Yatareni - Volumen 3 - 30
Durante todo el camino hacia el sitio donde tomaríamos el transporte público estuvimos conversando con Misaki. Entre otras cosas, hablamos sobre nuestras respectivas naciones, nuestras culturas y las costumbres de cada uno. De cierto modo, ella se asombraba con las cosas que nosotros le contábamos de nuestra cultura, y también nosotros nos asombrábamos cuando ella nos contaba sus costumbres. Lo curioso de todo el asunto es que, tanto a Misaki como a mí, se nos hizo extraño muchas de las cosas que Mayra, Gibrán y los demás chicos decían, y esto era porque, toda su vida, ellos habían vivido en lugares rurales como Yatareni. Son cosas muy distintas a lugares donde yo me crié como la ciudad. Realmente me sorprendió el hecho de que aunque ya pasaron seis meses desde que vivo con ellos todavía hay muchos aspectos que desconozco y que me sorprenden. Nosotros pertenecemos a la misma nación pero hasta en un solo país suele haber grandes diferencias en el modo de vida. Y pienso que de algún modo, ya que ambos vivíamos en áreas urbanas, yo era el que más podía entenderse con Misaki.
Otro de los temas que tocamos fue nuestra afición al manga y al anime, aunque en el caso de ellos, lo decían con algo de orgullo. Considerando lo que hace unos momentos nos dijo Misaki, no sé si habrá sido buena idea.
También tocamos el tema de nuestra Sociedad fundada en una iglesia abandonada, nuestras reuniones y también sobre la empresa de animación que tiene Mayra Páez y que produjeron un intento rudimentario de anime. La japonesa solo se mostraba impresionada de que un aspecto que identifica su cultura esté presente en lugares tan remotos y que inspire cosas como estas.
De nueva cuenta, gracias a esas platicas tan interesantes, no nos percatamos cuando llegamos a la estación. No sé si sea correcto llamarlo metro así como el de mi ciudad pero creo que lo llamaré así por comodidad. Porque aunque también sea un sistema de transporte subterráneo aquí las cosas funcionan de una manera un poco distinta.
Para empezar, el mapa de la red de transporte de Tokio era un verdadero laberinto, y para nosotros era más complejo interpretarlo porque estaba en otro idioma. Las pocas palabras en inglés no nos ayudaban mucho. Conforme íbamos entrando a la terminal, Misaki nos explicaba un poco sobre todo lo que tendríamos que hacer en caso de que tuviéramos la necesidad de movernos nosotros solos por esta red.
La verdad es que no recuerdo mucho acerca de su explicación o no puse atención, quién sabe. Recuerdo algo acerca de que el sistema de trenes aquí es operado por tres compañías distintas y que hay diferencias en los precios y las rutas de cada una. Asimismo también hay algo parecido a máquinas expendedoras en las que las personas compran su boleto o billete de entrada. Luego, con ayuda de Misaki, Mayra compró unas entradas llamadas Japan Rail Pass que son específicamente para turistas. Al parecer, con tan solo mostrar estos pases es suficiente para que nos dejen pasar sin tanto embrollo. Y al parecer, también son válidas para todos los días que estemos aquí. Qué bien que compramos estos pases porque la explicación de Misaki se me hizo demasiado confusa. Ojalá pueda acompañarnos todos los días pero, si de verdad va a la escuela…
Después de todo eso llegamos a los andenes donde tomaríamos los trenes. Como dije antes nosotros no teníamos ni la más remota idea de dónde movernos, por lo que, la ayuda de Misaki era por demás, imprescindible.
Una ventaja que tiene este sistema de transporte es que es extremadamente puntual. Pero una desventaja que casi se le equipara es que como estamos en una ciudad superpoblada pues…
─Pónganse listos ─nos murmuró Misaki sonriendo─. Aquí es el único lugar de todo Japón en el que no existe la cortesía típica de los japoneses.
─Oh, vaya ─mencioné sarcásticamente porque ya sabía de qué estaba hablando─. Algo que tenemos en común con ellos.
En efecto, había demasiada gente esperando el tren de llegada, y también, cuando este llegó, también trajo consigo demasiada gente. Supongo que era la hora pico. Menos mal que yo ya estoy acostumbrado a estas cosas.
Esperamos a que la gente saliera, y de inmediato, todos los demás entramos apretujados. O más bien, diría que nos hicieron entrar entre toda aquella marea de gente. Básicamente solo nos dejamos llevar.
─¿Están todos? ─oí decir a Mayra Páez una vez adentro.
─Creo que sí ─respondió Claudio.
─La persona que no esté por favor levante la mano ─dijo Martina─. Pasaremos por él en la noche.
Unas leves risas se nos escaparon.
Fue raro e incómodo porque, a pesar de todo eso, la gente ahí dentro parecía de lo más seria. Obviamente no entendieron lo que dijimos, pero creo que se incomodaron con nuestras risas.
─Bajaremos en cinco estaciones ─comentó Misaki─. No se distraigan.
Durante esas cinco estaciones tratamos de que la gente que salía no nos arrastrase consigo hacia fuera, y cuando llegamos a la última estación, tratamos también de que la gente que ingresaba nos dejara salir.
Fue difícil pero lo logramos. Sin embargo, era apenas el comienzo. Pensar que esto es cosa de todos los días en la ciudad más poblada del mundo.
Afortunadamente las demás líneas a las que después transbordamos estaban un poco más vacías de modo que nuestro viaje fue un poco más tranquilo. Tal y como las he visto en algunos animes y películas japonesas.
No sé cuántos trasbordos hicimos, pero después de poco más de una hora finalmente llegamos a la estación de Akihabara. Fue la propia Misaki quien lo anunció.
Bajamos del tren y nos encaminamos a la salida.
─¿Qué tal la experiencia en el metro de Tokio? ─nos preguntó Misaki.
─Un poco desagradable ─respondió Angelina.
─A mí me da igual ─comenté─. Yo cuando iba a la escuela siempre vivía estas cosas casi a diario así que volver a vivirlas me da un poco de nostalgia.
─Creo que yo también ─murmuró Mayra Páez y dirigió una sonrisa hacia mi─. He ido pocas veces a la ciudad de México pero también me han tocado esos embotellamientos.
─¿De verdad? ─pregunté─. ¿También has ido?
Mayra cambió de posición y caminó justo a mi lado. Conversamos un poco acerca de nuestras experiencias. La otra Mayra hizo lo mismo, también se acercó y caminó a mi lado, pero del lado contrario al de Mayra. Pensé que se sumaría a la conversación pero al final no dijo nada.
Llegamos a los torniquetes de salida y fue suficiente volver a mostrar el Japan Rail Pass para que nos dejaran salir.
Y bueno, ¿Cómo describir lo que se abrió ante nuestros ojos al salir de la estación?
Mi primera impresión fue como si hubiéramos llegado a Las Vegas. Sin embargo, en vez de todos esos anuncios enormes de neón que promocionaban casinos, había otro tipo de anuncios que promocionaban cosas relacionadas al anime, o mejor dicho, a la cultura otaku, porque abarcaban distintas ramificaciones, desde el anime, manga, novelas ligeras, videojuegos y demás mercancía. Pasando también por gadgets, celulares, dispositivos electrónicos y otras cosas tecnológicas. Toda aquella propaganda de manga, anime y demás mercancías tapizaban las fachadas de altísimos edificios.
Gente que caminaba de un lado a otro muchas veces haciendo cosplay de algún personaje de anime. Supongo que aquí no tienen mucho problema con demostrar su amor por lo otaku. Y varias maids en las calles repartiendo propaganda de sus respectivos Maid Café. Si deporsí Tokio se sentía bastante inalcanzable cuando llegamos por primera vez con esto se sentía como si hubiéramos llegado a otro planeta.
─¿A dónde quieren ir primero? ─nos preguntó Misaki.
─No tenemos idea ─respondimos todos al unísono.
─Yo siento que en cualquier local al que entre encontraré muchas cosas maravillosas ─dijo Guadalupe─. Por eso no sé dónde ir.
─Guíanos tú ─le dijo Mayra Páez.
─De hecho ─comentó la japonesa─. También es la primera vez que vengo. Yo también estoy tan impresionada como ustedes.
─¿De verdad?
─No he vivido en Tokio toda mi vida ─respondió─. Solo llevo dos años aquí.
─¿Solo tiene dos años aquí? ─oí que Angelina le susurraba al oído a Mayra Páez─. ¿Y aun así la contrataste?
─¿Y qué? ─respondió también susurrando─. Aunque lleve viviendo dos años aquí sigue conociendo la ciudad mejor que nosotros. Además, más que nada, la escogí porque era la única que hablaba español.
Después de esa respuesta Angelina desistió.
─Bien ─dijo Misaki─. Ya que de todas maneras no sabemos a dónde ir, vamos a caminar.
Y eso hicimos, comenzamos a caminar.
Comments for chapter "30"
QUE TE PARECIÓ?