Yatareni - Volumen 3 - 38
Al día siguiente Misaki nos esperaba en el hotel más temprano que de costumbre.
Esa también fue la primera vez que la vimos sin su uniforme. Llevaba una ropa casual la ropa que llevaría cuando se sale con amigos. No sé si fue por las cosas que pasaron el día anterior, pero ya no la sentíamos como una chica que habíamos contratado para que fuera nuestra guía turística. Se sentía más como si ya fuera parte del equipo, como si ya la conociéramos desde hace tiempo. Y esto quedó evidenciado cuando, al saludarla, la abrazamos.
─¿Todo bien con tu hermano? ─le preguntó Mayra.
─Muy bien chicos ─respondió alegre─. Se siente mejor, pero ahora mis padres lo cuidan. Trataré de compensarles este día por el de ayer.
─No te preocupes ─le dijo la líder─. Ya te lo dije, lo importante es que tu hermano esté bien.
Tomamos el transporte y esta vez nos movimos más lejos hasta salir a las afueras de Tokio.
Me sorprendió que varias de las líneas del transporte salieran de la ciudad y llegaban incluso a zonas rurales que están alrededor de la ciudad. Considerando que Tokio es enorme estas líneas deberían recorrer muchos kilómetros.
Poco después del mediodía, cosa que reforzó mi teoría, llegamos a una estación que ya no lucia como las que estaban en la ciudad. Era como una de las viejas paradas de ferrocarril que había en México hace muchos años y que ahora están fuera de servicio. Y a nuestro alrededor, una zona rural, el campo japonés.
La provincia japonesa, aunque no sé si debería llamarla así, es muy bonita, sobretodo porque era increíble que tuviera la misma belleza del campo mexicano. De cierto modo se sintió como si hubiéramos regresado otra vez a Yatareni. O como dijo también Gibrán en tono de broma, acabábamos de llegar a la versión japonesa de Yatareni.
Un pueblo japonés con puras casas tradicionales se extendía frente a nosotros. Me recordaba vagamente a la zona rural de la ciudad de Kioto, y que he visto en fotos, quizá por el comentario que hizo Mayra el día anterior. Sin embargo, aquí había muchos turistas de distintas nacionalidades, transitando por todos lados, yendo a templos, a museos, a mercados y demás cosas. También pudimos ver caminando por ahí a varias mujeres con kimonos verdaderamente lindos. Supongo que eran geishas. Un poco como lo que vimos en el aeropuerto cuando llegamos a Tokio.
─¿A dónde vamos ahora? ─preguntó Gibrán.
─Cerca de aquí hay un hotel con aguas termales ─respondió la líder─. Nos registraremos ahí.
─¿Onsen? ─murmuró Misaki─. Tiene tiempo que no voy a uno.
─¿Son esas aguas termales de los animes? ─preguntó Martina─. Me agrada la idea.
No caminamos mucho tiempo. Quizá solo unos diez minutos porque el lugar no era muy grande.
Llegamos a algo que en un principio pensé que era un templo sintoísta de no ser por algunos letreros en japonés que indicaban que ahí habían aguas termales. Con ayuda de Misaki, Mayra Páez pagó y nos registramos en aquel lugar. Aunque era un hotel, no pasaríamos ahí la noche, ya que solo pagaríamos por los servicios de las aguas termales.
Nos dirigimos entonces a unas habitaciones donde dejamos nuestras cosas.
─Sería buena idea que primero comiéramos ¿no? ─comentó Claudio mientras tanto.
─No lo creo ─respondió Guadalupe─. Si planeamos meternos en este momento a las aguas termales, no creo que sea buena idea comer. Supongo que es como cuando vamos a una alberca ¿no?
─Además yo no tengo hambre todavía ─replicó Gibrán─. También quiero meterme a las aguas termales.
Nos preparamos y Misaki nos explicó a grandes rasgos cómo funcionaba esto de las aguas termales. Primeramente, antes de entrar, teníamos que darnos un baño obligatoriamente. Para esto, nos dirigimos a un lugar donde dejamos nuestra ropa en unas canastas, nos desnudamos y tomaríamos nuestro jabón, champú y lo que necesitáramos para bañarnos.
Después de eso, nos dirigimos a los baños y, cuando vi todo aquello me entró mucha pena. Ahí ya había algunos hombres bañándose. No era un baño público como los conocía aunque jamás he estado en uno, aquí todos estaban sentados en pequeños taburetes de madera y en fila frente a varios espejos. Se daban regaderazos con una cubeta de madera que llenaban con una manguera o preferían bañarse directamente con esa manguera. Por la neblina formada en aquel lugar supuse que el agua estaba muy caliente, tal y como se esperaría que estuviera en unos baños termales.
Sé que estamos en otro país, y en otra cultura pero aun así…
Pero luego me llamó la atención que todos ahí dentro estuvieran desnudos completamente y aun así no parecían darse cuenta. Actuaban y conversaban de manera normal o hasta parecía que estaban solos y no había nadie más a su alrededor, no parecían sentirse incomodos. No había inhibiciones de ningún tipo.
Esto fue lo que nos animó. Tomamos nuestros lugares y procedimos a bañarnos imitando lo que los demás hacían. Poco a poco la pena iba desapareciendo, nos acostumbramos rápidamente y hasta disfrutamos el baño. Con el tiempo se nos pasó completamente la pena y hasta nos tomamos nuestro tiempo para disfrutar el baño y relajarnos.
Luego de un rato, nos levantamos y con una toalla para cubrirnos, y sin secarnos, nos metimos a las aguas termales. Realmente ya no importaba si todos estábamos desnudos porque ahí todos lo estaban y estaba bien. Al final hacer estas cosas, cosas que uno jamás imaginaria que haría, es toda una experiencia.
Me reuní con los demás chicos, porque solo éramos nosotros tres y nos acomodamos en unas piedras redondas que estaban cerca de un muro de bambú que dividía las aguas de las mujeres con la de los hombres. Ambos chicos usaban unas toallas pequeñas en la frente y parecían estar muy relajados.
Con el pasar del tiempo nos dimos cuenta de que se podía oír un poco de la conversación entre las chicas del otro lado. Esto le dio una idea a Claudio. Se avecinaba otro cliché. Cliché que se hizo más evidente cuando Claudio sugirió que espiáramos a las chicas. Pero obviamente no lo secundamos.
El chico de todos modos no nos hizo caso y se acercó más al muro, no se atrevió a mirar pero decía que podía escucharlas hablar perfectamente.
Estuvo ahí pegado unos diez minutos hasta que oímos la voz de una niña:
─¡Sé que estas escuchando cabrón!, ¡O te alejas o te rompo la madre pendejo!
Si, era Martina.
Asustado, Claudio regresó con nosotros.
Aunque no se lo preguntamos él de todos modos nos lo dijo:
─¿No les gustaría saber de qué estaban hablando?
─No realmente ─respondió Gibrán sumamente relajado. Incluso pensé que se dormiría de un momento a otro. Por cierto, ni ahí dentro se quitó sus lentes oscuros.
─Pues realmente a mí tampoco me interesa ─respondí.
─Tú deberías ser el más interesado ─me dijo el chico.
─¿Por qué?
─Porque hablaban de ti.
─¿De mí?
Ok, me metió curiosidad, aunque por la manera en la que lo dijo, sentí como si estuviera mintiendo, pero no estaba seguro del todo. Pero al final de cuentas Claudio nunca me dijo de qué estaban hablando y después de un rato nos olvidamos del asunto.
Aquellas aguas termales resultaron ser tan relajantes que creo que hasta me quedé dormido. Cuando desperté ya estaba atardeciendo.
Salimos de las aguas termales, y donde habíamos dejado nuestra ropa, tomamos unas yukatas especiales que parecían más batas de baño con las cuales estuvimos todo el rato. Sin embargo, no nos secamos. Misaki nos había dicho que las aguas termales contenían unos componentes benéficos que se absorberían en el cuerpo y que si nos secábamos, no harían efecto.
Entonces nos reunimos todos en un vestíbulo del lugar donde había algunos asientos, como una sala de espera. Ahí las chicas también nos estaban esperando, y también vestían unas yukatas como las nuestras.
─Qué asombroso ─dijo Mayra Palacios estirándose─. Y qué relajante.
─Ya me hacía falta uno de estos ─exclamó Misaki─. Y siempre es tan relajante como la primera vez.
─¿Qué haremos ahora? ─preguntó Guadalupe.
─Estaba pensando en que si comemos ahora o si nos esperamos hasta la noche ─respondió Mayra Páez─. Habrá cerca de aquí un festival nocturno con juegos pirotécnicos y esas cosas que salen en los animes, ahí podremos comer si gustan. Solo que, si vamos, quiero salir a comprar yukatas para nosotras y así lucirlos ahí, ya saben, siguiendo los clichés de los animes.
─¿Yukatas? ─Guadalupe se vio a si misma─. ¿Cómo me vería yo con una de esas?
─Puedo acompañarlos si quieren ─dijo Misaki─. También quiero comprarme una.
─Ah por cierto ─Martina se levantó y se acercó peligrosamente a Claudio─. ¿Qué tanto estabas escuchando metiche?
─¿Yo? ─Claudio se excusó─. No, nada, no pude oír claramente.
─¿Eso significa que sí lo intentaste?
─Habías dicho que las chicas estaban hablando de mi ─comenté.
─¿Escuchaste… eso? ─Mayra Palacios se ruborizo─. ¿Qué tanto escuchaste tarado?
─Prefiero… no decir nada ─respondió el chico─. Es cosa de Eliseo, es a él al que le tienen que decir… todo eso.
─¿A mí?
─¡Olvídalo! ¡Olvídalo! ─Mayra Páez me detuvo igual de nerviosa que la otra Mayra─. Solo olvida lo que ese tarado te haya dicho ¿quieres?
Esperen ¿Entonces Claudio decía la verdad?
Comments for chapter "38"
QUE TE PARECIÓ?