba para nada cómo llegaba y se ponía a darle órdenes. Es verdad que esa mujer puede venir cansada del trabajo, aunque igual y no hace mucho, y Martina debería ayudarle a servirle, pero una cosa es que Martina lo haga por amabilidad, y otra muy diferente es que esta mujer lo ordene como si fuera una tirana.
Pero cuando dijo aquello de que al inicio cocinaba porquerías estuve a punto de salir y gritarle que mejor ella se cocinara su comida. Ganas no me faltaron de aventarle la sopa en la cabeza. Pero Mayra, anticipándose, me detuvo.
─Tranquilízate ─murmuró.
─¿Enserio quieres que me tranquilice después de ver cómo la trata?
─Recuerda que no venimos a eso ─comentó─ A mí también me molesta pero si nos descontrolamos, mucho menos podremos convencerla de que deje ir a Martina con nosotros, así que, aunque nos cueste trabajo, hay que tratar de ser amables.
─Mierda ─fue todo lo que dije.
Entonces, lentamente salimos hasta quedar frente a ella.
─¿Ustedes que hacen aquí? ─nos preguntó malhumorada─ Esperen, ¿que no son ustedes los amigos de Martina del pueblo ese?
─Buenas noches señora ─saludamos.
Martina, que aún permanecía en la cocina, seguramente limpiando, podía ver y escuchar todo lo que acontecía.
─Esos mismos ─respondió Mayra─. Queremos hablar con usted.
─Si vinieron a pedirme que Martina regrese al pueblo, pierden su tiempo ─respondió fríamente─. No la dejaré irse ─y regresó a ver la televisión, como tratando de evadirnos.
─No se trata de eso ─repliqué─. Nosotros planeamos un viaje a Japón el próximo mes y queremos que Martina venga con nosotros porque…
─No ─interrumpió sin dejar de mirar el aparato─. No irá con ustedes.
─Pero no nos ha permitido explicarle…
─Eso no cambiará nada ─dijo tajantemente─. Martina no irá con ustedes, y menos a un lugar tan lejano como Japón, así que les pido que se retiren…
Permanecimos callados. No sabíamos qué más decir. Así que no tuvimos de otra más que abandonar la casa. Pude ver, antes de dirigirme a la salida que Martina, mientras limpiaba la mesa, parecía sollozar un poco.
─¡Tráeme un vaso de agua! ─ordenó la mujer.
La niña se aprestó a servirle el vaso y traérselo a su madre.
Ella lo tomó y no dijo nada más, ni siquiera le importó que su hija estuviera sollozando.
─Lo siento ─murmuró la niña.
─Nosotros también lo sentimos Martina ─respondí.
Después de eso, Martina fue a encerrarse a su habitación y nosotros dejamos la casa.
Estábamos bastante molestos con lo que había pasado, tanto por ver cómo trataba a Martina como porque no nos permitió explicarle nada.
─!Maldita bruja! ─murmuré cuando nos acercamos al auto de Mayra─. ¡Deberíamos hacer algo al respecto! ¿Viste cómo la trata? Es obvio que se la trajo nada más para tenerla como sirvienta. Quizá podamos quitársela de nuevo o algo así, no se…
─No podemos hacer nada ─respondió─. Es su madre biológica. Aunque la trata mal, no parece golpearla o lastimarla gravemente, así que sería difícil probar que sí la maltrata. Además, recuerda que nosotros no venimos a eso.
─Si no podemos regresarla a Yatareni ─murmuré─. Al menos me gustaría que nos acompañara a Japón.
─¿Pero qué podemos hacer? ─preguntó la chica─. Esa mujer se veía muy firme, no creo que podamos convencerla, quizá al final Martina no vaya a…
─¡No! ─repliqué─. ¡No nos iremos de aquí sin ella¡ ¡Ella es la que parece estar más emocionada con esto, todos nosotros lo estamos, pero ella aún más! ¡Definitivamente voy a hacer que vaya con nosotros a Japón!
─¿Alguna sugerencia entonces?
Me quede pensando un rato y dije una respuesta que creo que jamás se esperó. Si no fuera porque lo dije muy seriamente ella quizá pensaría que estaba bromeando.
─Vamos a secuestrarla.
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