Yatareni - Volumen 3 - 27
Las trece horas se nos pasaron rápido. O al menos esa fue la sensación que yo tuve, quizá porque me quedé dormido la mayoría del tiempo. Pero creo recordar haber despertado unos minutos cuando el cielo oscuro de la noche comenzó a ponerse de un color más azulado. Y creo haber visto desde la ventanilla del avión la bahía de Tokio pero no sé si eso pasó realmente o lo soñé.
Fue la voz del piloto la que me despertó. Nos anunció en español, inglés y japonés que en veinte minutos o menos estaríamos aterrizando en el aeropuerto internacional de Haneda, en Tokio. También nos indicaba dónde tomaríamos nuestras maletas al llegar. Las azafatas también nos indicaban lo que teníamos que hacer cuando el avión tocara tierra. Para ese momento el sol ya se estaba asomando por el horizonte, pero no tenía idea de la hora considerando que aquí hay otro horario.
Los demás chicos también estaban despertando. Sin embargo, también nos estábamos preparando mentalmente, porque, supongo que todavía no procesábamos del todo que ya estuviéramos en Japón.
Asomándonos por la ventanilla, comprobamos que Tokio era en verdad una ciudad enorme, aún más grande que la ciudad de México que ya deporsí es enorme. Fue en verdad impactante.
El avión descendía su altitud poco a poco y, finalmente, tocó el suelo del aeropuerto, redujo su velocidad, tomó su posición y finalmente se estacionó. Las azafatas nos indicaron entonces que ya podíamos bajar de la aeronave.
Nos dirigimos a la salida de la nave y nos condujeron a una especie de túnel hecho de papel aluminio, o al menos esa fue mi impresión. Cuando salimos de aquel túnel oficialmente ya estábamos en suelo japonés.
No sé por qué pero se me quedó muy grabado en mi mente el exacto momento en el que mi pie se posó por primera vez sobre el suelo del aeropuerto. Quizá me sentía como aquel primer astronauta cuando llegó a la luna por primera vez en 1969.
─Este es un pequeño paso para un otaku ─oí decir a Gibrán que aparentemente tuvo el mismo pensamiento que yo─. Pero un gran paso para… ehmm ¿otro otaku?
─Si no tienes ninguna frase épica que decir ─replicó Martina─. Mejor no digas nada, al chile quédate callado otro rato.
─Es que no se me ocurrió nada ─se defendió el sublíder─. Hubiera pensado bien qué decir desde antes.
─¿De dónde sacaste eso? ─le pregunté a la niña─. Tengo la sensación de haberlo oído en otro lado.
─Mi madre se lo dijo una vez a su jefe ─respondió─. No sé de qué discutían y mi madre le dijo eso y le colgó el teléfono.
─¿Le dijo eso a su jefe? ─increpó Angelina.
─Creo que se llevan bien ─contestó la niña y después murmuró en voz baja─. Bastante bien diría yo.
─Pero en fin ─comentó Mayra bastante alegre─. Lo que importa es que ya llegamos, ahora ¿recuerdan dónde dijo el piloto que tomaríamos las maletas?
─Creo que en la Terminal 1 ─respondió Guadalupe.
─¿Y dónde queda? ─preguntó Angelina─. Solo veo letreros en inglés y japonés y no entiendo.
─No se compliquen tanto la vida chicas ─respondió Claudio por detrás de ambas─. Solo hay que seguir a donde se dirige la gente.
No lo había mencionado antes pero, desde el avión, pude ver que el edificio del aeropuerto parecía una verdadera construcción futurista cual salido de alguna novela de ciencia ficción. Y por dentro, al menos donde nosotros estábamos, me daba la misma sensación.
Nos dirigimos a la terminal donde un grupo de gente esperaba sus maletas cuando todas avanzaban sobre una banda que daba vueltas como en una línea de producción en las fábricas. Ahí tomamos nuestras maletas y nos dirigimos a la salida. Luego comprendí que no era realmente la salida.
Anexo al aeropuerto pero muy bien homogenizado había una especie de centro comercial que teníamos que cruzar forzosamente para poder salir. Sin embargo, este centro comercial era completamente diferente al aeropuerto que acabábamos de abandonar.
Si me dijeran que acabábamos de cruzar una especie de portal que nos llevó al Kioto de hace cuatro siglos sinceramente sí lo creería. Todo el lugar era temático. Estaba construido de tal manera que pareciera una villa japonesa rural del periodo Edo, y realmente lo parecía. Todos los establecimientos estaban construidos como las típicas chozas de aquella época. Había también negocios que vendían toda clase de ornamentos, figuras y recuerditos japoneses. Era posible ver caminando por ahí a japonesas vestidas con kimonos y yukatas, además, naturalmente de los turistas que llegaban del aeropuerto. Era impresionante el nivel de realismo de todo eso.
Aun así, nosotros no compramos nada. Mayra Páez nos apresuraba diciendo que alguien a la salida nos estaba esperando.
─¿De qué hablas? ─increpó Claudio extrañado─. Nunca mencionaste que alguien nos esperaba aquí en Tokio. ¿Quién podría esperarnos?
─Hay muchas cosas que no les he mencionado ─respondió la líder─. Y no se las digo porque algunas son sorpresas pero recuerden que yo planifiqué todo el viaje. Ya sé todo lo que haremos, a dónde iremos y todo lo demás. Lo primero que haremos saliendo de aquí será ir al hotel a registrarnos y dejar nuestras maletas, pero antes de eso tenemos que ver a alguien.
─¿Contrataste una guía? ─pregunté.
─Algo así ─respondió─. Pero ustedes ya lo verán.
Cuando salimos de aquella “villa” llegamos a un vestíbulo que ya daba directamente con la calle, era la salida. Desde unos grandes ventanales ya era posible ver el escenario urbano de la capital japonesa.
Ahí había una pequeña sala de espera donde había algunas personas sentadas. Quizá personas que esperaban a sus familiares y amigos que salían del aeropuerto. De todas ellas destacaba una chica, obviamente de rasgos asiáticos, de cabello muy corto y lacio. Vestía el típico uniforme de marinera o sailor que usan las chicas japonesas que asisten a la preparatoria. Fue por eso que le calculé unos 17 años de edad. Estaba pasando el rato viendo su celular al tiempo que escuchaba música por medio de unos audífonos.
¿Pero por qué menciono que destacaba entre todos los demás? Aun cuando además de ella había otras chicas con un uniforme parecido sentadas en esa sala. Porque esta chica sujetaba con la otra mano un letrero que decía con letras gordas: “SPEED”
No se trataba de una coincidencia, a esto se refería Mayra. Quise preguntar quién era pero mejor preferí esperar a que las cosas se dieran solas.
Esa chica se percató de que nos dirigíamos a ella, se levantó al tiempo que se desconectaba los audífonos, se guardaba el celular y se dirigió hacia nosotros como si ya nos conociera.
─Ohayou gozaimasu ─nos saludó aquella chica fervientemente al tiempo que hacia una reverencia. Sonaba como si llevara muchas horas esperándonos. No hace falta decir qué significaba esa frase, todo gracias a la cantidad de anime que he visto antes.
─¿Quién es ella? ─preguntamos todos.
─Nuestra guía chicos ─respondió Mayra al tiempo que la presentaba.
Callamos por momentos intentando entender a qué se refería ella con “Nuestra guía”
Creo que pusimos incómoda a aquella japonesa.
¿Cómo decirlo? Se sentía como si, literalmente Mayra hubiera salido a la calle y le hubiera pagado a la primera persona que se le cruzó para que fuera nuestra guía. Y conociéndola, creo que sí sería capaz.
Fue Gibrán quien lo mencionó.
─¿Nuestra guía? ─increpó el muchacho con una combinación de sorpresa y gusto─. ¿Es una colegiala japonesa?
─Es un placer conocerlos ─dijo aquella chica en un español pésimo pero entendible.
─¿Habla español?
Ahora la sorpresa era aún mayor.
─Mi nombre es Komatsu Misaki ─se presentó haciendo otra reverencia─. Será un gusto acompañarlos y guiarlos en sus vacaciones en mi país. Espero que lo disfruten.
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