Yatareni - Volumen 3 - 25
Parte Seis
Finalmente, el día que todos esperábamos con ansias había llegado.
Admito que así como se emocionaría un niño cuando le dicen que lo llevarán a un parque de diversiones así me encontraba yo, o mejor dicho, así estábamos todos los chicos. Creo que ninguno se imaginaria que terminaría viajando hacia el país donde nació la cultura que nos gusta. Ni siquiera yo que con mi carrera tengo esa posibilidad. Es una sensación indescriptible, me siento como un niño de nuevo y eso es realmente lindo.
Nos levantamos muy temprano, a eso de las cuatro de la mañana. Ya estoy muy acostumbrado a levantarme temprano ya que mis tíos se levantan siempre a esa hora aproximadamente. Son muy madrugadores. Los demás chicos se reunieron media hora después en casa de mi tía junto con sus maletas.
A las cinco de la mañana, Mayra Páez pasó por nosotros con su automóvil deportivo. Evangelina, la hermana de Angelina la acompañaba con su camioneta.
¿Por qué dos automóviles? Porque en la camioneta pusimos todo nuestro equipaje, ya que de otro modo, nosotros no cabríamos en el auto de Mayra.
Había llegado la hora de irnos. Pero no me despedí de mi tía. Al menos no como debería. Eso fue lo que me preguntó Araceli.
─Se supone que cuando regreses de Japón ya no tendrás que venir aquí ─me dijo─. Por algo me llevaré tus cosas a México.
─Planeo venir de todos modos ─respondí─. Para agradecerle a mi tía por haberme dejado vivir con ella y para despedirme de este pueblo como se debe.
─Está bien ─me dijo la rubia─. De todos modos ya sabes, me llevaré tus cosas a México en lo que tú andas turisteando allá. Así que cuando regreses ya no las encontrarás.
─Y te lo agradezco.
─Eliseo ─increpó Mayra Páez─. ¿Realmente está bien que dejes que se lleve tus cosas?
─Ella se ofreció ─contesté─. Mejor dicho, originalmente había venido a eso.
─Y lo hice solo porque tu mamá me lo pidió ─increpó la rubia─. Así que no te acostumbres.
─Pensaba que nos acompañarías al aeropuerto, Polly Pocket ─le dijo Martina.
─No, que flojera ─respondió─. Cuando se vayan regresaré a dormir, pero diviértanse… ¡Oye!
─¿Entonces regresarás mijo? ─me preguntó mi tía.
─Si tía ─respondí─. Quiero despedirme bien de usted y agradecerle por todo.
─De acuerdo mijo ─respondió─. Te prepararé una última cena deliciosa cuando regreses.
─Gracias tía.
Mis tíos y Araceli nos desearon un buen viaje, Mayra arrancó y ambos automóviles dejaron Yatareni.
Aproximadamente a las siete de la noche, cuando ya estaba oscureciendo, llegamos al aeropuerto de la ciudad de México. Ahora que lo menciono, casi todos los que me acompañaban jamás habían estado en la capital del país. Quizá sintieron como si hubieran llegado a Nueva York o algo por el estilo.
Sobre todo Martina. Veía cada edificio alto, cada negocio, cada oficina, cada parque, y demás cosas que jamás había visto en Yatareni, ni siquiera en Santa Miranda. De algún modo era otra vez una niña pequeña, inocente y curiosa.
─Entonces… ─me preguntó Mayra Palacios─. ¿Tú vives aquí?
─No exactamente ─respondí─. Esta ciudad es enorme. Mi casa queda todavía muy lejos de aquí.
Llegamos a una zona de la entrada el aeropuerto donde la gente se bajaba para ingresar. Ahí nos esperaba la madre de Mayra.
Ahora que lo veo ella también es como Mayra, pero como Mayra Palacios porque al parecer jamás cambia de atuendo. Siempre va vestida como si fuera a una junta de ejecutivos.
─Tardaron un poco ¿no? ─nos preguntó sin siquiera saludar.
─Hay mucho tráfico en la ciudad madre ─respondió su hija─. Ya tenía bastante que no venía acá.
─No importa ─contestó─. Supongo que me llevaré el auto.
─Así es madre ─Mayra sonrió─. Regresaremos en una semana.
─Bien ─le dijo─. Cuando regreses el auto estará esperándote. Cuídense mucho.
Y dirigiéndose a mí, me dijo:
─Y tú, cuida mucho a mi hija…
Aunque quería parecer seria, aquello sonó como si me estuviera tomando el pelo o estuviera bromeando.
Sobre todo después de que dijo la segunda parte:
─…No me decepciones yerno.
Se había tardado en sacar su lado bromista. Luego sentí una especie de incomodidad de parte de la otra Mayra.
Evangelina se estacionó también y, entre todos bajamos nuestras maletas.
─Yo también vendré en una semana ¿cierto? ─nos preguntó la hermana de Angelina.
─Así es ─respondió su hermana─. Nos veremos aquí mismo en una semana pero te llamaremos cuando estemos cerca.
Las dos mujeres se despidieron de nosotros, también nos desearon un buen viaje y de este modo entramos al aeropuerto.
Así como casi todos jamás habían venido a esta ciudad, ninguno había estado dentro de un aeropuerto. Creo que solo Mayra Páez ha estado en uno pero ni siquiera ha volado. Para los demás fue como entrar a un centro comercial de lujo, pero de todos modos algo así también les sorprendería porque casi nunca han pisado uno.
Como yo tampoco jamás había volado no sabía todo el papeleo que se tenía que hacer para que uno volara. Desde entregar los documentos y el pasaporte, las normas y protocolos de seguridad, dejar el equipaje y el tiempo en la sala de espera.
Ahora entiendo por qué nos citan unas tres horas antes de que salga el vuelo. Esas tres horas se nos hicieron eternas. Después de todo eso nos hicieron pasar a la sala de espera y ahí nos quedamos poco más de una hora. Una hora que también se nos hizo eterna.
Solo fue una hora pero estábamos muy inquietos. Pero no fue una hora aburrida por decirlo así.
Decidimos movernos un poco para explorar el aeropuerto para conocerlo en lo que llegaba la hora del vuelo. Y ella apareció. Renata había venido para desearnos buen viaje.
Todavía no sé cómo le hizo para lograr pasar a la sala de espera porque a ese lugar solo pueden entrar los que van a abordar el avión. Nunca me lo dijo. Pero tampoco es como si me interesara.
─Ara me dijo que estarían aquí ─nos dijo─. Pero este lugar es enorme y me perdí buscándolos.
─Pues qué bueno que te encontramos ─respondió Gibrán.
─Ara también te lo dijo ¿no? ─me dijo Renata─. Se llevará tus cosas a la casa.
─Si, ya hablamos de eso ─respondí─. Pero cuando regrese de Japón todavía pasaré a Yatareni a despedirme de mis tíos.
─¿Qué no te despediste de ellos cuando saliste de allá?
─Quiero despedirme bien ─contesté─. Y también, quiero… bueno, quiero ver por última vez el pueblo.
Todos sonrieron. Aunque la sonrisa de Mayra Palacios parecía forzada.
─¿No se supone que tu hermana se iría a España? ─preguntó Claudio.
─Yo me voy en dos semanas ─respondió Renata.
─Ah, ya veo.
Justo en ese momento oímos por el altavoz que ya se estaba llamando a los pasajeros para el vuelo a Japón. Estábamos muy alejados del lugar donde abordaríamos, así que apretamos el paso.
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