Yatareni - Volumen 3 - 42
Los chicos salieron del hotel y abordaron el transporte público hasta llegar a la estación de Shibuya. Una de las más reconocidas de Tokio. Unos minutos más tarde, al dejar el transporte, los chicos se encontraron con una gran aglomeración de gente que estaba en una plaza a las afueras de la estación. No se imaginaban que eran turistas esperando poder tomarse una foto con la estatua del perro. De hecho, no se imaginaban que habría tanta gente.
─La historia de Hachiko es muy popular ─comentó Misaki─. No solo en Japón.
Y esto, más que nada, porque más de la mitad de los presentes eran extranjeros.
─Creo que tardaremos bastante en pasar ─suspiró resignado Claudio.
─Pues tenemos todo el día ─comentó Guadalupe.
─Yo no pretendo quedarme aquí todo el día ─replicó Martina─. Me está empezando a dar hambre.
─No se preocupen ─aclaró Misaki─. Aunque siempre hay mucha gente, avanzamos rápido.
Tampoco fuera como si hubiese una fila y un tiempo de espera, simplemente la gente se aglomeraba en torno a la estatua y cuando lo veían oportuno pasaban a tomarse fotos. Y así, poco a poco, a medida que la gente avanzaba, los chicos de SPEED se acercaban más y más a la estatua de bronce.
Cuando les llegó el turno, Misaki les hizo el favor de tomarles las fotos a todos a un lado y al otro de la estatua. Aunque ellos mismos también insistieron en que Misaki debía salir con ellos por lo que tuvieron que pedirle a otra persona que tomara una segunda foto.
Sin embargo, en aquellas fotos era evidente el disgusto de dos chicas que permanecieron a extremos opuestos una de otra.
Decidieron permanecer un rato más en el parque y Mayra Páez aprovechó para llevarse a Eliseo del brazo sin que nadie más lo notara.
─Acompáñame a la tienda ─fue todo lo que le dijo, no esperó respuesta de Eliseo. Todavía no terminaba de hablar y ya se estaba alejando, jalando al chico como una madre jalaría a su hijo después de encontrarlo jugando videojuegos.
─¿Pasa algo? ─preguntó Eliseo.
─No ─respondió secamente la líder.
─Me refiero entre Mayra y tú.
Pero la chica no respondió.
Evidentemente estaba pasando algo. Fue lo que pensó el chico después de oír aquello.
Mayra Palacios, que estaba muy al pendiente de Eliseo, o mejor dicho, de alguna intentona de la líder, vio cómo ambos chicos se alejaban y decidió seguirlos.
Cerca de la estación de Shibuya había una tienda de conveniencia. Los “Oxxo” de Japón como lo imaginó Eliseo. Sin embargo, no entraron a la tienda. Antes Mayra Páez se detuvo.
─Hay algo que quiero darte ─le dijo al tiempo que se sacaba de la bolsa del pantalón el amuleto.
Aunque, por el ángulo de su visión, Eliseo no fue capaz de ver aquello que Mayra estaba por darle, Mayra Palacios sí pudo verlo perfectamente desde donde se hallaba.
─Esa perra me robó el amuleto ─murmuró Mayra entre dientes.
Sin embargo, una llamada hacia Mayra Páez le arruinó el momento.
─Hola Mayra ─preguntó Misaki─. ¿Dónde están? Como está llegando más gente, queremos irnos antes de que se ponga pesado aquí.
─Ok, está bien, ya vamos ─y colgó frustrada.
Mientras Mayra Palacios regresaba rápidamente antes que ellos, Mayra Páez se guardó el amuleto.
─¿No que ibas a comprar a la tienda? ─preguntó el chico.
─Después ─respondió la líder─. Hay que irnos, Misaki nos llama.
El grupo se reunió de nuevo y Misaki los guió por el cruce de Shibuya.
Mientras esperaban el semáforo para poder cruzar, Misaki les explicó que aquel cruce de cebra era muy famoso en Tokio a tal grado que se le comparaba con el Times Square de Nueva York. Se podría decir que era la zona con más publicidad de toda la ciudad. Tres pantallas de televisión gigantes dominaban el cruce así como numerosos carteles publicitarios que anunciaban de todo. Aparecer en el cruce de Shibuya garantizaba amplia difusión.
Mientras esperaban el cambio de luces, Mayra Páez intentó entregarle por segunda vez el amuleto a Eliseo, y justo cuando estaba por hablarle, los semáforos cambiaron.
De inmediato toda la gente comenzó a moverse inundando el cruce de cebra. Era una aglomeración de gente tan grande que todos los chicos fueron empujados inicialmente por el mar de gente, y por culpa de aquello Mayra soltó el amuleto.
En un inicio no pudo ver dónde había caído, pero tras de ella, Misaki había tenido la fortuna, o desgracia dependiendo del punto de vista, de haberlo visto y recogerlo antes de que alguien más lo aplastara.
─Mayra ─le dijo la japonesa a Mayra Palacios─. Se te cayó el onamori que compraste en el festival.
─Ah… gracias ─respondió la chica al recibirlo con algo de sorpresa─. Soy muy descuidada.
─Ten más cuidado ─le dijo Misaki.
─Lo tendré ─respondió firmemente porque sabía de quién tenía que cuidarse en realidad.
De este modo tan providencial Mayra Palacios recuperó su amuleto. No había podido ser más oportuno aquello. Incluso la chica ya había dado por perdido el amuleto y estaba planeando una alternativa.
Mayra Páez no sabía qué hacer al inicio, así que intentó algo que a leguas se veía como una medida desesperada, sin importarle incluso que su rival lo reconociera como tal.
─Ese amuleto es mío ─dijo la líder sin convencerse ni a sí misma─. Se me acaba de caer.
─No lo creo ─respondió Misaki─. Este es de ella. Lo reconozco porque yo le ayudé a elegirlo.
Mayra Páez dejó de insistir para no levantar sospechas. Acababa de perder una oportunidad única y también acababa de demostrar debilidad frente a Mayra Palacios. Y, discretamente, la chica le dirigió una sonrisa a la líder. Una sonrisa que le dio a entender que había perdido. La líder tenía un humor que no soportaba ni ella misma.
Este día le pertenecía a Mayra Palacios. Sin embargo, esa victoria no estaría completa hasta que le entregara el amuleto a Eliseo. Así que decidió ser más cautelosa y encontrar el momento adecuado. A partir de ese momento no soltó para nada el amuleto.
Era un onamori para el amor, pero como lo vio Mayra Palacios, también le otorgaba algo de suerte.
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