Yatareni - Volumen 3 - 29
Creo que fue una buena plática porque, cuando menos nos dimos cuenta ya habíamos llegado al hotel. Si lo comparase con los hoteles más lujosos de la ciudad de México este sin duda alguna sobresaldría entre todos, pero aquí es apenas un poco mejor al promedio.
Un edificio de diez niveles que, en comparación con los alrededores, era muy pequeño. Tenía un estilo como de art decó quizá porque se veía bastante antiguo. Probablemente era de principios del siglo pasado. Era un edifico que no parecía encajar con el entorno urbano de Tokio que tienen ese aire futurista. Parecía como si alguien hubiera arrancado algún edificio de alguna ciudad de Europa y lo hubiese traído aquí.
Me pregunto qué criterio habrá usado Mayra para elegir este hotel específicamente. Si fue por el precio que seguramente era algo más bajo de lo normal considerando el tamaño del hotel, o si fue porque estaba cerca del aeropuerto.
Qué diferencia. Por dentro aquel hotel parecía un verdadero palacio. Ahora si se sentía realmente como si entráramos a algún palacio europeo. Creo que después de todo no sería tan barato hospedarnos ahí.
Entramos al mezzanine del hotel y Mayra nos pidió que esperáramos ahí en lo que ella y Misaki se dirigían al despacho del hotel. Mientras tanto nosotros nos sentamos a esperar en unos sillones muy cómodos. Al lado había un buró con algunas revistas y periódicos japoneses pero que no leímos porque obviamente no entendíamos el idioma.
Ya desde ese momento uno se da cuenta de lo excéntrica que es la sociedad japonesa. Desde el hecho de que sus anuncios son algo perturbadores hasta que lo kawaii impera en todo. Pensar que hace setenta años quería conquistar todo el continente.
Me limité entonces a mirar a Mayra y a la japonesa en la recepción del hotel. Supongo que Misaki fungiría como una traductora entre Mayra y el encargado.
Diez minutos después Mayra nos llamó.
─Ya está muchachos ─nos dijo mientras nos repartía tres tarjetas que después supimos que eran las llaves de las habitaciones─. Somos ocho personas, pero como somos cinco mujeres y tres hombres, tuve que pagar por tres habitaciones. Los tres hombres se quedarán en una habitación para cuatro personas, tres mujeres se quedarán en otra habitación para cuatro y las otras dos chicas en una habitación para dos. ¿Todos de acuerdo?
─De acuerdo ─respondimos al unísono.
─¿Y ella también? ─preguntó Claudio refiriéndose a la japonesa.
─Ella no, tarado ─respondió Guadalupe─. Ella tiene su casa aquí.
─Nosotras ya nos pondremos de acuerdo allá arriba sobre cómo repartirnos en las habitaciones ─comentó la líder─. Por ahora hay que subir y guardar nuestras cosas en los cuartos. Traten de no tardarse demasiado. Recuerden que hay mucho que hacer hoy, bueno, todos los días que duremos aquí.
Casi al mismo tiempo y sin que lo pidiésemos unos encargados del hotel con unos uniformes muy bonitos se acercaron y nos ayudaron a llevar nuestras maletas.
Subimos por el elevador y llegamos al séptimo piso del hotel. Nos condujeron hasta nuestras habitaciones y se despidieron de nosotros con una reverencia. Fueron tan amables que por momentos me sentido un poco incómodo.
Los tres hombres recibimos nuestra llave, la deslizamos por una rendija en el marco de la puerta y entramos a nuestra habitación. Como si fuera una tarjeta de crédito. Las mujeres también entraron a sus habitaciones pero desconozco cómo se habrán acomodado.
Aquella habitación era bastante grande para ser una habitación de hotel. Calculo que sería un poco más grande que la mitad de mi casa. Había ahí una cama matrimonial muy cómoda y también un espacio lo suficientemente grande como para meter una segunda cama. Luego nos enteramos que en ese espacio se podía poner un futón japonés que también venía incluido, satisfaciendo de ese modo la capacidad de la habitación.
Aquel cuarto contaba con una pantalla LCD enorme que colgaba de una de las paredes. Cada cierto tiempo mostraba escenas aleatorias del monte Fuji, de árboles de cerezo o del tren bala. Se veían demasiado realistas a tal punto que al inicio creí que era una ventana.
Además también había un ropero donde podíamos, o más bien, debíamos guardar nuestra ropa.
Y también contaba con dos sanitarios. Un primer baño al estilo occidental, con su lavabo, su inodoro y su regadera, y, contiguo a este, otro más pequeño que era al estilo japonés y que nunca entendí del todo cómo funcionaba. Parecía un mingitorio, pero estaba al ras del suelo.
Lo que debimos haber hecho en ese momento fue sacar nuestras cosas de la maleta y guardar la ropa en el ropero y cosas por el estilo tal y como lo dijo Mayra pero no lo hicimos. Simplemente dejamos las maletas en la cama y corrimos a asomarnos a la ventana. Ahí, frente a nosotros, se erguía como un gran bosque urbano, la ciudad de Tokio.
En primer plano destacaba la torre de Tokio, que es lo que más llama la atención porque es la construcción más alta de la ciudad. Edificios de distintos tamaños, alturas y formas aparecían por todas partes hacia la cuales mirásemos. No parecían tener fin porque era posible verlos más allá del horizonte. Y hasta el final, el icónico monte Fuji. Se escuchaba un gran ruido proveniente de la misma ciudad. El ruido del tráfico, el ruido del gentío, las bocinas de los automóviles, alguna patrulla o ambulancia que pasaba por ahí. No dejaba de impactarme. La ciudad que tantas veces habíamos visto en libros, revistas, películas, animes y demás parafernalia, ahora estaba frente a nuestros ojos, en vivo y a todo color.
En ese momento oímos que tocaban la puerta. Era Mayra Páez.
─Hay que irnos muchachos ─nos dijo mientras las demás chicas estaba tras de ella─. No hay que perder ni un minuto, tenemos mucho que recorrer en esta ciudad.
─No la recorreremos en un día ─murmuró Gibrán.
─De hecho, quizá no la recorreríamos en una semana ─comentó Claudio.
─Ya lo sé, es un decir ─replicó la líder─. De todos modos hay que apresurarnos, abajo Misaki nos está esperando.
─Además no hemos guardado nuestras cosas ─comenté.
─¿Enserio? ─oí la voz de Angelina desde atrás─. Nadie las ha guardado, a todos ya nos urge salir a turistear.
Bajamos de nuevo por el elevador y en el mezzanine. Misaki nos estaba esperando.
Otra vez estaba viendo su celular y escuchando música con sus audífonos, al menos hasta que nos vio.
─Bueno ─nos preguntó─. ¿Ya están listos?
─Hemos estado listos casi toda nuestra vida ─respondió Gibrán.
─Yo… me refería que si ya podemos irnos.
─Ah, por supuesto ─respondió Mayra─. No le hagas caso a él, a veces es muy dramático.
─Bueno ─volvió a preguntar─. ¿A dónde quieren ir?
La pregunta era obvia, y eso lo debió haber sabido Misaki después de saber lo que éramos. Todos estábamos de acuerdo en cual sería nuestra primera parada.
Y se lo dijimos todos a coro:
─¡Akihabara!
─Cierto ─murmuró la japonesa sonriendo─. No sé por qué les pregunté.
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