EL ASESINO DE DIOSES (Volumen 1) - 58
Algo ocultaban, dentro de la cabeza de Liliana anidaba esa idea aferrada en su mente y no podía sacársela de la cabeza. Todos los días durante la monótona rutina, se detenía unos segundos para observar la sección prohibida, e inconscientemente alimentaba esa curiosidad transformada por el correr de los días en obsesión.
Todos se veían ocupados por el duelo. Liliana sabía que su madre pelearía, más no se preocupaba demasiado. Sabía que su madre ganaría, eso se decía con tal de calmarse; necesitaba distraer la mente y ninguno de sus pasamientos parecía una alternativa viable. No pudo hablar con ella, mejor dicho, con ninguno de los acólitos, todos estaban ocupados en planear la guerra.
En consecuencia, la seguridad en el área designada a Liliana bajó, y la tentación subió. Demasiado ocupados para verla, mucho menos para detenerla. Tanta era la compulsión, que ya soñaba con la puerta, tornando difusa esa línea entre el sueño y la realidad.
En lo onírico por fin se atrevía a sacar los naipes. Tras romper los sellos el sendero se abría por una blanca luz cegadora a punto descubrir las maravillas de sus secretos y despertaba sentada de su cama, insatisfecha.
Cada noche antes de dormir se detenía a jugar con la baraja de cartas, pensativa de lo que podría hacer con ellas, siempre imponiéndose su objetivo primordial. Tras tomar todas las molestias ¿Por qué no hacerlo? Esa pregunta rondó en su psique al punto de enloquecerla y tomó una decisión. Era ahora o nunca. Liliana se pellizcó dos veces, asegurándose de estar despierta justo delante de la sección prohibida. Solicitó el tiempo a solas, y cargaba la baraja.
Si llegasen a descubrirla por cualquier motivo, recibiría una reprimenda y ahí acabaría todo. Algo ajeno a ella que siempre se portaba de acuerdo a las reglas; pocas veces levantaron la voz, en su mayoría fue cosa de su Mahou y no estaba. Sus dos papás aun cuando uno era permisivo y otro estricto, la consentían.
Ya estaba en la edad de la rebeldía, por lo que una falta en su expediente no ameritaba un castigo a temer. Buscaría acceder a las cámaras de seguridad del centro de mando; borraría el minuto donde la capten. Se disculparía de ser necesario, no soportaba ese impulso que la tenía dominada.
—¡Rompe hechizos!
Las seis cartas en su mano se embadurnaron de luz blanca, flotaron escapándose de entre los dedos, deshaciéndose en haces de luz disparados a cada candado rompiéndolo para caer al suelo y la puerta se abrió de par en par; ante los ojos expectantes al inflar el pecho y el ritmo cardiaco alocado por la emoción.
El tiempo corría, Liliana no sabía si su padre albergaba una alarma; cada segundo contaba y se adentró en el interior de la sección que se alumbraba al tener movimiento. Era un largo pasillo con repisas de libros y ficheros viejos. Estuvo ojeando rápido cada documento que llamó su atención. En estos momentos deseaba tener un cubo, y así tomar fotografías de todo el interior.
Topó archivos en los que relataban sobre los mutágenos; como estos cambiaban al ser sometidos al grotesco proceso desde lo exitoso a lo fallido. Se sintió verdaderamente asqueada por las fotografías de ritos viscerales altamente gráficos, tanto que retuvo arcadas.
Se interesó en ciertas técnicas que bloqueaban recuerdos, usados por psíquicos y maquinas bajo el mando del gobierno para guardar secretos; medida contra testigos. No existía forma de borrar memorias, era simplemente imposible. Los sellos podían romperse por magia, y exponerse a experiencias parecidas a lo bloqueado, en este último contaría más como un «ya lo viví» sin estar del todo seguro.
Para su desgracia, encontró papeles escritos en alto elfo, del que no tenía mucha práctica, no pasaba ni de los pronombres personales. Tras horas de estudio dominaba levemente algo para un examen para acabar olvidándolo posteriori. Su interés por la medicina la hizo descuidar esa área, y ya sentía la reprimenda de su madre por no atender indicaciones.
Después de los primeros diez minutos, la adrenalina cayó cuesta bajo. Por precaución se decidió a no tomar ningún volumen, y la decepción garantizó esa decisión. Cercana al salir su vista topó con un fichero mal puesto, del que se veía un picaporte de entre los estantes; una puerta.
El riesgo debía valer la pena, algo que contar a sus peluches y sin pensarlo dos veces empujó el mueble con toda la fuerza de la espalda. Perdió el aire al moverlo unos centímetros, no estaba del todo acostumbrada al esfuerzo físico. Una vez abierta tomó un par de segundos recuperarse, y giró la perilla que estaba sin seguro; la suerte volvió a sonreír para ella.
Una efímera oscuridad la recibió, purgada al encender el interruptor: era un pequeño cuarto que funcionaba como almacén. Estantes de cajas repletos de papeles a los lados y al fondo del pasillo, pegado a la pared resaltaba la pintura de una sonriente joven de ojos azul cristalinos, nariz pequeña y respingada; piel blanca de rasgos típico de las tierras Santus.
Cabello negro, atado en una coleta que reposaba sobre el hombro y colgaba el rosario de la espada Templaria encima del elegante vestido verde, como su porte recto. El cuadro estaba sobre una especie de altar de velas fallecidas, y girasoles puestos en agua fresca entremezclado con pétalos de flores de inframundo.
Liliana encontró encima del mueble un pequeño cofre, al abrirlo descubrió un anillo plateado que decía «Gilraen y Zagreo hasta que la muerte nos separe». No tardó en descifrarlo al tener noción sobre eso. Supo que en el pasado su padre tuvo un primer matrimonio, acabado por el pasar del tiempo.
Como rezaba el anillo, la muerte los separó. La mujer sucumbió a la edad frente a un esposo, joven como el día que se conocieron. En contra de las posibilidades, Zagreo quiso ayudarla a alargar su vida, nunca logró convencerla.
«Se negó a sufrir cualquier tipo de mutación, quería vivir e irse como humana y estar con su familia.» La razón dada por Zagreo a su hija, el día que encontró una foto de esa mujer en una mesita de la sala dentro de una de las casas de seguridad.
Nunca fue un secreto, solo no hablaban mucho de ello por no revivir el dolor de la perdida y en respeto a su nueva familia. Pasó página. Zagreo temía que por el transcurrir de los años, olvidase su rostro, su voz, y como era los días con ella como parte del pago a la longevidad.
Mandó a pintar cuadros, hizo notas grabaciones en las que pudiese recordarlas. Todas guardadas recelosamente para sí mismo; para no causar disturbios en su actual familia, en especial en su esposa.
Liliana no conocía casi nada de esa mujer, que era una sanadora y tomó a un Zagreo inexperto, hasta rebelde por faltar a una ley que años posteriores comprendió su veracidad: los longevos con los longevos.
De ese amor nació un hijo, creció para convertirse en brujo del que Liliana sabía poco; nunca pudo conocerlo al saberse que falleció poco después de que ella naciese. Caído en un encontronazo con un grupo de brujos rivales, protegiendo a Mahou al estar embarazada el uso de sus poderes podrían devorar a la criatura en su vientre. Dio su vida por proteger a Liliana, luchando hasta el final por su reina.
Ni siquiera mencionaron el nombre de ese sequito, por no abrir viejas heridas. No conocía del todo las historias, omitían muchos detalles y por respeto evitaba profundizar, de todos modos, no dirían nada frente a la «niña» como acostumbraban a llamarla desde que albergó uso de razón.
Culposos celos existían en Liliana por el medio hermano, virtuoso por la capacidad de alterar la realidad bajo la tutela de Zagreo. De lo que, si sabía, era sobre lo que pensaba de ella por un comentario de su padre: «te amaba más que nada en el mundo y no podía esperar a verte crecer».
Posó la mano en el pecho vuelto un nudo, sus ojos enrojecieron por el sentimiento e imaginar lo distinta que habría sido su vida, de haber tenido a su hermano junto con ella. Débilmente un nombre surcó de sus labios:
—Percival.
Hizo una reverencia frente a Gilraen, intentó hacer una oración más no sabía exactamente como. A Liliana la criaron en base a la fe de Syltas, la madre de la tierra; consideraba a los Templarios como algo maligno, y costaba creer que alguien de ese credo enamorara a su padre.
«Una mujer excepcional sin duda alguna… tuvo suerte de que mi padre la conociera antes de que mi madre», indagó un poco entre las cajas por si encontraba algo de su interés.
Una fotografía salió entre una pila de papeles sobre impuestos de empresas, muchas en las que sus padres tienen contactos bajo alias.
En la amarillenta en blanco y negro; se veía a tres brujas vestidas en abrigos y sombreros tumbados hacia atrás, sentadas delante de un tótem en una ambientación similar a un salón sostenido por pilares.
La de en medio logró identificarla sin problemas, el tiempo no hizo ningún estrago en ella. Era su madre, pelirroja de cuerpo despampanante. Desbordaba calma en esos profundos ojos de distinto color y mirada penetrante, cual gato a su presa. Sujetaba un báculo con un rubí en forma de corazón; distinto al que portaba hoy en día. El tiempo cambiaba a las personas, y el estigma lo reflejaba.
La segunda en reconocer y sacó un escalofrío fue una de las otras brujas. Se trataba de Samantha, la elfina de cabellos dorados y alta estatura. En una mano cargaba una pila larga, y en la otra un tridente adornado por piedras ámbar. Era la misma mujer que se pronunció como su tía. Por fin algo que ya llamaba su interés.
Giró a la imagen de la tercera bruja, agujerada por el tiempo vuelta irreconocible, nada podía hacer. Decepcionada fijó la vista en la estatua a sus espaldas, era parecido a lo que adornaba el trono. Sabía que se trataba de una entidad adorada por algunos magos, y demonizada por la iglesia; el lado de la religión de su madre.
Sus padres adjudicaron la presencia de la estatua como una decoración, algo que Liliana no creía del todo al ser del culto de Syltas inculcado por sus padres. Solo sabía que sus padres acordaron, que ella tendría practicaría esas creencias. Según sus palabras, todos podían predicar lo que quisieran en el reino que crearían; libertad absoluta de culto, algo visto como un sueño irracional en los tiempos de credos, ocupados por dioses y monstruos.
Satisfecha dejó todo en su lugar, y abandonó la sección prohibida sellándola con los naipes de seguro. Salió como entró, sin saber absolutamente nada acerca de ella; pensó que no indagó como debía o sus padres resguardaban los datos sobre ella en otros lares. No veía el caso a borrar la grabación, no vio nada fuera de lo común; todo estaba en aparente calma.
No contaba con nadie para que la ayudase de momento; no podía decir nada o la someterían a experimentos nuevamente y perdería tiempo valioso de una vida que no conocía exactamente su tiempo exacto si será longeva, humana o mucho más corta.
NT: Qué tal? les gustó? espero que si; extramo mucho escribir acción desenfrenada. Pretendo hacer mucho de eso proximamente. Los separadores de texto, fue una cortesía de mi ilustrador Rincon de zair.
Esta es la lista de capitulos tentativos y su cantidad de lo que queda de esta linea.
El poder de la bruja roja.
El final y el principio.
Prefiero desaparecer a vivir en una haula de oro. Parte uno
Prefiero desaparecer a vivir en una jaula de oro. Parte dos y final de la linea fuego oscuro.
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