Yatareni - Volumen 3 - 62
El viaje a Japón se terminó y volvimos a nuestro país.
Tal y como lo habían prometido, la mamá de Mayra Páez y la hermana de Angelina nos recogieron en el aeropuerto, aunque la mamá de Mayra tan solo le dejó el auto a su hija y se fue a atender sus negocios. Básicamente regresamos en la misma disposición que cuando nos dirigíamos al aeropuerto para iniciar el viaje, todas las maletas en la camioneta de Evangelina y nosotros en el auto deportivo de la chica.
Ya no éramos un club o Sociedad, solo éramos un grupo de amigos que regresaban de un viaje a Japón. No nos unía más que eso.
Aquel tramo que hicimos desde la ciudad de México hasta nuestra primera parada fue bastante extraño, no puedo describirlo de otra manera. De cierto modo las emociones que estallaron cuando la Sociedad desapareció seguían latentes.
Y podía sentirse eso en el ambiente. Nadie dijo ni una sola palabra aunque parecía que querían decirse muchas cosas. Después de tantas cosas vividas, de tantas experiencias, todo eso estaba por finalizar.
─¿A dónde iremos primero? ─Claudio rompió el silencio.
─Primero pasaremos a Santa Miranda a dejar a Martina ─respondió Mayra Páez─. Y después regresaremos a Sayula.
Pude ver que Martina tragó saliva como si ya se estuviera preparando mentalmente. Ella sería la primera en bajarse del barco.
De nuevo reinó el silencio. Creo que todos esperaban alguna broma del que siempre las hacía, o más bien lo deseaban. Pero al parecer, ni él estaba para eso en aquel momento.
─Pensé que dirías alguna de tus acostumbradas idioteces ─murmuró Martina.
─No querría arruinar el momento ─respondió el chico.
─No te preocupes ─comentó Guadalupe─. Hay otras maneras de hacerlo eres experto en eso.
Los demás empezamos a reír. Con eso fue suficiente para que la plática comenzara. Reíamos, bromeábamos, hablábamos de lo recientemente vivido en Japón o de alguna experiencia como Sociedad. Dijimos tantas cosas que de cierto modo aquello fue mágico. Deseábamos que todo eso durara para siempre. Pero irónicamente, eso hizo que el tiempo se pasara volando. Cuando menos nos percatamos, ya habíamos llegado a Santa Miranda y a la casa de Martina.
La madre de la niña ya la esperaba fuera de casa. Desconozco cómo es que sabía que ya íbamos llegando. La niña bajó del deportivo y al mismo tiempo los chicos le ayudaron a bajar sus maletas de la camioneta de Evangelina. Su madre no nos dirigió la palabra aunque se nos quedó mirando como si supiera que hubiéramos hecho algo malo.
─Gracias por todo chicos ─nos dijo conmovida─. Nunca los olvidaré, ni tampoco olvidaré todo lo que vivimos juntos.
─Cuídate mucho ─le dije mientras la abrazaba por última vez, cosa que después repitieron todos los demás.
Martina avanzó a su casa y pudimos oír que su madre le comentó algo:
─Qué bueno que llegas, hay alguien esperándote.
─¿Quién? ─preguntó extrañada.
─Dice que te conoce ─respondió su madre─. Se llama Lucía.
En aquel momento a Martina le brillaron los ojos y aceleró su entrada a la casa.
La mamá de Martina nunca despegó los ojos de nosotros ni siquiera cuando le dijo aquello a su hija.
─Hasta luego señora ─le dijo Mayra Páez haciéndole un ademán con los dedos de su mano derecha─. Y sea más comprensiva con su hija por favor, o sino vendremos a secuestrarla de nuevo.
─Inténtelo muchachos ─sonrió─. Y ya verán cómo les irá.
Ambas mujeres sonrieron porque aquella conversación sonó a algo que se dirían dos amigas. Al parecer los resentimientos habían desaparecido.
La madre retornó a su hogar y nosotros partimos de ahí.
De ahí, fue un tramo largo hacia el municipio de Sayula. Como ya nos había dejado una compañera ya no era tan grato hablar como antes. Sobre todo porque, sabíamos que poco a poco, uno por uno, nos irían dejando, y eso de alguna manera era triste.
Nuestra siguiente parada fue Calkini, el pueblo de Guadalupe. Un pueblo que no había visitado antes hasta ese día. Le ayudamos a la chica a bajar sus maletas y nos despedimos de ella también.
─Ahora entiendo lo que querías decir cuando estábamos en Japón ─le dijo la chica a Mayra Páez.
─¿Qué cosa? ─preguntó.
─Lo que dijiste ─respondió─. Cuando yo dije que no tenía una historia de superación como los demás y mencionaste que se aprenden cosas también de la convivencia con amigos, era cierto. Creo que aprendí a vivir la vida y disfrutarla.
─¿Eh? ─increpó la chica─. ¿Te dio un ataque de filosofía?
─Ehmmm ─se retractó apenada─. Mejor no me hagan caso, gracias por todo chicos. Los quiero.
La siguiente en despedirse fue Angelina. A ella la dejamos en su pueblo natal Ihuatzio, que era el único que había visitado porque ahí comenzó nuestra primera aventura.
Como su hermana también se quedaría aquí mismo, decidimos pasar las pocas maletas que ya quedaban al auto de Mayra.
─Cuídense mucho ─les deseamos a las dos hermanas.
─Ustedes también ─respondieron.
─La verdad es que… ─comentó Evangelina─. Después de ver todo lo que han hecho, creo que me arrepiento de no haberme unido a su club cuando mi hermanita se unió.
─No es tan tarde ─contestó Mayra Páez─. Podrías tú misma fundar uno.
─Oye… ─y permaneció meditándolo─. Si no me fuera a casar en tres meses quizá lo haría.
Un cielo nublado nos dio la bienvenida a Yatareni. Después de más de una semana de estancia en Japón aquel pueblo se me hacía tan extraño. Aquí casi nada había cambiado en nuestra ausencia pero éramos nosotros los que veíamos las cosas con otros ojos después de permanecer varios días en un lugar radicalmente distinto. Creo que es lo que llaman Jamais vu.
El primero en dejarnos al llegar al pueblo fue Claudio. Así como con las chicas, también nos despedimos de él con un abrazo.
─Aunque no lo creas ─le dijo Mayra Páez─ Extrañaré tus bromas.
─Yo también ─contestó.
No entendimos de todo a lo que se refería pero decidimos no preguntarle.
Ya solo quedábamos cuatro personas en el camino: Las dos Mayras, Gibrán y yo.
Primero llegamos a casa de mi tía la cual por casualidad estaba afuera. Aparentemente iba a un mandado.
─Ohh, mijo ─me saludó efusivamente como si no me hubiera visto en años─. Ya llegates ¿cómo te jue?
─Muy bien ─respondí.
─¿Se divirtieron?
─Por supuesto ─respondimos los cuatro en coro.
Me bajé del auto y bajé también mis maletas mientras suspiraba. Incluso me tomaba el tiempo de hacerlo.
─Tus cosas ya se las llevó Araceli ─anunció mi tía─. Pero te voy a preparar la rica comida que te prometí antes de que te vayas mijo.
─Se lo agradecería mucho tía ─respondí encantado.
Luego me volví hacia los tres chicos.
─Entonces ─suspiré─. ¿Es todo?
─Para nosotros no ─respondió Mayra Páez─. Bueno, para mí y Gibrán más bien. Hay un lugar al que quiero pasar antes de irme.
Aunque Mayra no me lo dijo adivine rápidamente a qué lugar se refería. Y creo que Mayra Palacios también. De modo que ambos manifestamos nuestro deseo de acompañarlos.
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