EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 4
—Bien… aquí estamos —mencionó Drake, todavía mirando de reojo por si notaba alguna señal de ese ser extraño que había detectado Lance, minutos atrás.
El rojizo trataba de disimular, y no ceder a la paranoia ante la idea de un posible espía. Esa teoría se cimenta al ser tomados en cuenta los acontecimientos del Tridente y posiblemente los guardianes serían considerados demonios para los rebeldes conocedores de la verdad del titán. Era cuestión de tiempo para que pusieran precio a la cabeza de cada uno de los campeones de Trisary.
La presencia desconocida había desaparecido por completo. Por precaución ambos hombres se han dispuesto a andar en terrenos concurridos. Lo que sea ese perseguidor, si es que realmente existió, no podrá realizar ningún movimiento en medio de toda esa gente, en especial si los guardias andaban vigilantes.
En el peor de los casos ese espía sería una unidad suicida. Una batalla campal dentro de zona urbana, sería una derrota absoluta para todos los involucrados, en especial para los civiles.
Los dos guardianes estaban parados en un sendero adoquinado, color blanco y gris. De esquinas cubiertas por jardineras de altos árboles, los cuales proyectaban su sombra, sobre los transeúntes; únicamente eclipsados por el edificio grisáceo de dos pisos con techo de teja. La parte superior se veía una torre en el que albergaba un enorme reloj de manecillas, sobre una leyenda que dictaba «banco nacional». Para entrar se ascendía por unas escaleras, y acababan en un porche sostenido por pilares.
—Tenía tiempo que no venía a un banco que no fuera de Trisary… —agregó Lance—, pero no me es necesario ser un genio, como para no darse cuenta que no puedo entrar… vas a tener que hacer mi tramite por mí, de favor.
—No me digas… —exclamó Drake en tono descarado, en una expresión socarrona—. Me estaba preguntando cuando te darías cuenta, en la entrada o cuando los guardias tengan sus pies sobre nuestros cuellos y cañones de pistolas pegados a nuestras cabezas. Claro lo haré, primer dinero que piensas guardar y no gastar en apuestas.
—¡Corrección! —interrumpió Lance, al sacar una bolsa llena de coronas—, esto fue lo que pude recuperar por jugar a los dados con unos marineros del puerto. En un restaurante de mariscos claro. Ni en broma pongo un pie cerca del mar.
—No puedo decir que me sorprende… ni de forma sarcástica, mataría lo poco de dignidad que le queda al chiste. —Drake se encogió de hombres, para luego tomar el encargo de su amigo.
—Si te acuerdas como hacerlo ¿no? —preguntó Lance—, las pocas veces que mandábamos dinero, Alice se encargaba de tramitar el depósito por los tres.
—¡Claro que sí! —exclamó tajantemente—, ¿Por quién me tomas, idiota?
«No puede ser tan difícil, lo hice algunas veces tiempo atrás. Lo que bien se aprende nunca se olvida», pensó Drake aguantando los nervios y por sobre todo no ser evidente.
—¡Oigan ustedes!
Se escuchó una voz prominente desde la entrada del banco. Lance y Drake voltearon y se encontraron con dos guardias acercándose hacia ellos, no viéndose muy amigables. Estaban Envestidos en armaduras de piezas ligeras sobre ropas acolchadas y pistolas enfundadas.
—¿Quiénes se supone que son ustedes? —preguntó el primer guardia.
—Aquí vamos de nuevo… —bufó entre dientes el rojizo con desfachatez, tras aclarar su garganta puso su mejor intento de actitud extrovertida y sacó su medallón, el cual lo identificaba como un guardián, en el que se encontraban todos sus datos—. ¡Hola, estimados caballeros! Somos dos guardianes temerosos de Dios y al servicio de los Templarios. Vinimos a hacer un trámite y…
—Como si eso fuese a pasar… —Interrumpió el guardia y escupió con puro desprecio la negativa.
—¿Perdona? —Drake creyó que escuchó mal.
—No importa de donde vengan —contestó—, seríamos unos descerebrados si permitiéramos entrar a un enmascarado armado hasta los dientes al banco, ni por todos los caballos del rey.
—Lance… —gruñó acusantes, a punto de soltar mil bravuconadas a su compañero.
—¡Se supone que ibas a entrar tú! —se excusó el umbra—, eso habíamos quedado.
—Será mejor que se vayan, engendros —expuso el guardia—, aquí no es Trisary ni Santus como para que puedan andar a su anchas.
Drake estaba por regañar nuevamente a su amigo nuevamente ante su decisión de no usar ropas de civil, frenando en seco al mencionada la tierra de la que proceden y sus condiciones como seres sobrehumanos.
«De puta madre, aquí vamos de nuevo con estos xenófobos de mierda. Falta que digan que Trisary nunca debió independizarse de la alianza Templaria, como cualquier Rhodantiano pomposo», pensó Drake resguardando una fría furia.
—Tenemos a dos inhumanos afuera del banco, estense alerta —llamó por radio el guardia.
Alarmas fueron encendidas en el interior de Drake, al escuchar «inhumano» en lugar de guardián.
—No queremos problemas, ¡vinimos a hacer un simple depósito por nuestro trabajo y nos marchábamos! —Drake alzó la voz sin darse cuenta, estaba por perder la paciencia.
—No nos interesa si son guardianes, no nos vamos a arriesgar, no son de fiar. A seres como ustedes no les mueve otra cosa que el dinero al mejor postor. —El otro guardia presionó su dedo en el pecho de Lance.
—¡Oye! Eso es un estereotipo muy ofensivo, amigo. Es como si dijera que los caminantes roban y son caníbales o que los elfos hacen orgias endógamas de todas las edades. —declaró Lance haciéndose el indignado—. Decir que nosotros vamos por el dinero y las nenas es denigrante a nuestro oficio. Bueno si vamos por eso… pero eso no cae en todos los guardianes.
—¿Tu amigo es retrasado? —preguntó el guardia al rojizo.
—¡No ayudas, cabeza de media! —Drake tomó el mando—. A nosotros nos pagan por arriesgar nuestras vidas, tal como a ustedes y a los soldados Templarios.
—No somos iguales, nosotros escogimos esto y luchamos por nuestra fe en nombre del omnipotente —expuso el hombre—. Ustedes se creen superiores por ser capaces de arrasar ciudades en su batalla, cobrando y causando más daño de lo que hizo el horror.
—Horrores que causarían más muerte de no actuar —contestó Drake—, hacemos nuestro trabajo, y siempre hay daño colateral.
—Excusas de una clara falta de control y disciplina —replicó el guardia, con una expresión soberbia—, escuché lo ocurrido con el titan, bastó con la llegada del ejercito Rhodantiano para derrotar a esa cosa. Los Templarios podemos manejarlos, tenemos a nuestros propios monstruos controlados, no necesitamos de extranjeros que no responden a nadie.
Venas se marcaban en la frente de Drake, su corazón palpitaba fuertemente. Sus puños se cerraron con firmeza, deseosos por dar el primer golpe, y borrarle esa expresión burlona de la cara. Dieron la vida en una batalla que no les correspondía, los obligaron a escoger un mal menor, lucharon para esclavizar personas y todavía se atrevían a denigrarlo.
—Tengo ordenes de mantener a todo inhumano fuera del banco. —El guardia era inclemente, tenía la mano puesta en la empuñadora del arma, y los ojos clavados en los dos jóvenes, en búsqueda de una razón para desenfundar.
Era obvio lo que pasaba, estaban frente a unos intolerantes de los seres con poderes; humanos celosos y temerosos de aquellos que cargaban con un don. Aquellos podrían convertirse ya sea en destructor o un salvador a los ojos de los simples mortales, aun cuando el camino es un espero gris en el que no existía blanco o negro.
El miedo y el odio radicaban en el colectivo, temían a lo que no podían comprender ni controlar
—Oiga, buen hombre… —Lance se puso delante de Drake, a sabiendas de lo temperamental que podía ser este último. Bajo la máscara sonreía ampliamente mostrando todos los dientes y alzó sus brazos en señal de que venía en paz—. Vivimos en tiempos de guerra, comprendemos su punto. No pensaba entrar, mi compañero aquí presente iba a ser el trámite por mí. Creo que deberían dejarlo pasar.
» Quisiera recordarles que no tenemos meramente la protección de la espada rota… también la de la espada sagrada del viajero tras derramar nuestra sangre en la batalla por el Tridente, la cual al ser ganada ha reactivado la economía a su ciudad y les ha dado sus coronas a buenos hombres como ustedes. Después de todo…a todos nos mueve el dinero con tal de pagar las cuentas.
Lance era gallardo con una lengua afilada como cualquiera de sus armas, y dichas palabras fueron tomadas como una disimulada amenaza, al relacionar la protección de los Templarios y Trisary con las dos espadas enfundadas en la espalda del enmascarado a modo de metáfora.
—No nos tientes ser oscuro…. —advirtió el guardia con un alarido contenido.
—Calma, Bucky… déjamelo a mí —expuso el otro guardia—. Esas dos espadas se pondrán en sus cuellos si deciden romper las reglas, y una de ellas es que debe ser revisado el que va entrar al banco.
—Bien… acabemos con esto… —Drake se puso enfrente, con las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones albergando una actitud fastidiado y ansioso por acabar la situación en la que se han metido.
No era nada nuevo. Los guardianes se han topado con este tipo de gente en el pasado, de puntos de vistas nefastos referente a los inhumanos.
«Ninguno de esos soldados de mierda pudo detener nuestro avance, estos dos cabrones tampoco van a lograrlo», Drake respiró profundo,
Drake estaba confiado, lo iban a revisar, no detectarían nada ya que desactivó la protección bajo sus ropas. Pronto se iba a terminar y los guardias no tendrían otra alternativa que dejarlos pasar. Estaba totalmente limpio y no tenía nada que lo pueda incriminar, Réquiem se sentía seguro, él y su amigo tenían la protección de las dos espadas.
Las manos enguantadas palparon a Réquiem, desde los muslos hasta las axilas en búsqueda de posibles compartimientos en los que podría cargar algún arma. La sensación era desagradable para Drake. El único consuelo que tenía era ver la expresión de frustración y asco del guardia al no descubrir nada fuera de lo común.
—Pasaste el primer filtro… vamos por el segundo y último.
Dijo el guardia al finalizar, y sacó de su cinturón algo similar a una porra, en la que su parte superior llevaba una figura similar a una tuerca con unas incrustaciones de pequeñas piedras preciosas de color naranja, en el centro tenía una especie de monitor con algunos pequeños botones.
—¿Qué demonios es eso? —cuestionó Drake, nunca antes había visto algo parecido.
—Ya lo verás… —respondió el guardia malicioso.
En lugar de recibir algo de apoyo por parte de Lance, este se puso a ser señas con su dedo emulando un examen de próstata al ver la extraña herramienta. Los dos oficiales se volvieron al encuentro del otro guardián, al ver una expresión de repugnancia en Drake, la cual definitivamente no se enfocaba en ellos. Pero no vieron nada, Lance fue más rápido y puso sus manos detrás de su espalda, y alzó sus hombros fingiendo confusión.
Tras ese incidente, el báculo del oficial descendió lentamente desde la cabeza de Réquiem hasta su entrepierna, realizando un sonido similar al granulado de una radio el cual subió de intensidad paulatinamente.
—¡¿Qué carajo?! Este bastardo está al nivel nueve de diez en conteo de estigma… —Se había puesto pálido cual fantasma—. Es como si estuviese hecho en su totalidad de esa cosa.
El segundo guardia desenfundó su revolver, apuntando a Drake, quien alzó sus brazos por mera reacción y sentía como bajo su piel el ente rojo se movía, aullando por salir a defender a su portador.
Civiles se habían detenido a ver la escena, y ya se estaba llamando a la guardia, poco a poco se iba armando un gran escándanlo. De entre la multitud emergió un hombre de mediana edad, de prominente barriga y vestimenta elegante, acompañado por una muchacha joven vestida con una chaqueta blanca, en el que portaba el blasón de los Templarios en el brazo derecho, pero este estaba de color verde.
—¿Se puede saber lo que está pasando? —Cuestionó el hombre en un tono pesado, más como una orden que como una petición—. Soy el gerente de este establecimiento, me han avisado de un disturbio afuera del banco.
—Señor discúlpenos, estábamos por solucionarlo. Tenemos a estos dos alterados causando problemas queriendo entrar al banco. —El guardia bajo el arma, dirigiéndose a su patrón—. No tenía por qué molestarse.
—¿Apuntándole un arma a un sujeto desarmado? —cuestionó la joven—, me deja con muchas dudas.
—No digas nada, Drake… —musitó Lance a su amigo, quien asintió positivamente—, espera a que todo acabe.
—Los únicos alborotadores que veo son ustedes, están manchando la buena imagen de nuestro banco. —El gerente se veía molesto, por lo que fue directo al grano—. Lo vi todo desde la entrada. Esperábamos la reacción de los caballeros y al no responder a la agresión, se le dejará pasar al que no está armado.
—¡Tiene el nivel nueve! —vociferó el guardia—. ¡Cinco niveles sobre el límite permitido!
—¿Y qué? Permitimos que magos puedan entrar siempre y cuando tengan licencia. También va para los espers si están registrados en el gobierno. Para los guardianes es igual, tienen la insignia de su registro… permíteme revisarla. —Inspeccionó el medallón de Drake, por unos segundos y al final soltó su conclusión—: es verídica… puede pasar, caballero, pero por sobrepasar el límite de estigma tendrá que ser escoltado por uno de mis guardias aquí presente e irse en el menor tiempo posible, espero que no le moleste y mis disculpas por los disturbios. Espero que esto no vaya a oídos de la inquisición.
La joven levantó su mano en un saludo amistoso, e hizo una reverencia dando a entender que se pondría al servicio del guerrero de ojos rojos.
—Supongo que no tengo otra alternativa… —Drake no tenía ganas de protestar, por lo que aceptó—. Estoy en tus manos… Lance, espérame a fuera… no me hagas amarrarte como si fueses un perro.
—¡Lo que tu digas rojizo! —exclamó el ser oscuro en fingido saludo militar, tal cual Réquiem fuese un comandante y él un soldado—, mantendré la posición a toda costa.
—En cuanto a ustedes dos… —El gerente se puso delante de los dos guardias, quienes al contrario de los aires de prepotencia que llevaban hace unos segundos, se mostraban frustrados y a la vez temerosos ante tales represalias—. Espero que este sea la última vez que los descubra atormentado posibles clientes, sin fundamentos concretos, en especial si trabajan para la inquisición.
Ante la llamada de atención los guardias no pudieron hacer otra cosa, que apretar los dientes al asentir pasivamente con la cabeza. Drake les arrojó una mirada de satisfacción, en una sonrisa engreída como si dijera en silencio «les hemos ganado, bastardos». Tal acto causó la rabia de los dos hombres, y como perros regañados se tragaron el orgullo, al no poder hacer nada para interponerse en camino del guardián.
Culminada la situación, ambos oficiales de seguridad se retiraron, Lance se quedó a esperar a fuera; Drake fue escoltado por la mujer al interior del banco y el gerente se retiró a su oficina al ascender a unas escaleras adjuntas al pasillo de la entrada.
Cuando se despedían, el guardián carmesí vio por última vez a los ojos del banquero, los cuales estuvieron evitando mirarlo directamente. Réquiem se llegó a preguntar si realmente ese hombre era tolerante a los no humanos o quizás era por miedo a meterse en problemas delante a la inquisición, al ser conocidos por sus métodos poco ortodoxos.
El guardián se quedó pensando en ese hecho, después de todo la escolta llevaba el símbolo de la espada sagrada, de un color bastante llamativo entre todas las espadas rojas, doradas y azules que destacaban entre los soldados.
Se toparon con una segunda entrada, en la que un guardia resguardaba unos casilleros en los que resguardaban pistolas de bajo calibre, armas blancas y municiones. Todas eran de los clientes.
Al estar en una época de conflictos constante, en los que monstruos andan sueltos, era común ver personas levemente armadas, con fusiles y estiletes aprobados por leyes aplicadas únicamente a los civiles.
Para entrar en un banco, se dejaban esos equipamientos y les daban una carta con un número, como identificación. Una cosa era llevar un revolver en un cinturón o un cuchillo oculto, y otra muy diferente era estar cargando todo un arsenal como Lance, contando las que eran evidentes y no las ocultas. De entrar al banco, llenaría todos esos estantes con sus cuchillos, y hasta le sobraría en demasía.
El lugar era una amplia sala dividida en cuatro segmentos por unos postes, en los que filas de personas se organizaban a la espera de su turno para ser atendidos por unos recepcionistas en escritorios.
Había una zona de personas resguardando en sillas, las cuales se iban uniendo a la fila de acuerdo al orden en el que estaban sentados y a los clientes que terminaban su trámite.
Drake pudo diferenciar al instante a los citadinos con los refugiados. Aquellos residentes de Griffia, en su mayoría eran hombres vestidos con trajes de saco y corbata, mientras las mujeres iban de vestidos elegantes, de rostros bien maquillado y joyería como collares, anillos o aretes.
Las personas del campo usaban ropas más informales, pantalones y camisas, algunos vestían chaquetas presas del frio, otros usaban pantalones con tirantes. No había mucha diferencia entre hombres y mujeres en cuanto a vestimenta. Iban de botas o botines, con sombreros de ala ancha. Estas personabas estaban acostumbradas a los caminos de terracería o las ruinosas carreteras pavimentadas del antiguo mundo.
—¡Ah, perdona mis modales! —Drake se sentó al lado de su escolta, y con suma pena se rascó la nuca—. Olvidé darte las gracias… tú… emhhh
—Me llamo Trish Lyonhart… encantada de conocerte ¿Cuál es tu nombre, joven?
—Drake Réquiem… he de suponer que no eres otro guardia de seguridad común… ¿Verdad? —dijo asomando la mirada a la insignia en el brazo de la joven.
—¡Ah! ¿esto? —dijo señalando la espada sagrada de su chaqueta—, alguna vez fui piloto de un halcón en el ejército Templario, llevo la chaqueta como recuerdo, el color de mi insignia me identifica. Ahora estoy retirada, trabajo como guardia de seguridad en el banco, pero mi verdadero trabajo es ser repartidora independiente.
A Drake le resultó extraño escuchar que estaba fuera del servicio, se veía bastante joven, en una edad que oscilaba a finales de los veinte y a mediados de los treinta. En su cabeza surgió la idea de que sea alguna hechicera, al ser estos capaces de alentar su envejecimiento, alargando sus vidas con tal de seguir sus investigaciones y vivir cientos de años.
Esa teoría resultaba algo débil, por lo generar los magos vestían de forma muy extravagante, y no se limitarían a ser simples guardias en un banco, en especial si tenían licencia. El oficio de hechicero era demandando en un amplio campo laboral, muy bien pagado.
Trish era una mujer de cabello corto castaño claro de ojos del mismo color, complexión esbelta con piernas largas, reflejando una estatura alta. Tenía una nariz afilada en un rostro delgado, de piel curtida por el viento, en el que se asomaban dos cicatrices: una en forma de colmillo en su mejilla derecha y una delgada línea bajo el ojo izquierdo.
—Es la primera vez que veo a un piloto de halcón en persona… —dijo Drake—, digo, llegué a Griffia en una aeronave, pude ver algunos halcones volando alrededor de las fragatas… y no me di la tarea para explorar la sala de control.
—Lastima, te perdiste de una visión grandiosa… —Al contrario de los otros guardias, Trish estaba abierta a platicar con Drake, y no parecía fingir, se notaba que era muy sociable—. Apuesto que te quedaste pegado a las ventanas, todo el mundo adora la vista.
—Si y no… —Drake estaba agarrando confianza, de alguna manera, le recordaba a Alice, sin la parte de ser una bromista pesada—. Mire un ratito y después me eche a dormir en mi camarote. Había terminado una batalla de todo el día y luego lidiar con una mula super desarrollada, mataron cualquier iniciativa de ver el paisaje por más de diez segundos, caí dormido en mi cama una vez que tuve atención médica.
—Eso… eso tiene sentido —Trish abrió sus ojos de par en par, hasta que algo en lo que dijo Drake hizo un clic en su mente—. ¡Espera! ¿Tú eres el guardián que mató a Alpiel el corcel sin rostro?
—Si, así es… —Infló su pecho, orgulloso de su proeza, aun cuando en la misma estuvo a punto a poco de ser destripado. De esa podía presumir sin sentirse culpable, si lo comparaba con lo del titán—. Ese bastardo dio pelea, y al final acabó como carne muerta.
—¡Carajo, amigo! Permítame apretar tu mano y disculparme en nombre de los Templarios. —Los dos se dieron el saludo de felicitación—. No entiendo el resquemor de algunos de mis compañeros, ustedes matan monstruos por nosotros y salvan vidas. Creo que son héroes.
El corazón del rojizo se aceleró, por un segundo sus mejillas se ruborizaron y se permitió una faz de leve alegría. Era extraño que alguien le agradeciese por su trabajo, por lo general le pagaban y lo apuraban para que se fuese.
—Gracias… enserio… gracias —Parpadeo un par de veces, sus ojos se tornaron anegados, por lo que rápidamente se pasó los pulgares para limpiarse las tramposas lagrimas ya asomadas en sus ojos.
El turno para que Réquiem pasase al escritorio llegó, al pasar al frente el encargado le dio una leve mirada algo cansada por haber estado todo el día atendiendo. Trish se quedó esperando sentada.
—¿En qué le puedo ayudar?
Drake tragó salivo, su pierna comenzó a temblar y se puso a sudar, su cara se forzaba a mostrar una falsa seguridad, aunque a leguas se notaba nervioso. El encargado le hizo una señal con la mano, para que mantuviese los pies en la tierra y tomara un respiro.
«Alice por lo general se encargaba de mis tramites… carajo ¿ahora que hago? Tú tranquilo, respira y que todo fluya», fueron los pensamientos de Drake para si mismo, al llenar los pulmones de aire con tal mantener la calma y volvió a intentar fingir ser una persona sociable.
Una pesada bolsa llena de coronas se dejó caer en el escritorio, emitiendo el castañeo de las monedas que causarían el hambre de cualquier persona de bajos recursos.
—Qui-quisiera que mandasen quinientos mil coronas a esta cuenta… por favor —Habló rápido, directo al punto—. Es para A-Anali Blasu…¡puta madre! ¡quiero decir! ¡Anabel Blair!
Drake pasó una carta en la que se veía el nombre de Anabel Blair, y su dirección en la ciudad e Glory, ubicada en Trisary. Tenía en su bolsillo medio millón como primer pago dado por Lazarus, decidió mandar la mitad de su paga y la de Lance a su casera, para que pudiese alimentar a los animales y los gastos de la finca, por lo menos lo que les pertenecía a esos dos, como la comisión de tener a las bestias en la tierra de la mujer.
Se ha venido una época de frio seco en Trisary, por lo que según le informó en su última llamada, tuvo que vender varios animales a precio bajo, y para los que quedara tendría que invertir en alimento, al verse el potrero comprometido ante la escaeces de lluvia. Habría más gasto y poca ganancia.
—Muy bien… ¿algo más?
—Aquí también envían paquetes ¿no?
—Efectivamente.
—Necesito que envíen esto… —Sacó de la chaqueta un cofre y lo colocó en el mostrador—. Quisiera que los mandara a la misma dirección. —Drake quería darle un pequeño obsequio a Anabel, unos perfumes de Lazarus.
—¿Quiere que el encargo sea vía marítima o aérea? —preguntó—. Por tierra está cerrado a causa de la rebelión. Garantizamos que llegará en dos semanas a más tardar, su envió tendrá un pequeño costo, para solventar los vehículos y a los guarda espaldas. También contamos con un seguro por si algo llegase a ocurrir en el camino.
La alternativa aérea puso en mente el trabajo de Trish, por lo que Drake no tardó en tomar una decisión.
—Trabajo para Lazarus, soy un guardián —mostró el medallón aclaró su garganta, ya estaba tomando seguridad—. Escojo vía aérea y el seguro, quisiera que me notificaran por vía cubo frecuencia.
Aquel dispositivo fue el mismo que Drake usó para llamar a Rhaizak durante su cumpleaños.
—Vaya la tecnología sí que está avanzando, cada vez más personas están optando por los cubos que por las cartas o la radio. —El oficinista registró los datos frente a un monitor, sin mirar al cliente.
—Tardará… todavía hay fósiles renegados. Me costó mucho trabajo convencer a mi padrino de tener uno, y peor que aprendiera a usar ese «aparatejo del demonio» —Se mofó Réquiem, al recordar como Rhaizak llamaba los comunicadores de holograma. El dar algo de conversación para apaciguar las aguas, fue de gran ayuda para la autoestima de Drake.
—La magia y la tecnología avanzan como una sola… demos gracias a los cristales —El encargado terminó de teclear y regresó su mirada al guardián—. ¿Eso sería todo?
—Si, muchas gracias —Cortó de cuajo la conversación, quería terminar en el menor tiempo posible.
Al terminar el trámite, Drake fue acompañado a salida por Trish, ambos seguían su conversación.
—Bien, aquí nos despedimos —Trish se detuvo a abrir la puerta—, recuerda, si tienes algún encargo y necesitas un piloto… puedes contactarme vía cubo frecuencia.
La mujer extendió un código en un papel, el cual fue tomado por Drake de buen agrado.
—Lo tendré en cuenta, los mercenarios necesitamos apóyanos.
—Es lo menos que puedo hacer por la ayuda que le has prestado a nuestro ejercito
—Vamos, detente… —Intentó ser modesto, y no podía evitar ser engreído, con tal de inflar su ego—. Hacemos lo que se puede… siempre que aparezca un monstruo, esteramos ahí para cortarles la cabeza. Por cierto… déjame registrarte en mi cubo y tu haz el mío, luego hay extorciones de códigos desconocidos.
—De acuerdo…
Los sacaron de sus bolsillos un cubo metálico cada uno, de tamaños comparados a la mitad de una mano humana. Pegaron el par de objetos por un mismo lado, como si fuese una especie de beso, y al instante se escucharon sonidos de engranaje, como de piezas uniéndose, hasta que un potente «vip» resonó en el cuarto. Eso había sido todo, separaron las maquinas y cada uno lo guardó en su bolsillo.
—Mierda… espero que pronto diseñen un modelo más pequeño… —Drake compartió su punto de vista.
—Escuché que sacarían al mercado una versión tipo brazalete… —agregó Trish—, ha de costar una millonada.
—Suena que tendré que vender mis nalgas para eso… —bromeó soltando una leve risotada.
—Uy, vas a tener algunas cuantas en fila. —Dejó escapar una carcajada de forma armónica, siguiéndole el juego—. Espero que ninguno de los dos tengamos que hacer eso
Ambos jóvenes se despidieron en un apretón de mano y el guardián dejó el establecimiento sin mirar atrás, no se dio cuenta que la piloto se le quedó viendo por unos segundos.
—Son más que héroes… son dioses… —musitó.
Trish posó su mirada en su brazo derecho, cubierto por la manga y un guante encima, al moverlo se escucharon el grujir del metal, mostrándolo como un implante mecánico.
En la salida Drake topó con Lance, quien estaba dando una especie de baile en el que saltaba y se paraba de mano, al ritmo de la música de unos artistas callejeros, felices de haber reunido a más personas. Algunas monedas se juntaron en un morral en el que se encontraban cruzadas las espadas del umbra.
—¡Drake! ¿Qué tal si nos unimos al circo una temporada después del contrato? —dijo parado de manos y finalmente ponerse de pie en una ovación, reciba por aplausos del público.
Drake estaba de tan bueno humor, que echó una carcajada en lugar de simplemente avergonzarse de su amigo. No tardaron los guardias en llegar, llamando la atención de los guardianes, por las armas de Lance, y de nuevo el mostrar los medallones sirvió para que los dejasen ir.
Los dos guardianes caminaban por un sendero menos ajetreados, al ya haber salido del mercado. Postes de cables eléctricos se alzaban en fiera competencia contra los edificios, en ver cual cubría con su sombra a los transeúntes.
—Sabes… estoy comenzando a extrañar las velas —Drake se fijó en los obeliscos eléctricos, como si fuesen algo ya alienígena—. Estuve tanto tiempo en Santus, que al ver postes de luz eléctrica en Trisary, me resultaba algo extraño después de haber pasado mucho tiempo trabajando en esas tierras, hay demasiado trabajo allá para nosotros.
—En Trisary la competencia está bestial, no nos acercamos a Rhodantis ni cagando, no habías venido a Lazarus hace años. —Lance se puso explicar de forma rápida, las razones por las cuales no iban a otras naciones de la alianza Templaria—. El resto del mundo no es una alternativa por el momento. Santus es el mejor lugar para cazadores de rango plata para abajo, al ser un país gobernado por mago e inventores, ya están instaurando las velas como medio para dar energía alternativa a sus ciudades por medio de cristales procesado.
—Mientras más magia exista…
—Vendrán más monstruos —completó Lance.
—Me pregunto cuanto tiempo va a durar la electricidad, el carbón y la máquina de vapor. —Se puso a pensar Drake, en como la tecnología y la magia han avanzado a la par, mezclándose.
—Los cristales procesados se supone que disminuye la posibilidad de atraer horrores; lo que no evita del todo que los haga aparecer no muy lejos de las ciudades —intervino Lance—, lo que no evita que en los pueblos menos desarrollados se acerquen hordas con ganas de botanear a la gente como si fueran chicharrón. Cambiando de tema… ¿Cómo te fue en el banco?
—Me fue bien… —Fue cortante, no quería recalcar la parte de sus nervios, se odiaba por haber presentado esa inmadurez. Para tratar de limpiar su ego, sacó de bolsillo el código de Trish—. ¡Mira y deléitate! Esa chica guapa me pasó su número.
—¡¿Qué?! ¡presta para acá maricón! —Lance le quitó el papel de golpe, mirándolo cuidadosamente—. Vaya, hasta que cortejas a una chica que no sea una prostituta, esto y lo del banco es un avance que ha superado mis expectativas.
—¿Expectativas? ¿Qué quieres decir? —Drake le quitó el papel.
—¿Crees que me arriesgaría andar vestido como asesino serial por la calle? —cuestionó retóricamente—. Alice y yo sabemos que eres muy dependiente de nosotros. Ella me pidió que mientras está ocupada aclarando los términos y preparativos para su viaje con el inquisidor, te impulsara a ser más autosuficiente, después de lo de la quimera nos preocupamos de que la fueras a cagar.
—Lo dice el sujeto al que tengo que cuidar de que no lo maten por sus apuestas —Drake se mostró irritado—. ¿Desde cuándo acá ustedes son mis padres? Pensé que Alice nos cuidaba a los dos.
—Desde que Alice y yo dormíamos junto a ti en las caballerizas en la academia —Lance fue contundente, sacando a la luz un recuerdo que dejó boca abierto a Drake, tardó unos segundos en poder responder.
—Golpe bajo…
—Alice no es la única que se preocupa por ti, hermano. No me lo tomes a mal —Ese era un talento nato de Lance, podía llegar a ser fastidioso, serio y reconfortante en un abrir y cerrar de ojos—. Por eso me vi en la necesidad de impulsarte a entrar solo al banco, lo de Trish sí que fue ganancia.
—¿O quizás nada más me estas jodiendo y te acabas de inventar esa excusa forzada, de «me vestí así para que vayas solo»?
—Puede que, si puede que no, detrás de mi mascara escondo muchos misterios —Lance huyó de la pregunta como un conejo a un lobo—. También controla tu temperamento, hay que saber cuándo pelear y cuando ser diplomático. El mal rato con esos guardias me dio la sensación de que les ibas a soltar un golpe, tuve que calmar las aguas… en eso te pareces un poco a la dra…
Lance frenó su avance, pegando un quejido tal cual su mente se hubiese iluminado por el mayor golpe que alguna vez haya recibido y sus pensamientos se aclararon.
—¡¿Qué pasa?! ¡¿Qué tienes?! —preguntó acelerado.
—¡Acabo de recordar algo! —Alzó el dedo—, recordé que anoche al ver que no llegabas, Sheila me pidió que la fueras a ver hoy en el cuartel, que tenía algo muy importante que decir.
En ese momento un escalofrío muy frio recorrió la espalda de Réquiem, preguntándose ¿Por qué Sheila lo querría ver?, después de todo no se llevaban para nada bien. Tal misterio encendía su curiosidad a la vez que un mal presentimiento se asomaba al final del recorrido.
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