Yatareni - Volumen 3 - 56
Lo primero que vieron mis ojos fue un techo blanco como la nieve y un ventilador de aspas también blanco. Creo que en el lugar donde me encontraba predominaba el blanco.
Y una conmoción me sacó de mis primeros pensamientos.
─¡Ya despertó! ─pude oír a mi alrededor con bastante júbilo─. ¡Gracias al cielo, que ya despertaste!
Desde donde estaba postrado vi a todos los chicos de SPEED reunidos en torno a mí junto con Misaki. Todos estaban sollozando alegres por mi despertar. Ah, ya recordé cómo se llamaban.
Solo hasta ese momento me percaté que estaba recostado en una cama blanca. Y que acababa de despertar en la habitación de un hospital.
Aunque no podía verlas, sentía que tenía unas vendas en la parte superior de mi cabeza. También contemplé más vendas en algunas zonas de mis brazos y mis piernas. Y estaba vestido con la típica bata que usan los pacientes en los hospitales.
─¿Qué sucedió? ─murmuré lentamente porque al parecer aun no me acostumbraba a estar despierto.
─Caíste veinte metros desde la torre de Tokio ─contestó Angelina.
─¿Veinte metros? ─exclamé sorprendido─. Pero ¿No se supone que estábamos a una altura más grande?
─Lo que sucede es que veinte metros abajo había unos andamios ─respondió Mayra Palacios─. Estaban pintando una parte de la torre y caíste ahí. Qué suerte ¿no?
─De todos modos el golpe que te diste fue muy fuerte ─comentó Mayra Páez.
─Demasiado ─dijo Claudio─. De hecho…
─¿Qué?
─Verás ─me dijo Martina─. Cuando te trajeron en la ambulancia, pues… estuviste muerto 117 segundos. Pero los paramédicos lograron revivirte.
─¿117 segundos muerto? ─exclamé─. Esperen, ¿cuánto tiempo llevo en este hospital?
─Unas tres horas más o menos ─contestó Misaki─. Después de que “reviviste” y te trajeron aquí te estabilizaste bastante rápido.
─¿Tres horas? ─volví a sorprenderme─. Qué raro, tengo la sensación de que había sido mucho más tiempo.
─¿Qué quieres decir? ─me preguntaron.
─No, nada, nada ─respondí confundido porque sentía como si hubiera estado inconsciente quizá… ¿unos seis meses?
─De hecho ─comentó Gibrán un poco en broma─. Cuando te moriste creímos que ya habías reencarnado en otro mundo.
─¿Otro mundo?
─Ah, ya sé a qué se refiere ─argumentó Mayra Páez─. Ya sabes, los animes de temática isekai. Cuando algún japonés muere en algún accidente o asesinado, reencarnará en otro mundo por lo general de fantasía.
─Es un cliché ─mencionó Martina─. Como ese cliché de que los extraterrestres siempre invaden Estados Unidos.
─Pero yo no soy japonés ─exclamé─. Eso no aplica conmigo.
─Pero moriste en Japón ─me dijo Claudio─. Deberías de haber viajado a uno de esos mundos.
─Oigan, sé que estamos en Japón pero esto no es un anime, es la vida real ─exclamé─. Además, no creo que funcione de ese modo… aunque…
Justo en ese momento el doctor acababa de entrar y me saludó en japonés. Un doctor calvo pero con pequeñas salientes de cabello sobre las orejas, como Miguel Hidalgo o el profesor Emmet Brown. No le entendí el saludo pero parecía bastante alegre de que ya hubiera despertado.
Por medio de Misaki tuvimos una pequeña conversación en la que el doctor me preguntaba si me dolía algo o si sentía algo más aparte del dolor. Pues aún me dolía el cuerpo, pero no me molestaba mucho. Se sorprendió de que no me hubiera roto ningún hueso aunque manifestó estar bastante preocupado porque el golpe más fuerte me lo di en la cabeza.
Y sí, sentía un poco de dolor punzante en la cabeza. Pero parecía estar bien.
Me examinó a detalle. Me tomó el pulso, la respiración, la presión y otras cosas de rutina. Al final, concluyó que me estaba recuperando satisfactoriamente y que de seguir así, me darían de alta mañana mismo.
Le agradecí al doctor por sus atenciones en español. Eso ya no lo tradujo Misaki pero creo que el doctor me entendió de algún modo.
Luego de que el doctor se retiró, Mayra Páez se paró frente a mi cama. La vi con un rostro lleno de amargura a punto de las lágrimas.
Y al final, se postró en el suelo, tomando la misma postura que toman los japoneses cuando se disculpan de verdad. Quizá Misaki le enseñó esa pose.
─Eliseo, perdóname por favor ─dijo mientras sollozaba─. Perdóname por vender tu novela sin tu consentimiento. Todas estas cosas que sucedieron y que desembocaron en tu accidente fueron mi culpa. Por mi culpa estuviste muerto 117 segundos y por mi culpa perdiste tu novela. Realmente estoy arrepentida.
─Mayra, yo…
─Aún no termino ─interrumpió─. También me quiero disculpar con ustedes chicos. Peleaba con Mayra sin saber que los incomodaba y al final les arruiné el viaje. Estos días me he comportado demasiado inmadura y fue por eso que le cedí a Gibrán el liderazgo del grupo.
─¿Hiciste eso? ─pregunté.
─Pero se lo devolveré─ contestó Gibrán─. A mi parecer SPEED no podría estar en mejores manos.
La chica postrada se sonrojó y creo que se conmovió bastante.
─Y finalmente ─ahora apuntó en dirección a su gemela─. Quiero disculparme también contigo Mayra.
─¿Conmigo?
─Perdóname por todas las cosas que te dije, por acusarte de ladrona, por provocarte para que peleáramos y por la golpiza que nos dimos en la ribera del río.
─¿Cual golpiza? ─pregunté.
─Larga historia ─respondió Mayra Palacios─. Pero te perdono Mayra. Al final lo más importante es que Eliseo está bien, y que todo salió bien, o casi todo. Pero eso sí, tienes que reconocer que fuiste tú la que empezó con todo.
Mayra Páez se levantó.
─Bueno, sí, fue mi culpa pero ya no lo repitas.
─Entonces… ─Mayra Palacios le extendió la mano sonriente─. ¿Amigas?
─Ehmm… No.
Todos nos sorprendimos hasta que Mayra Páez respondió sonriendo:
─Hermanas.
Y se abrazaron.
─Me gustó más este abrazo que el abrazo falso que les obligamos a darse antes ─murmuró Martina─. Ya no necesitaré las piedras.
─Por cierto Mayra ─le dijo Mayra Páez a la otra mientras seguían abrazadas─. He decidido dejarte el camino libre. Al final de cuentas, eso fue también la causa de todo esto.
─¿De qué hablas?
─Ya sabes ─murmuró sonriendo─. No lo dejes ir.
Mayra Palacios se puso roja como un tomate.
─¡De-deja de decir… eso! ─se separaron─. ¡Yo… sé lo que tengo que hacer!
Y sonrieron.
─Pues al final me da mucho gusto que todo haya terminado bien ─anunció Guadalupe.
─No todo ─replicó Claudio─. Se perdió la novela de Eliseo.
─No te preocupes por eso ─respondí sonriendo─. Al final solo era una novela, pero puedo escribir más. Algo como eso no va a detenerme.
─Y con respecto a la disculpa de Mayra ─proseguí─. Al inicio no entendía por qué hiciste eso, y más que molesto, estaba triste porque sentí como si me hubieran arrebatado una parte de mí que me mantenía vivo, pero creo que al final hay cosas más valiosas que eso, y ahora lo sé mejor que nunca. Así que te perdono, pero no hagas eso de nuevo.
─Lo sé ─sonrió─. Y gracias.
Finalmente todos nos unimos en un gran abrazo.
─Pero tengan cuidado ─me quejé─. Aún tengo el cuerpo un poco adolorido.
─Lo sentimos.
─Bien Mayra Páez ─dije─. Ahora puedes decirme ¿Por qué vendiste mi novela sin consultarme?
─Pues para eso ─anunció Misaki─. Preferiríamos que ella te lo explique.
─¿Quién?
En ese momento la puerta se abrió.
Una mujer vestida con un abrigo negro, gafas oscuras y un pañuelo que le rodeaba la cabeza entró en la habitación. Vestía como los artistas que escapan de las cámaras y quieren pasar desapercibidos. Pero todos supimos de inmediato de quién se trataba.
Era la persona que menos imaginé que aparecería.
Era Mika Nakayama.
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