Yatareni - Volumen 3 - 20
─¿Qué la secuestremos? ─Mayra me miraba incrédulo─. ¿Hablas enserio?
─Por supuesto ─respondí con firmeza.
─No somos delincuentes.
─No ─repliqué─. Sí podemos secuestrarla, pero le pediremos permiso a Martina de secuestrarla, eso no nos hará delincuentes
─Lo que dices no tiene ni una pizca de sentido Eliseo ─reclamó la chica─. Así no funcionan los secuestros ¿sabes?
─¿Se te ocurre otra idea?
─Es que, técnicamente nos la estaríamos robando. Nos vamos a meter en problemas y a ella también. Quizá estás molesto con lo que acaba de pasar pero mejor hay que pensar bien las cosas, quizá podríamos volver mañana y…
─Al menos hay que intentarlo ─le dije─. Hay que comunicarnos con la niña y contárselo, si ella está de acuerdo nos la llevamos y ya.
─¡Claro que va a estar de acuerdo, es una niña! ─reclamó Mayra─. ¡Dile que la llevaremos a Japón y le va a valer madre todo!
─Exacto ─respondí─. Por mí que deje sola a esa floja, a ver si estando sola es capaz de valerse por sí misma.
─Eres igual de terco que ella ─me dijo Mayra.
─Ya veremos quién es el más terco de los dos.
Decidimos esperar hasta un poco más tarde de la medianoche y a esa hora, nos acercamos sigilosamente por la parte de atrás de los apartamentos. Ahí había una ventana que daba con la habitación de la niña. Fue una suerte que ella viviera en una planta baja.
Adentro todo estaba oscuro, las dos se habían ido a dormir. Tampoco había mucha actividad en los alrededores. Tocamos la ventana de la habitación despacio hasta que vimos que alguien se levantó. Martina se dirigió a la ventana y la abrió sin hacer ruido.
─¿Qué hacen aquí? ─nos preguntó en voz baja.
─Venimos a secuestrarte ─contesté.
─¿Secuestrarme?
─No se lo digas así tarado ─replicó Mayra.
─Martina ─le pregunté─. ¿Realmente quieres ir a Japón?
─Pero por supuesto ─respondió emocionada─. Ha sido el sueño de toda mi vida.
─Bien ─comenté─. La cosa es que te llevaremos con nosotros a escondidas para que vayas con nosotros.
─¿Pero estás consiente de todo lo que podría provocar esto? ─le preguntó Mayra─. Tú y nosotros nos meteríamos en grandes problemas, tu madre podría llamar a la policía o quizá…
─¡Que se joda esa mujer! ─replicó la niña─. ¡Secuéstrenme!
─Veo que vivir en la ciudad te ha cambiado bastante ─comenté un poco extrañado por la forma de hablar de la niña─. Pero está bien. Prepara una maleta, te esperaremos aquí afuera.
Media hora después Martina preparó una maleta de la mitad de tamaño que ella. Le ayudamos a sacarla y también le ayudamos a salir con mucho cuidado.
─¿Qué llevas en la maleta? ─le preguntó Mayra.
─Ropa, algo de comida, unos mangas… ─respondió─. Y mi muñeca.
─¿La que yo te regalé?
─Obvii ─respondió.
─¿Qué demonios…? ─murmuró Mayra─. ¿Dónde aprendiste a…?
─Después discutiremos su aumento de vocabulario ─les dije a las chicas─. Hay que irnos ya.
Rápidamente nos dirigimos al auto de la chica, metimos su maleta y abordamos los tres.
─Ahora ─anunció Mayra al tiempo que tomaba el volante─. Hay que irnos de aquí antes de que…
Una luz intensa nos iluminó.
─…Nos descubran.
─!Puta madre! ─gritó la niña.
─Oye ─le repliqué─. ¿Quién te enseñó a hablar así? Cuando vivías en Yatareni no decías esas cosas.
─Fue mi madre ─respondió─. Dijo que estaba bien porque ella hace lo mismo en su trabajo. Como hace las entrevistas en inglés maldice a los clientes en español y ellos no se dan cuenta.
─Oye, tu madre es una mala influencia─ le dije─. Va a destruir tu inocencia.
La luz que nos iluminaba se acercaba cada vez más a nosotros. Se trataba de un policía alumbrándonos con una linterna potente.
─Bajen del auto ─nos ordenó.
Y tuvimos que obedecerlo.
Al lado del policía estaba también la madre de Martina vestida con una bata para dormir. No pudo haber sido tan rápida a menos que ella ya estuviera al tanto de todo y solo dejara que nos confiáramos.
─¿Me pueden explicar qué es lo que pretendían hacer llevándose a mi hija? ─nos preguntó aquella mujer muy malhumorada.
─Ella quiso venir con nosotros por su voluntad ─repliqué.
─Sigue siendo secuestro ─respondió─. Es una menor de edad.
─Señora, usted nos obligó a esto.
─Señorita, por favor ─respondió─. Estoy soltera.
─Como sea ─exclamó Mayra─. No nos permitió explicarle bien todo el asunto de nuestro viaje. Su hija realmente quiere ir con nosotros, no pretendemos regresarla al pueblo, solo queremos que nos acompañe a Japón, será una semana solamente. No debería preocuparse ni por el dinero, ella tiene el suficiente para pagarse el viaje.
─¿Qué parte de que no la dejaré ir con ustedes no entienden? ─respondió─. Sé que tiene el dinero pero no se trata de eso.
─Madre ─replicó la niña─. ¿Por qué no me dejas? Sabes bien que uno de mis sueños es ir a Japón.
─¿Por qué no la deja al menos visitar el pueblo? ─repliqué también yo─. ¿Qué tiene en contra de ellos?
─Porque lo que yo quiero es que Martina se olvide de ese lugar y todo lo que tenga que ver con ello ─respondió enérgicamente─. No es un buen futuro para ella. Yo sufrí muchas cosas, tuve muchas carencias cuando era niña y vivía ahí, por eso me prometí que jamás me faltaría nada ni a ella ni a mí.
─Aja ─reclamó Mayra─ Pues durante quince años a Martina le faltó una madre, aunque más bien, ya tenía una. Su abuela resultó ser mejor madre que usted.
─Tenía muchas dificultades económicas y tuve que dejarla unos días con sus abuelos para que la cuidaran mientras conseguía un buen trabajo.
─Y los días se hicieron años ¿no?
─Sí, sí, lo sé ─exclamó─. La dejé con ella quince años pero quería primero conseguir la suficiente estabilidad económica como para poder mantenernos a ambas y al final lo conseguí, por eso fue que volví por ella, le estoy dando la vida que se merece.
─Si tratarla como sirvienta es darle la vida que se merece… ─reclamé.
─Lo hago para que aprenda a sobrevivir ─respondió─. Un día le haré falta y tendrá que sobrevivir por su cuenta al menos hasta que se case.
─De acuerdo, lo entiendo ─le dije a esa mujer─. Pero esa no es la manera. Una cosa es enseñarle a sobrevivir como dice, y otra muy distinta es que ella haga todo y que la trate como a una sirvienta.
─Yo vengo cansada del trabajo.
─¡No es pretexto!
─Madre ─replicó Martina─. Puede que para ti tu infancia haya sido muy dura en Yatareni, pero la mía definitivamente no lo fue. Son cosas muy diferentes y no puedes juzgar una en base a la otra. Ahí encontré muchos amigos con mis mismos gustos, gente que me quiere. Creo que tu solo viste las cosas malas. Es cierto que hay carencias pero hay también otras cosas por la cuales vale la pena estar ahí, y por las cuales es que amo ese lugar.
─Órale, cuando Martina quiere dice cosas épicas y cuando le da la gana suelta groserías como toda una adulta ─murmuró Mayra─. Ahora sí puedo decir que ha madurado.
─Señora ─me adelanté─. No se cómo pedírselo, si fuera necesario, se lo pediré de rodillas, pero por favor, permita que por lo menos, por esta vez, Martina venga con nosotros. No tendremos una oportunidad como esta de nuevo, será solo esta vez. Y después de eso no la molestaremos de nuevo.
─No necesitas hacer eso Eliseo ─me dijo Mayra─. No le puedes rogar a alguien como ella.
Y la mujer suspiro.
─De acuerdo ─cedió─. Le daré el permiso, dejaré que vaya con ustedes, pero con una condición.
─¿Cuál?
─Después de eso preferiría que no volvieran a tener contacto con ella. Que se olviden de ella y ella de ustedes.
─Pero usted no puede…
─Está bien Eliseo ─dijo la niña sonriendo─. De todos modos, como dijeron ustedes, SPEED se desintegrará, así que será una buena despedida, no solo para mí, sino para todos.
─Gracias señora ─agradecimos.
─Señorita por favor.
─Cierto.
Después de que la madre le pidió al policía que se retirara, que ya todo estaba resuelto, se dirigió a su hija:
─Ahora regresemos a la casa.
─Pero creí que…
─¿Crees que con esa maleta que te estabas llevando podrás ir a Japón? ─replicó─. La prepararemos mejor.
Y de este modo logramos traer a Martina de regreso al pueblo aunque solo fuera temporalmente. Pero daba gusto que de nuevo todo el equipo estuviera reunido.
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